Hijo extramatrimonial de Bernardo de Rojas y Sandoval, II marqués de Denia, jefe de la Casa de la reina Juana I en Tordesillas. Nacido en Fuenterrabía, de la relación que este noble mantuvo con Dominga de Álcega.

Es probable que se criase con la madre durante los primeros años. Posteriormente, emprendió carrera universitaria en Alcalá de Henares bajo la protección de su padre y allí se doctoró en teología. En vistas a sus capacidades, el marqués de Denia promovió su entrada en la Iglesia contando con el respaldo de Carlos V, quien nombró a Cristóbal como uno de sus capellanes y con este oficio le acompañó en algunos de sus viajes a Alemania.

Posteriormente le fue concedida la mitra de Oviedo, diócesis en la que residió poco tiempo, pues tuvo que viajar a Italia para asistir en al Concilio de Trento. En 1556 fue designado como obispo de Badajoz y el 15 de abril de 1562 fue preconizado para la sede episcopal de Córdoba. No entró en la ciudad hasta febrero del año siguiente; pero tomó posesión de la mitra ―como era costumbre en casos de ausencia― por medio de procurador, eligiendo a tal fin al deán de la catedral, Juan de Córdoba.

La llegada de Cristóbal de Rojas a esta diócesis andaluza supuso el comienzo de la aplicación de los decretos tridentinos en la porción sur de Castilla. En efecto, tras la conclusión del Concilio, el obispo mandó publicar sus dictámenes en toda la circunscripción episcopal. También trataría de aplicar la misma medida cuando fue nombrado arzobispo de Sevilla en 1571.

Durante su etapa al frente de la diócesis de Córdoba, Cristóbal de Rojas recibió el encargo regio de presidir el concilio provincial de Toledo, convocado en agosto de 1565. La primada se hallaba de facto sin arzobispo pues su titular, Carranza, estaba preso en Roma mientras se dirimía su caso. Como prelado de mayor antigüedad dentro de la archidiócesis ―la de Córdoba era sufragánea de Toledo―, Cristóbal de Rojas reclamó su derecho a presidir el sínodo, enfrentándose a las pretensiones del cardenal Mendoza, arzobispo de Burgos. La actitud de Felipe II no deja lugar a dudas: apoyó a Rojas porque le interesaba que presidiese y le ordenó que mantuviese buena correspondencia con su representante, Francisco de Toledo. La imposición de los decretos tridentinos acarreó diferentes problemas. Entre otros, con los propios capitulares de la primada.

Durante su pontificado cordobés, Cristóbal de Rojas fue uno de los principales responsables de la organización de la visita del rey a la ciudad en 1570, donde se habían convocado las Cortes. De hecho, a su llegada Felipe II se hospedó en el palacio episcopal, pasando a habitar el prelado el Hospital de San Sebastián.

Poco tiempo después fue nombrado nuevo arzobispo de Sevilla, haciendo su entrada en la ciudad en agosto de 1571. Una de sus primeras medidas fue la convocatoria de un nuevo sínodo el 15 de enero de 1572 para imponer la disciplina tridentina en la diócesis hispalense. Quiso hacer uso de las prerrogativas a que le daba derecho el Concilio y, por este motivo, no tuvo más remedio que enfrentarse con el cabildo catedralicio, que se negaba a que el arzobispo cumpliese con la visita a esta institución sin que, antes, admitiese a dos adjuntos salidos de sus filas. Un privilegio anterior a Trento que el de Rojas no estaba dispuesto a tolerar por considerar que reducía considerablemente su capacidad de actuación. El cabildo apeló a Roma y el obispo recurrió a la autoridad real. Finalmente, la mediación de Felipe II resultó fundamental para que Cristóbal de Rojas pudiese esquivar el castigo que le reservaba Gregorio XIII.

Es de destacar, asimismo, el apoyo que Cristóbal de Rojas prestó a las nuevas órdenes religiosas y a los reformadores de la espiritualidad católica. Ya en su anterior sede benefició especialmente a los jesuitas oficiando personalmente en la iglesia de la Compañía, fundación del deán Juan de Córdoba. También mantuvo estrechas relaciones con el maestro Juan de Ávila quien, según parece, le ayudó a redactar el discurso de apertura que pronunció en el concilio provincial toledano. Frenando sus reticencias iniciales, el arzobispo también ayudó a que Teresa de Ávila fundase el primer convento de carmelitas descalzas en Sevilla en 1575. En el marco de la reforma tridentina, Cristóbal de Rojas auspició la devoción al Dulce Nombre de Jesús, alentada desde Roma, y concedió su aprobación para las reglas de su cofradía en Sevilla en 1574. Tampoco puede olvidarse que, merced a su apoyo, se terminó el crucero de la catedral de Córdoba bajo su pontificado y que, durante su episcopado sevillano, se terminó la capilla real de la catedral hispalense, trasladándose a ella en 1579 con toda solemnidad y festejos los cuerpos de Fernando III, Alfonso X, Beatriz de Suabia, María de Padilla y los infantes Alonso y Pedro.

Por último, se debe enfatizar la importancia de Cristóbal de Rojas y Sandoval en el seno de su propia familia. Su posición en la cúspide del alto clero secular castellano fue fundamental para apoyar a muchos de sus parientes: a su hermano Luis, III marqués de Denia; a su sobrino, Bernardo, hijo de su otro hermano, Hernando de Rojas, que alcanzaría el arcedianazgo de Écija gracias a él y llegaría a ser, andando el tiempo, cardenal y arzobispo primado; o a la rama cadete de los Rojas y Sandoval afincada en Jaén y descendiente de otro de sus hermanos, Diego de Rojas, que recurrió al soporte económico del prelado para apuntalar sus estrategias eclesiásticas y matrimoniales a comienzos de los años setenta del siglo XVI. Mención aparte merece el apoyo que Cristóbal brindó a Francisco Gómez de Sandoval y Rojas, futuro valido de Felipe III que, según parece, se crió y educó en su presencia cuando era obispo de Córdoba. La construcción de la colegiata de San Pedro en Lerma (Burgos), lugar en el que reposan los restos mortales del obispo Cristóbal de Rojas, testimonia la inmensa gratitud que el privado real siempre sintió por el prelado.

Autor: Francisco Martínez Gutiérrez

Bibliografía

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