El tiempo es concepto indisociable del espacio, y éste, el de hoy y el de ahora, es un tiempo de cambio, de cambio de era. Por ello debemos leer el contexto urbano actual en términos de transformación y re-programación entendiendo que los parámetros y atributos de análisis y diagnosis deben tender hacia la interpretación y la acción en la ciudad. El desarrollo urbano ha estado basado, en las últimas décadas, en el crecimiento económico, el libre mercado del suelo y el consumo extensivo de los recursos, como si éstos fueran ilimitados. Sin embargo, el objetivo del conjunto de políticas urbanas que hoy necesitamos no puede seguir limitándose a la mera organización del consumo futuro de nuevos espacios para la urbanización. La de hoy debe ser una nueva forma de hacer ciudad que tenga en las relaciones sociales y las prácticas colaborativas su razón de ser, estar y actuar, complementando la concepción más tradicional de la planificación, centrada en el poder público y en el territorio. Una estrategia dinámica e integral que pueda dar respuesta al cambio social actual, desde la escala más local, pues la reivindicación por el bienestar ha pasado de ser una cuestión global a ser una demanda comunitaria desde la vida cotidiana y en los espacios de proximidad.
Comparativa de velocidades de generar necesidades y capacidad para dar respuesta
Fuente: www.destiempourbano.com
Durante mucho tiempo hemos pensado la ciudad como enclave geográfico y desde su categoría puramente espacial, incluso superficial, donde colocar objetos y estructuras. El tablero de un juego arquitectónico, donde la composición y la forma eran claves de éxito. El icono, la cantidad y la grandiosidad se valoraban positivamente. “El siglo XIX produjo monumentos casi con las misma velocidad con que producía locomotoras, pero no fue capaz de crear centros genuinos en los que pudiera desarrollarse una vida comunal” (Sigfried Giedion, 1963 [1955], p. 40) Desde 1955 hemos aumentado la capacidad de producción de máquinas y de arquitecturas, a la vez que hemos mantenido constante la misma incapacidad. Nos encontramos hoy ante multitud de construcciones vacías, ruinas de la actualidad que parecen que vayan a derrumbarse sobre los sueños evocados de la propiedad o los ecos de la especulación (Julia Schulz-Dornburg, 2012). Sin embargo, es en esta ciudad ya construida, la que se hunde sobre sí misma, donde se tienen que crear las condiciones para una nueva experiencia urbana.
La manera en la que hemos entendido las políticas locales y el rol que han desempeñado los crecimientos urbanísticos han dejado un mapa de infraestructuras infrautilizadas, solares abandonados, industrias obsoletas, desarrollos residenciales atrofiados o locales vacíos en céntricas calles comerciales, que son hoy parte de nuestro paisaje urbano. Procesos y resultados urbanísticos que ocurren en paralelo a tendencias sociales urbanas capaces de superar la categoría espacial de los usos cotidianos. La tendencia a usar los espacios de manera mucho más intensa, desdibujando la titularidad y jugando al despiste con los usos prestablecidos, evidencian la complejidad y el crecimiento de una sociedad interconectada que reclama la oportunidad de experimentar el espacio público de maneras diversas. Espacios en los que prevalece el derecho de uso por encima del de propiedad, entendiendo lo público como lo transformado y habitado colectivamente, sin recaer así en la concepción meramente estatal de la propiedad del suelo.
En este contexto se están llevando a cabo iniciativas que tienden no sólo hacia el urbanismo táctico, de acción directa y reivindicación clara, si no también hacia el advocacy planning, que definía Paul Davidoff en 1965, como aquella práctica urbanística de carácter colaborativo y participativo desarrollada entre técnicos y diferentes colectivos de personas con el fin de solucionar un conflicto urbanístico que afecta a una comunidad (Marc Martí-Costa y Albert Arias, 2013). Son muchos los colectivos que están trabajando en esa línea, y se ha hablado con creces de su emergencia (Josep Maria Montaner, 2013). A mi parecer, debe entenderse no sólo como la tendencia actual, el brote o surgimiento de este tipo de acciones, pues hay grupos que llevan mucho tiempo, si bien su trabajo era tratado en época de desarrollo de manera anecdótica e incluso divertida o gamberra. Más bien, el significado de emergencia de este tipo de acción debe hacer referencia al estado en el que se encuentran nuestras ciudades y la necesidad urgente de actuación como respuesta a factores estructurales que son, a su vez, causa y efecto de la crisis de la ciudad contemporánea.
«Es inequívocamente bueno que los solares vacíos tengan un uso social, aunque sea temporal. Es cívico —e inteligente— que los ciudadanos contribuyan a mejorar sus barrios —se valora lo que se cuida—, pero es peligroso que los ayuntamientos deleguen su responsabilidad de cuidar y crear espacios públicos a esas iniciativas ciudadanas», alertaba Anatxu Zabalbeascoa en El País, el pasado mes de junio, al reflexionar sobre los premios de la XII Bienal Española de Arquitectura y Urbanismo 2013, en la que se reconoce el trabajo de diferentes colectivos en materia de transformación de espacios vacíos obsoletos en diferentes ciudades de nuestro territorio. Por ello, algunas de las dinámicas que se han planteado inicialmente desde colectivos sociales como respuesta a necesidades directas de la ciudadanía como nuevas oportunidades para la expresión cultural y comunitaria, han pasado a formar parte de la estrategia de promoción e impulso de los municipios desde las administraciones locales. Además, cabe destacar que este tipo de iniciativas pueden llegar a transformar no sólo los espacios físicos, sino los canales por los que la ciudadanía intervenga en la políticas urbanas, de una manera mucho más directa a través de la tecnología, herramienta clave en muchas de las dinámicas que se desarrollan hoy en día en la ciudad, que podría llegar a consolidar el derecho a la ciudad que reclamaba Henri Lefebvre en Le Droit à la ville.
De este modo, la planificación urbana, la zonificación de usos y la clasificación del suelo van a tener que ser capaces de incluir variables temporales que admitan la corta duración de intervenciones, de proyectos fugaces y actividades flexibles, ya que son éstos mucho más adaptables a los cambios de contexto económico y con mayor capacidad de respuesta a las necesidades sociales, a la vez que ofrecen muchas más posibilidades en la manera de disfrutar la ciudad.
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Referencias
Paul Davidoff, 1965. Advocacy and pluralism in planning. Journal of the American Institute of Planners, 31, 331-338
Giedion, Sigfried, 1963 (1955). Arquitectura y comunidad. Buenos Aires: Ed. Nueva Visión.
Lefebvre, Henri, 1973 (1968). El derecho a la ciudad. Barcelona: Península.
Martí-Costa, Marc y Arias, Albert, 2013. Advocacy planning. La trama urbana, 18 febrero.
Montaner, Josep Maria, 2013. Colectivos de arquitectos. El País, 7 febrero.
Schulz-Dornburg, Julia, 2012. Ruina modernas. Una topografía de lucro. Barcelona: Ámbit.
Zabalbeascoa, Anatxu, 2013. Paisaje arquitectónico posburbuja. El País, 30 junio.
Blog de Manu Fernández http://www.