El grafiti es un arte canalla y antiguo que ha traído a nuestras ciudades el color que les faltaba. Con un silencio de protestas a voces, de burlas impertinentes, ha pasado de los túneles a los museos, de los sucios callejones a las fachadas vírgenes, criticando a muchos y convenciendo a todos. El grafiti es ya una de las bellas artes, y los artistas urbanos intelectuales armados de spray y esténcil. Herederos del poeta, nos queda la palabra. Y el dibujo. blogURBS se complace hoy en charlar con Stook, grafitero culto y dervengonzado.
Sabemos que la vida de la obra urbana será breve. Pronto será borrada, repintada, taggeada, sólo es posible dejar constancia de la intervención mediante la fotografía. El arte urbano, la fotografía, el vídeo e internet se aúnan para vencer al tiempo, pero también el vídeo y la red son piezas condenadas al olvido. ¿Hay que conservar la pieza o importa más el proceso?
Todo es efímero, nada permanece.
La esencia está en la acción, el momento es lo que importa.
Todo lo demás es superfluo, conservar el recuerdo es sólo eso, un recuerdo, pero ese momento es irrepetible, esa noche, esa calle, ese trazo, el olor de la pintura, no volverán. La adrenalina no se puede guardar en una foto o un vídeo. La adrenalina fluye por tu cuerpo en el momento, y sólo regresa cuando vuelves a pintar. Por eso es tan adictiva esta disciplina.
La documentación del trabajo sirve para mostrar obra antigua y como colección de cromos, pero hay que estar en la calle. Si la obra desaparece, desaparece tu rastro, y sin rastro, en la calle estás muerto.
Engañosamente, el arte urbano parece construido con conceptos sencillos, un número reducido de trazos, una secuencia familiar, una firma en la pared. Sin embargo, cuántas horas se necesitan para madurar una idea, para alcanzar las líneas mínimas necesarias, para encontrar una localización, un efecto óptico. Igualmente, una obra colectiva, una pared enorme, una escena afterpop que debe ser realizada con rapidez, sprays y plantillas para acelerar la ejecución. El tiempo se escapa entre los dedos del artista urbano.
Nicolás Copérnico abogaba por la belleza de lo simple.
Ahí está la clave!
Conseguir la sencillez es lo más difícil, es un arduo proceso de trabajo hasta llegar a la raíz. De lo complejo a la estructura base, en un proceso de abstracción y esquematización comparable al seguido por Mondrian desde sus primeros árboles a sus últimas obras geométricas.
El trazo tiene un componente Zen. La respiración pausada y el cuerpo enraizado nos conectan con la energía del universo y se manifiesta en cada signo que trazamos.
Es como una danza que deja su rastro de color en el soporte.
El efecto catártico que produce la repetición del gesto en diferentes localizaciones sirve como terapia para muchos escritores que buscan la evasión de sus problemas diarios en estas escapadas nocturnas.
El tiempo es crucial en este tipo de acciones ilegales, es un asalto a mano armada, en cualquier momento puedes ser descubierto y no hay tiempo que perder!
Autores anónimos que dibujan con nocturnidad, capuchas, un plan rápido de intervención. Sin embargo, la obra se reduce a una firma o a un dibujo sencillo que se repite cientos de veces en localizaciones diferentes. El autor anónimo firma su obra, la obra es su firma. No se trata de ser reconocido, sino de mantener el secreto de una firma gritada a voces. El silencio nocturno es un megáfono. La firma repetida es el goce de ser conocido y desconocido al mismo tiempo. ¿El autor ha muerto o sólo se esconde?
El graffiti es una sopa de letras con estilo.
Para el público foráneo sólo es ruido visual; únicamente el conocedor del lenguaje puede leer los estilos y reconocer a los autores en las diferentes localizaciones.
El graffiti reivindica la firma como obra de arte, al igual que Piero Manzoni al firmar a sus modelos las convertía en obras de arte, el escritor de graffiti va transformando el entorno urbano con pequeñas acciones hasta convertir la ciudad en una gran obra de arte.
En mi caso, la firma es sustituida por un icono que logra diferenciarse del amasijo de letras que lo rodean consiguiendo atraer la atención del espectador, que es de lo que se trata al final. Sobresalir entre los demás.
Intromisión en la vida pública, apropiación con nocturnidad del espacio de nadie, que es el de todos. La protesta no es política, sino experiencial, personal, solos contra el mundo. ¿Cómo puede llevarse este concepto a una sala de exposiciones y no morir en el intento?
