[…] Ya lo habían advertido en 2011 dos investigadores del MIT cuando publicaron Una carrera contra la máquina (Erik Brynjolfsson y Andrew McAfee, 2011 [i]), un ensayo valiente que especulaba que la nueva oleada de avances tecnológicos, paradójicamente, podía ser la culpable del bajo crecimiento económico en EEUU y Europa de los últimos años.
La historia nos dice que todo avance tecnológico, a la larga, es positivo. Lo que resulta inédito de estos tiempos es la velocidad de los acontecimientos. Hasta la fecha, la mayoría de gobiernos, las economías locales y, con ellas, los ciudadanos, parece que están perdiendo la carrera contra las máquinas.
Así que la transición será dura y dolorosa. El escenario que se nos presenta, es desempleo, precariedad y dualización. Desempleo y precariedad para quien no se recicle y adapte lo suficientemente rápido. Y dualización, porque el mundo se dividirá entre quienes sepan domar a las máquinas y quienes realicen trabajos tan poco cualificados que no salga rentable sustituirlos por dichas máquinas. En un lado, los empleados nómadas de STEM (Ciencias, Tecnología, Ingeniería, Matemáticas) y unos pocos más aportando pensamiento abstracto. Al otro, camareros, cuidadores y auxiliares. En medio, la nada. El espacio social que ocupaba la inmensa clase media y trabajadora cualificada va a desaparecer progresivamente. Los conductores serán sustituidos el día en que el coche no tripulado de Google mejore notablemente la tasa de incidencias de un humano. Kiva, el robot de Amazon que ordena, entrega y almacena paquetes en sus hangares, ya multiplica por cuatro la productividad de un operario especialista. Y los contables, asesores, gestores, funcionarios administrativos, están siendo relegados por software cada vez más intuitivo…
En definitiva, caminamos hacia un mercado de trabajo polarizado que incrementará aún más la desigualdad existente. Una brecha social que, como demostrara Thomas Piketty en su celebrado ensayo, El Capital en el Siglo XXI [ii], solo se podrá revertir el día que demos un giro de 180º a las políticas económicas. El economista francés habla de un impuesto a las rentas del capital. Otros hablan de rentas universales, rentas sociales básicas o incluso de trabajo garantizado. Sea como fuere, lo que está claro es que, durante las próximas décadas, la presión social será tan atronadora que incluso los liberales más ortodoxos verán como un mal menor realizar operaciones de redistribución a gran escala.
Pero no todo pinta tan mal. La Cuarta Revolución Industrial también va a multiplicar la productividad de las empresas, va a acortar los ciclos de innovación/ganancia, favoreciendo a los emprendedores frente a los rentistas (Paul Mason 2016 [iii]); al mismo tiempo que las nuevas máquinas (los drones no-obsolescentes, el software y hardware libre, los sensores a precio de chicles) van a contribuir a la producción de bienes y servicios con coste marginal cero (Jeremy Rifkin, 2014 [iv]). Más pronto que tarde, los caros paquetes informáticos y las sofisticadas redes de sensores para mejorar el tráfico o los vertidos en las ciudades, el diseño para imprimir una prótesis o el código fuente para programar un dron que limpie el aire contaminado, serán tan replicables como una canción en MP3… ¿Cuánto tiempo aguantará el actual sistema de patentes de la industria farmacéutica en la sociedad del conocimiento libre? Casi se puede sentir la tensión en sus consejos de administración.
Esta visión más optimista del futuro nos permite especular con lo que soñaron los utopistas socialistas. Una sociedad donde la productividad es tan alta y los beneficios son tan distribuidos, que trabajar es solo una opción frente a la abundancia de tiempo libre (Las Indias, 2015 [v]). Admitiendo que la mera hipótesis puede resultar banal y fuera de lugar, hay que tomarlo como una tendencia de futuro, pues el descenso de la jornada laboral y el consecuente incremento de tiempo libre ha sido un hecho objetivo desde la Segunda Revolución Industrial hasta la actualidad.
En este contexto, la cultura habrá de jugar un papel destacado, siendo la principal fuente de significado y de belleza, ingrediente imprescindible del buen vivir [vi] para los hombres del futuro. En una sociedad con más tiempo libre, y más aún, en una sociedad donde se difumina la frontera entre el tiempo libre y el tiempo de trabajo, porque las personas pueden trabajar en lo que les llena y les apasiona, la cultura se reivindica como elemento central [vii].
Entretanto, mientras nos sentamos a esperar que llegue esa utopía lejana, el papel que puede jugar la cultura ya en la actualidad es el de proveer de pensamiento crítico y capacidad creativa a las generaciones que tendrán que competir contra las maquinas durante las próximas décadas.
