[…] Desde lejos comprendemos que las posibilidades técnicas que el sujeto incorpora a la arquitectura no sólo no impiden la emergencia de sustratos oníricos a nuestra realidad, sino que incluso dichas posibilidades articulan esos mismos contenidos oníricos. Podría decirse, yendo incluso más allá, que el espectro de realidades técnicas que define una cultura es en verdad producto de nuestros sueños –en el sentido de un deseo que precede al acto–, aun cuando éstos, por momentos, cobren el aspecto de una pesadilla. En lo referente a lo que en adelante exploraremos, es preciso añadir que el rechazo a incorporar nuevos estratos –fenoménicos, conceptuales, etc. – a nuestro esquema de realidad, no sólo acaba por eclipsar o, en su caso, impedir la iluminación de particulares rasgos de ésta, sino que deseca nuestra fantasía –y con ello anula la germinación de nuevos brotes de realidad–. En este sentido, la adopción de nuevas posibilidades técnicas en el ámbito arquitectónico permite dar forma a un renovado organicismo –en el que el sustrato onírico no ocupa un lugar menor–, desde el que hemos de celebrar la incorporación de nuevas ‘especies’ a nuestro imaginario cotidiano. En oposición a esto último, el rechazo a asimilar dichas posibilidades nos ancla, paradójicamente, a un escenario irreal y fantasmático, nos expulsa de nuestro tiempo.
Podemos, en consecuencia, advertir –yendo a un lugar común– la distancia existente entre propuestas en principio reacias a la incorporación de materiales remitentes a una renovada fenomenología arquitectónica, como, por ejemplo, la presentada por Juhani Pallasmaa, y las expuestas por aquellos teóricos y arquitectos que comprenden su actividad en relación con una problemática que recorre de abajo arriba el espacio social y que busca –y en ocasiones encuentra– soluciones poco antes apenas imaginables. La posición del arquitecto finlandés, próxima a la filosofía heideggeriana en referencia al peso que adquieren los conceptos de ‘arraigo’ o de ‘fundamento’ en sus planteamientos teóricos, así como desde su rechazo al empleo de materiales capaces de acrisolar nuevos contenidos semánticos no coincidentes con los tradicionalmente manejados, deja de lado ya no sólo las necesidades, sino asimismo las posibilidades del sujeto contemporáneo. Siendo de interés los principios que articulan su fenomenología arquitectónica, su campo de aplicación resulta reducido, dado su aparente desacuerdo con la posibilidad de que una pluralidad de materiales asimilados por la construcción contemporánea sustituya a otros como la madera o la piedra a la hora de acrisolar sobre sí un vasto tejido de relaciones semánticas –entre las que destaca la derivada de la memoria háptica, núcleo de su fenomenología–. Sabido es, en este punto, que cada estrato cultural incorpora sus formas, materiales, sueños y fantasmas: la adopción de emergentes objetualidades capaces de generar distintos modelos de percepción, e incluso de enraizamiento –si es que no deseamos habitar un pasado irreal y esquivo a lo venidero–, no sólo es una opción estética en su sentido limitado, sino, asimismo, en uno amplio, dado que permite afianzarnos justamente sobre las coordenadas culturales que definen nuestro modo de intelección de lo real. La búsqueda de un renovado organicismo en el ámbito arquitectónico pasa por la convivencia con nuevos materiales, formas y tipos de construcción, desde los que nos veamos capaces de organizar nuestra realidad sin dejar de lado nuestro mundo de ensueños. Para el sujeto, tan importante resulta no perder el vínculo con su pasado como no quedar rezagado respecto de las posibilidades de futuro: el arraigo debe ser, pues, en doble sentido.
