A mediados del siglo XVI Sevilla se había convertido en una de las ciudades más importantes de Occidente. Unida a la importancia en todos los ámbitos que había ido atesorando e incrementando a lo largo de toda la Edad Media, el hecho singular del descubrimiento de América y el establecimiento a partir de 1503 de la Real Casa de Contratación de Indias la convertiría, en palabras de Domínguez Ortiz en “puerto y puerta” de Europa hacia el Nuevo Mundo. En efecto, este organismo creado por los Reyes Católicos suponía la instauración del monopolio en el puerto sevillano, de todo el tráfico legal de personas y mercancías hacia las tierras descubiertas en ultramar. Esto conllevó que proliferara en la ciudad una nutridísima población cosmopolita, procedente de todos los rincones del continente con el fin de hacer negocios con América.

Desde el siglo XII, el entorno de la puerta principal de la entonces mequita mayor de la ciudad, rotulado hoy como calle Alemanes se convirtió en un intenso foco de actividad comercial. Esta práctica no sólo no decayó sino que se intensificó en grado sumo a propósito del comercio americano. El crecimiento de la actividad comercial marítima y sobre todo el aumento de los comerciantes hicieron necesaria la creación de un sistema que garantizase el control sobre algunos aspectos fundamentales. El Consulado de Cargadores a Indias fue la institución que aglutinó, desde su establecimiento en 1543, de manera obligatoria y casi gremial, prácticamente a todos los comerciantes que tenían que ver con la carrera de Indias. La inercia de la costumbre marcó que durante siglos, las gradas de la catedral, especialmente las adyacentes a la puerta del Perdón, se convirtieran en el corazón financiero y comercial de la ciudad. Estas prácticas derivaron e en conflicto, puesto que la algarabía de la actividad mercantil contrastaba con el ambiente ascético y de recogimiento que se pretendía en los aledaños de la catedral, toda vez que los tratos y transacciones se extendían al Patio de los Naranjos y, en caso de inclemencia meteorológica, al interior mismo de la catedral. Una consecuencia de esto es la colocación por parte del cabildo catedralicio en 1520 del relieve de la Expulsión de los mercaderes del Templo, realizado por Miguel Perrín, y en el que a la vez que se llamaba la atención a aquellos hombres de negocios a propósito del infausto recuerdo de los mercaderes de Jerusalén castigados por Cristo, se representaba en parte una escena que tenía lugar con carácter habitual en este espacio urbano. Múltiples aunque vanas fueron las quejas elevadas por el cabildo de la catedral y su prelado hasta que en 1570, durante su estancia en la ciudad, el mismo rey Felipe II pudo contemplar la incomodidad e indecencias que con frecuencia se daban en las gradas de la catedral. Es en este momento cuando el monarca accede a las reclamaciones del arzobispo Cristóbal de Rojas y Sandoval y se plantea en firme la necesidad de proporcionar un lugar adecuado para el desarrollo de toda esta actividad comercial. Un nuevo edificio que además fuese acorde con la importancia del Consulado y sus miembros, reflejase tanto una determinada y pretendida imagen del poder real que estaba tras la institución, así como el prestigio de la ciudad de Sevilla. En consecuencia, el proyecto no sólo nace con la intención de dotar de un alojamiento y espacio cualificado a la institución mercantil, sino que tiene un fuerte componente emblemático y simbólico.

En mayo de 1572 se decide la ubicación de la nueva Lonja de Mercaderes en un amplio solar, situado al SW de la fábrica de la catedral, ocupado en ese momento por las herrerías reales, la fábrica de la moneda y el hospital llamado “de las Tablas” así como algunas viviendas propiedad del cabildo. En agosto de ese año se llevan a cabo las expropiaciones de las edificaciones que era necesario derribar para la construcción de la nueva sede del Consulado. Parece que el arquitecto real, Juan de Herrera, comenzó en ese mismo momento, 1572, a bosquejar el proyecto del edificio a través de plantas, distintos planos y descripciones de lo que pretendía que fuese la Lonja, no obstante, el proyecto definitivo no fue oficialmente aprobado por el rey hasta el 11 de julio de 1582, desechándose en ese momento otro que habría presentado Asensio de Maeda. Poco después consta que, una vez despejado el solar y hecho el acopio de materiales, la obra comenzó bajo la dirección de Juan de Minjares como maestro mayor, quien también se hacía cargo de las obras del Palacio de Carlos V en Granada, siendo auxiliado como aparejador en Sevilla por Alonso de Vandelvira. Ambos siguieron fielmente el proyecto herreriano.