La acción directa en la calle es una respuesta al encorsetamiento social al que nos encontramos sujetos, es la mínima expresión de violencia, es un grito sordo de protesta, es una llamada de atención, de socorro, una vía de escape de la monotonía diaria.
El graffiti está en la calle, y cuando cambia de espacio muta y se adapta.
Al entrar en una sala expositiva, ya no es graffiti, es otra cosa.
No muere, muta.
Postfanzine, el cómic salta de las páginas a las paredes. Muchas revistas gráficas fueron un modelo de crítica social inteligente y ácida, y el arte urbano recibe desde hace años el interés de las salas de exposiciones y las facultades de bellas artes. El extraño caso del Doctor Jeckill y Mister Hyde. ¿Dónde termina el vándalo y dónde comienza el artista?
El autor nace y crece en la clandestinidad, y sólo sale a la luz una vez es asimilado por la sociedad, y a veces tampoco. La máscara del anonimato es el disfraz de superhéroe que todo escritor de graffiti viste cuando sale a bombardear la calle.
Al principio no sabemos si es héroe o villano, por eso se esconde hasta que su trabajo alcanza el reconocimiento social y puede “salir del armario” dando la cara cuando deja de ser perseguido como vándalo y alcanza el estatus de “artista”.
Por otro lado, los entes vampíricos relacionados con el arte muerto necesitan de nueva sangre para sobrevivir, y por ello han puesto su foco en la calle, porque ahí es donde nacen las ideas, en el arte “oficial” ya no hay nada nuevo.
Las ferias de arte están llenas de intentos frustrados de llamar la atención de un público zombi que pulula las salas sin siquiera ver lo que tienen delante de sus narices. Son los mismos zombis que pasean por la calle, pero el arte urbano te asalta en cualquier esquina sin pedirte permiso, es feo, desagradable, te escupe las cosas a la cara, te despierta y te hace reflexionar, o al menos eso es lo que yo intento.
Por eso lo quieren, quieren su frescura y su descaro en su galería, pero este arte no se puede embotellar como el aire de París de Marcel Duchamp.
Imagino un proyecto colosal, ilimitado, la universidad entera, la estación de autobuses, el ayuntamiento, un barrio entero, toda la ciudad decorada por una legión de artistas urbanos. Viviríamos en el sueño alucinado del artista o en la pesadilla nocturna del grafiti. Si las mentes bienpensantes pueden rediseñar la ciudad a golpe de engendro y especulación arquitectónica, ¿por qué no una respuesta de orden épico, una superproducción cinematográfica en la calle?
La limitación es legislativa, no puedes ocupar el espacio público sin un permiso que previamente haya sido redactado por las autoridades “competentes”.
Esto lleva al artista con la necesidad de pintar a una acción directa, rápida, más pequeña e inmediata.
Las obras de gran formato necesitan una infraestructura difícil de ocultar a simple vista y un coste de producción que se escapa de los medios propios del artista, por lo cual es necesaria una educación institucional para fomentar este tipo de acciones de un modo más libre y espontáneo.
Lo que no puede ser es que quieran arte grande, bonito, legal y encima gratis.
Si es gratis no te va a gustar, y si quieres que te guste, págame!
Arturo Perez Reverte plantea en “El francotirador paciente” la hipótesis de un artista urbano de referencia mundial que sugiere acciones de este tipo utilizando las redes sociales como medio de difusión y retando a todos los “graffiteros” de una ciudad para realizar una acción conjunta de asalto en masa.
Esta sería una buena manera de poder ejecutar una acción de este tipo, porque, como he dicho, el tiempo es un factor clave.
La organización de grupúsculos descentralizados con una meta en común sería la base para poder operar de manera anónima, ilegal y masiva.
Pero la anarquía sin sentido común no sirve de nada.
La coordinación para un proyecto de esta envergadura es imprescindible, ya que de otro modo se puede convertir en caos y no conseguir el resultado deseado.
Hasta el en caos existe una intencionalidad de orden oculta.
Si no, dale un bote de pintura de un color aleatorio a cada alumno de la universidad y carta blanca para actuar, a ver qué sale 😉
Seguro que con la mitad del precio de uno de los últimos cuadros que D. Jesús de Haro ha pintado para el paraninfo de la universidad te pinto yo un aulario entero.
Por ejemplo, el edificio de ciencias, que tiene un muro interior de hormigón triste y aburrido que me llama por las noches en sueños suplicando un poco de color sobre su desnudo cuerpo gris.
Os animáis?
STOOK
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