El Real Alcázar de Sevilla es un conjunto monumental cuyas primeras construcciones han sido recientemente datadas por el profesor Miguel Ángel Tabales en el siglo XI.  Nos encontramos por tanto con un recinto de origen hispanomusulmán que aún habiéndose alterado sustancialmente a lo largo de los siglos, aún pueden reconocerse en él elementos de su fábrica primigenia. Durante este periodo anterior a la reconquista cristiana, hubo en el Alcázar dos tipos de jardines, ambos característicos de la cultura andalusí: interiores, integrados con las arquitectura; y exteriores, abarcando amplias extensiones de terreno.

En el Alcázar medieval la mayor parte de los jardines se encuentran incorporados a los interiores arquitectónicos, es decir, en los patios de las residencias, donde hay extensión suficiente para plantar árboles, flores y fuentes o albercas. A estos jardines interiores habría que sumarles las huertas, como la de la Alcoba, y otros localizados en los actuales jardines de Murillo y jardín del Retiro. En época cristiana se mantuvieron las estructuras preexistentes, haciendo las modificaciones y adiciones necesarias para adecuar los espacios residenciales a los nuevos usos, pero conservando en esencia los jardines de tradición andalusí.

La pujanza económica de Sevilla durante el quinientos, originada por el intenso comercio establecido con América, así como la especial belleza de la ciudad, motivaron que durante los siglos XVI y XVII, la corona prestara especial atención al enriquecimiento del Alcázar, especialmente a la creación, organización y cuidado de sus jardines. No en vano, fueron, según palabras de D. Antonio Bonet, «la máxima realización de la jardinería española del siglo XVI»

En los jardines del Real Alcázar se dan la mano la tradición medieval andalusí y el espíritu del Renacimiento italiano. Aún conservando gran parte de su disposición y sentido funcional de herencia musulmana, especialmente visible en la acentuada compartimentación de los espacios mediante tapias enramadas, y el protagonismo del agua en combinación con naranjos y arriates de mirto y arrayán, los jardines del Alcázar se revistieron de un lenguaje formal puramente manierista.

Las primeras intervenciones llevadas a cabo en los jardines del Alcázar durante la Edad Moderna correspondieron al reinado de Carlos V. El primer recinto se configuró alrededor del año 1539; se trata del Jardín del Príncipe, situado junto al palacio mudéjar. A este se le sumaron otros tres más, localizados en el sector oriental del Alcázar, que serían reorganizados durante el reinado de Felipe II: el Jardín del Conde, junto al cuarto del Maestre; el Jardín de la Alcubilla, identificado por Ana Marín como el actual Patio del Tenis; y el Jardín del Cidral, frente al cuarto del mismo nombre. De los tres, sólo se ha conservado, con ciertas transformaciones, el jardín de la Alcubilla.

La Huerta de la Alcoba era una gran extensión de terreno localizada al sur del Real Alcázar, que se arrendaba a particulares para su explotación hortofrutícola. Esta circunstancia no fue óbice para que en ella tuviera lugar una de intervenciones más notables del periodo: la construcción del Pabellón de Carlos V, o como defiende la profesora Ana Marín, la transformación de una antigua qubba almohade en un bello quiosco renacentista. Se trata de una armoniosa edificación que combina en su diseño la tradición andalusí con el lenguaje renaciente, proporcionado por la armonía compositiva.

Durante el reinado de Felipe II se llevó a cabo la ordenación del sector meridional de los jardines. Es preciso tener en cuenta la intervención directa del monarca en esta obra, conociendo su inclinación hacia la jardinería y su interés en introducir la influencia italiana en este ámbito. La parte posterior del Alcázar, frente a los muros del Palacio de D. Pedro I y el Palacio Gótico, y constreñida por las tapias de la Huerta de la Alcoba, estaba ocupada por corrales, espacios compartimentados que durante en este periodo se convirtieron en bellos jardines, a saber: junto al Jardín del Príncipe, el Jardín de las Flores, a continuación el Jardín de la Galera, el Jardín del Laberinto y el jardín de la Danza. Muy destacada fue la construcción de un pasaje que comunicaba este citado Jardín de la Danza con el del Crucero, espacio este último de origen almohade, cuya original estructura subterránea dividida en cuatro cuarteles plantados de vegetación, le conferían excelentes cualidades, especialmente agradables y benéficas durante el periodo estival.  

