En tiempos recientes se ha experimentado una creciente intensidad y ampliación de procesos de valorización asociados a las actividades del turismo, tanto en sus formas directas como en las indirectas, fenómeno donde las ciudades, como lugares protagónicos en la objetivación de bienes culturales, artísticos e históricos, desempeñan un papel cada vez más predominante. Lo anterior plantea la necesidad de reflexionar sobre los modos en que se apropian, utilizan y representan los diferentes espacios de las ciudades, para así poder elaborar modelos de aproximación teórica que permitan dar cuenta de los impactos y transformaciones que se experimentan en las estructuras socioespaciales de aquellas comunidades donde el fenómeno del turismo se constituye como una de las agencias principales en la reproducción y organización económica, política y cultural.
En gran número de ciudades, el turismo ha implicado la conformación de una marca, es decir, de una tematización dominante que se elabora con base en atributos propios o característicos de la ciudad (reales o producidos ex profeso); proceso que, a la vez que se posiciona como un aspecto central en la reelaboración de las prácticas culturales materiales, simbólicas y discursivas, constituye un mecanismo de acumulación normalmente excluyente de la gran mayoría de las personas, a pesar de que son estas mismas la base de la creación y diversidad cultural de la ciudad.
En consecuencia, se considera que se deben ampliar los enfoques sobre el turismo que sólo se centran en los temas de participación económica, para aproximarse y reflexionar sobre cómo este fenómeno articula, en mayor o menor medida, una serie de dinámicas sociales tales como la valoración distintiva de espacios y prácticas, la reelaboración de procesos identitarios, la construcción de discursos (con alta incidencia en la regulación social), la simbolización selectiva –y, en muchas ocasiones, conflictiva– de aspectos históricos y culturales, con formas de intervención estatal a través de la instrumentalización de políticas públicas, con lógicas de acumulación y despojo, con mecanismos específicos de ejercicio de poder y, por lo tanto, también de resistencia.
El turismo, como toda actividad productiva dentro del capitalismo, tiene como base el proceso contradictorio de valorización-desvalorización, donde los valores de uso son subordinados a los de cambio con la finalidad de generar y acumular plusvalor, dinámica que es tanto creadora como destructiva, que, a la vez que permite la reproducción social (material y simbólicamente) de las comunidades y grupos sociales, los subordina a las agencias políticas y económicas dominantes.
El turismo cultural, en sus procesos de mercantilización y valorización del patrimonio tangible e intangible, reproduce relaciones desiguales de poder que se expresan en el acceso diferenciado a la ciudad como bien social y a los beneficios y ventajas económicas generadas por su propia comercialización.
Se debe destacar que el turismo cultural es un fenómeno que se realiza en la conflictividad social, ya que, mientras visibiliza y genera oportunidades –a veces, como única alternativa– de reproducción social de imaginarios no dominantes, implica, en su proceso de valorización, una subordinación del valor de uso (condición o factor de reproducción social) de los bienes culturales a su valor de cambio, es decir, a la reproducción del mercado. Y, cuando se efectúa esta manera específica de mercantilización, se abren posibilidades para que los beneficios generados (las ganancias directas e indirectas) sean apropiados por sólo un grupo en detrimento de la comunidad en su conjunto.
Tiles and Tiles! by rainy city in flickr
Bajo este panorama, se propone retomar la propuesta teórica de la renta cultural monopólica, ya que ésta permite desvelar cómo la acumulación de capital genera una extracción y concentración privada de plusvalías a través de la valorización de las diferencias culturales. Al respecto, David Harvey [i] explica que, por medio de este tipo de renta, el capital tiene la posibilidad de extraer y captar plusvalías aprovechando las diferencias culturales, históricas y estéticas de los diferentes lugares.
La renta cultural monopólica no sólo requiere de la conversión de los bienes culturales comunes en mercancías tangibles o no, susceptibles de ser intercambiadas y, por lo tanto, susceptibles para generar ganancias y acumular plusvalor, sino que también necesita tener (o poder articular) la posibilidad de apropiarse de manera exclusiva de un bien con características excepcionales durante un tiempo específico. Aquí, la clave del asunto es construir esa excepcionalidad, lo cual se realiza por medio de posicionar ciertas representaciones como únicas e irrepetibles, pero ancladas a objetos o experiencias (como apreciar un paisaje o degustar un alimento) intercambiables en el mercado.
