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Collage y arquitectura, la forma intrusa

Santiago de Molina 7 abril, 2015

Santiago de Molina publica en 2014 «Collage y arquitectura. La forma intrusa en la construcción del proyecto moderno» (Sevilla, Recolectores Urbanos), una versión adaptada de su tesis doctoral en arquitectura. En ella, discute con erudición e inteligencia sobre la presencia del collage en la forma arquitectónica durante el siglo XX, desde Le Corbusier hasta Rem Koolhaas. Amablemente, el profesor de Molina se prestó a responder para blogURBS la breve entrevista que reproducimos en este post.

Los límites entre las disciplinas artísticas y la arquitectura son difusos, no sólo en los autores que tratas en el libro, sino en tu propio modo de vincular el collage y la arquitectura. Quizá sea un reflejo de la situación actual de las disciplinas clásicas, que se han venido diluyendo a lo largo del siglo. ¿Crees que las escuelas de arquitectura están preparadas para abrirse a los contenidos de otras disciplinas? Pienso en las bellas artes, pero también en las ciencias sociales.

Los límites de las disciplinas son cada vez más difusos pero curiosamente los núcleos de cada una se ven reforzados con el paso del tiempo. Al hilo de tu pregunta, te diría que, ahora mismo, lo que está sucediendo en las escuelas de arquitectura es precisamente un doble movimiento: el repliegue a lo más puramente disciplinar como tabla de salvación y la búsqueda con mayor ahínco en otros campos inexplorados.

Hay que tener presente, con todo, que el discurso de la arquitectura ha estado muy contaminado desde hace mucho tiempo, no sólo por las ciencias sociales o las bellas artes, sino, incluso más recientemente, por la biología o la filosofía mismas, y los resultados no han sido precisamente productivos. Dramáticos, diría más bien.

Hoy contemplamos todas esas injerencias que nombras con escepticismo… Y, sin embargo, ¿quién puede decir que el collage es una injerencia del arte en la arquitectura? ¿Acaso el collage es otra cosa que una forma de trabajo primitiva y tras-disciplinar? Por decirlo de un modo retórico, ¿acaso Eva no era el collage de una costilla de Adán?…

Creo por eso que no es un problema de límites disciplinares el que se da ahora mismo, sino de las especificidades de cada disciplina. ¿Dónde está lo medular de lo arquitectónico? Creo que es en torno a esas preguntas desde donde se están dando hoy los debates más productivos en la enseñanza.

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El arte contemporáneo rechaza para sí mismo el apelativo de artístico. Muerto el arte, el concepto artístico se ha constituido en un acompañante necesario para dar contexto y sentido a la obra. En tu libro, parece que la arquitectura necesita todavía encajar en sus lenguajes el sentido del collage o del pastiche postmoderno para darlo por válido. No sé si esto implica que ya habéis asumido esta visión conceptista de la obra, o si se trata de una resistencia de los arquitectos ante la invasión de las técnicas de producción artística.

Creo que el inagotado asesinato del arte es una causa abierta. Los arquitectos, que siempre llegamos tarde –por algo la arquitectura es una arte de retaguardia–, poco hemos logrado dar por sabido de forma colegiada. Sin embargo, volvemos a viejos temas, eso sí, de modo colectivo, y el tema del collage flota por la propia esencia de la arquitectura contemporánea y sus formas de hacer.

El collage, por si no fuese poco, sigue ofreciendo un sistema de pensamiento y de trabajo de absoluta contemporaneidad. Puedes verlo, por ejemplo, si piensas en el contenido de la reciente Bienal de Venecia, donde el comisario, Rem Koolhaas, hace un llamamiento a todo arquitecto a comportarse en términos de un auténtico bricoleur. Sin entrar a discutir el motivo profundo de una exposicion basada en los “elementos” de la arquitectura (no me imagino una bienal del arte donde los artistas dedicaran sus energías a pensar sobre el lienzo, el pincel y el óleo como los elementos de su oficio), el problema contemporáneo de la arquitectura está en la sintaxis necesaria para que ésta se produzca. Y es ahí donde el collage se ofrece como una de las últimas gramáticas de creación posibles.

