Aunque los datos son dispares, varias fuentes sitúan su nacimiento en Madrid en 1713. Hijo del duque de Montellano, José de Solís y Gante, y de la marquesa de Castelnovo y Pons, Josefa Folch de Cardona, pasó su infancia en la Corte donde su padre trabajaba como caballerizo mayor del infante Luis Jaime. Compañero de juegos del infante Carlos, hubo de perder el ojo izquierdo a consecuencia de un accidente con el florete. Su formación no está exenta de controversia: mientras Alonso Morgado lo incluye entre el alumnado de la Universidad de Alcalá, el fondo de Universidades del Archivo Histórico Nacional lo adscribe a la Facultad de Cánones del Colegio de San Antonio de Sigüenza y los testigos que participaron en la instrucción de su proceso consistorial como arzobispo de Trajanópolis se limitan a señalar que contaba con la suficiente doctrina para ejercer el empleo. Luego, la Universidad de Sevilla le honró con el doctorado en teología como muestra de agradecimiento por las gestiones realizadas para su traslado a la antigua casa profesa de los jesuitas en 1772.

Las primeras noticias de su vida pública corresponden al momento que obtuvo el beneficio prioral de Aracena en 1735 aunque puede que no lo sirviera pues, solo tres años después, fue nombrado sumiller de cortina del infante Felipe. Cumplimentando a éste, desempeñó un papel protagonista en la recepción de su esposa, Luisa Isabel de Francia, en 1739 y, quizás por ello, terminó a su servicio.  Sin apartarse de la Corte y como consecuencia de esta cercanía al poder fue obteniendo diferentes gracias. Fue canónigo tesorero de la catedral de Málaga y su deán desde 1744. No obstante, las cartas a su mayordomo Villareal revelan su lejanía de la costa que hubo de habitar poco tiempo. De hecho, en medio de la burocracia cortesana, fue propuesto como arzobispo titular de Trajanópolis y coadministrador espiritual de la sede de Sevilla en 1749 para atender la ausencia del cardenal infante Luis Jaime de Borbón que lo compatibilizaba con el de Toledo para el disfrute de sus rentas desde temprana edad. Francisco Solís vino entonces a ocupar el sitio que, por edad y salud, renunció Gabriel Torres de Navarra, arzobispo de Mitilene y arcediano de la catedral, que falleció pocos años después. Su estancia en la archidiócesis duró tres años pues, la muerte del obispo Miguel Vicente Cebrián, lo encumbró al obispado de Córdoba si bien por poco tiempo.

En 1755, la renuncia del sexto hijo de Felipe V e Isabel de Farnesio, que reconoció no sentirse inclinado al estado eclesiástico, lo trajo nuevamente a Sevilla a las puertas del otoño de 1756 tras esperar las bulas en Madrid, recibir los honores del cardenalato, creado por Benedicto XIV el 5 de abril con el título de los Santos Doce Apóstoles de Roma, y atravesar un momento crítico durante su viaje de regreso al sur que lo detuvo en Bujalance, obispado de Córdoba, con altas fiebres varias semanas. Vencidos los contratiempos, la entrada del prelado tuvo lugar el 19 de septiembre de 1756 aunque la ceremonia oficial se retrasó a la jornada siguiente. Por delante, le esperaban cerca de dos décadas de pontificado ininterrumpido que podemos resumir, en clave de gobierno, en los siguientes titulares: intentó poner remedio al elevado absentismo de los clérigos, resolver sus problemas económicos y formativos, promover la unidad estética del estamento a través del uso del hábito talar, regular la creación de oratorios, desterrar la venalidad de los empleos eclesiásticos, observar el correcto desarrollo de la liturgia o asistir en su necesidad a clérigos o seglares. No en vano, son conocidas sus importantes limosnas y deudas por la reedificación de numerosos templos de la archidiócesis.

Sin embargo, por encima de su actividad pastoral, el arzobispo Solís destaca por sus servicios a la Corona. Entre ellos, sobresale su participación en los cónclaves por fallecimiento de los papas Clemente XIII (1769) y Clemente XIV (1774). Tras la elección del primero, el regreso de Francisco Solís a la archidiócesis no fue inmediato. Aprovechó la estancia italiana para desarrollar una intensa vida social durante el verano de 1769 que tuvo como epicentro la recepción del capelo cardenalicio y la toma de posesión de su título en la basílica de los Santos Doce Apóstoles. Además de impresionar a extraños con su opulencia, la experiencia romana dejó huella en la pensionada mitra y en el propio cardenal que se precipitó en solicitar al rey la plaza de protector de los intereses de la Corte en Roma. Carlos III aceptó el nombramiento el 10 de febrero de 1770 pero, finalmente, Francisco Solís lo rechazó pues hubo de parecerle insuficiente la pensión de 12.000 escudos. Entonces, el prelado, haciendo un ejercicio de responsabilidad, argumentó que no era el momento de abandonar el endeudado arzobispado de Sevilla. Según Molí Frigola, el impacto de su segunda venida a Roma no fue equiparable a la primera. En efecto, a punto de cumplir los 62 años, Francisco Solís llegó sumamente débil a Roma y, tras salir del cónclave que elevó al solio pontificio al cardenal Braschi, falleció en el Palacio de España el 21 de marzo de 1775, víctima de una “fiebre inflamatoria”. Aunque las exequias contaron con la asistencia del flamante Pío VI en la basílica de su título, donde recibió sepultura, ni siquiera hubo elogios fúnebres. Por otra parte, de su cuerpo se extrajo el corazón que fue remitido a Sevilla con su familiar Julio Ponce en un pomo de cristal que hoy descansa en el convento capuchino de Santa Rosalía que el arzobispo reconstruyó a sus expensas tras el incendio de 1761. La recepción tuvo lugar en octubre de 1776 cuando, en unas primeras honras, fue depositado en un nicho del coro bajo el busto de mármol que le realizara el italiano Juan Adán. El 16 de noviembre, los familiares repitieron los sufragios que, en esta ocasión, estuvieron presididos por el nuevo arzobispo de Sevilla: Francisco Javier Delgado Venegas.

Autor: Carlos Ladero Fernández

Bibliografía

ALONSO MORGADO, José, Prelados sevillanos o episcopologio de la Santa Iglesia Metropolitana y Patriarcal de Sevilla, Sevilla, Tipografía de Agapito López, 1906.

BELMONTE MÁS, Francisco José, “El cónclave de 1769 en la correspondencia diplomática”, Revista de Historia Moderna: Anales de la Universidad de Alicante, 2000, nº 18, pp. 67-84.

GUITARTE IZQUIERDO, Vidal, Episcopologio español (1700-1867), Castellón de la Plana, Ayuntamiento de Castellón de la Plana, 1992.

LADERO FERNÁNDEZ, Carlos L., El gobierno de los arzobispos de Sevilla en tiempos de la Ilustración, Sevilla, Diputación Provincial de Sevilla, 2017.

MOLÍ FRIGOLA, Montserrat, “Sevilla en Roma. Los viajes del cardenal Francisco de Solís”, Archivo Hispalense, nº 224, 1990, pp. 67-86.