Las mascaradas fueron una tipología festiva de enorme popularidad en el Barroco por toda Andalucía. Se trataba de un cortejo constituido por carros, que desarrollaban una metáfora o fábula habitualmente relacionada con la religión o la mitología clásica, y un conjunto de cuadrillas, donde diversos personajes conformaban el séquito correspondiente a cada uno de los transportes que participaban en la comitiva. Esas agrupaciones se caracterizaban por la presencia del disfraz como un elemento fundamental de su constitución festiva.

Se trataba de una fiesta que aparece en Andalucía durante el siglo XVI, influida por  la tradición dramática festiva de los carros que acompañaban a la procesión del Corpus en las principales ciudades de la región. Pero fundamentalmente  se conformará como una variante hispánica de un tipo desarrollado en las fiestas cortesanas de la Italia del Renacimiento, como consecuencia de la adopción del modelo de triunfo romano de la Antigüedad; ese modelo, bajo el carácter moralizante de la metáfora mitológica explicada por Ovidio, será adaptado por Petrarca con sus consideraciones simbólicas y literarias, y divulgado en el ambiente erudito humanista por diversos autores. Mantiene por tanto, su personalidad frente a otras fiestas europeas de etimología semejante, aunque con ellos manifiesta  correspondencias en su carácter espectacular y la variedad de artes visuales, musicales y escénicas con el baile de mascaras francés y la mascarada británica.

De este modo, las máscaras en la Edad Moderna andaluza aparecerán en la segunda mitad del siglo XVI. En caso de Sevilla, se celebran ya con carros y cuadrillas en las fiestas de celebración de la Victoria de Lepanto y el nacimiento del príncipe Felipe, en 1571-1572, tal como indica Ramos Sosa. La mascarada pasará posteriormente al continente americano, donde tendrán un rápido éxito como modalidad festiva, tanto en los grandes centros virreinales como México o Lima, como en las poblaciones más periféricas.

La mascarada organizaba sus contenidos en torno a una idea o fábula que desarrollaba el tema tratado por cada alegoría móvil y sus acompañantes.  En los carros participaban distintos actores como personajes alegóricos, mitológicos o sacros que aludían a tal metáfora; además, había que contar con los disfraces de las cuadrillas, la parodia y atributos en ellos exhibidos,  y los emblemas y jeroglíficos presenten en el ornato de carrozas, escudos y enseñas.

Esos contenidos eran desarrollados mediante una puesta en escena que incluía, además de la aprehensión visual de temas y emblemas, las burlas, mímicas y gestos de los actuantes, la música que acompañaba a los carros y la representación de pequeñas piezas dramáticas que a modo de mojigangas o loas se celebraban en determinados hitos significativos de su itinerario por la ciudad. Los textos así dramatizados constituían una suerte de representación teatral que sustituía la prohibición expresa del teatro permanente existente en diversas ciudades de Andalucía durante el Barroco. De ese modo, los textos, su representación escénica, los elementos musicales, auditivos y visuales se unían en una representación total que, de acuerdo con la estética y la retórica barroca, producían un aparato sinestésico dispuesto a la seducción del espectador a través de los sentidos, al servicio de un entendimiento de la fiesta como un Teatro del Mundo que sirviese a la confirmación del súbdito de los valores propios de la sociedad donde se representaba.

Bajo el nombre de mascaradas aparecen en el Barroco diferentes espectáculos festivos con sus variantes. A veces se denomina como máscara la llamada también cabalgada, procesión ecuestre de caballistas dispuestos por parejas, que portan velas o fuegos, habitualmente durante la noche, para celebrar algún acontecimiento festivo relacionado con la familia real o con algún proceso religioso culminado mediante breves, beatificaciones o canonizaciones.  Se trata de una procesión de corte aristocrático, organizada en el marco de alguna agrupación o institución nobiliaria.

Pero incluso dentro de las mascaradas propiamente dichas, aquellas dispuestas con al menos un carro y sus cuadrillas, existen diversas variantes. Los carros denominados serios son aquellos que desarrollan temas de semejante carácter, frente a los burlescos, donde predomina el humor en forma de ironía, pantomina o desviación de la metáfora mitológica. Precisamente será en estos cortejos humorísticos donde se desarrolle una licencia mayor frente a la seriedad de los contenidos expuestos en sus antagonistas.

La teoría festiva justificará tal diversidad en el fomento de la agudeza mediante el ingenio que comportaba la sátira o el juego humorístico. En cualquier caso, la presencia de tales elementos permitirá el acercamiento del pueblo llano a la mascarada, y la suavización del mensaje metafórico a favor de su entendimiento o al menos aprecio, por parte de la mayoría de la población.

