Durante la Edad Media existió en la ciudad de Jaén una importante comunidad judía que desde mediados del siglo XIV tuvo que afrontar diversas persecuciones y toda suerte de acciones políticas dirigidas a mermar los derechos y libertades de sus miembros. La mayoría de los judíos vivían dedicados a la artesanía y al comercio, mientras que otros también ejercían profesiones liberales o se desenvolvían como prestamistas, cambistas o recaudadores de rentas reales, oficios que les granjeó la animadversión de la sociedad cristiano-vieja. Además, los sucesivos episodios de crisis (malas cosechas, escasez de alimentos, alza de los precios, epidemias, etcétera) que se produjeron en esta época generaron un malestar social cada vez mayor que en determinados momentos encontró en la comunidad judía un chivo expiatorio contra el que canalizar su descontento.

En esta coyuntura de creciente antisemitismo se produjeron algunos episodios trágicos como la razia que sufrió Jaén en 1368 a manos de las tropas del rey nazarí, que había sido llamado por su aliado Pedro I en el contexto de la guerra civil que éste sostenía contra su hermano Enrique de Trastámara, a quien la ciudad se había mantenido fiel. Una de las funestas consecuencias de este suceso fue el cautiverio que padecieron cientos de judíos giennenses, siendo conducidos a Granada. No podemos tampoco olvidar las revueltas y persecuciones antijudías (pogromos) que tuvieron lugar en esta época, entre las que podemos destacar la de 1391, que se saldó con la conversión de un gran número de judíos pero también con la emigración de otros muchos hacia zonas rurales, reacios a abandonar su religión. También se promulgaron algunas leyes dirigidas a limitar el margen de libertad de la comunidad judía, prohibiendo a sus miembros ejercer determinados oficios, lo que en última instancia buscaba conseguir su conversión.

Entre 1459 y 1473, período durante el cual el condestable de Castilla Miguel Lucas fijó su residencia en Jaén, tanto los judíos como los judeoconversos de esta ciudad pudieron disfrutar de unos años de tranquilidad y prosperidad. Auspiciadas por la protección del favorito de Enrique IV, numerosas familias judeoconversas consiguieron promocionar socialmente, llegando a acceder algunos de sus miembros a los oficios municipales. Sin embargo, estos años de tolerancia vieron su fin a raíz del motín anticonverso que estalló en Córdoba en 1473 y que se extendió por varias ciudades, alcanzando Jaén. La revuelta culminó finalmente con el asesinato del condestable, acusado de proteger a la comunidad judeoconversa, aunque otros justificarían este homicidio como una consecuencia de la política de despilfarro que habría llevado durante estos años. En cualquier caso, no cabe duda de que los judíos y judeoconversos de Jaén perdieron a su principal protector en unos años en que se vivía una creciente escalada de antisemitismo. Tras la desaparición del condestable, los conversos giennenses aún vivieron unos años más bajo el amparo de su viuda Teresa de Torres, cabeza de la Casa de Villardompardo, pero la instauración en 1483 de un tribunal del Santo Oficio de la Inquisición en la ciudad vino a poner fin a esta etapa de tranquilidad.

El temprano establecimiento de un tribunal inquisitorial en Jaén (hacía sólo tres años de la implantación del primero, en Sevilla) respondía a la numerosa población judeoconversa que a la sazón habitaba en la ciudad. Las primeras actividades del tribunal giennense comenzaron en enero de 1485 y fueron dirigidas en primer lugar contra las prácticas judaizantes de aquellos conversos que poseían oficios municipales. La condena inquisitorial conllevaba la privación del oficio y la consecuente inhabilitación perpetua, afectando a regidores como Pedro de Molina, jurados como Gonzalo de Molina y escribanos públicos como Luis de Olivares, Álvaro de Jaén o Martín Palomino, entre otros, acusados de ser criptojudíos. En teoría, la inhabilitación no sólo afectaba a los condenados, sino también a sus hijos y nietos, aunque muchos de aquéllos fueron finalmente reconciliados y algunos de ellos habilitados de nuevo en sus antiguos oficios. Sin embargo, el estigma infamante que recayó sobre sus familias se mantendrá durante generaciones. Durante estos primeros años (en los que el número de judeoconversos aumentó con los recién convertidos en 1492), la actuación del Santo Oficio en Jaén se caracterizó por el rigor implacable con el que intentó erradicar la herejía.

