En los primeros años de reinado del monarca Felipe IV se alzó una fuerte resistencia a la desmedida ambición hacendística de la corona. El agobio financiero, su incesante demanda económica, motivó que algunas ciudades -en especial las andaluzas-retiraran el voto decisivo de sus procuradores en Cortes, concediéndole así tan sólo el consultivo que se les obligaba a recabar información a las propias ciudades antes de pronunciarse, por lo que se hizo necesario ejercer una presión directa sobre los gobiernos locales.

Se deben también considerar las conexiones andaluzas de un valido Olivares instalado ya en el control pleno del poder: la peor referencia a la oposición a su política, para el conjunto total de las ciudades, sería la que partió de Sevilla de donde se consideraba originario buena parte del movimiento opositor. Además, ya a título personal, le afectaba la situación: él nació en Roma, pero se consideraba unido a una ciudad hispalense que ponía en jaque la fuerza real de su nueva política frente a las oligarquías urbanas del resto de ciudades con representación en cortes.

El viaje regio no obedeció tan solo a la acuciante necesidad económica: la mirada a Andalucía fijó también su atención sobre la posible mayor explotación de la periferia peninsular considerada de la mayor riqueza, resultando así útil conocer a una tierra susceptibles de poder contribuir más en beneficio de la corona; más aún frente al agotamiento de una Castilla interior exhausta, destacando una Sevilla crucial para la estrategia de la nueva política, de ahí el interés directo del contacto del monarca con el mundo del comercio americano. Además el manifestado <<deseo de ver a Sevilla y visitar las costas>> extiende la intención del viaje de Felipe IV al control del litoral del territorio, ya que se enmarca en la política internacional del momento con el necesario refuerzo del sur y del paso del Estrecho, no pudiendo ocultar -tras la mera defensa territorial- la idea de la expansión norteafricana característica de la política olivariana y filipina en competencia con el eje rival anglo-holandés.

La comitiva partió en febrero de 1624 desde Madrid en una visita de 69 días de duración. Para el joven rey, de menos de veinte años de edad, fue su primera salida de importancia y le acompañó un séquito de casi 300 personas formado, entre otras personalidades, por su hermano don Carlos, el propio valido, el Almirante de Castilla, el duque de Medina de Rioseco, el duque del Infantado o incluso Francisco de Quevedo, quien narró en un escrito un pasaje del itinerario. De hecho el viaje, pese a su brevedad, dejó una considerable huella documental motivada sin duda por el interés sobre el acontecimiento.

Tras penetrar en el Reino de Jaén -con un tiempo infernal en el que las lluvias desbordaron arroyuelos y ramblas, incluso Guadalquivir- los primeros días se destinaron a visitar Linares, Andújar, las posesiones del marqués de El Carpio, hasta alcanzar la capital cordobesa. Pero de todas las localidades visitadas destacaría Sevilla, el principal objetivo del viaje, donde fue la estancia más larga de 12 días de duración. Pese a las celebraciones por la llegada del monarca la intención de doblegar la resistencia local no tuvo una respuesta fácil. Aún así el ayuntamiento le entregó un presente de 30.000 escudos de oro y, pese a la fuerte oposición de algún capitular a conceder el servicio de millones a aprobar por las Cortes, en sesión extraordinaria del Cabildo -presidida por Olivares- la ciudad concedió el servicio.

Seguidamente, por invitación del duque de Medina Sidonia, tuvo lugar la estancia real en el célebre coto de Doñana para la cual se habilitó una ciudad efímera donde acoger a los centenares de personas que formaban la comitiva. La intención del duque, que fue mostrar su poder, derivó en los ingentes gastos realizados durante la estancia con los festejos de toda índole celebrados (fiestas de toros, representaciones teatrales, comidas fabulosas…), pero su prodigalidad llegó al punto de endeudar a la Casa ducal por muchos años. Tras Medina Sidonia en las tierras gaditanas el siguiente paso del viaje fue la visita a Cádiz, ciudad en la que Felipe IV pudo revisar de primera mano embarcándose el estado de la flota, para luego seguir camino a Gibraltar. A continuación, tras una breve estancia en Málaga, llegó a inicios de abril a una Granada en plena celebración de la Semana Santa alojándose en la Alhambra. De nuevo aquí se reiteraron las celebraciones y obsequios; el monarca asistió y participó en los oficios religiosos de las fechas de pasión, pero en especial le interesó el tema de las reliquias del Sacromonte, visitando su abadía, y realizando una donación para conservar sus reliquias.

Granada cerraría asuntos y los diversos aspectos del viaje. El regreso a Madrid se hizo de nuevo por la ruta de Jaén y Baeza, entrando en la capital el día 18 de abril. Cabe preguntarse si valió la pena el esfuerzo, ya que frente a las altas aspiraciones puestas en la partida el resultado fue decepcionante por la fuerte oposición de las ciudades: salvo Sevilla, y con resistencias Córdoba y Granada, Andalucía se negó a ratificar el voto que hubiera posibilitado la ayuda económica aprobada en las Cortes. Pero además no hubo un contacto directo con el pueblo, ni siquiera con los problemas del sur, con lo que el viaje solo fue ocasión para gastos inútiles para las ciudades.

Autor: Francisco Sánchez-Montes González

Bibliografía

ESPINOSA, Pedro, Bosque de Doñana. Demostraciones que hizo el Duque VIII de Medina Sidonia a la presencia de S.M. el Rey Felipe IV en el Bosque de Doñana por… Sigue una carta de don Francisco de Quevedo sobre el viaje de Felipe IV a Andalucía, Sevilla 1624 (red. con estudio preliminar de BERNAL RODRÍGUEZ, Manuel (ed.), Sevilla, Padilla Libros Editores & Libreros, 1994).

MERCADO EGEA, Joaquín, Felipe IV en las Andalucías, ed. Cuadernos del Condado, 1980.

SÁNCHEZ-MONTES GONZÁLEZ, Francisco, “Resistencias y élites: su Majestad Felipe IV en Andalucía”, en SÁNCHEZ-MONTES GONZÁLEZ, Francisco, JIMÉNEZ ESTRELLA, Antonio y LOZANO NAVARRO, Julián (eds.), Familias, Élites y Redes de poder cosmopolitas de la monarquía hispánica en la Edad Moderna, Granada, ed. Comares, 2016, pp. 309-335