Hijo de una familia de irlandeses exiliados jacobitas, recibió el bautismo en la Iglesia de San Nicolás de Nantes. Su padre, Matías, natural de la ciudad de Killmallock (Co. Limerick) era un antiguo oficial del ejército de Jacobo II (fue “enseña” en el Regimiento FitzJames). La derrota jacobita en la batalla del Boyne selló su destino, viéndose obligado a abandonar Irlanda e instalarse en Francia, como muchos otros irlandeses partidarios de Jacobo que entraron por estas fechas al servicio de las armas de Luis XIV, el principal aliado europeo del rey destronado.

Apenas conocemos detalles de su educación y de sus años en el país vecino. Tan sólo que en 1710 entró a servir en la casa de la duquesa de Vendôme en calidad de paje. Siete años después pasó al servicio de la corona española, en parte gracias a la protección de dicha duquesa quien lo recomendó a su amigo Alberoni. Fue empleado a la carrera militar. Su primer destino en el ejército español fue la Real Compañía de Guardiamarinas, fundada en Cádiz por Patiño. Se graduó en su segunda promoción de esta institución como cadete, entrando a formar parte de la dotación del buque insignia de la flota española, el Real Felipe, de 74 cañones, al mando del Almirante Gaztañeta. A bordo de este barco participó en su primera acción bélica: el combate de Cabo Passaro (1718). Aquella derrota de la escuadra española y la falta de salud le convencieron para pedir el traslado a la infantería, entrando a formar parte del Regimiento de Hibernia, con el que continuó la Campaña de Sicilia, participando en acciones como las de Milazzo y Francavilla. Dos años después fue transferido al Regimiento de Dragones de Batavia con el grado de capitán, con el que participó en la campaña de Ceuta de 1720-21.

En 1727, otro insigne refugiado jacobita en España, el duque de Liria, puso sus ojos en él para que le acompañase en su embajada a Rusia. Wall mereció durante este viaje los elogios del rey de Prusia, que le concedió la Orden de la Generosidad. A su regreso a España, su carrera militar se relanzó. Entre 1732 y 1734 acompañó al príncipe Carlos en su instalación en Toscana; entre 1734 y 1735 destacó en diversas acciones como la de Capua, Mesina y Siracusa en el marco de la Guerra de Nápoles; en 1737 fue ordenado caballero de Santiago; en 1740 recibió el mando del Regimiento de Dragones de Francia. El “Dragón”, sobrenombre por el que le conocían sus amigos, pasó a partir de entonces a desempeñar tareas de cierta responsabilidad. Revisó las tropas españolas enviadas a Italia en sustitución del Inspector General D. Andrés Benincasa; tomó parte en “ataques de audacia” durante la Campaña de Lombardía de 1744 y obtuvo, como recompensa, los ascensos a los grados de Brigadier (1744) y Mariscal de Campo (1747). Con todo, el mayor rédito de su paso las trincheras italianas fue otro, su estrecha amistad con uno de los hombres fuertes del inicio del reinado de Fernando VI: el duque de Huéscar (futuro duque de Alba).

Tras ser herido de cierta consideración en la batalla de Plasencia (1746) y gracias a los consejos de Huéscar al nuevo ministro Carvajal, Wall abandonó definitivamente los campos de batalla para iniciar una fulgurante carrera diplomática. Su primer destino sería la República de Génova, a la que era enviado a finales de mayo de 1747. Su estancia allí fue reducida ya que Carvajal pronto decidió aprovechar su dominio de la lengua inglesa y su lealtad a la “cofradía” para enviarle a una misión secreta a Londres, donde debía intentar negociar una paz separada con el gabinete británico. Su pasado jacobita y la enemistad del marqués de Tabuérniga, un exiliado español residente en Londres, resultaron hándicaps importantes. Sin embargo, su tenacidad y sus capacidades le granjearon la confianza de cortesanos y políticos, siendo nombrado ministro plenipotenciario en Gran Bretaña en 1749 y embajador en 1752.

