El Hospital de los Venerables Sacerdotes de Sevilla, fundado por el canónigo Justino de Neve y Chaves, fue consagrado en 1698 para atender a los clérigos menesterosos de la ciudad, en un edificio de traza barroca proyectado por Juan Domínguez y continuado por Leonardo de Figueroa.

El origen de esta iniciativa tuvo lugar en 1627, cuando la Hermandad del Silencio decide acoger a sacerdotes ancianos y desvalidos en un inmueble arrendado en la calle de las Palmas, actual Jesús del Gran Poder. Los 54.000 maravedíes que aportó el Cabildo Municipal permitieron el posterior traslado de estos sacerdotes a la calle Vieja de San Andrés, bajo el nombre de Amparo de Venerables Sacerdotes. La casa de Alba, bajo el auspicio de Antonio Álvarez de Toledo, creó entonces una hermandad dedicada al cuidado de dicha comunidad clerical, pero la empresa fracasó y la gestión de los Venerables Sacerdotes recayó, de nuevo, sobre la Hermandad del Silencio. Relegados en la ermita de San Blas en 1639, donde resistieron la oleada de peste una década después, se fusionan en 1659 con la Muy Antigua y Venerable Hermandad de San Bernardo, a cuya casa homónima se trasladaron. Sin embargo, su condición no mejoró, debido a la difícil convivencia y administración en el nuevo emplazamiento.

Justino de Neve deseó frenar la situación de aquellos ancianos sacerdotes que, desde hacía décadas, sufrían una inestabilidad constante. Para ello, decretó paliar la escasez de beneficios, a través de las limosnas y creando una nueva sede. El canónigo contó con el amparo de personalidades que favorecieron el éxito final del empeño. El solar designado para su construcción, donde estaba el corral de Doña Elvira, fue cedido en 1675 por el duque de Veragua y conde de Gelves, Pedro Manuel Colón de Portugal. Los hermanos Luis Corbert, canónigo de la Catedral, y Pedro Corbert, almirante general de la Armada del mar Océano, contribuyeron económicamente y contactaron con Valdés Leal y su hijo Lucas para que decoraran la iglesia del conjunto. La hermandad, presidida por el arzobispo Ambrosio Ignacio Spínola, compró dos terrenos más en la calle Jamerdana, comenzándose las obras en el día de San Hermenegildo de 1676.

El hospital fue proyectado por Juan Domínguez, Maestro Mayor de la Catedral, del Arzobispado y de los hospitales sujetos a Ordinario. El arquitecto contó con un equipo formado por figuras como el carpintero Juan García y el herrero Pedro Muñoz. En 1686 lo sustituyó Leonardo de Figueroa, entonces maestro albañil, que ya había intervenido en el Hospital de la Caridad. Figueroa, que dirigió las obras a partir del 12 de mayo de 1687, no realizaría modificaciones en la planta del edificio: aportó su sello personal limitándose al ornato, tanto en interiores como en fachadas. El 14 de septiembre de 1698, el edificio recibe la bendición del arzobispo Jaime de Palafox y Cardona quien, junto a otros canónigos como el citado arzobispo Spínola, aportó grandes sumas en reales de vellón para impulsar dicha iniciativa.

La configuración del hospital se desarrolla a partir de un patio central de planta cuadrada, que se aproxima al concepto de claustro medieval cisterciense. Las dependencias, dispuestas en dos plantas, se organizaron en torno al mismo: al norte, la iglesia; al este, la enfermería alta y baja; al sureste, el apeadero, el patio del conserje, el refectorio alto y bajo y la sala del Cabildo; al oeste, dependencias y cocinas, hoy no conservadas, y un patio alargado bajo el testero de la iglesia. Tanto en los patios como al exterior, se aprecia una técnica recurrente en la arquitectura sevillana y en la del propio Figueroa: el uso del ladrillo con sistema avitolado, que crea una bicromía al jugar con el blanco de la cal, enfatizando así diversos elementos arquitectónicos.

Desde la entrada principal, ubicada en la plaza de los Venerables, se accede directamente al apeadero. De modesta traza, destaca la labra de las cuatro columnas de orden toscano que ejecutó Francisco Rodríguez. En un espacio contiguo, alrededor de un pequeño patio, se construyeron las dependencias del conserje. El claustro principal, inmediatamente después del apeadero, presenta una galería abierta en su parte baja, en oposición a la parte superior cerrada, donde se intercalan balcones sobre los ejes de los arcos inferiores. El patio introduce una originalidad: la parte a cielo abierto se dispone a un nivel inferior, al que se accede por cuatro escaleras. El centro del patio se hermoseó con una fuente, con diseño de Bernardo Simón de Pineda y labra de Francisco Rodríguez, también con escalinata concéntrica. Tal recurso daba remedio al escaso abastecimiento de agua que sufría el hospital. Este sector conservará su disposición primera hasta la actualidad, con minúsculos cambios en solería y alicatados, donde intervino originariamente Melchor Cano.

Ambos pisos se conectan al sureste por una escalera de honor de dos cuerpos y traza barroca, cubierta por una bóveda elíptica gallonada con ocho dobles nervios. Concebida por Figueroa, la profusa decoración con yeserías de rica policromía muestra un variopinto repertorio de follajes y cestos de traza muy carnosa que recuerda al utilizado en el templo de Santa María la Blanca.