En la mascarada es habitual la tendencia a que el cortejo se convierta en la representación de un cosmos o mundo conocido que tuviera como guión temático la exhibición recurrente de las estaciones, las partes del mundo o los cuatro elementos; constituirán partes de su contenido la presencia de la autoridad,  a veces con un tono grave, la mayor parte como parodia de alguaciles o ejército. Los niños forman parte del desfile como representación de la inocencia y belleza, convertidos en putti, cupidos o ángeles. También es habitual  la parodia de las agrupaciones musicales, o de alguno de sus protagonistas. En la mascarada intervienen diversos tipos costumbristas, étnicos o nacionales, referencias a la historia de los hombres y de su literatura, y topos culturales reconocidos. La mitología tendrá un papel muy importante, ya que Olimpos y Parnasos con sus variantes ofrecen la personificación de sus personajes para representar la monarquía o la familia real; la corte acuática de Neptuno, la presencia de las musas o otros mitos clásicos reflejarán con su alegoría el papel del comercio, el mar, las ciencias, las artes o las letras en la vida colectiva de la comunidad. El elemento religioso no estará apartado de la tipología festiva: junto a las alegorías sacras, el carro o la nave de la iglesia tendrá en ocasiones su carro en las mascaradas, junto con otras imágenes del vergel del paraíso, el purgatorio o las apoteosis de santos o de la iglesia.

Durante el siglo XVII se habla aún más de máscaras y carros triunfales que de mascaradas propiamente dicha. El modelo parece convertirse en norma durante el siglo XVIII, cuando abundan los cortejos compuestos por varios carros con sus cuadrillas, y se impone la existencia de una fábula general que dirija el contenido de la mascarada, tal como aparece reflejado en las relaciones festivas. Durante ese siglo aumenta el número total de las mismas, las instituciones y corporaciones implicadas, e incluso se produce una diferenciación de su representación escénica de tres momentos distintos, distantes incluso en días, conformados respectivamente por el pregón, el grueso de la mascarada, y finalmente el Víctor o entrega final a una institución o personaje de autoridad real o religiosa de una inscripción conmemorativa de la celebración del episodio.

Las mascaradas se formarán con ocasión de las beatificaciones o canonizaciones de santos, para la celebración de días señalados de fiesta, o en determinados acontecimientos bélicos o festivos relacionados con la monarquía. Será habitual contar con la presencia de carros y cuadrillas organizadas por los gremios de las ciudades durante las fiestas de proclamación de los nuevos monarcas, teniendo especial relevancia en los días festivos que celebraban el ascenso al trono de Fernando VI, Carlos III o Carlos IV, en especial en Málaga o en Granada, o visitas reales como la correspondiente al llamado Lustro Real con la presencia en Sevilla y tierras gaditanas de Felipe V. Además de las instituciones gremiales, serán protagonistas de estas actividades las cofradías y hermandades, colectivos étnicos y nacionales, como gitanos o portugueses, y los colegios mayores docentes de corte universitario.

El desarrollo barroco de las mascaradas será extraordinariamente matizado durante el período ilustrado. En esos tiempos la máscara perderá diversidad de contenidos, adquirirá un tono definitivamente serio frente a la chanza admitida en el período barroco, y se solemnizará mediante un carácter arqueologizante que toma como referencia el cortejo triunfal imperial romano. El desenvolvimiento metafórico y retórico quedará condensado en claras alegorías presentes en los carros y en los personajes representados en las cuadrillas. En los carros se tomará en consideración nuevos temas de corte abstracto vinculados a los cambios de la monarquía, el sentido del rey como benefactor de la sociedad, los valores éticos cívicos y conceptualizaciones políticas revitalizadas o novedosas como la soberanía nacional, la constitución o la nación.  De este modo los carros triunfales, en ocasiones dispuestos para acoger el retrato real o los símbolos de la monarquía o la Ley Suprema se organizarán por ayuntamientos e instituciones para la nueva fiesta cívica del XIX.

La mascarada pervivirá en la tradición popular de comparsas y murgas, relacionadas fundamentalmente con el período del Carnaval, mientras que la versión más política o institucional del espectáculo se mantendrá viva hasta la actualidad en los cortejos vinculados a las fiestas locales, certámenes literarios, o en celebraciones de la Epifanía de diferentes localidades y ciudades de Andalucía.

Autor: Francisco Ollero Lobato

Bibliografía

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