La familia Soria Vera representa el paradigma de familia judeoconversa de Jaén que protagonizó una impresionante progresión social a lo largo del siglo XVI y primer cuarto de la siguiente centuria, desde su inicial enfrentamiento con la Inquisición hasta su exitoso encumbramiento social, representado por la llegada de muchos de sus miembros a diversos oficios municipales y eclesiásticos, lo que le permitió asimilarse a la élite de la ciudad.

Los miembros más antiguos de los que se tiene noticia fueron Rodrigo de Soria, su esposa Isabel Núñez y los hijos del matrimonio, Hernán y Pedro Núñez de Soria, una familia de judeoconversos avecindados en Arjona en el último cuarto del siglo XV. La desconfianza que la comunidad cristiano-vieja sentía hasta esta familia, en el marco de un latente antisemitismo popular, y la reciente creación del tribunal inquisitorial de Jaén (establecido en 1483), que en estos primeros momentos de actividad deseaba dar ejemplo actuando con gran severidad, explican el hecho de que la familia Soria fuese víctima de un proceso inquisitorial en 1487 que terminaría saldándose con la condena de Isabel Núñez a ser relajada en estatua, puesto que había fallecido recientemente. Tras este trágico episodio Rodrigo de Soria decidió trasladarse con sus hijos a la capital del Santo Reino, con la esperanza de correr un tupido velo ante lo sucedido e iniciar una nueva vida en una ciudad que era lo suficientemente grande como para que pudieran pasar desapercibidos.

Una vez asentados en Jaén, los hermanos Hernán y Pedro Núñez de Soria consiguieron prosperar hasta terminar destacando como banqueros y eficientes servidores del Concejo giennense. En efecto, Hernán Núñez de Soria fue uno de los hombres de negocios más importantes de la ciudad durante el primer tercio del siglo XVI, actuando como cambiador y receptor de rentas reales. Por su parte, su hermano Pedro ejerció como escribano público desde 1497 y hacia 1508-1509 lo encontramos actuando también como recaudador de rentas reales. Sin embargo, el éxito de estos hermanos terminó jugando en su contra. Su actividad como banqueros, prestamistas y recaudadores de rentas les había generado un importante número de deudores, incluido el propio Concejo, lo que les acarreó la enemistad de numerosas personalidades. En este contexto fueron denunciados al Santo Oficio, acusados de ser judaizantes, siendo Pedro -y muy probablemente también su hermano- procesado y penitenciado por la Inquisición.

El duro golpe que el Santo Oficio asestó a esta familia la dejó muy debilitada. Previendo este funesto desenlace, Hernán había arreglado el matrimonio de su hijo Juan López de Soria con la hija del trapero Pedro de Andújar, a la sazón uno de los mercaderes más importantes de Jaén, también de origen judeoconverso. Pero Juan venía siendo sometido a una constante vigilancia por parte del Santo Oficio, considerando los antecedentes familiares. Con la intención de huir de este incómodo control, buscó refugio poniéndose al servicio de don Hernando de Torres y Portugal, señor -y, más tarde, conde- de Villardompardo y Escañuela, al que serviría como mayordomo, es decir, como administrador de la economía y finanzas de la Casa de Villardompardo.

Juan López de Soria fue sustituido en 1555 por su hijo Rodrigo de Soria en el puesto de mayordomo de don Hernando de Torres y Portugal. En esta nueva etapa, bajo la protección del señor de Villardompardo, Rodrigo procedió a reconstruir el poder familiar. Gracias a la influencia y al círculo de contactos de su señor, pudo entrar al servicio del cabildo municipal de Jaén, desempeñando varias funciones concejiles hasta alcanzar el oficio de tesorero de la referida institución local. Y, junto con él, también accedieron al Cabildo otros familiares suyos para desempeñar diferentes cargos municipales -juradurías, escribanías, etcétera-. A partir de entonces y durante las tres siguientes décadas, la familia Soria fue acumulando una importante fortuna gracias a los servicios prestados al Concejo, a la Casa de Villardompardo, así como a otras fuentes de ingresos -actividades prestamistas y ganaderas, principalmente.

A fin de legitimar la nueva posición social que habían alcanzado, los miembros de la familia Soria decidieron iniciar en 1587 un pleito en la Chancillería de Granada para lograr ser reconocidos como hidalgos, lo que además les permitiría continuar escalando en la jerarquía social de la época. El proceso judicial sería largo, costoso y arduo, pues no concluiría hasta finales de 1618, fecha en que por fin lograron obtener la tan ansiada carta ejecutoria de hidalguía. A pesar del notorio pasado judaizante de la familia, del que existía la suficiente constancia -y que fue la principal causa de la excesiva dilatación del pleito- la consecución exitosa de la hidalguía sólo puede explicarse con la elaboración y puesta en práctica de una cuidadosa estrategia que implicaba la colaboración de todos los miembros de la parentela.

