Pese a que la escasez de referencias documentales sobre este individuo hace que sea prácticamente imposible reconstruir completamente su trayectoria biográfica, aún es posible contar con ciertos datos y pistas que permiten introducir al personaje. Natural de Amberes, Enrique Conde hubo de trasladarse en algún momento de finales del siglo XVI a Sevilla, donde se doctoró en teología por la universidad e ingresó en la orden de los predicadores. Hasta ahora su etapa flamenca resulta completamente desconocida y las referencias sobre este fraile dominico no están presentes en la documentación hasta los primeros años del siglo XVII, coincidiendo con un período en el que lo encontramos completamente asentado en Sevilla.  

La actuación de Conde está estrechamente relacionada con los mecanismos de representación corporativa que las comunidades flamenca y alemana articularon en la ciudad hispalense al inicio del Seiscientos. Se trata de una figura que jugó un papel fundamental  durante los primeros años de vida del hospital y la capilla de San Andrés, de la que llega a figurar como administrador perpetuo, atendiendo a “sus muchas y buenas partes, virtud y letras, y ser persona conocida y que tiene noticia de las lenguas latina, española, flamenca, francesa y alemana, y hombre que desde su principio ha criado estas obras pías y con cuyo acuerdo, consejo y parecer se han hecho”, tal y como se recoge en los estatutos de la capilla en 1615. A través de dicho documento podemos hacer un seguimiento de la trayectoria del religioso durante su etapa sevillana. De este modo, vemos cómo el reconocimiento de fray Enrique Conde como administrador de la capilla es anterior a 1615 y se retrotrae a agosto de 1607, cuando se le otorga una escritura a tal efecto firmada por representantes de las naciones flamenca y alemana. Una segunda escritura otorgada tras una reunión del cabildo de ambas naciones celebrada el 18 de enero de 1609 prorrogaría a Conde en el cargo, cuyo ejercicio contó además con la aprobación del rey Felipe III. Así parece por las cartas que el monarca remitió al Papa Paulo V y al embajador español en Roma en 1610, o por los despachos que envió al archiduque Alberto de Austria, soberano de los Países Bajos católicos, en febrero y septiembre de 1614 subrayando el buen hacer de este dominico flamenco. La estima e influencia con la que Conde contaba entre los miembros de las comunidades flamenca y alemana residentes en Sevilla resulta más que evidente a través del poder que estas le otorgan en mayo de 1614 como representante de ambos colectivos ante el monarca y sus ministros, lo que lo capacitaba “para presentar cualesquier peticiones y suplicaciones de protección y amparo y pedir […] y haber cualesquier cartas, provisiones, cédulas reales y otros despachos que a la dicha nación en común y cada uno en particular convengan”. Resulta oportuno apuntar cómo en dicho poder se recoge, de cara a su justificación, que el apoderado llevaba un total de diecisiete años velando por la protección e intereses de ambas comunidades y dedicado a la enseñanza y educación de todos los recién llegados desde Flandes o Alemania, de lo que se desprendería que el religioso se hallaba presente en Sevilla al menos desde el año de 1597.

Como cabeza visible de las naciones flamenca y alemana de Sevilla y en el desempeño de sus funciones como portavoz de estos grupos ante el monarca, Enrique Conde presentó ante Felipe III una serie de peticiones con las que ambas comunidades intentaron asegurarse el mantenimiento de sus propios instrumentos de actuación y representación corporativa en la vida mercantil y socio-cultural de la Sevilla del siglo XVII. De esta forma, fue Enrique Conde quien estuvo detrás de las gestiones que dieron como resultado la autorización real, por medio de una cédula fechada en 8 de abril de 1604, del cobro por parte de la capilla del 0’1% del valor de toda mercancía que entrara o saliera de Sevilla en manos de flamencos. Un impuesto que iría destinado a mantener la construcción y el funcionamiento de esta institución durante sus primeros años, así como el del hospital con el que ambas naciones contaban en la ciudad hispalense. En un momento posterior, año de 1615, volvemos a ver a Enrique Conde dirigiéndose al monarca, esta vez para procurar que Felipe III reconociese el nombramiento de cónsules de las naciones flamenca y alemana, elegidos previamente de entre los mayordomos de la capilla por parte de la comunidad. Se trata de una medida que contó con el beneplácito de Felipe III, expresado en la cédula real del 10 de junio de 1615, si bien sus efectos no se harían realmente visibles hasta el establecimiento del Almirantazgo de Sevilla en el año de 1624, ya durante el reinado de Felipe IV y el valimiento de Olivares. En cualquier caso, los esfuerzos de Conde en su papel como intermediario se vieron acompañados de una serie de privilegios que constatan la deferencia y el respeto que los miembros de las comunidades flamenca y alemana de Sevilla mostraron hacia este personaje, así como el peso de su opinión en asuntos de gobierno de la capilla. Así, en sus estatutos se subraya la importancia de que el criterio y voto particular del religioso fuese tenido en cuenta “porque fiamos de su prudencia y tenemos experiencia larga de su buen deseo y de acertar en todo”. Pero además de esto se le reconoció incluso la posibilidad de designar personalmente un sustituto que, en caso de ausencia, desempeñase en su lugar las funciones que como administrador le correspondían. El carácter excepcional de esta medida, que nunca más habría de contemplarse en los casos de aquellos otros administradores que posteriormente estuvieron a cargo del gobierno de la capilla, se pone de manifiesto en los estatutos. En ellos se establece cómo únicamente y a título personal se concedería a Conde una prerrogativa la cual “no se entienda ni se entenderá con ningún administrador que le sucediera, ni tampoco con el sustituto del dicho padre maestro, porque estos no tendrán más perpetuidad ni voto ni mano en cosas de lo que tenemos expresado en estos estatutos y constituciones”.

