La Sociedad de Verdaderos Patricios de Baeza y Reino de Jaén es la primera de las Sociedades Económicas surgida en la geografía española a imitación de la Sociedad Vascongada de Amigos del País fundada en 1765. Es anterior, por tanto, a la iniciativa de Campomanes de crear Económicas por toda España, materializada en la circular que acompañó a la edición del Discurso sobre el fomento de la industria popular, en noviembre de 1774, en la que se instaba a las autoridades de todo el país a promover la fundación de estos institutos.

Según la Noticia histórica contenida en sus estatutos, su gestación se produjo a partir de las tertulias que de modo espontáneo reunían a la nobleza y clero de la ciudad en la que se examinaba su estado de decadencia, contraponiéndola a una mayor grandeza de etapas pasadas, decadencia acentuada por la pérdida de buena parte de su amplio término municipal a consecuencia de la colonización de Sierra Morena que se estaba llevando a cabo a partir de 1767. Con el fin de promocionar el desarrollo económico local, un grupo de baezanos se propusieron imitar la iniciativa vasca. A principios de mayo de 1774 Francisco de Salazar Dávila, arcediano de Úbeda, que posteriormente sería el primer director, al frente de medio centenar de personas que aparecían ya distribuidos en diversas clases de socios, envió al rey a través de su Secretario de Estado Grimaldi un proyecto de estatutos para su aprobación. La respuesta real no se hizo esperar, el 31 de mayo Grimaldi comunicaba la aprobación real, aunque los estatutos de momento lo hacían con  carácter provisional, seguramente porque la administración ya planeaba promover la creación de Económicas, como ocurriría meses más tardes. No obstante, en su primera etapa de funcionamiento no tenemos noticias de que se redactaran otros nuevos estatutos, siendo estos provisionales los que rigieron al instituto hasta la invasión francesa.

Aunque en los objetivos marcados en ellos –“el cultivo de las ciencias y artes útiles; la instrucción de la juventud noble, promover la del estado general, fomentar la agricultura y sus ramos, la industria y el comercio…”-  la Sociedad de Baeza se mueve dentro de las pautas habituales entre las Económicas, en ciertos aspectos se detectan ciertos rasgos de elitismo que marcaron a esta sociedad, como en el nombre de patricios que adoptan sus miembros, o al añadir entre sus objetivos “contribuir con su estudio a las bellas letras e ilustrar las antiguas memorias de la patria”, e incluso en el intento  de abarcar a todo el reino de Jaén, se denotan ciertos signos de distinción que estuvieron determinados por el origen social de sus promotores: entre los primeros socios numerarios predominan los eclesiásticos –el arcediano de Úbeda ya citado, un canónigo de la catedral de Jaén, el prior de la parroquia de S. Gil, el capellán de la Iglesia de San Juan y el catedrático de escritura del convento de los carmelitas-, un grupo de militares, y algunos miembros de la nobleza –el marqués de San Miguel y los señores de Aldea Nueva y Santa María del Valle. Un elitismo que se hace más patente aún en los requisitos que se establecen para formar parte del reducido grupo de los socios numerarios: “a lo menos diez y ocho deberán siempre ser naturales de Baeza, nobles o constituidos en dignidad eclesiástica o secular, o graduados de doctores en Universidad aprobada; también podrá recibirse alguno que sea del estado llano, con tal de que sea notoriamente excelente en algunas de las artes útiles, tenga de qué vivir con decencia y sea de aprobada conducta”, algo inusual en el conjunto de las Económicas y que, sin duda, responde a lo prematuro de su fundación, al margen de las directrices gubernamentales sobre estas instituciones y al entorno social de la ciudad de Baeza, reducto nobiliario de una antigua nobleza de origen caballeresco, lo que hará de su Económica una institución más cerrada y elitista que el resto.