El edificio, el más importante y de mayor envergadura de los que proyectó Juan de Herrera en el ámbito civil, está concebido como un bloque ambicioso, geométricamente regular, que ha sido ponderado como uno de los paradigmas del clasicismo renacentista español. Una magnificencia solemne y sobria en la ornamentación. La lonja aparece exenta, con sus cuatro frentes iguales abiertos a espacios amplios, rodeada de columnas y cadenas que simbolizan la jurisdicción real y elevada sobre gradas de cantería que a la vez que cumplen con el principio vitrubiano y después palladiano de singularización y separación física de la arquitectura en busca de su sentido monumental y emblemático. La elevación sobre gradas permite también la nivelación del terreno sobre el que se levanta el edificio ya que se trata de un solar cuya orografía mantiene la pendiente hacia el río.

Los alzados están organizados en dos plantas separadas por una cornisa y animadas por una secuencia de pilastras toscanas que se duplican para señalas los bloques del ángulo del edificio. En ellos se combina la piedra para los elementos estructurales y líneas compositivas del edificio, con el ladrillo rojo avitolado empleado en los rellenos paramentales. Este recurso ha sido entendido como proveniente de la arquitectura de la corte madrileña donde esta formula alcanzó un amplio y sostenido desarrollo, si bien pueden encontrarse otros ejemplos anteriores de esta dualidad material en Sevilla, alguno de ellos destacados, como la genial solución aportada por Hernán Ruiz el Joven para el campanario de la catedral, terminado en 1568 sobre el viejo alminar almohade de la Aljama. La continuidad rítmica de la fachada se mantiene en los cuatro frentes exceptuando los accesos que están singularizados por un tejaroz de piedra en lugar del rectángulo que aparece en el resto de huecos. En cada uno de los ángulos de la cornisa superior, coronada por una balaustrada pétrea con antepechos macizos y bolas, aparece un característico pináculo troncopiramidal de base cuadrada, que potencia el remate del edificio y que pese a haber sido juzgado como desproporcionado, ha mantenido trascendencia en la arquitectura posterior. Interiormente destaca un gran patio central en torno al que se distribuyen los espacios del claustro y logia en los que se organiza el edificio. En sus alzados, este patio guarda especial relación con el de los Evangelistas de El Escorial. Un espacio el del patio donde queda definitivamente consagrada la austeridad y solemnidad clasicista herreriana que ha sido elevada a la categoría de paradigma del purismo renacentista español.

El proceso constructivo se dilató en el tiempo, ya que la planta baja estuvo terminada en 1598 y ese año comenzó a usarse por parte del Consulado mientras duraban las obras del piso superior que no sería concluido hasta 1646 sucediéndose en la dirección de obra Alonso de Vandelvira en 1599 y Miguel de Zumárraga en 1609. Zumárraga será el responsable de las magníficas bóvedas vaídas de diversa traza y casetonado del piso superior, todo un alarde de estereotomía que puede rastrearse en el tratado de su predecesor Vandelvira, y que vendrían a sustituir el plan original de ático y armadura de madera proyectado por Juan de Herrera, rematando finalmente el edificio en terrazas en las que las alcatifas de alfarería reducen el trasdosado de las bóvedas. Por su parte Zumárraga también introduciría algunas modificaciones en el planteamiento de cubiertas y espacios, añadiendo al parecer los pináculos de los ángulos.

El Consulado hizo uso de la planta baja hasta su traslado en 1717 a Cádiz, mientras que la planta alta, con menos ocupación, fue empleada por diversas instituciones como la Academia de Dibujo fundada por Murillo y Herrera el Joven en la segunda mitad del XVII.

En 1785, el rey Carlos III determinó concentrar en la planta alta del edificio toda la documentación relativa a la Carrera de Indias, instituyendo el Archivo General de Indias. Como consecuencia de esto, se proyectó una nueva y monumental escalera en la crujía Oeste, al lado contrario de la caja de escalera original de Juan de Herrera, ejecutada por Minjares. La monumental escalera, ejecutada por Luca Cintora, está revestida de los más ricos mármoles polícromos presentando un solo tiro y dos tramos subdivididos por un descansillo en cada uno de ellos. La bóveda que cubre este espacio es esquifada y casetonada, iluminada por una potente linterna.

Autor: Pedro M. Martínez Lara

Bibliografía

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