A partir de aquí, cabe señalar cómo el hecho de que se arbitrasen medidas para la actuación de un administrador sustituto podría ponerse en relación con la existencia de ausencias frecuentes de Sevilla por parte del padre Conde, las cuales muy probablemente pudieron tener lugar con motivo de su intercesión por las comunidades flamenca y alemana ante el monarca y los consejos. Aunque aún no es seguro determinar si el dominico llegó a trasladarse con regularidad a Madrid o Valladolid para presentar sus peticiones, sí es posible constatar la estrecha comunicación que debió tener con algunas personalidades vinculadas al entorno cortesano a través de la correspondencia. En este sentido, en relación con determinados espacios de poder y comunicación ligados al gobierno de la Monarquía, Conde no figurará tan solo como un individuo dedicado a la representación ante el rey de una comunidad extranjera y a la administración de sus instituciones locales. Al margen de su actuación en este tipo de tareas, Conde también estuvo directamente implicado en ciertos asuntos de mayor trascendencia que contaban con un interés general para toda la Monarquía y que llamaban a una actuación conjunta entre sus distintos territorios y centros de poder. Unos asuntos que podemos poner en contacto con la necesidad de una actuación verdaderamente global por parte de la Monarquía Hispánica. De este modo, hacia 1620 lo encontramos manejando desde Sevilla una red de información y negociación secreta que opera en Flandes y que se pone en funcionamiento con motivo de la cercana expiración de la Tregua de los Doce Años, que se había firmado en 1609 con las Provincias Unidas. El hecho de que el religioso fuera capaz de participar desde la ciudad hispalense en asuntos de carácter internacional y en negociaciones distantes que tenían lugar en los Países Bajos dice mucho acerca de la fuerte influencia que en la política imperial, a nivel general de toda la Monarquía Hispánica, tenían aquellas actuaciones que se llevaban a cabo desde determinados centros como Sevilla, Lisboa o Milán. Unos centros en los que, como vemos a través de este ejemplo, la influencia recíproca entre política local y política imperial resulta más que evidente. En línea con esta idea, puede entenderse que el fuerte interés propagandístico e informativo de la Sevilla de primera mitad del siglo XVII, visible en una población cosmopolita que quiere estar al tanto de aquellos acontecimientos que afectaban al conjunto de la Monarquía y que podían tener cierta repercusión sobre sus propios negocios, trajera consigo que las relaciones de sucesos ocurridos en territorios distantes como los Países Bajos, Alemania y Filipinas se convirtiesen en el elemento que más beneficios reportaba dentro del mercado local de la imprenta hispalense. Un género hacia el que, lógicamente, se orientó la producción de impresores sevillanos de este período como Rodrigo de Cabrera y Juan Serrano de Vargas. El ansia de información que manifestaron amplios sectores de la población hispalense y su deseo de noticias sobre la situación de los intereses hispánicos en el extranjero nos obliga a incluir a Sevilla y a sus actores locales dentro de unos circuitos por los que estas informaciones y noticias circularon y se transmitieron a nivel global. Circuitos imperiales por los que además de la difusión de informaciones también se canalizaron las actuaciones de individuos que, como Enrique Conde, manifestaron su capacidad de influir en la política de la Monarquía desde espacios locales, participando indistinta y simultáneamente en dos niveles de poder que se complementaban a la perfección.     