En el marco de esta estrategia familiar, a fin de ocultar su pasado, se optó por defender la creencia de que la familia había provenido de la ciudad de Soria -lo que supuestamente explicaría el apellido familiar. En ésta existía además una institución que controlaba todos los órganos de poder de la ciudad: los Doce Linajes de Soria. Se trataba de una institución cuya pertenencia a la misma llevaba implícita la limpieza de sangre y la de oficios, además de no poseer Estatutos de Limpieza de Sangre. Para lograr este propósito se sobornó a varios caballeros de la referida institución, quienes, gracias a lo cual, confirmaron la pretendida vinculación de la familia con los Doce Linajes sorianos. Para consolidar esta idea se buscó la adscripción a la familia soriana de los Vera -perteneciente al linaje de los Barrionuevo-, una de las principales de esta ciudad castellana. A raíz de ello, la familia comenzó a apellidarse Soria Vera. Este hecho nos permite comprobar cómo las necesidades del momento supieron sacar provecho de la inexistencia de una legislación que regulase el uso y la transmisión de los apellidos, lo que posibilitaba, si era preciso, la usurpación de apellidos con tal de asimilarse a familias hidalgas con las que no se mantenía ningún tipo de parentesco. De ello podía depender la supervivencia de toda la parentela.

También resultó decisiva la necesidad de confeccionar un árbol genealógico familiar que estuviera exento de cualquier mancha que pudiera poner en entredicho la supuesta limpieza de sangre que poseía la familia. Para tal fin se borraron antepasados considerados inconvenientes, se maquillaron o inventaron nombres y apellidos, se añadieron ramas ficticias y, por supuesto, se fabricó un origen familiar que encumbrara el pedigrí de los Soria -ahora Soria Vera-, con objeto de no dejar duda alguna del presunto lustre familiar. Se pone así de manifiesto la importantísima función social que jugó la genealogía, en tanto en cuanto permitió ocultar los oscuros orígenes de una parentela que pretendía escalar peldaños en la escala social de la época, al tiempo que actuaba como decisiva palanca de promoción social.

Como ya se ha dicho, gracias a la puesta en práctica de esta elaborada estrategia familiar, para lo cual fue indispensable el desembolso de grandes sumas de dinero y la colaboración de todos sus miembros, el pleito se resolvió positivamente para los Soria Vera, otorgándose a los primos Juan de Soria Vera y Tomás de Vera la carta ejecutoria de hidalguía en diciembre de 1618. Legitimado su encumbramiento social, prácticamente olvidado su oscuro pasado y ahora ocupando diversos oficios municipales en el Cabildo giennense, la familia Soria Vera comenzó a enlazar matrimonialmente con algunas de las familias mejor posicionadas de la élite de Jaén, como los Quesada Ulloa o los Figueroa -ambas también de origen judeoconverso-, de cuyas uniones descenderán los condes del Donadío.

Finalmente cabe destacar una de las figuras más sobresalientes de esta familia, don Melchor de Soria Vera (1558-1643). Doctor en Teología, fue artífice de una dilatada actividad pastoral, a la vez que actuó como gran mecenas arquitectónico en tanto que fundador del Monasterio de la Concepción Franciscana, conocido popularmente como «Las Bernardas», último gran convento femenino de la Edad Moderna en Jaén. Gracias a la protección del cardenal don Bernardo de Sandoval y Rojas conseguirá llevar a cabo una fulgurante carrera eclesiástica que culminará con su consagración como obispo auxiliar de Toledo y obispo de Troya en 1602.

Autor: Félix Marina Bellido

Bibliografía

MARINA BELLIDO, Félix, “Eclesiásticos giennenses de origen judeoconverso. Don Melchor de Soria Vera, obispo de Troya”, en LÓPEZ ARANDIA, María Amparo (Eds.), Gutierre González y el Renacimiento. Entre Roma y la Monarquía Hispánica, en prensa.

MOLINA PRIETO, Andrés, Don Melchor de Soria y Vera, fundador del convento giennense de “Las Bernardas”. Historia y espiritualidad de un convento de clarisas, Jaén, Monasterio de Clarisas, 1993

PORRAS ARBOLEDAS, Pedro Andrés, Comercio, banca y judeoconversos en Jaén (1475-1540), Jaén, Caja de Jaén, 1993.

SORIA MESA, Enrique, La nobleza en la España moderna. Cambio y continuidad, Marcial Pons, Madrid, 2007.