La familia ayamontina de los Galdames fue en el siglo XVII un típico ejemplo de emigración a Indias, en su caso al Perú, con el objetivo de lograr el éxito económico que les permitiera la promoción social en la sociedad estamental y sacralizada del Antiguo Régimen en la que vivieron. Dos de sus miembros, Benito Galdames y su sobrino Francisco Galdames, también siguiendo modelos de comportamientos sociales estamentales revirtieron parte de sus fortunas en la ciudad de origen familiar, en Ayamonte, a través de la fundación de la Casa de Niños Expósitos, conocida popularmente como Casa Cuna de Ayamonte.

Francisco de Galdames otorgó su testamento en Lima, la Ciudad de los Reyes, el 7 de octubre de 1655 y entre las mandas testamentarias estaba la decisión de fundar una casa hospital para niños huérfanos, de cuya construcción se encargaría su tío Benito Galdames casado con Elena de Corterreal, ambos albaceas testamentarios del donante. Benito de Galdames envió hasta Ayamonte la cantidad de 22.300 pesos para realizar diversas obras pías, atender a pobres e incluso fundar un convento franciscano con parte del dinero anterior. Finalmente la decisión testamentaria se plasmó en la fundación del hospicio ayamontino en 1666.

Las obras del edificio comenzaron en 1668 y posiblemente estaba acabado en 1674, aunque los primeros registros de niños datan de 1687. El hospital se construyó en la calle Real de la Villa, barrio más antiguo y de origen medieval de Ayamonte. El fundador nombró como patronos de la institución al cura más antiguo de la parroquia de Nuestra Señora de las Angustias, al padre guardián del convento de San Francisco, al padre comendador del convento de Nuestra Señora de la Merced y a dos alcaldes ordinarios del cabildo municipal ayamontino. Este hospital, de fundación individual y burguesa, tuvo, siguiente la tradicional conexión cama-altar de los hospitales medievales y modernos, una capilla bajo la advocación de Nuestra Señora de la Candelaria que procesionaba con un estandarte portado por los niños expósitos en las celebraciones religiosas que se realizaban en la villa. Al frente de la gestión del centro asistencial estaba un administrador-mayordomo, cargo que a finales del siglo XVII desempeñaba un religioso, Pedro Álvarez Rodríguez, cura párroco de la parroquia de Nuestro Señor y Salvador. El resto del equipo asistencial estaba formado por una ama mayor, una madre tornera y las amas de leche. La ama mayor se encargaba del aseo y de la educación de los niños, cobrando a finales del siglo XVII tres ducados al mes. La tornera asistía día y noche al torno para recoger a los niños que eran depositados en él; las constituciones del hospicio decían literalmente que debía de “tener particular cuidado al punto que se echaren los niños al torno los envuelva y paladee, y dé orden como se les dé de mamar, y los regale, y a la mañana se dé aviso al mayordomo”. Las amas de leche eran pieza fundamental en la institución, daban de mamar a las criaturas abandonadas a cambio de dos o tres ducados mensuales, estas amas de leche fueron en su mayoría vecinas del propio barrio en el que se construyó el hospicio. La asistencia sanitaria quedaba cubierta con las visitas de un médico y barbero-sangrador que asistían a los expósitos y al personal del centro cuando era necesario, cobraban por las visitas y no eran personal fijo en la institución.

El hospital atendió de manera indistinta a niños y a niñas, si bien tuvo establecidas algunas exclusiones que eran el resultado de la mentalidad social del momento, en este sentido hay que destacar la prohibición de recoger a criaturas de otras razas, no podían dejarse en el torno del hospicio ni negros, ni mulatos, ni zambaigos; aunque las propias reglas de la institución determinaban que en caso de ser abandonadas criaturas de estos tipos raciales debían ser atendidas por humanidad. Desde 1683 a 1699 hubo 249 ingresos, 127 niñas y 122 niños; de todos ellos sólo sobrevivieron 29 lo cual nos habla claramente de la escasa capacidad de respuesta médica de la institución. Muchos expósitos morían en la misma noche que eran abandonados. Si superaban esa fatídica noche eran entregados a las amas de leche que los amamantaban entre 17 y 20 meses, luego volvían a la casa cuna que se encargaba de su manutención y educación hasta que, cumplida cierta edad que variaba según el sexo, eran adoptados o bien  se incorporaban a la difícil sociedad del Ayamonte Moderno para buscarse un futuro. La mayoría de los expósitos, sobre todo en los primeros años de existencia del hospital, fueron de Ayamonte y sólo en un caso se dejó junto al niño una nota diciendo que era nacido en la cercana localidad  de Villablanca.

La Casa Cuna de Ayamonte junto con el Hospital de Nuestra Señora de la Piedad fundado por los marqueses de Ayamonte en el siglo XVI constituyeron el eje básico de la asistencia benéfica y sanitaria de esta villa onubense durante la Edad Moderna.

Autor: Antonio Manuel González Díaz

Bibliografía

GONZÁLEZ DÍAZ,  Antonio Manuel, “El sistema de hospitalidad pública en el Ayamonte del Antiguo Régimen: los casos del Hospital de Nuestra Señora de la Piedad y de la Casa Cuna”, en I Jornadas de Historia de Ayamonte, 2ª edición, Ayamonte, Patronato Municipal de Cultura, 1999, pp. 83-107.

MÁRQUEZ MACÍAS, Rosario y LÓPEZ VIERA, David, Hombres y capitales: la relaciones entre Ayamonte y América en la Edad Moderna. El caso de los Galdames, Ayamonte, Colección Historia de Ayamonte, Patronato Municipal de Cultura, 2002.

VERDUGO ALVEZ, Nieves, “Nuevas aportaciones a la vida y obra de los indianos Galdámez en el Virreinato del Perú”, en XX Jornadas de Historia de Ayamonte, Ayamonte, Ayuntamiento de Ayamonte, 2015, pp. 61-72.