Juan Martínez Montañés es la figura más sobresaliente de la escuela escultórica sevillana. Alabado por sus propios contemporáneos, que lo calificaron de “dios de la madera” y “andaluz Lisipo”, su fama ha permanecido intacta a lo largo del tiempo, atribuyéndosele toda imagen anónima que se quisiera prestigiar. La paciente labor de los investigadores ha depurado su catálogo, extenso en cualquier modo como consecuencia de una carrera longeva —murió con 81 años— plagada de encargos y éxitos gracias a su pericia y virtuosismo técnico.

Fue el segundo de los cinco hijos del matrimonio formado por el bordador Juan Martínez Montañés y Marta González, siendo bautizado en la parroquia de Santo Domingo de Silos en Alcalá la Real (Jaén) el 16 de marzo de 1568. Hacia 1580, la familia se trasladó a Granada, donde Montañés se formó con el escultor Pablo de Rojas, a quien Emilio Orozco califica de verdadero creador de la imaginería barroca andaluza al dar el paso decisivo para la valoración de la imaginería procesional. Asentado en Sevilla —¿desde 1582?—, contrajo matrimonio con Ana de Villegas, hija del ensamblador Juan Izquierdo, el 22 de junio de 1587. De este matrimonio nacieron cinco hijos. El 1 de diciembre de 1588, Montañés aprobó el examen del gremio de escultores y entalladores que lo facultó como maestro. Tres años después, fue acusado de homicidio, sufriendo prisión hasta que, en septiembre de 1593, la viuda del fallecido le perdonó tras el pago de una indemnización. Muerta su esposa en agosto de 1613, contrajo nuevo matrimonio, el 28 de agosto de 1624, con Catalina de Sandoval, hija del pintor Diego de Salcedo. De este matrimonio nacieron siete hijos.

Según Jesús Palomero Páramo, Montañés es el máximo representante del manierismo romanista sevillano y el último artista que guardó fidelidad casi irreductible a la tendencia clasicista de la primera contrarreforma trentina y a determinados principios idealistas, aunque la búsqueda de nuevos cauces de expresión le hicieron utilizar ciertos recursos expresivos realistas. José Hernández Díaz ordena su carrera en cuatro etapas: período formativo (1588-1605), etapa magistral (1605-1620), el decenio crítico (1620-1630) y el barroquismo en la apoteosis final (1630-1648).

La mayor parte de la producción imaginera de Montañés se concibió con destino a los retablos. Como retablista superó los modos del purismo y la severidad escurialense y optó por esquemas inspirados en el clasicismo vitruviano y en la libertad ornamental arquitectónica. El primero de sus retablos que se conserva es el de San Onofre (1604), en la capilla del mismo título, al que siguen piezas como el retablo mayor de la iglesia del monasterio de San Isidoro del Campo en Santiponce (Sevilla) (1609-1613), cuya imagen titular, el San Jerónimo penitente, fue considerada por su policromador, Francisco Pacheco, como “cosa que en este tiempo en la escultura y pintura ninguna le iguala”; el retablo de San Juan Bautista (1610-1620), en la iglesia de la Anunciación; el retablo mayor de la iglesia de San Miguel en Jerez de la Frontera (Cádiz) (1617-1643), con un imbricado proceso constructivo y en el que destaca el relieve de la Batalla de los Ángeles con esmerados estudios del desnudo masculino y las expresiones faciales; el retablo de San Juan Bautista (1621-1622), en el convento de San Leandro; el retablo mayor y los retablos laterales del convento de Santa Clara (1621-1626); y el retablo de San Juan Evangelista (1632-1633), en el convento de San Leandro. La estricta reglamentación sobre competencias profesionales y la defensa de sus intereses económicos hizo que el gremio de pintores, representado por Francisco Pacheco, habitual policromador de las obras de Montañés, lo denunciase en 1622 porque había contratado no solo la arquitectura y la escultura del retablo mayor del convento de Santa Clara sino también la pintura. El ruidoso pleito concluyó al año siguiente con el traspaso de la obra al pintor Baltasar Quintero.