Los estatutos de la Económica de Baeza, inspirados en los de la Vascongada, configuraron una estructura organizativa más compleja que la del conjunto de las Económicas, inspiradas en los Estatutos de la Sociedad Económica Matritense más sencillos. En este caso se distinguían hasta seis tipos de socios: numerarios –solo 36 individuos, a los que, además de las exigencias de origen social ya señaladas, se les haría un examen a su entrada en el que mostraran un nivel cultural alto y el conocimiento de alguna lengua extranjera-; supernumerarios –con iguales requisitos y en número indeterminado, que accederían a las vacantes dejadas por los numerarios-;  honorarios –grandes personalidades como títulos nobiliarios, prelados, oficiales generales o ministros del rey, que no pagaban cuotas, pero ayudaban a la Sociedad con su influencia; pertenecieron a este grupo figuras de la nobleza titulada giennense como el duque de Santisteban, el marqués de Ariza o el conde de Villardompardo-;  beneméritos –caballeros y personas de carreras de letras y armas, ausentes de Baeza-; agregados –profesores de ciencias y artes útiles de cualquier estado y condición, que ejercían como asesores técnicos-;  y alumnos, categoría pensada para los hijos de los numerarios y futuros socios.

En cuanto a los cuadros directivos, la Económica de Baeza contaba con los cargos de “Director o Presidente, Secretario, Tesorero, Censor ordinario y cuatro consiliarios”, estos últimos serían los delegados en las secciones constituidas en las ciudades de Baeza, Jaén, Úbeda y Andújar,  algo que no llegaría a hacerse realidad en la práctica. Los 36 socios numerarios, distribuidos entre Baeza y estas ciudades, eran la verdadera columna vertebral de la institución y se agrupaban en cuatro comisiones para ejercer sus tareas: Erudición varia o bellas letras; Agricultura, economía rústica y cría de ganados;  Ciencia y Artes útiles, e Industria y  comercio. Unas comisiones que también coinciden con las existentes en la Vascongada, mientras que en la mayor parte de las Económicas  sólo existían tres como en la Matritense. En cuanto a las juntas o reuniones de socios, eran de tres tipos: generales, de carácter anual que daban proyección pública a sus actividades, particulares o semanales para el trabajo de las comisiones y secretas de los oficiales de la institución. Es muy llamativa también la reglamentación de un rígido protocolo en estas juntas, basado en un complejo mundo de jerarquías y etiquetas, en contra de las formas de convivencia más modernas e informales del resto de las Económicas, una prueba más de la impronta nobiliaria de la Económica baezana.

Los primeros años de vida de la Sociedad de Baeza son los que han dejado mayores muestras de actividad de sus socios. El fomento de la educación fue, como en el resto de las Económicas, una de sus preocupaciones básicas. Sus ideas respecto a ésta se inscriben dentro de la mentalidad estamental de la época, promoviendo una educación diferenciada según los diferentes estratos sociales. Para las clases populares la Económica promovió la enseñanza de conocimientos básicos (leer, escribir, algo de aritmética, fundamentos de la religión, etc.), así como la enseñanza de los oficios para que pudieran ganarse el sustento, disminuyendo la plaga social de la mendicidad. Su acción se materializó en incentivar a los maestros y alumnos de las escuelas de primeras letras  de la ciudad por medio de premios, así como crear sus propias escuelas gratuitas de niñas, donde se les enseñaba a hilar y coser, y una escuela gratuita de “geometría, arquitectura y dibujo” para niños, futuros artesanos. En cambio, para los niños y jóvenes de la nobleza diseñó un reglamento de alumnos, copiado del existente en la Vascongada, con un plan de enseñanza mucho más ambicioso, donde además de infundir los principios de la religión y el patriotismo, se enseñaría lengua española y latina, geografía, historia, aritmética, geometría, dibujo, física, sin olvidar alguna lengua extranjera y destrezas propias de la nobleza como la música o el baile. Un ambicioso plan que es probable no se materializara en la práctica.

