El servicio doméstico era una opción laboral frecuente para mujeres y menores de edad durante la Edad Moderna. Se conservan una gran cantidad de contratos de servicio firmados ante notario, por el que una persona entraba a trabajar como criado. Este contrato estipulaba el tiempo del servicio, el trabajo a realizar y los honorarios. Mientras que los varones podían entrar a servir con el objetivo de aprender un oficio determinado, las mujeres se empleaban únicamente para realizar labores domésticas. Los patronos podían ser muy variados, normalmente pertenecían a los grupos urbanos medios, como médicos, escribanos, procuradores, artesanos, viudas o clérigos, y los menores de edad que entraban a trabajar, normalmente niñas, procedían de familias muy pobres. La retribución incluía cubrir las necesidades de alojamiento y manutención del sirviente más una cantidad en metálico al final del periodo de trabajo. En muchas ocasiones las mujeres recibían una parte del pago en ropas, joyas u objetos de la casa que podían formar parte de la dote al momento de casarse.

Dentro de los distintos servicios domésticos en los que podía emplearse una mujer adulta en la Edad Moderna, la actividad como nodriza era de las más demandadas, sobre todo en los grandes centros urbanos. Las nodrizas o amas de cría eran mujeres que amamantaban y criaban durante los primeros años de vida a los hijos de otras mujeres, a cambio de una retribución. Este servicio había sido muy utilizado desde la Antigüedad en aquellos casos en los por distintos factores, la madre biológica no podía amamantar al recién nacido. En la Edad Media aparecen reguladas por ley en las Siete Partidas de Alfonso X. Durante la Edad Moderna empieza a utilizarse a las nodrizas no sólo por necesidad, sino también por status, lo que se denomina ‘lactancia mercenaria’. Esta costumbre se extiende primero entre las élites, a imitación de la casa real, y finalmente se populariza entre la burguesía urbana del siglo XIX.

El uso de nodrizas en la monarquía era muy utilizado desde la Edad Media por distintos motivos. En primer lugar, era importante garantizar la supervivencia de los infantes, y por ello se buscaba asegurar la lactancia. Igualmente, los reyes necesitaban tener el mayor número de descendientes posible, y la lactancia reducía los tiempos de fertilidad. Para buscar a la mejor nodriza se hacía un riguroso proceso de selección en el que se inspeccionaban no sólo sus condiciones físicas y médicas, sino también su condición moral, incluyendo un análisis de su expediente de sangre, para garantizar que fuesen de familia de cristianos viejos. Finalmente se contrataba una nodriza principal y una o dos más de repuesto. Estas nodrizas conseguían una buena retribución y, a partir de Felipe V, podían llegar a conseguir algún título de hidalguía para sus familias, por lo que era una forma de ascensión social.

Durante la Edad Moderna, las élites empezaron a generalizar esta costumbre como un símbolo de estatus de la familia, debido también a su alto coste. Estuvo particularmente extendido entre los grupos pudientes de las grandes ciudades en los siglos XVIII y XIX. Para el caso español, el mejor análisis sobre las nodrizas lo ha realizado Carmen Sarasua, en su trabajo sobre el servicio doméstico de Madrid. En esta ciudad, las amas de cría suponían una actividad asalariada que se realizaba en distintas situaciones. Por un lado, a la ciudad llegaban para trabajar como nodrizas inmigrantes de zonas alejadas, normalmente de la zona cantábrica. En el siglo XIX ganaron mucha fama las nodrizas pasiegas (oriundas del valle cántabro del Pas), hasta el punto de que el uniforme de las nodrizas pasó a ser el traje tradicional de la zona.

Por otro lado, existían un gran número de mujeres de localidades rurales cercanas a la ciudad que criaban a los niños en sus casas. En el mundo rural, era un complemento importante a la economía familiar, y una actividad que se podía combinar con las actividades agrícolas e incluso la crianza de otros hijos mayores. En este sistema, los padres entregaban los niños a las nodrizas en el campo y los recogían pasados dos años.

Por último, estaban las mujeres asalariadas que servían como amas de cría en casa de los padres del niño, de forma que se empleaban como parte del servicio doméstico. Las madres que entraban a servir habían tenido bebés que habían fallecido, o en caso contrario, debían entregar el niño propio a otra mujer, que podía ser de la familia o a la que se le pagaba alguna pequeña cantidad, y en los casos más desesperados se depositaba el niño en el Hospicio. Así, muchas de las mujeres que trabajaban en el servicio doméstico, como amas de cría o en otras actividades, se veían obligadas a entregar a sus hijos para poder trabajar.

Las mujeres de familias campesinas que se trasladaban a la ciudad para ejercer temporalmente de amas de cría eran capaces de acumular con su salario un pequeño patrimonio que luego la familia podía invertir, como la compra de animales o de material agrícola. También era normal que muchas mujeres hicieran hasta varios periodos de trabajo como nodriza en la ciudad, como resultado de los embarazos consecutivos.

