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Deriva Hipermínima #6: Excesiva Modernidad

Jesús Janacua Benites 28 septiembre, 2016

Pérdida o falta de dirección, a la deriva se puede ir caminando, nadando, volando, conduciendo o fumando. Ir a la deriva es un ir y, a la vez, un no ir: para ir a un lugar se ocupa tener una dirección (sentido) concreta, un referente espacio-temporal que nos arraigue y nos determine una rutina o, por lo menos, un itinerario de viaje; la deriva es pues una falta de itinerario que nos marque el final de nuestro viaje. La deriva es, siempre, un viaje mal hecho, inacabado, coartado. Así, si podemos asignarle una imagen a la palabra deriva es, sin duda, la imagen de un náufrago ondeando, vacilante, pasivo en las saladas aguas de algún inmenso mar. Es, por lo tanto, también un fenómeno relacionado a un „no-lugar‟ o, como lo dijera Marc Augé, un lugar deshabitado, sin significación alguna en tanto que el náufrago no va ni de paso y tampoco se queda. En este sentido, la deriva o estar a la deriva, es una situación, por lo menos, de excesiva modernidad. El hombre es el ser que fundamentalmente se encuentra, casi siempre, a la deriva. Deriva de sí, el hombre es un ser que se busca a sí mismo en el ondeante mar de la otredad. Sin saber a dónde ir –quién es y cuál es la finalidad de su vida–, el hombre sale de sí para, la mayoría de las veces, llegar a un lugar, otro.

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