Los honores de las Órdenes Militares castellanas -Santiago, Calatrava y Alcántara-, es decir, los hábitos de caballero de estas nobles corporaciones gozaron de un extraordinario prestigio en la Edad Moderna. Entre sus elementos inherentes, su vínculo religioso fue una de las principales características frente a otros honores otorgados por la monarquía. De hecho, una importante razón de su prestigio se sustentaba en la idealización de las heroicas hazañas protagonizadas por sus caballeros empleando “la cruz y la espada”, en su papel de monjes militares, siendo consideradas como el principal brazo armado de la cristiandad. Así, aunque en los siglos XVII y XVIII ya distaban mucho estas instituciones de las fundadas en Edad Media, los hábitos de caballero de las Órdenes Militares eran honores con una impronta religiosa.

Desde el punto de vista ideológico, los hábitos de las Órdenes Militares castellanas continuaban considerándose honores de carácter confesional no temporal. Por tanto, poner en venta sus honores significaba poner precio a elementos eclesiásticos, incurriendo de esta manera en delito de simonía. Si bien hubo algunos teólogos que no lo consideraban simonía, como el carmelita fray Nicolás Bautista, sí entendían que con su venta se cometía “culpa mortal de otra especie”. Esta transgresión, en tanto en cuanto violaba preceptos sacros, fue el principal motivo que explica que los hábitos no fueran “aparentemente” objeto de transacción, a diferencia de las hidalguías o los títulos nobiliarios que sí se vendieron abiertamente. Por esta razón, aunque se realizaron estas transacciones, siempre se efectuaron de forma oculta. Ni la monarquía registró estas ventas en los libros de cuentas de las tesorerías, como pudo ocurrir con otras dignidades, ni los particulares lo hicieron públicamente.

Estas ventas se llevaron a cabo, fundamentalmente, a través de dos vías. Por un lado, la venta que llevó a cabo la Corona, como parte de la política de concesión de mercedes, y, por otro, la que se efectuó entre particulares. En lo que a la monarquía se refiere habría que realizar otra nueva diferenciación entre las ventas directas, es decir, las otorgadas a través del ingreso de efectivo y las indirectas, asumiendo el beneficiario de la merced los costes de algunas empresas de la monarquía, que importaron un significativo ahorro a las maltrechas arcas regias. No obstante, cabe destacarse que parece que las ventas directas llevadas a cabo por la monarquía tan solo se produjeron durante el reinado de Felipe IV.

La monarquía hispánica, desde que asumiera los maestrazgos de las Órdenes Militares castellanas bajo su dominio, fue consciente de las extraordinarias oportunidades que le brindaban estas instituciones. Se trataba de un valioso instrumento y entre las numerosas posibilidades estaba el aprovechamiento de sus recursos financieros, tanto directos como indirectos. Por esta razón, es comprensible que todos los monarcas se valieran de estas corporaciones nobiliarias. Fue habitual que la monarquía utilizara estas mercedes y sus rentas -encomiendas o pensiones- para premiar servicios, conmutar sueldos, comprar fidelidades, reclutar hombres, e incluso, en determinadas coyunturas, vender encomiendas o suspender su concesión para apropiarse la Corona de sus rentas. Quizás, la salvedad respecto a Felipe IV fue, como hemos anticipado, que supuestamente el resto de monarcas castellanos no enajenaron sus dignidades de forma directa por dinero y, si lo hicieron, fue de forma más cautelosa, optando, en todo caso, por operaciones encubiertas.

Entre los casos más habituales de ventas indirectas, encontramos concesiones a cambio de recursos materiales y humanos, destinados a asumir las costosas guerras. Destacó sobremanera la permuta de hábitos por soldados, es decir, como recompensa a cambio de formar regimientos, aunque también fueron premiados quienes se dedicaron activamente a la financiación de la guerra. Las razones que indujeron a este “trueque” se originaron ante las constantes dificultades que experimentó la monarquía para reclutar soldados y mantener el número de compañías que sostuviesen la belicosa política imperial de los Austrias. Esta práctica habitual del siglo XVII -hombres por honores-, se produjo con tanta asiduidad, que en determinados periodos este ofrecimiento de soldados a cambio de mercedes se llegó a establecer en un valor tasado en hombres, cifra que variaba dependiendo de las necesidades de la monarquía y de si los soldados acudían pertrechados o no. Pero, además, también se utilizaron para pagar sueldos, para compensar a prestamistas de la Corona, e incluso, en ocasiones, sirvieron para cancelar prestamos que había contraído la monarquía.

Bien es cierto que las denominadas como ventas indirectas, a las que nos hemos referido, pudieron ser interpretadas de manera intencionada como un servicio con el que el vasallo servía al monarca, eludiendo así cualquier atisbo de que en la obtención de la merced hubiese mediado un desembolso económico. Es más, estos intercambios pueden ser entendidos como no venales. Sea como fuere, lo que verdaderamente estaba recompensando la Corona no era la dedicación del súbdito, su destreza ni su valor, ni tan siquiera sus “calidades”, sino que el elemento determinante en la decisión regia era el mérito del dinero, bien para costear un regimiento, ahorrar estipendios, etcétera.

Pero el rey no fue el único que encontró en las mercedes una extraordinaria fuente de ingresos. También lo hicieron particulares que solicitaban mercedes para “mercadear” con tan distinguidos honores. Estas transacciones de carácter privado no estaban permitidas, a pesar de que tanto en el siglo XVII como, al menos, durante buena parte del reinado de Felipe V se llevaron a la práctica. Además, en el reinado de Felipe IV parece que desde determinados sectores se alentaron -o al menos se pretendieron legitimar- estas ventas privadas, como señaló el teólogo y jurista Francisco de Rioja, tenaz defensor de Olivares, quien justificó esta práctica aduciendo que cuando a una persona “no se le podían dar dineros, dábansele hábitos para que los vendiesen, con que V.M. pagaba aquel soldado”.

En definitiva, los honores de las Órdenes Militares sirvieron a la monarquía para recompensar méritos y servicios a la par que les permitió obtener una vía alternativa de financiación, directa o indirecta, para abordar sus proyectos. En este sentido, algunos recompensados con mercedes de hábito de las Órdenes Militares castellanas encontraron una manera, aunque oculta, de obtener un rédito gracias a su venta. Este comercio ayudó a la aparición de agentes dedicados profesionalmente a la tramitación de estos honores, asumiendo, entre otros cometidos, la intervención entre las partes del “negocio”, es decir, ofertantes y demandantes.

Autor: Domingo Marcos Giménez Carrillo

Bibliografía

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GIMÉNEZ CARRILLO, Domingo Marcos, Los caballeros de las Órdenes Militares castellanas. Entre Austrias y Borbones, Almería, Universidad de Almería, 2016.

JIMÉNEZ MORENO, A., “Honores a cambio de soldados, la concesión de hábitos de las Órdenes Militares en una coyuntura crítica: la Junta de Hábitos (1635-1642)”, en SORIA MESA, Enrique – DELGADO BARRADO, José Miguel (eds.), Las élites en la época moderna: la monarquía española, vol. 3, Economía y poder, Córdoba, Universidad de Córdoba, 2009, pp. 155-172.

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