La eficacia de los procesos de cosificación de la cultura en búsqueda de rentas monopólicas se constata en la gran cantidad de representaciones temáticas construidas en las ciudades, donde cada una se anuncia y promociona con rasgos excepcionales, auténticos y exclusivos, basados supuestamente en tradiciones y “esencias” culturales que, sin embargo, se homogenizan en el proceso de comercialización, quedando su excepcionalidad prácticamente reducida al discurso.
La mercantilización de los bienes culturales representa una especie de vaciamiento de sus propiedades sociales, ya que son reducidos a su dimensión de intercambio en detrimento de su papel como medio de reproducción comunitaria. La búsqueda y generación de rentas culturales monopólicas representa un mecanismo de acumulación por despojo cuando la finalidad del producto cultural, sea material o representación, es la reproducción del mercado y no de la comunidad y su imaginario
La renta cultural monopólica se encamina como una tendencia de apropiación por parte de los capitales para centralizar y concentrar las ganancias generadas por la transformación de los productos culturales en mercancías, y de las representaciones dominantes de los imaginarios en las ciudades tematizadas.
Para el caso de Coatepec, una ciudad pequeña ubicada en el eje cafetalero de la zona central del estado de Veracruz, en México, su tematización turística se ha realizado con base en el patrimonio cultural del café, donde los capitales comerciales se han aprovechado de la histórica relevancia del aromático en la vida económica, social y cultural de la comunidad para colocar simbolizaciones (y actividades relacionadas) dirigidas al consumo del café por parte de los turistas, y así vender a la localidad como la “Capital Mundial del Café”.
Coatepec, Veracruz, México, imagen del autor
La generación de rentas monopólicas en Coatepec se expresa en una pulverización espacial que combina la desvalorización de la territorialidad de producción y consumo de café como medio de resignificación simbólica y reproducción económica de la comunidad en favor de la valorización de territorios, actividades y capitales para el consumo turístico, representado esto último un ejemplo de cómo la mercantilización sostenida en la tematización turística implica la producción de beneficios que sólo son captados por unos cuantos grupos dominantes.
Para los caotepecanos, continuar construyendo sus imaginarios e identidades con base en su historia y tradiciones, indisolublemente ligadas a la caficultura, significa un aspecto fundamental, por lo que las representaciones construidas no pueden quedar reducidas a las necesidades del mercado. En esta dirección se puede decir que, en Coatepec, el turismo es una actividad contradictoria y tensa, ya que su promoción e intensificación está provocando una paulatina degradación de la base cultural de la comunidad.
El turismo cultural, de forma dominante, busca reproducirse bajo formas de renta cultural monopólica, es decir, encontrar y controlar atributos únicos y singulares que puedan ser trasformados en mercancías y experiencias. En el caso de Coatepec, se realiza con base en la cultura del café, pero marginando a las personas y las condiciones objetivas de su producción. De esta manera, no es necesario que los capitales turísticos tengan posesión de manera directa ni formal del bien patrimonial, ya que es suficiente con controlar los mecanismos de mercantilización, de tal manera que pueden concentrar las ganancias generadas de la explotación del bien en cuestión.
En Coatepec, lo que parece estar en disputa es si la caficultura continúa siendo un eje de articulación y reproducción social, o si queda reducida a una mercancía totalmente subordinada a los procesos de valorización vía la generación de rentas monopólicas culturales, conflicto en el cual las practicas materiales y simbólicas del turismo pueden ser de alto impacto en un sentido u otro. De tal manera que es fundamental que los coatepecanos se apropien de dichas prácticas y las doten de sentido en función de su reproducción comunitaria, es decir, que articulen los proceso culturales y sus espacialidades como medios de resistencia al potencial despojo que opera vía la mercantilización.
Déja vu by José Francisco del Valle Mójica in flickr
Imagen de portada: Café San Carlos by José Francisco del Valle Mójica in flickr
[i] David Harvey, El arte de la renta: la globalización y la mercantilización de la cultura, en David Harvey y Neil Smith, Capital financiero, propiedad inmobiliaria y cultura, Barcelona, Universidad Autónoma de Barcelona, pp. 29 -57, 2005.