Hasta hace unas pocas décadas era prácticamente imposible encontrar referencias concretas sobre el estudio de la ganadería en las tierras andaluzas durante los siglos del Antiguo Régimen. Era lugar común la indicación sobre su escasa importancia, la ausencia o escasez de rebaños trashumantes, si no eran los procedentes de las tierras castellanas, la inexistencia de mestas locales… En definitiva: las actividades ganaderas de cierta relevancia se habían circunscrito a las mesetas y a los extremos occidentales de la Península (Extremadura). Poco a poco, durante los últimos lustros han ido publicándose trabajos, como los que se recogen en las referencias del final, que han arrojado luz sobre todas estas cuestiones, aunque aún siguen existiendo importantes lagunas en ellas.

Actualmente existen evidencias documentales claras de que la ganadería, especialmente la trashumante, las mestas locales de pastores, y todas las actividades asociadas a ellas, jugaron un papel esencial en un modelo extensivo de ocupación del territorio y de explotación de la riqueza en los reinos de la actual Andalucía. Un modelo que, con algunas variaciones temporales según las diferentes comarcas, se mantuvo vigente hasta que la presión del frente roturador agrícola y otros factores que se detallan en la ficha correspondiente, precipitasen su crisis a lo largo del siglo XVIII y, sobre todo, durante las primeras décadas del XIX.

Hasta la finalización de la guerra de Granada existían dos espacios políticos claramente diferenciados en los territorios del sur de la Península. Por un lado, los reinos de Sevilla, Córdoba y Jaén, integrados desde comienzos del siglo XIII en la Corona castellana; por otro, el reino de Granada. Entre ellos se situaba, la frontera, un espacio difícilmente definible, que se movía según se desarrollaban las campañas militares, ocupado sobre todo por los ganaderos, dada la facilidad de trasladar sus animales en caso de que la situación empeorase.

Terminada la guerra de Granada y pacificado todo el territorio de los reinos andaluces, al menos de forma momentánea, un enorme espacio escasamente poblado se abría a los propietarios de grandes rebaños para su ocupación y explotación. No solo las comarcas fronterizas entre los reinos anteriormente en guerra eran susceptibles de ser ocupadas de forma permanente y segura, sino que tanto los reinos ya cristianos de Sevilla, Córdoba o Jaén, como el recién conquistado territorio granadino se ofrecían con sus enormes planicies a las posibilidades económicas de los castellanos.

Durante las primeras décadas del siglo XVI también comenzaron a manifestarse en el territorio una serie de fenómenos que se pueden resumir de la siguiente manera: se mantuvo en las tierras bajas de la Andalucía bética un modelo de cultivo agrícola extensivo que progresivamente se fue expandiendo, roturando nuevas parcelas y presionando sobre las extensas superficies adehesadas. Como consecuencia, los conflictos entre los ganaderos de reses estantes locales o de rebaños trashumantes procedentes de las tierras altas fueron cada vez más frecuentes. Por su parte, los territorios del reino de Granada, en donde algunos ganaderos de la élite morisca tenían importantes intereses económicos, pero en el que aún existían enormes extensiones susceptibles de ser dedicadas a pastizal, fueron siendo ocupados por “señores de ganado” castellanos que se vincularon con las oligarquías locales moriscas o cristianas. Eran todos ellos ganaderos que tenían sus rebaños durante el verano en las tierras altas del reino, en sus lugares de residencia, bajándolos para invernar a terrenos costeros más cálidos.

Este modelo, no sin ciertas tensiones en las comarcas más ricas por la bondad de su clima o sus tierras, se mantuvo a lo largo de los siglos XVI y, sobre todo, XVII. En el reino granadino desde el final de la guerra de Las Alpujarras debido a que la fuerte despoblación alivió la presión sobre el territorio. En los demás reinos andaluces como consecuencia de la fuerte crisis económica del seiscientos.

Desde las décadas finales del siglo XVII y, de forma especial, acabada la guerra de Sucesión, el panorama cambió de manera importante. El modelo implantado desde la Edad Media en la Andalucía occidental y desde la conquista cristiana en el reino de Granada era difícilmente sostenible con una población creciente que demandaba tierras para ponerlas en cultivo. El frente roturador iba siendo empujado por las oligarquías locales que tenían fuertes intereses en la privatización de comunales, el cerramiento de las parcelas y el incremento de la producción agrícola por la vía de la extensión de la superficie cultivada. Como veremos en la ficha correspondiente, aunque los estudios con los que contamos son escasos, podemos estar ya seguros de que, al final del Antiguo Régimen, este modelo de gestión agropecuaria se había transformado de forma sustancial, no solo en el territorio andaluz, sino también en el conjunto de los reinos hispánicos.

Autor: Julián Pablo Díaz López

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