De esta época de embajador data el magnífico retrato que le hizo Van Loo y que actualmente se conserva en la National Gallery de Dublín (existe otro retrato de vejez conservado en el Museo Naval de Madrid). Amante de las artes, Wall mostró su mecenazgo en encargos como el Santiago realizado por Tiépolo para la capilla de la iglesia de la embajada española en Londres (actualmente en el Szépmüvészeti Múzeum de Budapest) o patrocinando a autores como Tobías Smollet, autor de una traducción del Quijote al inglés que precisamente dedicó al hispano-irlandés.

Desde el punto de vista diplomático, su estancia en Londres fue provechosa. Siguiendo la estela de la política de neutralidad impuesta por Carvajal desde Madrid, cultivó unas excelentes relaciones con los distintos ministros facilitando la firma de convenios como el Tratado del Asiento de 1750 y limando las asperezas que continuamente surgían entre ambas potencias. También colaboró con el programa de espionaje del marqués de la Ensenada, que envió a hombres como Jorge Juan a la capital británica a reclutar técnicos para la marina española. En premio de sus servicios fue ascendido en 1752 al grado de Teniente General de los Reales Ejércitos.

Dos años después, la carrera de Wall dio un nuevo giro de 180º. El fallecimiento inesperado de Carvajal en abril de 1754 dejó vacante la plaza de Primer Secretario de Estado y del Despacho. Huéscar fue encargado interinamente, pero el duque no deseaba cargar sus hombros con las pesadas tareas asociadas a esta oficina, de modo que sugirió a los soberanos que nombrasen a Wall. A pesar de la oposición de Ensenada y del confesor Rávago, Wall fue designado para el puesto. Inmediatamente entró en la conspiración que, desde meses atrás, venía fraguándose contra Ensenada y sus partidarios, y que alcanzó su clímax con la detención del marqués el 20 de julio de 1754 y su destierro a Granada. El apartamiento del ministro riojano y su camarilla, así como la escasa implicación de Huéscar en los asuntos políticos acabó dejando a Wall como gran protagonista y líder del segundo equipo ministerial de Fernando VI, cuya labor se prolongó hasta el fallecimiento del monarca en 1759.

Su política exterior se caracterizó por el mantenimiento de la neutralidad a ultranza, en un periodo especialmente peliagudo debido al inicio de la Guerra de los Siete Años. En lo concerniente a política interior destacó por el regalismo. Su papel fue especialmente destacado durante el “año sin rey”, los meses de enfermedad de Fernando VI tras el fallecimiento de su esposa Bárbara de Braganza, que el soberano pasó encerrado en el castillo de Villaviciosa de Odón. El monarca, presa de la melancolía, se negaba a despachar los asuntos de Estado, generando un vacío de poder que fue sabiamente gestionado por su ministro, capaz de preparar una sucesión sin contratiempos en la cabeza del hermano del rey, el futuro Carlos III. Sus servicios fueron recompensados una vez consumado el relevo. Carlos mantuvo a Wall en la Primera Secretaría de Estado y le nombró también para la Secretaría de Guerra.  

A pesar del reforzamiento de su poder, fueron años amargos para el hispano-irlandés. Desengañado por los desplantes ingleses y obligado por la beligerancia del nuevo rey, tuvo que desmontar su política de neutralidad para acabar entrando en el conflicto en el peor momento posible, con las armas británicas venciendo por doquier. En agosto de 1761 se firmaba el Tercer Pacto de Familia y a finales de ese mismo año se intercambiaban declaraciones de guerra con Inglaterra. El resultado de esta decisión fue catastrófico. La Habana y Manila cayeron en manos inglesas en apenas unos meses, mientras los ejércitos españoles no pudieron avanzar en terreno portugués, uno de los aliados británicos en el continente.

