La comunidad de mercaderes franceses en la Andalucía de la edad moderna se caracterizó por una identidad plural y una cultura mercantil transnacional. Moviéndose en los grandes núcleos del comercio transatlántica, Sevilla y Cádiz, significó actuar en espacios económicos cosmopolita y exigió una gran capacidad de adaptación.

Como vecinos directos de los españoles, no extraña que los franceses siempre representaron una parte considerable entre los extranjeros del país. En la edad moderna, los franceses fueron el grupo más grande de extranjeros en España, contando en 1626 unos 200.000 individuos, según estimaciones de la época. La mayor parte de ellos eran gentes modestas: medianos comerciantes, artesanos de toda índole, jornaleros, peones y dese luego también mendigos y vagabundos. Fueron las regiones fronterizas y mediterráneas, junto con la Corte, las zonas más atractivas para los franceses, pero también lo era Andalucía, como centro económico del país. Ahí Sevilla ejerció la mayor atracción para los comerciantes franceses en los siglos XVI y XVII. No obstante, ya a partir de la segunda mitad del XVII y como muy tarde, después del traslado de la Casa de la Contratación y el Consulado de Cargadores a Indias a Cádiz en 1717, esta ciudad pasó a ser más interesante.

Había dos principales causas que atrajeron a los franceses a España: para la gran masa de los jornaleros y peones fue la demanda de mano de obra y el salario más alto; para las colonias comerciales en Andalucía, sin embargo, fueron las oportunidades que se ofrecieron por el comercio con las Indias. Ya en la edad media se puede detectar una presencia francesa en Sevilla. Cuando la ciudad se convirtió en puerto único para el comercio con las Indias, la ciudad creció (de 57.500 en 1533 a 123.700 en 1588) y atrajo a muchos comerciantes de Inglaterra, los Países Bajos, Italia, Portugal y también la colonia francesa aumentó. Mientras que, en Sevilla, los franceses nunca superaron el número de los portugueses y flamencos, alrededor de 1620 por lo menos alcanzaron un nivel considerable (65 mercaderes) y representaron 14 porcientos de los extranjeros de la ciudad. Su procedencia era sobre todo la Francia atlántica, más precisamente, Bretaña, Bayona, Ruan, Burdeos y Nantes.

A partir de la segunda mitad del siglo XVII, muchos comerciantes se asentaron en Cádiz y Puerto de Santa María, que eran menos controlados que Sevilla. Eso no quiere decir que los franceses desaparecieron de Sevilla -en 1791 por ejemplo vivieron 1.020 franceses ahí, constituyendo el grupo extranjero más grande- pero el nuevo enfoque de la inmigración mercantil francesa se dirigió a Cádiz, que entonces tuvo alrededor de 40.000 habitantes. Ahí, los franceses iban a llegado a dominar el comercio, gracias al cambio dinástico que les otorgó ventajas económicas y una fase de tranquilidad política. En 1700, la asamblea general de la nación francesa en Cádiz mencionó unos 27 negociantes en la ciudad, sobre todo del noreste de Francia. En 1715, este número había subido a 68. Los recién llegados, sin embargo, ya no provinieron del noroeste de Francia, sino casi la mitad vino del sureste, sobre todo de Marsella. En los años 1720, entre 80 y 90 comerciantes vivieron en la ciudad, perteneciendo a alrededor de 60 casas de comerciantes. A mediados del siglo, el número de comerciantes franceses había crecido a 108, con lo cual representó la primera colonia de comerciantes extranjeras por el número de miembros y beneficios comerciales, incluso superando a los mercaderes españoles. La nación creció aún más y llegó a su cúspide en 1773 con 213 miembros. En este año el padrón mostró unos 1.363 habitantes franceses en la ciudad, con lo cual llegaron a ser 37 porcientos de los extranjeros de Cádiz.