En sector suroriental, enclavado entre el Palacio Gótico y la muralla, existía el Corral del Chorrón, antiguo almacén de leña que albergaba un gran estanque de origen hispanomusulmán. Este espacio se desdobló, resultando de esta reorganización el Jardín del Estanque y el Jardín Alto o del Chorrón. De este último apenas permanecen vestigios, pero afortunadamente, el Jardín del Estanque conserva su primigenia configuración de jardín a la italiana: el antiguo estanque se convirtió en una hermosa alberca presidida por la escultura de bronce del dios Mercurio.

La transformación de las antiguas huertas hispanomusulmanas en jardines renacentistas prosiguió con la formación de jardines en los terrenos de la Huerta de la Alcoba: el Jardín de las Damas y el Jardín de la Santa Cruz, no se separaron de la Huerta de la Alcoba hasta comienzos del siglo XVII, momento en el que fueron sometidos a una reordenación siguiendo el espíritu manierista que marcaría el diseño de la jardinería del Alcázar durante dicha centuria. Fue entonces cuando bajo el reinado de Felipe III, jugó un papel determinante en la configuración de los jardines del Alcázar Vermondo Resta, arquitecto y maestro mayor del conjunto entre 1603 y 1625

El anuncio de la estancia de Felipe IV en Sevilla, que aconteció en 1624, motivó que desde años antes se trabajara intensamente en las labores de remozamiento y embellecimiento de los jardines del Alcázar. Estas labores fueron auspiciadas por el conde duque de Olivares, con el fin de que el monarca quedara impresionado con el aspecto fabuloso. Después de la visita de Felipe IV y siguiendo sus recomendaciones se configuró de Jardín de la Cruz, laberinto y Monte Parnaso. A ello habría que sumar la construcción de dos cenadores en el Jardín del León, el ochavado y el del León, perviviendo sólo este último.

Con el cambio dinástico de comienzos del siglo XVIII los jardines continuaron manteniendo su fisonomía, hasta que un hecho fortuito, como el terremoto de Lisboa de 1755, obligara a intervenir profundamente en ciertos sectores. El Palacio Gótico y el Jardín del Crucero se habían visto seriamente afectados por el movimiento sísmico. Sebastián van der Borcht, ingeniero de la Corona, se hizo cargo de las obras de reconstrucción de este área palaciega; el alto grado de deterioro de las estructuras del Patio del Crucero obligó a llevar a cabo reformas más profundas que las tareas de consolidación que se habían proyectado en un principio. Fue preciso modificar el patio sustancialmente, macizando las galerías de arcos del nivel bajo, recreciéndolo a costa de rellenar los cuatro cuarteles ajardinados con tierra y escombros, hasta alcanzar el nivel superior. Van der Borcht configuró sobre la cota subterráneo un nuevo jardín, conservando su estructura dividida en cuatro parterres y presidido por una galería de arcos, finalizada en el año 1762, pero desafortunadamente este suceso y la posterior reorganización del espacio del Patio de Crucero ocasionó la pérdida de uno de los más bellos ejemplos de arquitectura y jardinería andalusí.

Autora: Carmen de Tena Ramírez

Bibliografía

BAENA SÁNCHEZ, María Reyes, Los jardines del Alcázar de Sevilla entre los siglos XVIII y XX, Sevilla, 2003.

MANZANO MARTOS, Rafael:”Los patios y jardines del Alcázar de Sevilla”, Apuntes del Real Alcázar de Sevilla, 14, 2013, pp. 178-195

MARÍN FIDALGO, Ana, ”Los jardines del Alcázar de Sevilla durante los siglos XVI y XVII. Intervenciones y ordenación del conjunto en el Quinientos”, Cuadernos de la Alhambra, XXIV, 1988, pp. 109-141.

MARÍN FIDALGO, Ana, “Los jardines del Alcázar de Sevilla durante los siglos XVI y XVII. Intervenciones y ordenación del conjunto en el Seisciento”, Cuadernos de la Alhambra, XXVI, 1990, pp. 207-248.

MARÍN FIDALGO, Ana y PLAZA, Carlos (ed.), Los jardines del Real Alcázar de Sevilla. Sevilla, 2015.