Minorías concienciadas y el efecto bola de nieve
Los ejemplos que vimos en el post anterior nos demuestran que hay multitud de minorías que están trabajando por frenar el despilfarro de alimentos, ya sea a nivel particular (una persona hace unas croquetas con los restos de pechuga de pollo del día anterior), laboral-comercial (un restaurante crea la “bolsa de último recurso” para que las personas que lo necesiten puedan recoger en buen estado los restos de alimentos cocinados, las recogidas para los bancos de alimentos,…), e incluso normativo (algunas cadenas de supermercados ya han modificado sus normas de gestión de los restos de alimentos para que puedan ser aprovechados y que no terminen en un contenedor).
En palabras de Serge Moscovici, actualmente estamos comenzando a vivir el tipo de influencia de las minorías que se conoce como efecto conversión: una minoría (los que intentan que ningún alimento se convierta en un residuo), sin obtener una aceptación sustancial de su punto de vista en un plano manifiesto, puede influir en otras personas de manera que estas revisen las bases profundas de sus juicios, afectando el sistema cognitivo-perceptivo subyacente, es decir, consiguiendo efectos profundos. Todas esas minorías (cadenas de supermercados con nuevos hábitos de gestión de sus residuos de alimentos, restaurantes con la “bolsa de último recurso”, nuevas tiendas con un diseño y marketing comercial moderno y atractivo con productos a granel, etc.) están generando el efecto de bola de nieve o de demostración: la mayor influencia de la minoría aparece en condiciones en las que un miembro de la mayoría deserta de esta y se inclina por la minoría en un punto, o cuando cambia totalmente hacia la minoría. Lo más particular de los grupos minoritarios es que no modifican un juicio, una respuesta o una actitud circunscrita, sino su marco de referencia.
Se estima que en Europa [1], según datos de la Agencia Europea de Medio Ambiente, cerca de un tercio de los alimentos producidos no se consume, y que en todas las fases de la cadena hay desperdicio [2]. La Comisión Europea calcula que solo en la UE se desechan 90 millones de toneladas de alimentos (o 180 kilos por persona), y que gran parte de esos desechos son alimentos aptos aún para el consumo humano. Los residuos alimentarios se han identificado como uno de los aspectos a abordar en la Hoja de ruta hacia una Europa eficiente en el uso de los recursos de la UE.
Según datos de la Comisión Europea, el 42% de las pérdidas y el desperdicio de alimentos se produce en los hogares, el 39% corresponde a las empresas de producción, y el 14% a la restauración. España es el sexto país de la UE que más comida en buen estado tira, en total 7,7 millones de toneladas al año, según datos de la Comisión de 2010. Los cincos primeros son Alemania (10,3 Tm), Holanda (9,4 Tm), Francia (9 Tm), Polonia (8,9 Tm) e Italia (8,8 Tm).
España (los hogares, los supermercados, las fábricas, los restaurantes) debe reducir a la mitad la cantidad de alimentos que terminan en la basura antes de 2025 por imperativo de la Unión Europea. Todo en una sociedad con ritmos de vida cada vez más acelerados, en la que los sociólogos advierten una falta de conocimientos de cocina y cierto desapego por el valor de los alimentos. El Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente trabaja en una hoja de ruta para atajar este problema en los próximos tres años. Se abordará desde múltiples frentes: estudiando los hábitos de consumo de las familias, promoviendo cambios legales relacionados con las fechas de caducidad o consumo preferente, o con campañas de concienciación para ciudadanos, restaurantes o distribuidoras de alimentación, entre otras iniciativas.
Buscar comida en la basura: una tendencia consolidada
Parece un comportamiento establecido en determinados grupos, pero ¿qué es exactamente el dumpster diving? Un estudio realizado por la universidad canadiense Simon Fraser en 2013 lo define como “un fenómeno cultural de una época en el que los sistemas en los países desarrollados han alcanzado altos estándares de eficiencia en el mercado pero no cubren las necesidades de toda la población” [3]. Según dicho estudio, esa eficiencia ha hecho posible tener un suministro amplio y constante de los residuos de alimentos que se pueden encontrar en buen estado en la basura de los países ricos. Hoy en día, cada vez hay más personas que asumen este comportamiento como parte de su repertorio conductual.
La organización Eat by date ha elaborado una guía que, por ejemplo, indica que el salmón es comestible dos días después de la fecha de caducidad si se conserva en la nevera, y seis meses en el congelador. La carne envasada dura de seis a siete días en la nevera y ocho meses en el congelador, las manzanas pueden durar hasta dos semanas. Las fechas de consumo aconsejado generan que muchos alimentos en buen estado sean desechados en la basura.
‘Friganismo’ y desarrollo sostenible
Buscar comida en la basura suele estar ligado a una ideología denominada friganism (del inglés freeganism), un estilo de vida anticonsumista que busca consumir el mínimo de los recursos naturales. Comer alimentos desechados, vestir ropa de segunda mano y amueblar las casas con muebles encontrados en la calle son algunas prácticas de este movimiento nacido en los noventa en Nueva York y con un buen número de seguidores en Europa. Los freegans (de “free”, gratis, y “vegan”, vegano) denuncian la gran cantidad de comida desperdiciada en los países ricos. Para Jessica Aschemann-Witzel, investigadora del Proyecto sobre la Creación de Valor en el Sector de la Alimentación (COSUS) de la Universidad de Aarhus, no tiene por qué haber una ideología concreta detrás de esta práctica: “a veces se trata de personas que lo único que tienen en común es que quieren llamar la atención sobre el problema de los desperdicios de alimentos».
Cambio de escala
Las grandes empresas de alimentación y la elaboración de ingentes cantidades de un producto hacen que sea casi imposible ajustar oferta y demanda, generando con frecuencia un exceso de productos que se convierten en residuos sin haber llegado al consumidor. Este problema, junto con la presencia cada vez más numerosa de consumidores que demandan productos más cercanos, con un proceso de elaboración a una escala más humana, han hecho que cada vez surjan más iniciativas donde el propio productor intenta estar en contacto con el consumidor final, dando un valor de cercanía a sus productos: panaderías artesanas donde se elabora el pan con masa madre en pequeños hornos, queserías y cervecerías artesanales, ganaderos ecológicos, todos intentan que el consumidor se sienta implicado en un proyecto que va más allá de la simple adquisición de un alimento.
Todos estos casos nos remiten al concepto de “prosumidor”, acuñado por Jeremy Rifkin en sus publicaciones, un híbrido donde el consumidor pierde su papel pasivo y se transforma en creador-productor de nuevas realidades que implican profundos cambios y, tal vez, un nuevo paradigma denominado por Rifkin procomún colaborativo [4].
Seguramente, una cita de una persona muerta hace 2385 años, Hipócrates, puede ayudarnos a orientar el futuro: «Que tu medicina sea tu alimento, y el alimento tu medicina.» Y esto se extiende a los aspectos ambientales y la verdadera eficiencia de la cadena alimentaria.
La imagen de portada es de Adriana Pérez Muñiz en flickr.
[1] “De la producción a los residuos: el sistema alimentario”, Agencia Europea de Medio Ambiente, 2014.
[2] Un vídeo interesante de la Agencia Europea de Medio Ambiente sobre salud, medio ambiente y alimentación.
[3] http://www.tandfonline.com/doi/abs/10.1080/07409710.2013.849997
[4] Jeremy Rifkin, “La sociedad del coste marginal cero. El Internet de las cosas, el procomún colaborativo y el eclipse del capitalismo”, Barcelona, Paidos, 2014.
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