La exaltación al trono de un nuevo rey no sólo revistió en la España de la Edad Moderna importantes connotaciones políticas, sino que se convirtió en una manifestación festiva que servía para realzar su figura, proyectándose asimismo las esperanzas depositadas en su gobierno a través de los exornos que decoraban las calles, plazas y las arquitecturas efímeras que se erigían para la ocasión, así como en las “máscaras”, elemento lúdico que solía formar parte de esta celebración.

En todas las ciudades andaluzas los escenarios festivos adquieren una importancia decisiva a la hora de organizar un festejo. En Granada, la plaza principal es la de Bibarrambla “hermoso teatro siempre de públicas festividades”, como la describiera Paracuellos Cabeza de Vaca. Este gran “teatro” se completaba con los numerosos balcones, a modo de palcos, que permitían a un gran número de personas disfrutar de los festejos que se organizaban con asiduidad. Recordemos que las más altas jerarquías tenían allí su espacio: una fachada del palacio arzobispal permitía a los eclesiásticos contemplar las ceremonias, la Casa de los Miradores –obra de Diego de Siloé- servía de tribuna a los miembros del cabildo municipal y la Chancillería y la Universidad contaban también con un lugar prominente.

En el ceremonial para la proclamación de un nuevo monarca el acto más importante es la tremolación del pendón real por el Alférez Mayor y la pronunciación de una fórmula  establecida, acción que pretende el total acatamiento a la figura real. Ésta se realiza en tablados; en Granada se disponían tres de similares características: uno en la plaza de Bibarrambla, otro en la Plaza Nueva y el tercero en la Lonja. En el frontal de cada uno de ellos se colocaban los retratos de los monarcas bajo dosel, que eran custodiados por una guardia armada, colocándose hachas junto a ellos.

La comitiva que acompañaba al Alférez Mayor lo hacía magníficamente engalanada, y las calles por donde transcurría la carrera eran adecentadas, iluminadas y decoradas, cubriéndose de arrayán, laurel y mirto. Se ornamentaban también los principales edificios, entre los que destacan las casas capitulares. Por estas calles también circulaban las máscaras –generalmente con carros- que solían organizar los gremios que expresaban su fidelidad al nuevo monarca; éstos eran convocados por el concejo para que erigieran arquitecturas efímeras –arcos, fachadas, altares, jardines, pirámides, laberintos-, castillos de fuego y otras invenciones. Asimismo se organizaban danzas en los tablados después de haber tenido lugar el acto de tremolación. Y no podían faltar las fiestas de toros y cañas, organizadas por la Real Maestranza.

Las relaciones festivas aportan numerosa información sobre los actos que se organizaban así como las decoraciones simbólicas de plazas y calles. Entre ellas cabe destacar las que describen las proclamaciones de Luis I (1724), Fernando VI (1746) y la de Carlos III (1760) y la de Carlos IV en 1789. La relación de la proclamación de Carlos III tiene la particularidad de que se ilustra con una vista de la plaza de Bibarrambla, en la que destaca, como motivo central, el tablado en el que aparecen los reyes de armas y el Alférez con el pendón, cercado por una balaustrada rectangular con cuatro jinetes en los ángulos. Este tablado era similar a los otros dos; los tres medían seis pies de altura, colocándose escudos reales en los cuatro ángulos y cubriéndose el suelo con alfombras.

Destaca también en la estampa la empalizada que rodeaba la Fuente del Leoncillo y el tablado, compuesta de arcos y columnas imitando mármol, disponiéndose en la cornisa dieciséis alegorías femeninas que personificaban las poblaciones más famosas del reino de Granada. Bajo estos arcos se colocaron ocho pirámides que sirvieron de pedestales a los retratos de los hijos de los reyes flanqueados con hachas que lucirían por la noche.

Junto a la fuente aparece uno de los castillos de fuegos artificiales que costeó el cabildo municipal; el de la primera noche dispuso en sus ángulos cuatro gigantes, representando las partes del mundo que rinden homenaje al rey, simbolizado por el águila con las armas reales y el león con las lises borbónicas sobre el trono real. La segunda noche se erigió un nuevo castillo guardado por las virtudes cardinales, culminándolo la alegoría de la fama sobre una granada.

En el recinto se distribuyen caballos y jinetes que formaban parte de la carrera así como alguno de los carros que realizaron los gremios para festejar la proclamación. Los balcones, adornados con escudos, damascos, banderas y pendones se presentan totalmente abarrotados de gente, síntoma inequívoco de la gran multitud que acompañaba estos acontecimientos festivos.

Según describe Porcel y Salablanca, autor de la relación, en la Casa de los Miradores se pintaron fábulas, símbolos y adornos, disponiéndose bajo dosel los retratos reales que se descubrirían al tremolar el pendón. Toda la plaza estuvo iluminada por hachetas, cirios, cornucopias, blandones y arañas.

Acabado el acto de tremolación se celebraron conciertos y bailes de máscaras; asimismo se organizaron diversas recepciones a las que acudieron personajes principales de la ciudad, destacando la del presidente de la Real Chancillería y la del Alférez Mayor en su casa, a la que invitó a todos los señores Veinticuatro y Jurados.

Asimismo, los gremios realizaron máscaras con carros simbólicos que desfilaron por la carrera oficial durante cuatro noches. Fiestas de toros, danzas de gitanos, oficios religiosos, entrega de ropa, comida y limosnas a los pobres, enfermos y presos, y reparto de monedas con la efigie del nuevo rey completaron la celebración de la subida al trono de Carlos III.

Autora: Reyes Escalera Pérez

Bibliografía

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PORCEL Y SALABLANCA, José Antonio, Gozo y corona de Granada, en la proclamación solemne que del Rey nuestro señor Don Carlos Tercero celebró esta ciudad con la pompa que se describe el día 20 de Enero de 1760. Granada, Imprenta Real, 1761. Facsímil con estudio preliminar de J. MARINA BARBA, Universidad y Ayuntamiento de Granada, 1988.