El apego en un vínculo emocional profundo y duradero, que conecta a una persona con otra a través del tiempo y el espacio (Ainsworth, 1973). Conlleva una tendencia a mantener la proximidad y el contacto con la figura de apego, la cual nos brinda seguridad, consuelo y protección, mientras que su pérdida produce miedo y angustia.
Las personas también desarrollan sentimientos hacia los lugares donde nacen y viven. “Attachment”, o apego al lugar, se define como un lazo afectivo que una persona desarrolla hacia un lugar, que le impulsa a permanecer próximo a él en el espacio y el tiempo. Las personas y los lugares en los que residen están involucrados en un conjunto de intercambios continuos y mutuas determinaciones, porque son parte de un sistema único e interactivo. Ambos se influyen mutuamente, de modo que el apego que podamos sentir hacia un lugar tiene que ver con las experiencias e interacciones sociales que desarrollamos en él; paralelamente, los lugares contribuyen al desarrollo de la identidad personal. Para muchas comunidades de Asia del Sur, un hogar no es sólo dónde estás, también es quién eres.
De este modo, cualquier variación, tanto en el componente físico (movilidad residencial, pérdida de espacios) como en el componente social (por ejemplo, una muerte cercana), afectará a la identidad personal del individuo. Existen numerosos trabajos relacionados que estudian el impacto de la movilidad residencial, los desastres naturales o la renovación de barrios en la identidad del individuo desde la perspectiva del apego al lugar. Sin embargo, un tema menos estudiado es la relevancia que tienen los pequeños cambios individuales, por ejemplo, una ruptura o la pérdida de un ser querido: cómo sentimos nuestro ese espacio que antes compartíamos con una persona con la que ya no podremos hacerlo. Nuestro apego hacia el lugar estaba vinculado a la otra persona, a la relación conjunta y a nuestra propia identidad. Una triada formada por “ella/nosotros/yo”, de la que solo queda un componente “yo” y un recuerdo. Las calles, las plazas o las habitaciones que antes compartíamos y en las que nos sentíamos seguros y protegidos, ahora son vacíos que nos recuerdan la dolorosa pérdida.
Cuando perdemos a alguien cercano, experimentamos intensas emociones como tristeza, miedo, ira, inseguridad, etc. Nos sentimos desprotegidos, esperando que de un momento a otro vuelva a entrar por la puerta, sin terminar de creer ni aceptar que ha fallecido. Comienza entonces el duelo, un proceso más o menos largo y doloroso de adaptación a la nueva situación. Se trata de una búsqueda de sentido en la que tendremos que reconstruir nuestra identidad personal en su relación con los lugares. Si lo conseguimos, avanzaremos; de lo contrario, la búsqueda continuará indefinidamente, produciéndonos una herida que no cicatrizará y una sensación de desasosiego que persistirá en el tiempo. Lo que es seguro, es que nada volverá a ser igual. Nuestra relación con el lugar quedará transformada para siempre.
El nuevo attachment puede transformarse de múltiples formas. Algunas personas convierten el lugar en auténticos mausoleos, dejando las habitaciones en el mismo estado que antes de producirse la muerte, o llenando la casa de fotos y recuerdos del fallecido. De este modo, el lugar sigue uniéndolos y continúan sintiéndose protegidas y seguras en él. Otras son incapaces de superar el dolor y unen la pérdida espacial a la perdida personal, ya que son incapaces de volver a vivir o utilizar los lugares asociados a la otra persona. Habitaciones que permanecen frías y cerradas durante años, traslados de viviendas o incluso cambios de ciudad, “enterrando” junto a la persona el lugar que antes compartíamos.
La búsqueda de sentido y la reconstrucción de la identidad pueden terminar también creando una nueva identidad con el lugar, apropiándonos de un modo diferente de ese espacio (redecorando la casa, introduciendo en él a una nueva figura,…). Podemos, así mismo, encontrar un nuevo lugar que defina nuestra relación con la persona fallecida, acudiendo al cementerio, por ejemplo.
El attachment es un concepto multidimensional formado por un componente social (individuos, grupos), procesal (comportamientos, relaciones) y físico. Del vínculo existente entre los tres dependerá su desarrollo y las dinámicas de su transformación.
La muerte de una persona querida crea un efecto similar en nuestra identidad al de una piedra lanzada en un estanque, creando un movimiento que va desplazándose sucesivamente por cada una de las dimensiones que la componen, atravesando nuestra relación con el lugar en su camino.
Nota. Ravalejar es un verbo inventado por los vecinos del Raval, una expresión de su identidad de barrio que se contrapone a la renovación urbana que le acusa. Conjuga todo lo que significa vivir el Raval, para los que perderse por sus calles ravalejando les hace sentirse confortables, seguros y, sobre todo, identificados.
Mary Ainsworth (1973). The development of infant-mother attachment. In B. Caldwell & H. Ricciuti (Eds.), Review o f child development research. Vol. 3. Chicago: University of Chicago Press.