Efectivamente, cuando el mercado ofrece soluciones de catálogo como única salida a la construcción en términos de seguridad, garantías y normativa, incluso en términos de precio, el arquitecto está obligado a ver equivalencias en su trabajo con el realizado por Picasso con trozos de cerámica, cajetillas de tabaco, cuerdas y viejos periódicos.

Le Corbusier - Boîte d'allumettes 1963_1 - composición

Le Corbusier. Boîte d’allumettes, 1963

Después del postestructuralismo y la teoría queer, las prácticas culturales ya no se legitiman por su origen sociohistórico ni por una causalidad determinista, sino por la apertura de sentido explícita en el valor performativo de la palabra y del acto público. En esta línea, también el producto arquitectónico puede ser valorado como un esfuerzo retórico, un intento de influencia que tiene una marcada dimensión política. ¿El concepto arquitectónico es finalmente artístico, técnico o político? (Quizá esta distinción carezca ya por completo de sentido.)

La arquitectura tiene una innegable dimensión política, pero no es política. Igualmente posee una finalidad cercana al arte, en el sentido que quiera darse hoy a esa palabra. Pero de serlo, es un arte con razones técnicas.

En fin, me temo que la arquitectura es arquitectura, siguiendo la maravillosa tautología del mundo futbolístico.

El postmodernismo ha renovado nuestro lenguaje y nuestro pensamiento hasta ser uno de los mejores representantes de la cultura de nuestra época. Sin embargo, muchos sufren con ello la marginación del statu quo, la contracrítica de las mayorías tradicionalistas en la narrativa, la filosofía, la ciencia o la política. Me pregunto si los arquitectos son conscientes de que están participando de esta gran renovación cultural, y de que esto exige una renuncia a la comodidad de las identidades y un esfuerzo por introducir en su lenguaje los arriesgados discursos con los que se está reconstruyendo la cultura de nuestra época.

Curiosamente, y hablando de la posmodernidad, los arquitectos –y he aquí la excepcion que confirma la regla– fueron los primeros en abanderarla y los primeros en darla por concluida. Hoy tu afirmación de que el posmodernismo es representativo de nuestro tiempo no resultaría aceptable para una gran parte de la profesión. En arquitectura, la posmodernidad puede identificarse con lo sucedido en los años setenta y ochenta, con Venturi y con las interpretaciones que hicieron de sus textos el recientemente fallecido Michael Graves y tantos otros.

La renovacion cultural a la que aludes como posmodernismo coincide, eso sí, con un momento de postrimerías. Y, si bien se comparte la sensación de un cambio inminente, por ahora sólo vemos cómo se extingue una época, y se hace dificil decir nada con palabras que no hayan sido ya usadas. Vemos el desgaste, sus resultados y sus escombros, pero no somos capaces de vislumbrar nítidamente el horizonte.

Sin embargo, con esos escombros… Verdaderamente, dan ganas de construir algo con ellos.

Koolhaas - Casa de música, Oporto

Rem Koolhaas – Casa de música, Oporto, diseñada en 1999, construida entre 2001 y 2005 (tb., imagen de portada). Imágenes de Miguel Vicente Martínez Juan en flickr

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About The Author

Santiago de Molina

Arquitecto por la ETSAM (1997) y doctor arquitecto por la UPM (2001) con una tesis sobre el collage en arquitectura. Ha colaborado en el periodo de 2001 al 2007 en el estudio de arquitectura de Rafael Moneo. Profesor de Proyectos, desde 2001, en la universidad San Pablo CEU de Madrid, actividad que compagina con el trabajo profesional en su propio estudio. Director del grupo de investigación Contextos de la Arquitectura, y del Máster en Estudios Avanzados de Proyectos Arquitectónicos de la universidad San Pablo CEU de Madrid. Redactor de La Ciudad Viva (www.laciudadviva.org) y editor de Múltiples estrategias de arquitectura (www.santiagodemolina.com), página dedicada a la divulgación e investigación de los procesos del proyecto arquitectónico.

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