Durante la Edad Moderna, las mujeres que vivían en contextos de pobreza y marginalidad podían verse abocadas fácilmente a ejercer la prostitución. En muchas ocasiones, mujeres solas que carecían de apoyo familiar, que habían sido abandonadas por el marido o que habían sufrido algún tipo de abuso, sólo tenían el recurso de dedicarse a esta actividad. Las crisis del siglo XVII agravaron la situación, ya que la llegada de varias epidemias y el incremento de los precios produjo un aumento de la pobreza que afectó especialmente a las mujeres.

Desde el siglo XIV se habían iniciado en Europa distintos intentos de regulación de la prostitución. En el caso de España, en el siglo XV se fundan mancebías en las principales ciudades, como espacios donde debían ejercer las mujeres públicas. Estos espacios aparecen con el objetivo de reducir y controlar la delincuencia y los altercados que solían rodear a la prostitución. Estas políticas de regulación de una prostitución pública contaban además con el respaldo de la doctrina cristiana, que a pesar de perseguir la actividad sexual fuera del matrimonio como un pecado, consideraba que la prostitución era necesaria para evitar males mayores tales como la violencia sexual o la sodomía. En principio las mancebías estaban pensadas para dar respuesta a una población foránea y transeúnte, como marineros, emigrantes, o soldados, y los hombres casados tenían prohibido entrar. Sin embargo, su uso regular por los propios vecinos empezó a verse cada vez más como un problema, hasta el surgimiento de una corriente de religiosos moralistas que abogaban por su prohibición. Desde fines del siglo XVI los jesuitas iniciaron una serie de prácticas para acabar con la prostitución pública, que incluía asaltos a las mancebías y acoso a los clientes y prostitutas. Sus actuaciones acabaron dando resultado y finalmente por la Real Pragmática del 10 de febrero de 1623, Felipe IV prohibió formalmente las mancebías en todo el reino. Esto no supuso el fin de la prostitución, que continuó existiendo en toda la Edad Moderna como una actividad ilegal.

En Andalucía durante la Edad Moderna llegó a haber 43 mancebías, tanto en las ciudades y puertos como en las villas de cierto tamaño, siendo las más importantes las de Sevilla, Granada y Málaga.

Las mancebías eran un conjunto de calles y casas, donde estaban las habitaciones que se alquilaban a las mujeres, llamadas boticas, rodeadas por un muro con una puerta como control de acceso. Aunque en principio se pretendía que se situaran fuera de la ciudad, en muchas ocasiones estuvieron dentro del casco urbano. Así, la mancebía de Sevilla se situaba en la zona llamada Compás de la Laguna, dentro del barrio del Arenal y muy cerca del puerto.  Las mancebías solían ser de propiedad del Concejo, menos en las ciudades de Granada y Málaga, donde pertenecían a la familia Fajardo, gracias a una prerrogativa real.  Esta actividad generaba importantes beneficios que se distribuían entre los gestores de la mancebía y los propietarios de los cuartos, que normalmente eran particulares o instituciones religiosas. Así, en el caso de Sevilla, la propiedad de las casas de la mancebía se distribuía entre la Catedral, algunos particulares, e instituciones religiosas como hospitales y hermandades. La gestión corría a cargo del llamado padre o madre de la mancebía, que se encargaban de controlar la actividad de las mujeres, protegerlas y proveerlas de la alimentación y ropa necesarias. Esta gestión podía estar también en mano de un matrimonio, y las madres solían ser antiguas prostitutas.

Las mancebías tenían una reglamentación muy desarrollada que intentaba prevenir abusos. Así, estaba regulado el horario de actividad de las prostitutas, de forma que la mancebía solía cerrar durante la noche, y en principio, no podían trabajar durante las festividades religiosas. También se prohibía la entrada de los rufianes, que eran hombres que vivían a costa de las prostitutas a cambio de protección. Por último, se intervenía para evitar los frecuentes abusos que cometían los padres y madres, ya que era una práctica habitual que les cobrasen la ropa y la alimentación a precios desorbitados. También era habitual que les prestaran dinero a las mujeres con intereses abusivos, que ellas necesitaban para pagar multas, resolver problemas con la justicia, comprar ropa o para pagar a los rufianes. Estos préstamos se convertían en deudas excesivas que impedían a las mujeres abandonar las mancebías hasta haber saldado la cuenta, creando situaciones de semi-esclavitud.

A pesar de las regulaciones, los abusos fueron muy frecuentes, tanto por parte de los padres de la mancebía como por los rufianes; los muros de las mancebías tenían continuos huecos por los que entraban los delincuentes y por donde se escapan las mujeres para ejercer ocasionalmente la prostitución en el exterior. La normativa de la mancebía de Sevilla sirvió de referencia para otras ciudades castellanas, hasta el punto de que en 1570 Felipe II la usó de modelo para promulgar la primera reglamentación nacional sobre las mancebías.

Las regulaciones también incluían la asistencia espiritual de las mujeres, de forma que debían acudir a misa y recibían ocasionalmente la visita de religiosos para convencerlas de abandonar su actividad. Además, estaba regulada la revisión médica de las mujeres, que podía ser semanal o bisemanal, fundamentalmente para evitar la propagación de enfermedades. En el siglo XVI se extendió en Europa la sífilis (mal de bubas) como una enfermedad asociada a la prostitución, de forma que creó una gran alarma social y la necesidad de un fuerte control médico de estas mujeres. Sin embargo, aquellas mujeres que estuvieran afectada por esta u otras enfermedades eran simplemente expulsadas de la mancebía y seguían ejerciendo en el exterior, por lo que no se evitaban los contagios. En algunas ciudades la incidencia de estas y otras enfermedades venéreas acabó llevando a la creación de ‘Hospitales de las Bubas’, donde se aplicaba como tratamiento el palo de indias o el mercurio.