Volviendo a Conde y a su actuación diplomática, la cual hemos de poner en relación con otros intentos de negociación con las Provincias Unidas que tuvieron lugar en el mismo período, su papel como intermediario o partícipe en las relaciones hispano-neerlandesas aparece reflejado en una carta que envió en julio de 1620 a un destinatario desconocido. A través de este documento puede obtenerse una valiosa información para entender algunos aspectos en los que estaba basado el funcionamiento de las redes de espionaje y negociación secreta, las cuales jugaron un papel destacado en los años previos a la expiración de la Tregua de los Doce Años con los neerlandeses, prevista para 1621. Lo más probable es que este despacho que el dominico remitió desde Sevilla en 1620 estuviese dirigido a Baltasar de Zúñiga, tío del futuro conde-duque de Olivares que por aquel entonces ejercía un fuerte control e influencia sobre el rumbo diplomático de la Monarquía Hispánica. Todo parece indicar la existencia de una estrecha colaboración y el mantenimiento de una frecuente correspondencia entre Zúñiga y el padre Conde, lo que nos permitiría tal vez incluir al segundo dentro de la red clientelar del primero. Una idea que se vería reforzada por los esfuerzos del religioso para llevar a la práctica las propuestas del ministro en el terreno diplomático. La posibilidad de entablar negociaciones secretas con el estatúder Mauricio de Nassau, una de las figuras más influyentes en la República de las Provincias Unidas, fue propuesta por Zúñiga en abril de 1619 como una medida con la que ganarse la colaboración de una figura clave. En opinión del ministro, ganarse al estatúder constituía un requisito fundamental para el restablecimiento de la autoridad de la Corona sobre las provincias neerlandesas y el arreglo definitivo de la situación en los Países Bajos, objetivos a los que la Corona no había renunciado pese a su  consentimiento de una tregua con La Haya en 1609. Una de las herramientas disponibles para poner en ejecución los planteamientos de Zúñiga fue precisamente la red de contactos de Conde, quien en su carta exponía las últimas novedades que había recibido de sus correspondientes en Flandes en relación a este negocio. Tal y como solía ocurrir en este tipo de situaciones, la gravedad e importancia del asunto entrañaba ciertos riesgos para los implicados que era aconsejable evitar por medio del cifrado de las comunicaciones. Resulta lógico, por tanto, que por esta carta Conde solicitara a su destinatario el uso compartido de una cifra con la que poder ocultar los detalles más confidenciales de su correspondencia.

A partir de aquí, todo parece indicar que la opción de un acercamiento diplomático al estatúder neerlandés a través de Conde y sus contactos fue seriamente considerada por parte de la Corona. El hecho de que Felipe III llegara a poner esta estrategia en conocimiento del archiduque Alberto manifiesta visiblemente cómo la actuación del religioso, que de pronto aparece referida en la correspondencia oficial entre Madrid y Bruselas, empezaba a tener mayor resonancia. El asunto llegó incluso a ser objeto de debate por parte del Consejo de Estado, en cuya consulta de enero de 1621 se discutió sobre la posibilidad de enviar a Conde a Flandes para una mejor coordinación de los esfuerzos de sus contactos, dirigidos a atraer a Mauricio de Nassau a una negociación particular con la Corona. El hecho de que algunos consejeros encabezados por Zúñiga apuntasen la necesidad de asistir económicamente al religioso refuerza la idea de una relación previa entre el ministro y el dominico flamenco basada en la confianza, la colaboración y el intercambio recíproco de favores. Pese a que el monarca dio su visto bueno en relación al desplazamiento, lo más probable es que con la expiración de la tregua pocos meses después y el cierre de todos los canales de comunicación y negociación diplomática con los rebeldes neerlandeses, se pusiera fin de forma prematura a una misión que nunca llegó a consumarse. Aunque de momento no hay constancia de que efectivamente Conde se trasladara a Flandes, no por ello hemos de dejar de considerar la importancia que a ojos de la Corona pudo tener la actuación de este individuo en el terreno de la negociación diplomática, de la misma manera que debemos tener presente el papel determinante que pudieron jugar los contactos del capellán en la Corte en relación a su intervención en este tipo de negocios.

Conde falleció en Sevilla en 1626, año en el que fray Juan Boqueto fue designado como nuevo responsable de la administración de la capilla de San Andrés. Por mucho que posteriormente otros administradores ejercieran el cargo durante un largo período de tiempo, como ocurrió con fray Fernando de Rebolledo o con fray Domingo de Bruselas, no volvemos a encontrar a lo largo del siglo XVII casos similares al de Conde. Nunca más volvería a repetirse entre los responsables de la administración de la capilla el disfrute de unos privilegios o de aquel carácter de perpetuidad y excepcionalidad que las comunidades flamenca y alemana habían otorgado a Conde en su labor como administrador, cuyo carisma e influencia sobre los miembros de ambos colectivos no tuvieron parangón con los de ninguno de los titulares que después le sucedieron.  

Autor: Alberto Mariano Rodríguez Martínez

Bibliografía

DÍAZ BLANCO, José Manuel, “La construcción de una institución comercial: el consulado de las naciones flamenca y alemana en la Sevilla moderna” en Revista de Historia Moderna Anales de la Universidad de Alicante, 33, 2015, pp. 123-145.

ECHEVARRÍA BACIGALUPE, Miguel Ángel, La Diplomacia Secreta en Flandes, Bilbao, Universidad del País Vasco, 1984.

GONZÁLEZ CUERVA, Rubén, Baltasar de Zúñiga. Una encrucijada en la Monarquía Hispana (1561-1622), Madrid, Ediciones Polifemo, 2012.

VV.AA., Relaciones de sucesos en la BUS, antes de que existiera la prensa, Sevilla, Universidad de Sevilla, 2008. Acceso a la exposición virtual.