El Cristo del Auxilio (1602-1603), en la iglesia de la Merced en Lima (Perú), sigue el modelo iconográfico del Crucificado de cuatro clavos, con las piernas cruzadas, dado a conocer en la literatura por las Revelaciones de Santa Brígida y que, en el ambiente artístico sevillano, parece que se introdujo a través de un vaciado en bronce traído de Roma por el platero Juan Bautista Franconio en 1597, atribuido entonces a Miguel Ángel y hoy a su discípulo Giacomo del Duca. El mismo esquema lo repitió un año después en el Cristo de la Clemencia (1603-1606), en la actualidad en la catedral, pero encargado para un oratorio privado con el mandato expreso de que estuviera vivo y en actitud dialogante con el fiel arrodillado a sus pies. En el Crucificado de la catedral de Lima (Perú) (1607-1617) y en el Cristo de los Desamparados (1617), en la iglesia del Santo Ángel, siguió el modelo de Jesús muerto en la cruz suspendido de tres clavos que su discípulo Juan de Mesa replicaría, a partir del año siguiente, en una larga serie de imágenes dentro ya del naturalismo realista.

Jesús de la Pasión (hacia 1610-1615), en la iglesia del Salvador, es obra no documentada, pero que consta que estaba ya realizada en 1619. Imagen procesional de vestir, se concibió para representar la quinta estación del Vía crucis, con Simón de Cirene ayudando a llevar la cruz.

El Niño Jesús (1606-1607) de la hermandad Sacramental de la parroquia del Sagrario, por la dulzura de su rostro y el exquisito estudio anatómico con delicado contraposto de su cuerpo, es una de las más bellas y acertadas creaciones de la escultura sevillana. Su éxito lo acreditan las innumerables copias y versiones en diversos materiales que se han realizado desde el siglo XVII hasta nuestros días.

La Inmaculada Concepción de la catedral (1628-1631) recibe el sobrenombre popular de “Cieguecita” en virtud de su gesto de recogimiento y la mirada baja. Un testimonio contemporáneo informa que “la imagen es la primera cosa que se ha hecho en el mundo con que Juan Martínez Montañés está muy envanecido”.

Fue también autor de una excelente serie hagiográfica en la que destacan el monumental San Cristóbal (1597), en la iglesia del Salvador; el Santo Domingo de Guzmán (1605-1609), en el Museo de Bellas Artes, una de las piezas en las que, según Francisco Pacheco, introdujo las carnaciones mates en Sevilla; el San Ignacio de Loyola (1610) y el San Francisco de Borja (1624), en la iglesia de la Anunciación, creados para la casa profesa de los jesuitas con motivo de las respectivas beatificaciones como imágenes de candelero para vestir, por lo que solo tienen talladas las cabezas y las manos —visten en la actualidad sotanas de tela encolada—, con unos rostros marcados por una aguda penetración psicológica; y, por último, el San Bruno (1634), en el Museo de Bellas Artes.

Al margen de la temática religiosa dominante en la escultura de su tiempo, Montañés fue autor de retratos civiles. Es el caso de las estatuas funerarias de Alonso Pérez de Guzmán el Bueno y su esposa María Alonso Coronel, que dispuso en oración eterna en la capilla mayor de la iglesia del monasterio de San Isidoro del Campo en 1609 en sustitución de los sepulcros góticos originales. Y el del busto modelado en barro de Felipe IV que sirvió a Pietro Tacca para fundir el retrato ecuestre del rey destinado al palacio del Buen Retiro y hoy instalado en la plaza de Oriente en Madrid. Durante la estancia en la corte en 1635 para realizar este trabajo, Montañés fue retratado por Diego Velázquez, pintura conservada en el Museo Nacional del Prado.

En 1645, sus problemas de salud le obligaron a traspasar el trabajo de las esculturas del retablo mayor de la parroquia de San Lorenzo a Felipe de Ribas. Falleció en Sevilla el 18 de junio de 1649 como consecuencia de la epidemia de peste, siendo enterrado en la primitiva parroquia de la Magdalena.

Autor: Francisco S. Ros González

Bibliografía

GÓMEZ-MORENO, María Elena, Juan Martínez Montañés, Madrid, 1942.

HERNÁNDEZ DÍAZ, José, Martínez Montañés, el Lisipo andaluz (1568-1649), Sevilla, 1975.

HERNÁNDEZ DÍAZ, José, Juan Martínez Montañés, Sevilla, 1987.

PALOMERO PÁRAMO, Jesús, El retablo sevillano del Renacimiento: análisis y evolución (1560-1629), Sevilla, 1983.

PROSKE, Beatrice Gilman, Martínez Montañés, Sevillian Sculptor, New York, 1967.