Un ejemplo de los controles que se realizaban a estas instituciones es la visita a la mancebía de Sevilla en 1620. Aunque muchas huyeron ante la llegada de esta inspección, se pudo revisar la actividad de 18 prostitutas y 3 padres de la mancebía. Algunas de las mujeres fueron expulsadas por diferentes motivos: carecer de la licencia necesaria, estar enfermas o llevar demasiados años ejerciendo.

Para entrar en la mancebía, las prostitutas debían cumplir una serie de requisitos. En primer lugar, no podían ser familiares de vecinos del lugar, lo que supondría motivo de gran escándalo, por lo que siempre eran foráneas. También era necesario que hubieran estado ejerciendo la prostitución antes de entrar, ya fuera en otras mancebías o de forma independiente, normalmente controladas por un rufián. Esto hacía que la edad de entrada rondase los 20 años. Por último, tenían que estar sanas y entrevistarse con un religioso que las intentase convencer de desistir antes de entrar.

La prostitución regulada no evitó la presencia de prostitutas fuera de las mancebías, llamadas mujeres enamoradas. En la mancebía, las mujeres estaban aisladas y tenían que renunciar a todas sus relaciones familiares o de vecindad. En este sentido, ejercer la prostitución de forma independiente ofrecía una serie de ventajas, ya que podían mantener familia o hijos, y eventualmente establecer alguna relación más estable con un hombre. Dentro de la prostitución ilegal había un amplio abanico de situaciones. En los casos más desfavorecidos, debían utilizar los servicios de un hombre, el rufián, que las protegía de abusos o agresiones de los clientes a cambio de controlar su actividad y sus ingresos, y con los que a menudo establecían relaciones amorosas. Podían establecerse como rameras, alquilando un cuarto y pagando una tasa al alguacil municipal. En otros casos, podía tratase de una actividad esporádica para ayudar a la economía familiar en momentos de crisis, de forma que mujeres que tenían distintos oficios, como servicio doméstico, hilanderas, o costureras, podía prostituirse ocasionalmente en momentos de necesidad. También había mujeres que conseguían unos pocos clientes regulares, a veces de buen nivel económico. Los hombres de cierto estatus no acudían a las mancebías, sino que era más frecuente el recurso a las mujeres enamoradas, que en ocasiones se convertían en amantes estables. Estas amantes podían llegar a suponer un problema para la familia del hombre, no sólo por los gastos que ocasionaba, sino porque los potenciales hijos ilegítimos podían reclamar su parte de la herencia.

Las mujeres que quisieran salir de la prostitución no tenían un camino fácil. Dentro de la mancebía recibían a menudo sermones para que se arrepintieran, pero su reinserción social era muy complicada. Sólo algunas afortunadas conseguían contraer matrimonio y en algunas ciudades se crearon fondos de dotes para prostitutas y para mujeres pobres en situaciones de riesgo. Muchas de estas mujeres acabaron por lo tanto sus vidas enfermas en los hospitales de pobres o como mendigas.

Desde el siglo XVI se crearon recogimientos religiosos para mujeres prostitutas, que solían estar muy pobremente dotados, y donde siempre estaban estigmatizadas. Un ejemplo era la Casa de Arrepentidas del Dulce Nombre de Jesús en Sevilla. Eran espacios de protección, pero también de castigo y pretendida reeducación. Los métodos a menudo eran violentos y no solían conseguir la reinserción de estas mujeres. Esto llevó a prácticas cada vez más punitivas hasta que en el siglo XVIII las nuevas políticas del Despotismo Ilustrado favorecieron la creación de una red de centros de reclusión para prostitutas, que serían muy parecidos a unas cárceles de mujeres. La falta de financiación y mala gestión no consiguió que fueran refugios efectivos para estas mujeres. De hecho, a fines del siglo XVIII la prostitución aumentó en las grandes ciudades andaluzas, ya que las crisis económicas campesinas continuaron produciendo mujeres solas que llegaban a las ciudades huyendo de las hambrunas.

Autora: Amelia Almorza Hidalgo

Bibliografía

LÓPEZ BELTRÁN, María Teresa, La prostitución en el Reino de Granada a finales de la Edad Media, Málaga, CEDMA, 2003.

MONZÓN, María Eugenia, “Marginalidad y Prostitución”, en MORANT, Isabel (dir.) Historia de las mujeres en España y América Latina, II El mundo moderno, Madrid, Cátedra, 2005, pp. 379 – 396.

PERRY, Mary Elizabeth, Ni espada rota ni mujer que trota. Mujer y desorden social en la Sevilla del siglo de Oro, Barcelona, Crítica, 1993.

VÁZQUEZ GARCÍA, Francisco y MORENO MENGÍBAR, Andrés, Historia de la prostitución en Andalucía, Sevilla, Fundación José Manuel Lara, 2004.

VÁZQUEZ GARCÍA, Francisco y MORENO MENGÍBAR, Andrés, Poder y prostitución en Sevilla, 2 Vols. Sevilla, 1995-1996.