¿Qué podemos decir de la magia local? ¿Qué puede aportar el especialista a las prácticas populares y oficiales arracimadas en el turismo? Y de entrada, ¿qué es relatar? Nos preguntamos cómo narrar los pueblos “mágicos” motivados por el exitoso Programa Pueblos Mágicos, proyecto turístico mexicano iniciado con el siglo XXI, que ha montado la amplia y compleja trama necesaria para el funcionamiento de este nuevo nicho de atractivos culturales. Junto a la propaganda y logística nueva, la gente de los pueblos sigue contando al turista las historias que antes contaba. A su vez, en cada pueblo han surgido nuevos elementos narrativos y se han reforzado otros existentes debido a lo que podríamos llamar el relato del pueblo mágico.
Al anecdotario de los orgullos locales se agregan ahora los efectos de la consagración del patrimonio en el amplio estatus de lo tradicional. La puesta en valor de los recursos ha desatado procesos concurrentes en la vaga y ubicua figura de la magia. A ésta apuntan las notas avanzadas en el artículo. Los profesionales de la poesía y la literatura ofrecen pautas del qué y cómo narrar, abundan en ejemplos de elaboraciones propias. El nudo de todo es el lugar, entender el sitio patrimonial y la gente donde convergen y emergen las acciones. Lugar, narrador y relato se fusionan en uno. Sumado al turismo, es la materia prima de nuestra narración, alimentada por imágenes que recordamos siempre mientras reflexionamos (unas pocas de ellas ilustran este escrito).
Nos detenemos en el turista. Es el viajero proveniente del Norte o del interior del país que decide qué, cómo, dónde y cuándo consumir. El encuentro de visitantes y receptores pone en valor el lugar y cristaliza de determinada manera los imaginarios que fluyen en la atmósfera turística, contribuyendo a refigurar el escenario precedente.
También nos detenemos en las prácticas. Es en esta refiguración local donde registramos los efectos perversos. En general, se trata de comunidades cuya incorporación al turismo precedió al Programa oficial, de manera que el avituallamiento para atraer y responder a la demanda tiene sus antecedentes, lo que, con el incremento súbito de las inversiones, se ha provocado una multiplicación abrumadora de las representaciones que, en el intento apresurado de convencer de los atributos locales, ha emergido con total nitidez la fanfarria por encima del retraimiento, el espectáculo antes que el patrimonio en su circunstancia precedente.
Algo parecido al “nacimiento” navideño. En navidades, cantidad de hogares católicos mexicanos de diferentes condiciones económicas representan el humilde nacimiento de Jesús. Lo que resulta es la siempre sorprendente variedad de opciones de ver y conmemorar el evento. Las hay humildes, reducidas, limitadas a presentar las figuras básicas, con una economía evidente de recursos en modestos rincones hogareños, y las tenemos abrumadoras, saturadas de personajes irreconocibles, con montajes de paisajes en decenas de metros cuadrados, con juegos de luces, corrientes de agua y música “celestial”.
Esto se debe en parte a lo dicho, diferente disposición de recursos para el pasaje imaginado. Es ante todo el afán de lograr el espectáculo, el propósito de hacerlo mayor y mejor que el vecino y la ciudad vecina, de aparecer en Facebook, de obtener un vídeo viral, lo que ha llevado a extraer del ambiente íntimo el recuerdo imaginado al exterior de la casa para ser visto y difundido por el peatón y las redes sociales.
Ahora los pueblos no sólo tienen la magia recóndita, en parte preservada al ser sólo compartida por la comunidad. Los nuevos actores se encargan de reinventarla y representarla para ser vista, difundida y consumida. Los importantes cambios registrados en los últimos dos siglos son opacados con la homogeneidad “colonial” que parece increíblemente preservada. Las festivas fachadas multicolores de tonos minerales son igualadas con el blanco empalagoso de la petroquímica; o a la inversa, la apariencia monocolor del blanco de cal aplicado a las pestes, ha quedado oculta bajo la capa de la paleta de colores patrocinada por el proveedor en turno. El cuadro central es el receptáculo mayor de la nueva escenificación: los pavimentos industriales relevan la piedra de río, las banquetas de laja son recubiertas de concreto, la luz del candil o lámpara de esquina es desplazada por el ubicuo sistema led cada fin de semana mostrando dramática presencia de la gran maqueta del patrimonio restablecido. Es una nueva narrativa.