Pedro de Toledo y Leyva, I marqués de Mancera, era hijo de Luis de Toledo e Isabel de Leyva y se educó en el seno de una familia nobiliaria de gran tradición en la ciudad de Úbeda y con acreditados servicios a la Corona. A la muerte de su padre (1603), heredó el señorío de Mancera y de las Cinco Villas. Casó en 1623 con María Luisa Salazar y Enríquez de Navarra, III Señora de El Mármol, un señorío cercano a Úbeda. Ese mismo año Felipe IV le concedió el título de marqués de Mancera. Desde joven intervino en las campañas de Italia y en las jornadas del príncipe Doria en Argel. También participó en la defensa de las plazas del Peñón, Melilla y Málaga, por cuyos servicios ingresó en el Consejo Supremo de Guerra. Entre 1621 y 1628 desempeñó el cargo de Consejero Colateral de Nápoles y desde 1631 hasta 1639 fue gobernador y capitán general del reino de Galicia. De este puesto fue promovido al de gobernador de Orán, pero no llegó a ocuparlo al nombrarlo Felipe IV virrey del Perú. Mucho hubo de pesar en esta decisión su largo historial político militar en atención a la complicada situación peruana del momento.

Su prolongado gobierno virreinal, que se extiende desde 1639 hasta 1648, estuvo centrado en dos líneas de actuación: la defensa y fortificación del territorio y la recuperación de las minas de Potosí y Huancavelica. En relación a lo primero, su gestión representa, en opinión de Lohmann Villena, un hito excepcional en la historia de las fortificaciones de Lima y El Callao, dirigido a defender una costa desguarnecida y seriamente amenazada por incursiones extranjeras. La defensa de El Callao fue proyectada por el ingeniero Juan de Espinosa con un coste que se acercó a los 876.000 pesos, muy superior a los 200.000 inicialmente presupuestados. Para su financiación Pedro de Toledo y Leyva implantó dos impuestos nuevos. Uno de ellos consistió en una sisa equivalente a un real sobre cada arroba de carne de vaca y dos sobre carne de carnero que se consumiera en Lima; el otro, una sisa sobre el azúcar, a razón de dos libras por arroba. Además, pagó con su propio dinero el coste de 80 metros de muralla. Aunque no faltaron las críticas al desmesurado gasto de la obra, el virrey presumió de haber convertido la zona en una plaza equiparable a las mejores de Europa, además de haber disminuido el pillaje y la piratería. Del mismo modo, el estratégico puerto de Arica, lugar de embarque de la plata potosina, fue centro de su preocupación, organizando allí una fuerza militar que antes no existía. Tampoco desatendió otras zonas estratégicas y envió armas y otros socorros a la audiencia de Chuquisaca y a las gobernaciones de Paraguay, Tucumá, Santa Cruz de la Sierra y Tarija. Del mismo modo, defendió el territorio de Buenos Aires, amenazado por el levantamiento del duque de Braganza y la sublevación brasileña de 1640. Especial dedicación le mereció la situación chilena por las continuas sublevaciones indígenas y las incursiones extranjeras. Ante la inminencia de un ataque holandés aprestó una armada de 12 barcos al frente de la cual puso a su hijo Antonio Sebastián de Toledo, quien, tras cinco meses de actividad, pacificó la zona y mereció los elogios del cronista Alonso de Ovalle.

En relación a la situación minera, el marqués de Mancera trabajó para revertir la crítica situación de Huancavelica y reactivar la producción de Potosí. Las medidas encaminadas a paliar la crisis de la mina de azogue se centraron en la culminación de un socavón que permitió un nuevo acceso al interior y la mejora de las condiciones de las labores, resultando de ello un progreso de los rendimientos. El virrey visitó Huancavelica en 1645 para conocer sobre el terreno el verdadero estado del mineral y pacificar al gremio de mineros. Firmó con éstos un nuevo contrato que mejoraba las condiciones del anterior firmado en 1630 e incluía notables ventajas para la mano de obra. La producción de Huancavelica aumentó durante su mandato, aunque fue una bonanza efímera al retornar la crisis en la segunda mitad de la centuria.

En Potosí el principal problema era la cuestión mitaya. Los mineros exigían un nuevo repartimiento de indios y el marqués de Mancera se prestó a estudiarlo elaborando un proyecto que contó con el beneplácito de los dueños de las minas; sin embargo, quedó en suspenso ante la llegada del nuevo virrey. La producción se mantuvo en torno a los 900.000 pesos anuales, cifra inferior a la registrada a principios del siglo XVII, pero todavía por encima de las cantidades obtenidas en las décadas siguientes.

Hombre muy devoto, estuvo siempre próximo a los dominicos. Creó la cátedra Santo Tomás de Aquino en el seno de la Universidad San Marcos de Lima. También en la capital fundó el convento de Nuestra Señora del Carmen y sendos hospitales para negros e indios (San Bartolomé y Santiago del Cercado, respectivamente). En Cuzco levantó el hospital de San Andrés para mujeres pobres. Por otro lado, impulsó las tertulias literarias y en ese contexto ideó una singular pieza de vajilla para tomar el chocolate que es conocida con el nombre de mancerina, cuyo uso se extendió desde Lima a España.

Pedro de Toledo y Leyva fue relevado del cargo en 1648 sucediéndole el marqués de Salvatierra como nuevo virrey. En el pertinente juicio de residencia, el juez Pedro Vázquez de Velasco presentó 21 cargos, en su mayoría relacionados con la Real Hacienda, exigiéndole la devolución de 40.000 pesos. El Consejo de Indias suavizó la sentencia de Velasco y le absolvió de casi todas las imputaciones. A pesar de ello, y con el fin de limpiar su nombre, ya en Madrid, se decidió a escribir un Memorial en el que detallaba los aciertos de su gobierno y justificaba su comportamiento. Con el mismo afán de vindicarse publicó su Relación de gobierno y contrarrestar las informaciones de Juan Medina Ávila, contador del Tribunal de Cuentas de Lima.

No es unánime la historiografía a la hora de valorar su gobierno. Manuel de Mendiburu lo considera un virrey arbitrario, caritativo y piadoso, que contravenía con frecuencia las órdenes reales y actuaba según su propio dictamen, tratando de favorecer siempre a sus allegados y religiosos. En cambio, Vargas Ugarte lo dibuja como un virrey muy activo y aplicado a los problemas peruanos y, aunque se le acusa de elevadas inversiones sin autorización real, el fin lo justificaba por los beneficios que reportaban. En su Úbeda natal, en la plaza Vázquez de Molina, se alza el palacio que lleva su nombre. Fue construido a finales del siglo XVI por Antonio y Lope de Molina Valenzuela, hermanos canónigos de la Colegial de Santa María.

Autor: Miguel Molina Martínez

Bibliografía

HANKE, Lewis, Los virreyes españoles en América durante el gobierno de la casa de Austria, Perú, Madrid, Ediciones Atlas, Biblioteca de Autores Españoles, 1978.

LOHMANN VILLENA, Guillermo, Las defensas militares de Lima y Callao, Sevilla, Escuela de Estudios Hispanoamericanos, 1964.

MENDIBURU, Manuel de, Diccionario histórico-biográfico del Perú, Lima, Imprenta Enrique Palacios, 1931.

MOLINA MARTINEZ, Miguel, Jaén y el mundo hispanoamericano, Jaén, Diputación Provincial de Jaén, 1987.

VARGAS UGARTE, Rubén, Historia General del Perú, Lima, Editorial Carlos Milla Batres, 1966.