Hijo de Francisco Tomás de Borja y de Juana de Velasco, VI duques de Gandía. Era bisnieto de san Francisco de Borja, III general de la Compañía de Jesús, y estaba emparentado con el I duque de Lerma, quien debió de mediar ante Felipe III para que Borja fuese propuesto como cardenal al papa Paulo V. El futuro purpurado se formó en la Universidad de Alcalá de Henares, llegando a doctorarse en teología. Con posterioridad alcanzó el arcedianato de Toledo y, tras arduas negociaciones del embajador español en Roma, recibió el capelo cardenalicio en la promoción de las Coronas que tuvo lugar el 17 de agosto de 1611.

Fue enviado a residir a la Ciudad Eterna, adonde llegó en 1612. Allí ocupó en varias ocasiones la embajada ad interim durante el reinado de Felipe III y dirigió las negociaciones en nombre de Felipe IV durante el Cónclave de 1623 como cardenal de la voz ―portavoz de los intereses del rey Católico―. Bajo la dirección de Borja la facción española hizo convergir sus votos junto a los de los purpurados que apoyaban a los cardenales nepotes Borghese y Ludovisi para elegir a Maffeo Barberini como nuevo papa. El neoelecto tomó el nombre de Urbano VIII y, si bien las relaciones hispanopontificias fueron cordiales durante la primera parte de su pontificado, se tornaron difíciles durante los años treinta del siglo XVII. Es de sobra conocido el papel protagonista del cardenal Borja en la protesta que, en nombre del monarca español, pronunció en el Consistorio que tuvo lugar el 8 de marzo de 1632. Durante la misma, el purpurado acusó a Urbano VIII de negar su apoyo económico a la causa de los Habsburgo durante la guerra de Treinta Años, haciéndole directamente responsable, a partir de ese instante, del menoscabo de la causa católica en Europa ante el avance protestante. La indignación del papa contra Borja no se hizo esperar y no cejó en su empeño hasta verse libre de la presencia del purpurado que, a la sazón, ocupaba la embajada ordinaria de la Monarquía española en Roma.

El cardenal Borja sido nombrado nuevo arzobispo de Sevilla en enero de 1632. Precisamente, Urbano VIII se valió de su condición de prelado para forzarle a cumplir con su deber de residencia y alejarlo, de este modo, de la Ciudad Eterna. De hecho, Borja había tomado posesión de la sede hispalense por medio de un procurador y aún no había visitado su arzobispado personalmente. Su resistencia a abandonar su puesto en Roma topó finalmente con las amenazas pontificias: el papa publicó la bula Sancta Synodus Tridentina, en la cual se amenazaba con la excomunión a todos aquellos prelados con obligaciones diocesanas que no cumpliesen con su deber de residencia. Compelido por esta circunstancia, Borja tuvo que abandonar Roma el 29 de abril de 1635 e hizo su entrada en Sevilla en octubre del año siguiente. Sin embargo, Olivares y Felipe IV tenían planes mejores para él: fue nombrado consejero de Estado y desde 1641 era uno de los integrantes de la Junta Grande, creada tras el levantamiento de Cataluña. También fue nombrado presidente del Consejo de Aragón y, con posterioridad, del Consejo de Italia. Con cargos más importantes en la Corte, Borja se desentendió casi por completo de su diócesis. De hecho, su falta de interés en gobernar personalmente la mitra hispalense se considera una de las causas de la disminución generalizada de moral y de disciplina entre el clero sevillano durante los años treinta y cuarenta del XVII. Como así se denuncia en una consulta del Consejo de Castilla sobre el estado general del clero en 1641. Con todo, a Borja pareció interesarle solo que se le pasasen las bulas para ser nombrado nuevo arzobispo de Toledo a la muerte del cardenal infante; pero Urbano VIII se negó en rotundo. Hubo que esperar a que el papa falleciese para que su sucesor, Inocencio X, lo preconizase como nuevo ocupante de la sede primada, un puesto del que pudo disfrutar tan solo unos meses.

Autor: Francisco Martínez Gutiérrez

Bibliografía

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