Tampoco en los asuntos domésticos tuvo mejor fortuna. En 1763 fue desautorizado directamente por el soberano, que anuló el Exequatur Regio, medida de corte regalista aprobada precisamente a instancias de Wall. Así las cosas, con los primeros achaques de salud como excusa, solicitó de Carlos III el retiro, que le fue concedido. Su sustituto sería el marqués de Grimaldi, diplomático con el que Wall había congeniado desde tiempo atrás y que había sido pieza clave en la negociación del Tercer Pacto de Familia.

A pesar de su cese, Wall se vio colmado de reconocimientos. Carlos III le concedió la Orden de San Genaro y el gobierno del Soto de Roma, un pequeño Real Sitio situado en la vega del Genil, a apenas unos kilómetros de la ciudad de Granada. El hispano-irlandés viviría aún década y media. En este tiempo continuó notablemente activo. Cada año visitaba la corte en Aranjuez e incluso era consultado en algunos asuntos públicos, como tras los motines de Esquilache, cuando integró las Juntas de Abril y Mayo. En el ámbito andaluz también dejó su huella. Mejoró la administración del Soto de Roma, dirigió las obras de restauración del Palacio Árabe de La Alhambra entre 1769 y 1772, y supervisó en 1769 las Nuevas Poblaciones de Olavide.

Wall también dejó su impronta en la administración en la promoción de un enorme número de políticos y estadistas que medraron bajo su amparo y que resultaron claves en la segunda mitad del siglo. Protegidos suyos fueron hombres como el marqués de Grimaldi, el conde de Aranda, el conde de Campomanes, Manuel de Roda, el conde de Fuentes, el conde de Ricla. D. Alejandro O’Reilly, el conde de Mahony, el conde de Lacy, Ambrosio O’Higgins, Francisco Pérez Bayer, José Clavijo y Fajardo, Benito Bails, Celestino Mutis, José Agustín del Llano, Bernardo de Iriarte, Bernardo del Campo, o Juan Chindulza.

Ricardo Wall falleció a los 83 años, de enfermedad repentina, en el Soto de Roma. Fue enterrado en el cementerio de Fuentevaqueros. No dejaba ningún descendiente. Jamás se casó. Sus bienes fueron legados en parte a su último confesor, Juan Miguel Kayser, lo que motivó una ardua guerra judicial entre éste y el pariente más cercano del ex ministro, su primo D. Eduardo Wall, Teniente General de los Reales Ejércitos cuya descendencia acabaría emparentando con las casas de Fuentes, de Cañada-Tilly y de Floridablanca.

Desde un punto de vista historiográfico, la figura de Ricardo Wall ha estado tradicionalmente cubierta por tópicos que apenas permitían acceder al personaje real. Las etiquetas más habituales han sido las de anglófilo (sin reparar en su ascendencia jacobita irlandesa), antijesuita e, incluso, masón. No han sido las únicas en distorsionar su biografía. Ésta se ha visto plagada de errores tan descabellados como hacerle iniciar su carrera militar en Francia; participar en el congreso de Aquisgrán; o convertirlo en agente secreto en América intentando invadir Jamaica. En el mejor de los casos su política ha sido menospreciada por débil y entreguista. Sin embargo, el ministerio Wall estableció las bases de los logros del reinado de Carlos III, descubrió a algunos de los grandes protagonistas de la segunda mitad del XVIII (Aranda, Roda, Campomanes) y desarrolló por primera vez en siglos una idea de España discreta que la realidad del tablero internacional acabaría imponiendo a la fuerza décadas después.

Autor: Diego Téllez Alarcia

Bibliografía

TÉLLEZ ALARCIA, Diego, D. Ricardo Wall. Aut Caesar aut nullus, Madrid, Ministerio de Defensa, 2008.

TÉLLEZ ALARCIA, Diego, Absolutismo e Ilustración en la España del s. XVIII. El Despotismo Ilustrado de D. Ricardo Wall, Madrid, Fundación Española de Historia Moderna, 2010.

TÉLLEZ ALARCIA, Diego, El ministerio Wall. La “España Discreta” del “Ministro Olvidado”, Madrid, Marcial Pons, 2012.