Esta primera etapa de actividad inquisitorial terminó en 1526, cuando se desmanteló el tribunal giennense al pasar su jurisdicción a depender del Tribunal de Córdoba. A partir de este momento comenzaba un período de relativa bonanza para la comunidad judeoconversa de Jaén, pues, salvo episodios puntuales, la acción inquisitorial centrará su prioridad sobre otros grupos sociales, como los moriscos, los marranos portugueses, los alumbrados y los luteranos, entre otros. Es, por tanto, a partir de 1526 cuando las familias judeoconversas comenzaron a recomponerse tras las persecuciones sufridas durante la etapa anterior, iniciando muchas de ellas un ascenso social que en algunos casos les permitirá acceder al gobierno municipal. También debemos tener presente que durante las últimas décadas del siglo XV varias familias cristiano-viejas que, a pesar de pertenecer a la élite giennense, habían visto cómo su patrimonio disminuía progresivamente, se vieron abocadas a enlazar con familias conversas de holgada posición económica, mezclando de este modo su sangre con la de descendientes de hebreos. Fue el caso de los Mendoza, que ocuparon durante décadas una posición de preeminencia en el seno del cabildo municipal. De su unión con los Novoa, ricos conversos, descenderán los señores del Torrejón, los de Torrequebradilla y los condes de Torralba, tras enlazar éstos con los Fernández de Córdoba, rama menor de la Casa de Cabra.

Recordemos que la población judeoconversa se dedicaba principalmente a actividades tales como la artesanía, el comercio (seda, especias, etcétera), el arrendamiento de rentas y el préstamo, gracias a cuyo ejercicio algunas familias consiguieron enriquecerse. Sin duda alguna, el poder del dinero y la solidaridad entre sus miembros permitieron a estas familias irse asimilando gradualmente a lo más granado de la sociedad giennense. Además, como el cabildo municipal de Jaén no poseyó durante los siglos XVI y XVII estatutos de limpieza de sangre ni ordenanzas que restringiesen el acceso a los cristianos descendientes de musulmanes o judíos, resulta fácil entender que con el suficiente dinero, el correspondiente apoyo familiar, las amistades adecuadas y la necesaria astucia, los judeoconversos consiguieron introducirse en esta institución con relativa facilidad. En este sentido jugó un papel fundamental la venta masiva de oficios municipales que la Corona llevó a cabo a partir de 1543, puesto que permitió a aquellas familias conversas más ricas poder comprar veinticuatrías, juradurías, escribanías y otros cargos concejiles. Numerosos judeoconversos lograron ingresar de esta manera en el cabildo municipal.

Así mismo, las distintas fórmulas de transmisión de los oficios también facilitaron la entrada de sangre hebraica en el gobierno de la ciudad, pues tras las renuncias de los oficios públicos que se hacían formalmente en la Corona para que ésta en teoría los proveyera en quien estimase oportuno, se escondieron numerosas transacciones comerciales privadas en las que los oficios eran vendidos como si se tratase de cualquier otra mercancía, siendo los compradores, en bastantes ocasiones, judeoconversos. En otros casos, estas renuncias encubrieron transmisiones de padres a hijos o de suegros a yernos, lo que podía implicar que los oficios recayeran en individuos con sangre judía, pues, como ya se dijo anteriormente, varias familias cristiano-viejas terminaron enlazando con otras conversas, por lo que el receptor del oficio podía descender de estas uniones.

De este modo, ya fuera a través de los diferentes acrecentamientos de oficios municipales o mediante las distintas vías de transmisión de éstos, muchas familias con sangre hebraica lograron llegar al poder municipal de Jaén durante los siglos XVI y XVII. De entre todas ellas podemos destacar, por citar sólo algunas, a los Palomino, Molina-Escobar, Torres-Valenzuela, Soria Vera, Milán y Talavera. La presencia conversa en el Concejo llegó a ser tal que en el primer cuarto del siglo XVII más de la mitad de los miembros de esta poderosa institución tendrán ascendencia judía.

La entrada de judeoconversos en el cabildo municipal de Jaén a lo largo del siglo XVI y primeras décadas del XVII contribuyó sin lugar a dudas a consolidar el poderío económico de un grupo oligárquico que de otro modo no habría podido mantener las cualidades propias de una verdadera élite de poder.

Autor: Félix Marina Bellido

Bibliografía

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