La sala del Cabildo y el refectorio bajo, también en la zona sureste, fueron conformadas como estancias cuadrangulares con artesonados fabricados en el ocaso del siglo XVII. El mencionado comedor duplicó su esquema en el refectorio del piso alto, destinado al invierno: esta idea se repitió con las enfermerías baja y alta del costado oriental del patio. Concebidas como un salón rectangular con arquería central, pueden encontrarse símbolos del papado en las yeserías, debido a la advocación del hospital a San Pedro.

La complejidad iconográfica del conjunto revela también su dedicación a San Fernando, ya que Justino de Neve fue un ferviente defensor de la canonización de Fernando III de Castilla en 1671. La exaltación de ambos santos se aprecia con notoriedad en el templo, cuyo programa decorativo quiso seguir las directrices de Trento y los fundamentos de la Contrarreforma, potenciando dos ideas: el sacrificio y el sacerdocio. La Caridad y la Misericordia serían reconocidas como virtudes del buen cristiano, también con sentido escatológico. Los venerables sacerdotes, como método para reforzar la condición eclesiástica, serían identificados con los ángeles como mediadores entre Dios y el hombre: ello explica que la iglesia del hospital inunde sus muros de figuras angélicas.

El templo consta de una sola nave con bóveda de medio cañón, encajonada, y con media naranja sin tambor en el crucero que no traspasa al exterior. La fachada, con acceso a la calle Jamerdana, consta de dos cuerpos: un pórtico triple inferior que recoge el coro interiormente, recurso tomado de Fray Lorenzo de San Nicolás en Arte y uso de la arquitectura, y otro superior, rico en ornamentación de molduras y hojarascas, donde Figueroa plasmó la influencia de retablistas, decoradores y yeseros. San Fernando se ubica en la hornacina principal entre columnas de orden compuesto, con fuste de mallas entrelazadas que se coronan por yeserías suntuosas. De esta fachada, destaca la ejecución del arquitrabe trapezoidal y la moldura recta del borde de la hornacina.

El interior de la iglesia está decorado con pinturas al fresco, labor de tendencia italiana efectuada por Juan de Valdés Leal y Lucas Valdés. El padre, ideólogo del repertorio ornamental, aportó su dibujo; el hijo, continuador de las labores, añadió su paleta colorista. Cabe destacar el resultado obtenido en el techo de la sacristía, donde vemos un grupo de ángeles mancebos que sostienen una gran cruz, en una suerte de trampantojo que invade la pequeña estancia. Los Valdés elaboraron también una serie de lienzos, destacando los que realizó Lucas para el retablo mayor: una Última cena, en el cuerpo principal, de marcado tenebrismo, y Apoteosis de San Fernando, en el cuerpo alto, alegoría donde el rey aparece acompañado de ángeles y matronas, identificadas como Sevilla liberada, la Paz y la Religión cristiana.

El retablo mayor no es el original, pero sí contiene algunas de las piezas del primigenio, como los relieves de San Juan Bautista y San Juan Evangelista atribuidos a Martínez Montañés. Realizado por Vicente Ruiz en 1889, se compone de dos cuerpos: uno principal almohadillado, flanqueado por dos grandes columnas corintias, y un ático curvo. Esta composición pudo inspirarse en la trazada por Alonso Matías en 1606 para la iglesia de la Anunciación, según defiende Gestoso. El resto de retablos, en su mayoría muy restaurados en el siglo XIX, forman un conjunto creado por Juan de Oviedo y Francisco de Barahona, autor del púlpito. De ellos podemos destacar el retablo de la Inmaculada, de 1698, cuya pintura principal sustituye a la que usurpó el Mariscal francés Nicolás Soult en 1810: la ya conocida como Inmaculada Soult, encargada por Justino de Neve a Murillo, pasó al gobierno francés tras su fallecimiento, exponiéndose en el Museo del Louvre. Hoy se conserva en el Museo del Prado. El mariscal sustrajo además otras dos obras del pintor sevillano: Virgen dando pan a los sacerdotes (Museo de Budapest), y San Pedro (Colección Townsend de Newick) pensado para el retablo de la Oración en el Huerto.

La iglesia se establece así como pieza clave dentro del barroco sevillano. Gracias al destacable repertorio de artistas que en ella convergen, se reafirma la idea trentina de la necesidad del sacerdocio y se ensalzan las figuras de San Pedro y San Fernando, como haría Pedro Roldán en 1698 con las dos piezas ubicadas a los pies del templo: una al lado de la epístola y otra del evangelio.

Justino de Neve murió en 1685, antes de ser acabado el hospital, dejando sus bienes para su continuación. Tras la bendición del edificio en 1698, la hermandad gozó de una notable continuidad durante más de un siglo. A comienzos del siglo XIX, con la irrupción de la presencia francesa y la posterior desamortización de 1820, la sede pasó a ser una fábrica de tejidos y fósforos. La Real Orden de 1847 devolvió la gestión del edificio a la Hermandad. En el siglo XX, el hospital empezó a caer en el abandono y descuido. Durante los años 60 acogió el Museo de las Cofradías, clausurado una década después. La grave situación por la que atravesaba hizo que en 1987 se estableciera un acuerdo por el que la Fundación Focus-Abengoa restauraría el edificio, convirtiéndolo en su sede hasta la actualidad.

Autora: María Uriondo Lozano

Bibliografía

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