Monja carmelita colaboradora estrecha de Teresa de Jesús, a quien  acompañó en la fundación de los conventos andaluces  de carmelitas descalzas de Beas y Sevilla (1575). En este último quedaría como priora hasta que le fue encomendada la fundación del convento descalzo de San Alberto de Lisboa (1585). Ambas tareas fueron desarrolladas por María de San José siguiendo un criterio propio así como su particular visión de la reforma del Carmelo impulsada por Teresa de Jesús. Destituida como priora de Sevilla, desterrada del convento de San Alberto, murió en el convento de La Cuerva (Toledo), en 1603, apenas unos días después de consumarse su traslado allí por orden superior. Mujer de notable personalidad y sólida formación, fue considerada por Teresa de Jesús como la más capacitada para ser su sucesora al frente de la reforma descalza. Sin embargo, la defensa a ultranza que María de San José hizo de la misma, la convirtieron en blanco de críticas y persecuciones, visibles en el velo de silencio que sobre su personalidad y su obra se ha extendido hasta tiempos recientes Autora de poesía, diálogos espirituales y sendas Memorias del Carmelo, sus escritos (Libro de Recreaciones, 1583 y Ressumptas de la Historia de la Fundación de los Descalzos y descalzas carmelitas…, (Ramillete de Mirra) (con posterioridad a 1594), constituyen una fuente de primer orden para conocer los las primeras fundaciones de carmelitas descalzas en Andalucía así como los  avatares de la reforma de la orden carmelita impulsada por Teresa de Jesús, tanto en la última etapa de la vida de esta como en los años que siguen a su muerte.

Nacida en Toledo, en 1548. Hija de Sebastián de Salazar y María de Torres, familia hidalga oriunda de Molina de Aragón (Guadalajara), vivió desde niña en el palacio de doña Luisa de la Cerda donde se crio, como una pariente más, recibiendo una esmerada educación. Allí conocerá también a Teresa en una de las visitas que la monja de Ávila hace a doña Luisa de la Cerda y bajo cuya influencia,  al parecer, se decide a ingresar en el Carmelo profundamente impactada por “aquellas mujeres” que habían emprendido la reforma de la orden. Profesará en 1571, un año después de tomar el hábito en el convento de Malagón, desde donde esta monja “sabihonda”, “letrera” y “rebelde” como la llamará cariñosamente Teresa de Jesús, partirá con la Madre para la fundación de los conventos de Beas y Caravaca. Desde un primer momento, según cuenta la propia María de San José, Teresa la tenía destinada como priora para cualquiera de las nuevas fundaciones, dependiendo de donde quisiera ir. Tras la fundación de Beas (1575) y la decisión que toman de encaminarse a Sevilla a fundar allí, el destino de María de San José queda vinculado a la ciudad andaluza donde permanecerá como priora, desde mayo de 1575 hasta su marcha, en 1584,  a Lisboa. En el convento de San Alberto, en Lisboa transcurrirá gran parte de su vida religiosa hasta que le llegue un nuevo ultimátum para trasladarse al monasterio de La Cueva (Toledo) donde morirá.

Desde muy pronto la actividad de María de San José, primero junto a la madre Teresa, luego ya como priora del convento sevillano, se halla marcada por el conflicto.  La fundación del convento de San José de Sevilla desata una “gran tormenta”, según propias palabras, en la que confluyen distintos intereses. A nivel local, la nueva fundación aparece como una prueba más de una ciudad saturada de conventos para la que máxima autoridad religiosa, el arzobispo de Sevilla, niega haber dado permiso. Por otro lado, dentro de la orden carmelita, los calzados miran con inquietud creciente el avance de los descalzos, e incluso aquellos que hasta el momento habían apoyado a Teresa de Jesús, como el General de la orden, Padre Rubeo, se muestra indignado con estas fundaciones andaluzas contrarias, según manifiesta, a las indicaciones y permisos para nuevas fundaciones dadas por él a Teresa de Jesús. La persecución asume distintas formas: en los primeros momentos la carencia de limosnas y la ausencia de benefactores la evidencia; pasados unos meses y cuando la ciudad parece haber comenzado a acoger a las carmelitas descalzas será la denuncia ante la Inquisición por sospecha de alumbradismo. Ya sola como priora, habiendo sido enviada Teresa de Jesús por orden superior al convento de Toledo, María de San José se enfrenta a nuevas acusaciones ante la Inquisición. Las denuncias de una monja y una lega de su propio convento, manipuladas por el capellán del mismo a quien María de San José discutía el intrusismo en sus competencias y responsabilidades como priora, terminan con su apartamiento del cargo y con la extensión por la ciudad de comentarios infamantes que la acompañarán ya a lo largo de toda su vida.  Aunque esta primera batalla concluirá  en 1580, con la  aparente victoria de la concesión papal de una separación de la provincia calzada y descalza, que parece consolidar la reforma teresiana, la guerra continúa. Entre 1585 y 1594 fragua un “giro” a la reforma del Carmelo impulsada por Teresa de Jesús, una contrarreforma del modelo de vivencia religiosa propuesto por ella, imponiéndose una reorientación que fortalece la centralización y el control de la  jerarquía sobre las casas conventuales y  su forma de vida y que limitará la independencia de los conventos femeninos. En esta segunda batalla que vive el Carmelo descalzo, en los años inmediatamente posteriores a la muerte de Teresa de Jesús, los defensores de su obra, Ana de Jesús-Lobera, el padre Gracián de la Madre de Dios o María de San José, serán objeto de una persecución dirigida por el padre Nicolás Doria, que rige los destinos de la descalcez entre 1584 y 1594. La prisión, el silencio forzado y el alejamiento de los cargos de prioras, en el caso de las monjas o expulsión de la orden en el del Padre Gracián, serán algunos de los hitos que señalan un nuevo tiempo de guerra en el Carmelo.

