Como cualquier otra entidad ideal, la ciudad empírica es indemostrable, más bien una compleja y difusa mezcolanza de sucesos, formas, símbolos y rostros en desorden, antes que una entidad orgánica y uniforme que pueda ser entrevista como tal. El único aspecto en que podemos hablar de la ciudad como un todo es en el propio concepto, en la idea que acostumbramos de ella. Vida y muerte de la ciudad son dimensiones que le resultan extrañas, pues tanto la ciudad empírica vive en cuanto va muriendo, como la ciudad ideal es una ficción que hacemos venir a la vida.
La evidencia del lugar se muestra como una multiplicidad de sugerencias, en las formas y en los momentos, lo que, al cabo, no es diferente. Cada forma histórica no sólo se establece como punto de partida para las que habrán de venir y suplantarla, sino que, con un sentido pétreo del tiempo, se resiste a desaparecer, y sus huellas quedan recónditas en la siguiente forma. El tópico afirma que la ciudad es palimpsesto, papiro que ha sido mal borrado –es imposible el olvido–, y en el que se aprecian, más o menos débiles, los rastros de la escritura anterior. Así, como en las imágenes a las que acompaña este texto, cada lugar donde posamos la vista da muestra y guarda memoria de las muchas capas que hubieron hasta dar en él.
La metáfora del palimpsesto nos habla de un pasado que no deja de pasar, que se resiste al olvido. La imagen ideal de la ciudad, sin embargo, habla de un futuro que nunca habrá de llegar, pero que aporta el sentido de nuestro seguir viviendo encaminados hacia él. Teleología del sentido, dirían los idealistas, el concepto se pro-pone, se antepone allá adelante en el tiempo, se nos anticipa, fantasma conceptual, nos desdobla en un imposible yo al que debemos tender, y que, paradójicamente, dirá la verdad de nuestra historia en la medida en que nos vayamos realizando en su inalcanzable persecución. Una Ítaca, un valor, un concepto que no dice quiénes somos, sino en qué estamos tratando de convertirnos.
Este preámbulo innecesario me sirve para traer la colección de imágenes que Anto Lloveras, arquitecto, artista relacional, socioplástico como sus obras, presenta dentro del marco POSTORY, un proyecto de investigación colaborativa dirigido por Eva Botella, posthistoriadora, que pretende producir una reflexión imprevista, descaminante y desordenada sobre los barrios de la ciudad en un tiempo que pasa. Qué signifiquen estas palabras poco importa, o de eso se trata. El magno proyecto de la ciudad ideal, del cual hablábamos, es desmentido en la práctica diaria cuando acortamos el tiempo a su mínima expresión, en el límite del instante, allí donde el lugar y el momento son una y la misma cosa. En el guiño técnico de la cámara que repite una segunda fotografía, las imágenes dobles de Anto revelan la instantaneidad dinámica de lo urbano, un paso mínimo más allá de lo estático, de lo estatuido, trayendo a nuestra mirada un mínimo lapso de tiempo que carece de imagen, de ideal, que nosotros no hemos propuesto, que no hemos anticipado, sino que desafía nuestra mirada en busca del (sin)sentido que el segundo fotograma añade sobre el primero, o al contrario. Mientras nuestros ideales nos dominan y apartan nuestra mirada de homo faber hacia un futurible por el que trabajar, la ciudad sigue su curso desapercibido y radicalmente sin sentido. La ciudad no es un animal que se mueve pesadamente (metáforas orgánicas), ni un universo simbólico que parlotea en múltiples lenguas (metáforas discursivas), sino una piedra que resiste al tiempo, una pared que no se doblega con facilidad, un muro donde el planeta muestra su silencioso imperio.
No hay lección que extraer de estas palabras, mero divertimento estético que dialoga con las fotografías de nuestro artista y compañero. La ciudad nos habla silenciosamente en sus imágenes, así que guardemos silencio también nosotros para dejar que ellas hablen.
La serie completa de imágenes está disponible en https://antolloveras.blogspot.com.es/2018/01/postory-007.html
La imagen de portada es también parte de la serie.