Formado en los talleres de Juan Bautista Vázquez el Viejo y en el de Juan de Oviedo y Hernández, frecuentó además el de Jerónimo Hernández siendo examinado en enero de 1575. Su estilo se califica de manierista por el estilo de sus obras, especialmente marcado en algunas como el Descendimiento de la parroquia de San Vicente de Sevilla o el retablo de Santa María en Arcos de la Frontera, donde se acentúa la interpretación pictórica en el plegado de las vestimentas. Encarna, dentro de la escuela sevillana de escultura, el tránsito del Renacimiento clásico al Barroco. Sobre su biografía sabemos que se casó en cuatro ocasiones teniendo tres hijas y que se relacionó con personalidades de la época como Francisco Pacheco, Cervantes o Fray Luis de Granada.

Tras la muerte en 1586 de Jerónimo Hernández, su cuñado y maestro, Andrés de Ocampo asumiría los compromisos profesionales inacabados de éste, siendo uno de los más destacados el ya citado retablo de la iglesia parroquial de Arcos de la Frontera, que completó entre 1602 y 1608.

Las muestras más abundantes de su arte se encuentran en diferentes templos sevillanos y fueron realizadas en madera policromada, aunque su desenvoltura en la talla de la piedra queda patente en los relieves mitológicos ejecutados para el granadino Palacio de Carlos V. Como otros artistas de la época que tenían taller en Sevilla, participó del comercio con Indias exportando obras a los virreinatos americanos a donde mandó en 1623 un crucificado para la Catedral de Comayagua (Honduras). Entre sus piezas sevillanas destacan el San Pedro del altar mayor de la iglesia homónima, el relieve del Descendimiento de la Iglesia de San Vicente (1603-1605), una docena de figuras para el retablo mayor de San Martín (1611) y el Cristo de la Fundación (1622).

Por su muerte en 1623 sabemos algunos de los entresijos de su taller, al ser legados los objetos que allí tenía a su sobrino Francisco de Ocampo “por el mucho amor e boluntat que le tengo”. Consistían en un aprovisionamiento de madera de cedro prevista para el trabajo, herramientas para la talla, su biblioteca personal, 82 modelos en cera y yeso, 40 modelos en barro cocido, y varias efigies de bulto que se encontraban en diversos estadios de trabajo: dos esculturas a las que se les empezaba a sacar los puntos, un Niño Jesús a medio esculpir, otra inacabada de San Juan Evangelista, una inmaculada a punto de ser acabada y otra con el mismo tema ya dorada y estofada, entre otras piezas detalladas. Los libros que componían su biblioteca se dividían en cuatro conjuntos: los de instrucción religiosa imprescindibles en la época (como libros de ejercicios espirituales o biografías de santos), las obras literarias, las que tenían un carácter científico como la edición sevillana de la Geometría de Euclides o El libro de la perspectiva, de Daniel Barbero,  así como un cuarto grupo de libros específicos sobre arquitectura y escultura, encontrándonos así con las fuentes directas de la preparación del maestro imaginero; entre los que se encuentran los tratados de Serlio, Palladio, Antonio Labaco y Vignola, además de otras obras como El Libro de las medidas, de Alberto Durero.

Entre sus discípulos destacan Francisco de Ocampo y Alonso de Mena.

Autor: Adrián Contreras-Guerrero

ANGULO ÍÑIGUEZ, Diego. “Andrés y Francisco de Ocampo y las esculturas de la catedral de Comayagua, Honduras”. En Arte en América y  Filipinas, 4. Sevilla: Laboratorio de Arte/Univseridad, 1952, pp. 169-170.

LÓPEZ MARTÍNEZ, Celestino. Desde Martínez Montañés hasta Pedro Roldán. Sevilla: Rodríguez, Giménez y Cía., 1932.

LÓPEZ MARTÍNEZ, Celestino. Retablos y esculturas de traza sevillana. Sevilla: Rodríguez Giménez y Compañía, 1928.

RODA PEÑA, José. “La Escultura Sevillana a finales del Renacimiento y en los umbrales del Naturalismo”. En La escultura del primer naturalismo en Andalucía e Hispanoamérica (1580-1625). Madrid: Arco/Libros, 2010, pp. 273-306.

VVAA. La escultura sevillana del Siglo de Oro. Madrid: Club Urbis, 1978.