Más allá de la secuencia de los hechos, bien establecida en las dos Memorias de María de San José, interesa profundizar en su significado y en la interpretación que la monja carmelita ofrece sobre los mismos. Los dos escritos, que pueden considerarse del género memorialístico autojustificativo,  la retratan como una excepcional cronista de unos tiempos convulsos en la historia de la reforma de la descalcez carmelitana. Y no sólo por su condición de protagonista excepcional de los sucesos que relata, sino también por la claridad de su exposición en la que huye de la tradicional diplomacia y “retórica de la humildad” propia de otros escritos religiosos autobiográficos femeninos –los de Teresa de Jesús, por ejemplo-, adoptando  en cambio un lenguaje polemista y reivindicativo respecto al papel de las mujeres en la religión.  La defensa de las Constituciones  de 1581, inspiradas por Teresa de Jesús y redactadas por el padre Gracián, cuya aprobación María de San José y otras monjas rebeldes solicitan a la Santa Sede, desata una guerra sucia contra estas y el padre Gracián. Aunque el Papa confirma las Constituciones, en 1590, el P. Nicolás Doria no se da por vencido y recrudece la persecución de los cabecillas rebeldes. María de San José es recluida en la cárcel conventual por mandato de Doria, desde allí escribirá un nuevo testimonio: “Carta de una pobre descalza” (1593). El bulo de una supuesta relación inapropiada entre Gracián y María de San José se extiende escandalosamente y Doria manipula y tergiversa para obtener de María una especie de petición pública de perdón que los haga aparecer como culpables. La monja rebelde no cae en la trampa, mantiene su inocencia, se obstina en declarar que no es culpable de lo que se le imputa. Tampoco se engaña, más allá de esta acusación sobre comportamiento inmoral,  ella sabe y denuncia que lo que está en juego es mucho más grave, son aquellos aspectos de la reforma teresiana que tenían que ver con la libertad de las monjas y de la vida religiosa femenina en los conventos reformados.  De un lado, la libertad de las monjas para elegir confesor –incluso fuera de la orden- y, de otro,  la libertad de las monjas para elegir a su priora. Ambas “libertades” van a ser subrogadas en 1590 con la reforma introducida por el padre Doria y el órgano de La Consulta tras el que este se oculta. Se trataba de interponer una mediación masculina obligada en los conventos de monjas carmelitas, lejos de ese gobierno de mujeres para mujeres que Teresa de Jesús había establecido en las primeras Constituciones.

María de San José explica, aunque no comparte, un silencio convenido sobre el protagonismo de Teresa de Jesús en la reforma del Carmelo y en la fundación de los conventos carmelitas masculinos y femeninos; acordado, porque en momentos tan difíciles, según argumentaban, no convenía  situar a una mujer al frente de obra tan importante. Quizá por ello, por la conciencia de un ocultamiento sistemático de las acciones de mujeres, ella reivindicará la memoria de las descalzas, una Memoria construida por las mujeres: “para que no se pierda un punto de lo que con tanto trabajo se ha renovado”. En 1644, el cronista oficial de los descalzos, Francisco de Santa María, la señalaba como una mujer talentosa, fuera de su esfera y extravagante, tres anotaciones muy pertinentes cuando se trataba de establecer la falta de adecuación de  una mujer  en la mentalidad de la época. 

Autora: María José de la Pascua Sánchez

Bibliografía

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