Sin salirnos de este terreno, si bien orientando estas nociones hacia el eje de nuestro estudio, cabe comenzar por afirmar que la asimilación de nuevas posibilidades técnicas por parte del objeto arquitectónico constituye un primer paso a la hora de definir una renovada visión de mundo, una imagen del mundo, entidad de natural simbólico que, si bien en un primer momento generará estupor a quien se acerque hasta ella, progresiva y deseablemente favorecerá un vínculo entre el sujeto y su entorno, siempre que se acepte la transformación como fundamento de lo existente, y que el objeto satisfaga un conjunto de necesidades. De incorporar este elemento a las consideraciones previas, quedará ampliado nuestro radio de exploración, y nos situaremos, consecuentemente, ante un modelo arquitectónico definido desde su capacidad para integrarnos en un orden dado de realidad. Todo ello, siempre que el resultado sea óptimo, en la medida en que la presencia y capacidad de un objeto tenido por imagen del mundo es tal que, de darse un resultado inadecuado, contrariamente a lo esperable, expulsará al sujeto de su orden de realidad. Siguiendo con nuestra aproximación, y retomando una cuestión antes planteada, encontramos que una arquitectura encaramada hacia el futuro en lo relativo a su disposición de acoger nuevas posibilidades técnicas, permite no sólo la emergencia de un renovado organicismo y espectro objetual, sino también, conjuntamente, la ampliación de las dimensiones perceptivas del sujeto, así como del tejido fenomenológico conformado a través de aquéllas. Si regresamos a Pallasmaa, encontramos que su propuesta, asentada sobre particularidades que hunden sus raíces en la especificidad, el clima o la historia de su marco territorial, resulta poco menos que inviable no sólo en estratos de realidad económicamente no favorecidos, sino también, incluso, en ámbitos que no participan de la especificidad escandinava, delatándose con ello una perspectiva en exceso nostálgica, delatora de una visión utópica en relación con cuanto de utópico tiene el pasado. Este tangencial acercamiento a la postura del finlandés resulta suficiente para, en adelante, alejarnos de ella conforme a la creencia en la necesidad de un enraizamiento no sólo con el pasado, sino asimismo con el presente/futuro, todo ello a partir de posibilidades emergentes. Lejos, no obstante, de rechazar en bloque su ideario, podríamos añadir la conveniencia de tomar algunas de las demandas de Pallasmaa, con el objeto de trasladarlas y vincularlas con el empleo de técnicas y materiales óptimos para satisfacer las necesidades del mundo actual o, en su caso, venidero. Todo ello con el objetivo de favorecer la óptima articulación socioeconómica de un entorno necesitado de respuestas no sólo particulares, sino comunes y de largo alcance.
Lo decisivo, por ahora, en todo ello, consiste en comprender que la preservación de un marco fenomenológico óptimo para el mantenimiento de un lazo con el pasado no implica la perpetuación de su orden objetual, pues, de ser así, fácilmente el sueño deviene en fantasma, en un habitar una realidad ilusoria en tanto que inexistente. El enriquecimiento de nuestro imaginario con el empleo de nuevos materiales, formas y modelos arquitectónicos permite por el contrario incorporar a la realidad presente del sujeto un espectro de contenidos –ceñidos a la realidad que habitamos– compuesto de materiales onírico-orgánicos, desde los que resulta posible la vertebración de un actualizado modo de interrelacionar con la realidad. Aun cuando las consideraciones que en adelante propondremos nos obligan a dar un nuevo salto, dado que nos acercaremos a un modelo de construcción definido y vinculado a un aspecto o estrato del mundo sobreimpuesto sobre un marco cotidiano desde su situación hegemónica, resulta de interés aproximarnos a él, dado que, como objeto priorizado que socialmente es –de nuevo en relación con su capacidad para imponer, articular o, en su caso, poner en duda diferentes idearios–, como objeto asimismo definidor de un paisaje global –el de la gran urbe contemporánea, asociada a un estadio hipertrofiado de neoliberalismo–, se propone como imagen priorizada de nuestra época, esto es, como galvanización del estado onírico que, de modo tanto material como virtual, da forma a nuestro presente –de nuevo en relación no sólo con concreciones mensurables, sino con nuestros deseos y miedos–. Poniendo de nuevo pie en tierra, engarzando lo hasta ahora expuesto, cabe por tanto señalar que, si bien materiales tradicionales permiten la presencia, el afloramiento de antiguos sueños, vagantes ya como fantasmas en tanto que su momento sin duda pasó, un renovado campo fenomenológico –y semántico, por tanto– permite la asunción de renovadas estructuras de pensamiento –racionales y oníricas– acordes a la contemporaneidad. La actividad del sujeto dedicado a proponer nuevas formas o imágenes de mundo incorpora la responsabilidad de resolver problemas relativos a cómo transferir un estado de cosas del pasado hacia el presente-futuro, más allá de que podamos ver este curso como el tonto girar de una rueda. La potencia con que asaltan nuestra existencia renovadas ensoñaciones, dicho con otras palabras, requiere de un renovado marco fenoménico sobre el que encarnar nuestras promesas de felicidad, válidas para mantenernos en pie aun cuando éstas resulten irrealizables.
La imagen de portada es Proyecto para el Puerto del Rin, Estrasburgo, 2018. Callebaut, Vincent (equipo). Imagen tomada de: vincent.callebaut.org