Las guías, los planos turísticos, los mapas geográficos, los folletos y, últimamente, los recorridos de Google Maps son las opciones más utilizadas para transitar una ciudad en términos de conocimiento o de un punto de partida a un punto de llegada, simplemente. La ubicación es el “usted está aquí” de antaño, y de manera sencilla, los y las transeúntes llegan al lugar deseado. Se trata de una forma de manualizar la ciudad, ya sea a través de edificios de interés histórico o artístico, o de conseguir avanzar lo más rápido posible. En cierto sentido, es reducir a lo mínimo indispensable.
Desde que Eugène Atget fotografiara la ciudad de París, muchos han sido los fotógrafos y fotógrafas que la han reproducido y, con ello, han ido cambiando su percepción. Por lo tanto, la ciudad no es solo una construcción física, sino también un evento mental [i], una cuestión fenomenológica que va más allá del rango tangible.
Por otra parte, la representación esquemática en dos dimensiones, esto es, el plano, es también una mirada cultural, pero desde un punto de vista que, en muchas ocasiones, contiene algo de perversidad en todas las dimensiones de la palabra. Añadir capas de información a una imagen-plano es acotarla a valores preestablecidos en consonancia con los parámetro históricos, sociales, económicos y políticos; y apilar todas las capas no genera aprehensión de completitud.
Así, subvertir el plano e ignorar sus hitos supone desenfocar la trama y adoptar una metodología sin casuística: es decir, sistematizar el proceso, repetirlo y redimirlo de toda cuadrícula. En consecuencia, el plano se convierte en una imagen-papel sobre la que dibujar recorridos, y el recorrido un lugar de reconocimiento. En definitiva, desmontarlo para generar nuevas formas de significación desvinculadas del hito o del trazado y más conectadas con el gesto y el trayecto.
Lo urbano se presenta en toda su lógica pero desmanualizada, plena de actividad como corresponde, sin la intromisión de los estamentos previamente introducidos; con sus luces y sus sombras, con su rapidez, con su instantaneidad, con sus vacíos y sus llenos; recorrida, transitada, percibida, pensada y capturada; sin indicaciones.
El trabajo sistemático de fotografiar que, desde 2011, lleva a cabo José Mesa (cuyo pseudónimo es Mataparda), pone de manifiesto estas cuestiones. Centrado en Santa Cruz de Tenerife, pero susceptible de efectuarse en cualquier lugar, la ciudad se presenta como una trama de líneas y como un cúmulo de imágenes al mismo tiempo; las unas con las otras. Obviando los límites y los “puntos de interés”, se genera, sin embargo, una red de singularidades que dotan a lo urbano de una percepción que va de la bidimensionalidad horizontal, esto es, el plano, a la vertical, la fotografía, multiplicando el continuum cotidiano del tránsito en todas las direcciones, también la simbólica.
El territorio y el paisaje urbano quedan así vinculados y desvinculados al mismo tiempo, de modo que se produce el extrañamiento de las partes con el todo: no es seguro que las primeras formen el segundo, de la misma manera que es una suposición que ese conjunto esté formado por esas unidades.
Mataparda construye otra ciudad que no es la que queda en el intermedio entre el plano y la fotografía, sino que transforma ¾potencia mediante la imagen¾ lo relativo a lo urbano, tanto en sus ismos, entendidos como espacio, como en su transcurso, entendido como tiempo. Más de nueve mil fotografías componen este trabajo que se desarrolla de forma procesual [ii]; la luz, los elementos formales o la gama de colores van deconstruyendo el plano para desmanualizar la aprehensión de la ciudad.
Quizás no sea esta la intención del fotógrafo, pero, si no es así, esto también lo ha conseguido.
[i] Ana M. Moya Pellitero, La percepción del paisaje urbano, Madrid, Biblioteca Nueva, 2011.
[ii] Todo el material puede consultarse en https://www.flickr.com/photos/liferfe/albums/72157665934059032