El desarrollo económico de la zona fue, sin duda, su preocupación básica. La comisión de agricultura, una de las más activas, se ocupó de promover mejoras tecnológicas, de las que sus miembros serían los primeros beneficiarios. Además de incentivar la elaboración de memorias, se ocupó de difundir nuevas técnicas de cultivo,  innovaciones en el arado y la siembra, rotación de plantas para fertilizar la tierra, cultivos de lino y cáñamo, plantaciones de árboles o cercados de tierras, e incluso tuvo una iniciativa de ceder temporalmente pequeñas parcelas entre los pegujaleros para promover estas innovaciones, aunque al parecer esta medida fue de muy escaso alcance. También se ocupó de la ganadería, aunque en este caso la labor fue más teórica y se materializó en la lectura de memorias que trataban temas como las calidades de los caballos o la conveniencia de usar mulas o bueyes en las labores agrícolas. La comisión de industria y comercio se ocupó de fomentar la industria textil, especialmente las manufacturas populares. La sociedad repartió telares, tornos, materia prima (lana sobre todo, pero también algodón, lino y cáñamo) para que los trabajadores agrícolas  y sus familias en los tiempos libres de actividad se ocuparan en las labores de hilado y tejido. También estableció una fábrica de tejidos de lana en el antiguo seminario de los jesuitas, edificio que había sido donado a la Económica, fábrica que más tarde cedió al concesionario de la provisión de vestuario al ejército de Andalucía y que sólo estuvo funcionando unos años. También intentó promocionar la industria del calzado, consiguiendo desterrar la costumbre inveterada entre los zapateros de no trabajar los lunes. Por su parte, la comisión de artes útiles se ocupó de asuntos relacionados con el territorio, como la minería de Linares, lugar que había pertenecido a la jurisdicción de Baeza, aunque su labor en este campo fue teórica y dirigida a la mejora de las técnicas de explotación.

A pesar de unos proyectos bastante ambiciosos, la Sociedad de Verdaderos Patricios de Baeza se estrelló con la cruda realidad, materializada en la falta de medios  económicos y humanos. En 1768, cuando fue requerida como el resto de las Económicas por el Consejo de Castilla para informar sobre las causas de la decadencia en que se hallaba, además de informar con celeridad, destacando el buen ambiente y ausencia de división entre sus miembros, admitía que, una vez transcurridos doce años desde su fundación, no había sido posible crear delegaciones en las ciudades previstas y contaba con una escasa afiliación. A su juicio, la principal dificultad a la que se enfrentaba era la falta de medios económicos para llevar a cabo sus fines. La Económica había propuesto al Consejo varios arbitrios, con cargo a fondos de la ciudad, para su dotación, sin éxito. Terminaba solicitando al rey la concesión al instituto de dos cruces de Carlos III “que usasen el Director y Secretario, o se sorteasen”, para que atrajeran la afiliación de más nobles y que sus dotaciones económicas quedaran para aplicarlas a los fines de la Sociedad. No parece que el Consejo accediera a estas peticiones, pero conviene destacar que, incluso en esa propuesta, la Económica baezana seguía mostrando esa preocupación de sus miembros por la distinción que fue una de sus señas de identidad.

Autora: Inmaculada Arias de Saavedra Alías

Bibliografía

ARIAS DE SAAVEDRA ALÍAS, Inmaculada, Las Sociedades Económicas de Amigos del País del Reino de Jaén, Jaén, Diputación Provincial de Jaén – Universidad de Granada, 1987.

ARIAS DE SAAVEDRA ALÍAS, Inmaculada, “Las Sociedades Económicas de Amigos del País en Andalucía”, Chronica Nova, 28 (2001), pp. 9-47.

ARIAS DE SAAVEDRA ALÍAS, Inmaculada, “Las Sociedades Económicas de Amigos del País. Proyecto y realidad en la España de la Ilustración”, Obradoiro de Historia Moderna, 21 (2012), pp. 219-245.

Estatutos provisionales de la junta preparatoria de la Sociedad de los verdaderos patricios de Baeza y reyno de Jaén… Madrid, Andrés Ramírez, 1775.

DEMERSON, Paula de, DEMERSON, Jorge y AGUILAR PIÑAL, Francisco, Las Sociedades Económicas de Amigos del País en el siglo XVIII. Guía del investigador, San Sebastián, Gráficas Izarra, 1974.