Abierto está el rostro del rey Amenemhet [1]. Mira al señor del horizonte recorriendo el cielo. Amenemhet contempla la belleza del sol [2].
La unión del cielo y la tierra se encuentra en lo que conocemos como horizonte, aquella línea que se halla al final de lo que la vista alcanza [3]. La composición etimológica de la palabra da luces sobre la naturaleza misma del horizonte, a la cual se le han atribuido distintas raíces. En castellano, la palabra horizonte proviene del latín horīzon, que a su vez está relacionada con ontis, vocablo derivado del griego antiguo ὁρίζων (horizōn) ‘lo que limita’. Óρίζων está compuesta por ορίζω (orizo, orixo), que se traduciría en castellano como ‘limitar’. Según esto, al hablar de horizonte estamos hablando inmediatamente de límite [4]. Por su naturaleza específica, estamos hablando del límite que marca la unión entre los cielos y la tierra, por ende, entre lo divino y lo humano.
La consideración del horizonte ha estado presente a lo largo de la historia de la humanidad. Interpretar el horizonte es interpretar la posición de lo humano respecto a lo divino, la tarea por excelencia que recae en manos del hombre. Ante semejante tarea, se ha realizado un estudio a través de parte de la historia del arte del mundo occidental para comprender, mediante la representación, la concepción de este horizonte. Se escogieron seis periodos en particular: arte del Egipto antiguo, arte de la Grecia antigua, Helenismo, arte Bizantino, arte Gótico, y finalmente, Renacimiento. Expondremos brevemente los tres primeros.
En términos bastante generales, hemos encontrado cómo en cada uno de los periodos estudiados, el desplazamiento del horizonte pictórico (incluso su aparición o desaparición) está estrechamente ligado con la concepción del mundo binario compuesto entre cielo/tierra, dioses/mortales.
Periodo egipcio
En este periodo, la muerte es el factor principal que determina el arte, e incluso la forma de concebir la vida, y por ende, el mundo. Las pinturas funerarias que decoran los muros de las salas donde reposan los sarcófagos de los faraones presentan un fondo, generalmente blanco, que sirve de soporte a diversas escenas. El egipcio entendía bien las diferenciaciones de espacios, tenía facilidad para representar las orillas del Nilo, las tierras fértiles y las no fértiles. Por tanto, este espacio pictórico blanco no hace alusión al desconocimiento, o a una imposibilidad pictórica de representación espacial, sino a un espacio de carácter ambiguo que permite el intercambio y la coexistencia de los dioses con los mortales. Ese encuentro se lleva a cabo donde cielo y tierra se unen, en el horizonte.
Antigua Grecia
Según las descripciones literarias de la actualmente extinta pintura monumental, junto con la cerámica pintada y la magnífica escultura realizada en este periodo, podemos apreciar un espacio con características similares al identificado en el periodo egipcio, con importantes cambios. Ya es conocida la relación del griego con la divinidad, fundamento de toda su estructura cosmogónica. Este vínculo se evidencia sobre todo por la perfección técnica que alcanza la escultura en base a la proporción áurea [5], que vincula inmediatamente el cuerpo humano con la naturaleza. Al vincularse con ella, se vincula también con lo divino. El descenso constante de los dioses al dominio de los mortales y, sobre todo, el dar a la divinidad una corporeidad humana, es el reflejo de la coexistencia de lo divino y lo terreno para los griegos, aunque es claro que se distingue el espacio existencial entre cada uno de los reinos (Olimpo – Tierra – Hades). Pictóricamente, el espacio comparte las características ambiguas del egipcio. Nuevamente se está representando el horizonte como espacio de conexión entre el reino de los cielos y el territorio de los mortales.
Helenismo
La transmisión y prolongación del conocimiento de la Grecia antigua en el tiempo fue producida en gran parte en el Helenismo, un periodo de transición que significó importantes cambios en la concepción y representación del horizonte. La escultura empezó a tomar un acercamiento mayor al detalle de la expresión, tanto corpórea como facial. Una aproximación mayor a los sentimientos del alma, expresados en el gesto, capturado en el retrato pétreo realizado por manos humanas. Al llegar a Roma, la asimilación de la estructura de los dioses griegos trae consigo una romanización que determinará una faceta distinta de los dioses y héroes maratónicos antiguos. Los héroes son representados pictóricamente bajo los influjos de las pasiones y placeres que ofrece el mundo de los mortales, enamorados, ebrios, e incluso lujuriosos [6]. Es cierto que por naturaleza, incluso desde la concepción griega, los dioses y semidioses estaban constantemente atraídos por estos placeres. Sin embargo, en la Grecia antigua no se representaban recibiendo los premios por sus hazañas, sino durante la acción misma: esta diferencia es el reflejo de la humanización de lo divino en un aspecto distinto al realizado por los antiguos. Es el reflejo de la humanización del mundo que se separa cada vez más de los dioses y de los cielos para centrarse en la tierra. Es en este periodo de separación donde necesariamente aparece la primera línea de horizonte pictórico que evidencia la separación entre el cielo y la tierra.
Líneas abiertas
Estas representaciones espaciales pictóricas están compartidas por la construcción de aquellas interpretaciones que finalmente está a cargo de la arquitectura. Acompañada por las demás artes, la arquitectura consolida la concepción de la relación entre el cielo y la tierra.
Este estudio previo está dirigido a comprender cómo ha sido re-interpretado el horizonte a lo largo de la historia, para así identificar su papel actual. ¿Se continua re-interpretando? ¿Se abolió la consideración del cielo y la tierra? ¿Se da como cumplida y completa la tarea creyendo que es una responsabilidad que sólo le correspondía a la Antigüedad?
¿Qué pasa cuando la arquitectura deja de lado la consideración del horizonte?
[1] Faraón, fundador de la XII dinastía egipcia, reinó de 1976 a 1947 a.C.
[2] Inscripción en la cúspide de una pirámide, consignada en Wilhelm Worringer, 1965, El arte egipcio: problemas de su valoración, 3ª ed., Buenos Aires, Nueva Visión, p.63.
[3] Siempre y cuando no se tope con obstáculos a su paso.
[4] Ver Eugenio Trías, 1991, Lógica del límite, Barcelona, Destino.
[5] Ver Matila Ghyka, 1977, The proportions of art and life, Nueva York, Dover.
[6] Ver Georges Méautis, 1948, Las obras maestras de la pintura griega. El arte y los artistas, Buenos Aires, Argos.