Y todos estos principios: pasión, creatividad y conocimiento libre… nos llevan indefectiblemente a la ética hacker que ya describiera Pekka Himanen en 2001 [viii], obra fundamental que nos ha ordenado las ideas a una legión de seguidores y se ha convertido en el libro de cocina hacker por excelencia. La ética hacker se concibe como un nuevo paradigma que desborda la ética protestante y su concepción redentora del trabajo, para construir una nueva escala de valores basados en la libertad, la curiosidad, la verdad, el espíritu colaborativo, el acceso libre a la información o la igualdad social.
Como consecuencia de esta escala de valores, que parece instalada de serie en el inconsciente colectivo de los nativos digitales, como si de una BIOS se tratara, se está produciendo de forma silente, pero disruptiva, la construcción de un nuevo sujeto político.
Durante dos siglos, el único movimiento capaz de organizarse y adquirir identidad en Europa, es decir, de construir un sujeto político transformador, fue la clase obrera. Pero ahora, en la era de las redes, los parias de la tierra, los olvidados, la clase sub trabajadora: el parado de larga duración, la trabajadora parcial forzosa, el joven exiliado laboral, el que sobrevive a base de contratos temporales, la que trabaja en negro, el pensionista que cuida a los nietos…, se reivindican como sujeto político de primer orden. Y, de pronto, éstos, se encuentran en las redes con el pequeño empresario, el artista intelectual, el profesional liberal o la funcionaria indignada, conectando entre sí por intereses y expectativas transversales en torno a discursos aglutinadores (los de abajo, el 99%…)
Como dice André Gorz, el trabajo ha perdido su papel central tanto para la explotación como para la resistencia. No es casual que la Nuit Debout, la versión francesa del 15-M, que ha estallado como consecuencia de la reforma laboral, no lo lideren sindicatos obreros, sino movimientos de indignados.
Así, mientras el proto-hombre de las primeras revoluciones industriales, su arquetipo, desde un punto de vista político, fue el líder sindical; el proto-hombre/mujer [ix] de la Cuarta Revolución Industrial, el sujeto político transformador, serán makers [x], activistas, artistas, emprendedores sociales, o todo al mismo tiempo, como si fueran una reencarnación del hombre del Renacimiento… conectados transversalmente a través de redes distribuidas, liderando a su pesar, multitudes, que no masas, de los “de abajo”. El próximo Lula será un hacker.
Publicado originalmente en URBS 6(2), número especial sobre Smart Cities: realidades y utopías de un nuevo imaginario urbano.
La Secretaría General Iberoamericana, SEGIB, me invitó a reflexionar sobre el papel de la cultura en la resolución de problemas urbanos, en el contexto del seminario “Cultura Urbana para la Inclusión Social en Latinoamérica”, que se celebró en Bruselas el 21 de abril de 2016. Este artículo fue la base de mi ponencia. (Nota del autor).
La imagen de portada es Everybody needs a hacker (even hackers) by Alexandre Dulaunoy via Flickr
[i] Erik Brynjolfsson y Andrew McAfee, 2011, Race against the machine: how the digital revolution is accelerating innovation, driving productivity, and irreversibly transforming employment and the economy, Cambridge, MA, The MIT Press.
[ii] Thomas Piketty, 2014, El Capital en el siglo XXI, México D.F., FCE.
[iii] Paul Mason, 2016, Postcapitalismo, el futuro que nos espera, Barcelona, Paidós.
[iv] Jeremy Rifkin, 2015, Sociedad de coste marginal cero, Barcelona, Paidós.
[v] Las Indias, 2015, El Libro de la abundancia, Biblioteca de Las Indias.
[vi] Imprescindible el trabajo global de FLOK Society sobre el Buen Conocedor desde Ecuador.
[vii] Crítica: La principal línea crítica que desmontaría el anhelo del acceso masivo a la alta cultura la tenemos en los abultados datos del share de los programas de “telebasura” frente a los programas de televisión culturales, ejemplo de la vigencia del sempiterno dilema entre Apocalípticos e Integrados que presentó Umberto Eco en su famoso ensayo ya en 1964.
[viii] Pekka Himanen, 2001, La ética hacker y el espíritu de la era de la información.
[ix] Crítica: la feminización del movimiento maker y hacker es todavía una asignatura pendiente.
[x] Makers o hacedores son personas que piensan, diseñan, prototipan y fabrican cosas según la filosofía “hazlo tú mismo” y casi siempre en comunidad. Son una nueva versión del hombre total del Renacimiento.