La aparición de la imprenta en Alemania a mitad del siglo XV marcó un hito en la historia cultural, pero también económica, política y religiosa de Occidente. Por primera vez se contaba en Europa con una técnica que permitía la reproducción mecánica de libros teóricamente iguales en grandes cantidades. La técnica, mucho más eficiente que la escritura manuscrita para este fin, y más versátil que la primitiva xilografía, venía a surtir una demanda creciente de libros y otros impresos menores (cartillas, almanaques, bulas, etc.). Son precisamente los libros impresos en el primer periodo de la imprenta (hasta 1501), los que conocemos como incunables, por estar realizados en la «cuna» de la imprenta. Los libros de molde en esas fechas aún oscilaban entre la imitación de los manuscritos y la creación de una personalidad propia que veremos plenamente desarrollada en el siglo XVI a través de portada, índice, paginación, marca de impresor y otros elementos que poco a poco se van a ir volviendo indispensables en cualquier libro.

El invento de Gutenberg tardó poco en traspasar las fronteras de Centroeuropa y extenderse por el resto del continente. En Castilla el primer taller de imprenta conocido es el establecido en Segovia en 1472 por Juan Parix de Heidelberg. La complicada situación política de estos años iba a facilitar la dispersión geográfica de los talleres, de forma que antes del cambio de siglo conocemos la presencia de impresores (si bien algunos de forma muy efímera) en más de una docena de ciudades de la Península. Los Reyes Católicos, conscientes de la utilidad propagandística del libro impreso, favorecieron el nuevo arte, impulsando el establecimiento de impresores en Castilla y eximiendo a los libros del pago de impuestos a partir de 1482. Esto no evitó, sin embargo, que España ocupara una posición periférica en la industria tipográfica europea.

Dentro de Andalucía tan sólo en Sevilla y Granada existen evidencias sobre talleres de imprenta antes de 1501. Las noticias sobre estos primeros años de la imprenta en Andalucía son incompletas, pero apuntan a unas características que se repiten en otros lugares de la Península. En la mayoría de los casos se trata de impresores extranjeros (con frecuencia de origen alemán), con talleres pequeños y, por tanto, con una producción reducida, que suele estar muy vinculada, por otro lado, a las instituciones religiosas. Pese a que ésta es la regla general, lo cierto es que los primeros impresores documentados en Sevilla fueron españoles: Antonio Martínez, Bartolomé Segura y Alfonso del Puerto, que comenzaron actuando como una sociedad. Parece ser que ya a fines de 1472 o principios del año siguiente imprimieron una Bula de indulgencias a favor de la cristianización de Guinea y las Islas Canarias. En los años siguientes distintas obras saldrán de su taller, destacando las Introductiones Latinae de Nebrija en 1481 (realizada por Segura y Del Puerto, ya sin el concurso de Martínez). A partir de 1486 no conocemos más ediciones en Sevilla vinculadas a estos tres impresores primitivos y parece que la ciudad careció de imprenta durante unos años.

La década de los noventa del siglo XV parece que abre por fin un periodo de dinamización y estabilidad de la industria tipográfica en Sevilla con la llegada de varios tipógrafos extranjeros que forman compañías para llevar a cabo sus impresiones. En 1490 encontramos la imprenta de los “Compañeros alemanes”, según el título que aparece en sus colofones: Pablo de Colonia, Juan Pegnitzer, Magno Herbst y Tomás Glockner. La sociedad comienza pronto a dividirse y para 1499 solo quedaban dos socios. En total, se les atribuyen casi sesenta ediciones de muy diversa índole, como las Vidas de Plutarco, la Crónica del Cid o la Introductio circa missam, de Rodrigo de Santaella.

Prácticamente por las mismas fechas que los anteriores llegaron desde Nápoles otros dos impresores extranjeros, Meinardo Ungunt (alemán) y Stanislao Polono (polaco), atendiendo a la llamada de los Reyes Católicos. En el siglo XV sacaron a la luz más de 70 ediciones, casi todas en Sevilla. Así mismo, el ginebrino Pedro Brun, que trabajará asociado con Juan Gentil, comienza sus actividades en Sevilla en 1492.

La mayor proporción de libros impresos en Sevilla durante la época incunable corresponde a títulos de temática religiosa, aunque encontramos todo tipo de obras, como el Fuero real de Castilla o fuero de las leyes, con la glosa latina de Alfonso Díaz de Montalvo, impreso en 1483 por Alfonso del Puerto (imagen número 1). La mayoría de los títulos fueron impresos en castellano, puesto que con ellos se pretendía satisfacer la demanda local, no dedicarse a la exportación.

En el caso de Granada la inclinación de la imprenta hacia las obras de temática religiosa fue aún mayor. Sabemos que la llegada de los primeros impresores se produjo poco después de la conquista por parte de los Reyes Católicos. De nuevo se trata de impresores alemanes, aunque no ha llegado hasta nosotros ninguna obra publicada por los mismos. Conocemos su existencia gracias al testimonio del viajero alemán Jerónimo Münzer, que los encontró en 1494. Dos años después, y a instancias del arzobispo de Granada, Hernando de Talavera, los ya mencionados Meinardo Ungunt y Juan Pegnitzer imprimieron en la ciudad el Primer volumen de Vita Christi, de Francesc Eiximenis que el prelado pretendía utilizar para la conversión de los musulmanes. En la imagen adjunta número 2, correspondiente a la última página del libro, se puede ver el colofón con el nombre de los dos impresores y de su mecenas. Ese mismo año imprimieron una Breve y muy provechosa doctrina cristiana, del propio Hernando de Talavera. La presencia de impresores en Granada en la época incunable fue, sin embargo, pasajera, y no será hasta bien entrado el siglo XVI cuando la industria tipográfica consiga por fin florecer en esta ciudad.

Autora: Natalia Maillard Álvarez

Bibliografía

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