A lo largo del XVIII aparecieron críticas sobre las nodrizas que cuidaban a los niños en el campo. Una serie de autores médicos empezaron a renegar el uso de estas nodrizas, ya que se las acusaba de negligente, al estar ocupadas en otras muchas actividades, y de tener malos hábitos de crianza. Además, se decía que vivían en ambientes insalubres y tenían malos hábitos de alimentación, lo cual era perjudicial para los infantes. Por ello aumentó el uso de las nodrizas en casa de los padres. En este servicio, las nodrizas podían durar entre los dos y tres años, en los que se ocupaban de la alimentación del niño, de sus cuidados higiénicos y de su supervisión diaria. A cambio, recibían alojamiento y alimentación, y al final del periodo el salario por el trabajo completado. Al terminar el trabajo podían además recibir la recomendación para entrar a trabajar en otras casas, en caso de volver a quedar embarazadas. Era un trabajo que estaba bien remunerado y suponía un aporte importante para la economía familiar de la nodriza.

De este modo, a lo largo del siglo XVIII la lactancia asalariada evolucionó de ser una actividad que realizaban las campesinas a ser un trabajo desempeñado por el proletariado femenino urbano. Dentro de las clases altas, a fines del siglo se convirtieron en un símbolo de la buena situación económica de la familia. De este modo, las nodrizas eran exhibidas usando uniformes ante las visitas familiares o en los lugares públicos como parques o paseos, como símbolo de ostentación de la riqueza familiar. Así, la nodriza se convirtió en un personaje propio del escenario social urbano de los siglos XVIII y XIX, como ha explicado Carmen Sarasua.

En la parte más marginal de este sistema asalariado estaban las amas de crías que servían en las Casas Cuna o Inclusas. Aquí normalmente trabajaban aquellas mujeres que no habían podido emplearse en casas particulares. Procedían de familias muy pobres y recibían los salarios más bajos como nodrizas. Las condiciones de trabajo y la gestión de los propios hospicios eran muy deficientes, incluso dramáticas. El sistema de Casas Cuna se extendió por toda Europa fundamentalmente a partir del siglo XVII, con el objetivo de ofrecer una solución al abandono infantil en las ciudades. Los niños depositados procedían de familias muy pobres o eran hijos ilegítimos, y estas instituciones de caridad financiadas con limosna intentaban aumentar sus posibilidades de supervivencia. Sin embargo, estas casas cunas eran lugares insalubres, mal gestionados y dotados con muy pocos recursos, como consecuencia de lo cual la mortalidad infantil triplicaba a la de los niños criados en familias. Por ejemplo, en la Inclusa de Úbeda, que funcionó entre 1665 – 1788, algunos años fallecieron la totalidad de los niños ingresados. Durante el siglo XVII, las crisis económicas aumentaron la cantidad de niños atendidos en las Inclusa, al mismo tiempo que disminuía la financiación de estos centros, que dependían de la caridad.

Las casas solían tener dos o tres nodrizas que trabajaban dentro de la institución. Para cubrir todas las necesidades, regularmente se entregaban los niños a amas de crías externas, a cambio de un sueldo mísero y a menudo pagado con retraso. Estas mujeres procedían de los grupos más marginales de la ciudad, tenían muy pocos recursos y vivían en lugares insalubres, por lo que la supervivencia de estos niños era escasa. Este sistema de amas de cría externa llevó además al desarrollo de la picaresca, de forma que algunas mujeres ocultaban el fallecimiento del niño para seguir cobrando, los usaban para la mendicidad o se hacían cargo de varios niños al mismo tiempo. El profesor Carlos Álvarez Santaló estudió la casa de Niños expósitos en Sevilla en la Edad Moderna y analizó el sistema de amas de cría en el que se sustentaba esta institución. Estas procedían no sólo de la ciudad, sino también de las zonas rurales circundantes, que acudían atraídas por el exiguo salario.

El uso de las nodrizas por parte de las familias fue cada vez más duramente criticado desde mediados del siglo XVIII. Sus prácticas basadas en un conocimiento tradicional eran consideradas responsables de muertes, malformaciones y enfermedades de los infantes. Algunas prácticas eran especialmente criticadas, como la costumbre de envolver y fajar a los niños pequeños, o el dejar a los niños demasiado tiempo en la cuna.

Con la Ilustración aparece además una nueva sensibilidad hacia la educación infantil como herramienta para ‘construir’ al hombre, y por lo tanto la crianza en la familia se vuelve fundamental. En XIX surgen también nuevas prácticas de crianza, de forma que los médicos reclamaban los beneficios de la lactancia para el niño y la madre, y defendían la mayor supervivencia de los niños criados por sus madres. Todo ello hizo que la figura de la nodriza fuera desapareciendo a fines de este siglo, aunque en Europa se mantuvieron hasta principios del siglo XX. Dentro del nuevo modelo de familia del mundo contemporáneo, las mujeres tuvieron que asumir esta y otras tareas como parte del trabajo doméstico, y las nodrizas fueron sustituidas por las niñas – niñeras, que con edades entre los 7 a 15 años se ocupaban de los niños de la familia.

Autora: Amelia Almorza Hidalgo

Bibliografía

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SARASUA, Carmen, Criados, nodrizas y amos. El servicio doméstico en la formación del mercado de trabajo madrileño, 1758 – 1868, Madrid, Siglo XXI, 1994.

TARIFA FERNÁNDEZ, Adela, “La mujer y el mundo del trabajo en el Antiguo Régimen: las amas externas de la Casa – Cuna de Úbeda (1665 – 1788)”, en El trabajo de las mujeres. Pasado y presente, Tomo II, Málaga, Universidad de Málaga, Seminario de Estudios Interdisciplinarios de la Mujer Congreso Internacional, 1996, pp.279 – 287.