Evidentemente la Carrera de Indias ejerció una atracción mayor para los franceses, así que no solamente se establecieron en Sevilla y Cádiz, sino también en los puertos colindantes de estas ciudades, como Sanlúcar de Barrameda o Puerto de Santa Maria. En Sanlúcar por ejemplo vivieron unos 27 franceses en 1580 y poco después, su nación dispuso de 15 hostales, más que tuvieron los ingleses o los flamencos. En el Puerto de Santa María del año 1714 vivieron 25 mercaderes al por mayor y 11 más pequeños. En 1771, los censos muestran que los franceses fueron los más numeroso entre los extranjeros. Originaron sobre todo de la Provenza, Limosín, Auvernia y de la región vasca-pirenaica. Entre las 164 personas extranjeras en el censo (la ciudad tuvo entonces 21.300 habitantes) se encontraban 68 franceses, o sea 41 per cientos de los extranjeros. Entre ellos hubo 20 que declararon trabajar en la elaboración de pan, mientras que otros 20 precisaron ser comerciantes. Por lo tanto, el ingreso de los franceses era muy por encima del promedio de la ciudad.

Franceses vivieron también en ciudades más pequeñas de Andalucía, como por ejemplo en Ubeda (que en 1791 albergaba 149 franceses), Osuna (50), Martos (33), Ronda (29) o Estepa (26). En estas pequeñas localidades se dedicaron sobre todo a la artesanía. Sin embargo, era el comercio al cual se consagraron más franceses -en 1791 aparecieron en cientos de categorías diferentes, del más humilde empleado al más rico hombre de negocio.

Un factor muy relevante para el flujo de inmigración y el funcionamiento del comercio fueron las relaciones gubernamentales entre España y Francia. Correspondiendo con las fases más pacíficas y más conflictivas entre los dos países, la inmigración francesa a España y su comercio también tuvieron fases de crecimiento y contracción. En tiempos de guerra, los monarcas solían proclamar represalias contra los súbditos del país rival, incluso la confiscación de bienes, obstaculizando las vidas y la integración de los franceses en España.  Mientras que, en los tiempos turbios del siglo XVI, la situación de los franceses y los españoles en Andalucía era marcada por muchas hostilidades, después del Paz de Vervins (1598), la situación mejoró considerablemente. Después de 1621, sin embargo, las relaciones empeoraron otra vez, provocando unas sanciones rigurosas contra el comercio y contrabando francés (sobre todo prohibiciones de mercadería). Cuando en 1635, los países declararon la guerra y las medidas de guerra económica empezaron a ponerse en marcha, una gran parte de los franceses huyó de Sevilla. Su parte entre los extranjeros cayó de 14 porcientos a 4 porcientos. No obstante, la economía de Andalucía (y las Indias) estuvo tan entrelazada con el comercio francés que las medidas tomadas por el rey en 1635 encontraron una fuerte oposición entre los mismos comerciantes españoles de Sevilla. Entonces, otras ordenanzas contra los franceses (de 1667, 1674 y 1686, incluyendo expulsiones generales) no fueron implementadas con mucho rigor. Aun así, todas estas restricciones hicieron la vida más difícil para los franceses en España. Por esta razón, el cambio de dinastías contribuyó al ascenso de los franceses en Andalucía en el siglo XVII. Con la llegada de los Borbones al trono de Madrid en 1700, se inició una fase de esplendor para los franceses en Andalucía, en la cual pudieron gozar de amplias libertades y grandes ganancias económicas. El apogeo de los franceses en Andalucía puede fijarse en las décadas de los 1760 y 1770. El descenso comenzó con la Revolución de 1789 y con la guerra contra a la primera república francesa.

Comparado con el peso económico de los italianos y flamencos, los mercaderes franceses en Andalucía se empeñaron, por lo general, más en medios y pequeños negocios -no impidiendo que algunos de ellos llegaron a fortunas muy considerables. Debido a la Paz de Vervins y la extensión del Derecho del 30 Porcientos, el número de barcos franceses en Andalucía aumentó hasta llegar a ser los más numerosos en Sevilla y Sanlúcar a principios del siglo XVII. En 1628 el cónsul francés estimaba que toda la hacienda francesa en Andalucía era de dos millones de ducados. En 1635, tras el desencadenamiento de la guerra, Felipe IV confiscó hacienda y bienes de franceses en España que alcanzaron 1.467.000 ducados -más que el promedio de plata americana para el rey cada año (1.256.000 ducados). Entre las víctimas de esta confiscación figuraron también los hombres de negocios naturalizados Jaque Bules, Pedro de la Farxa, Lanfran David, Pedro de Alogue y Alberto Juan, cuya fortuna amontó a 632.000 ducados (más tarde recuperaron una parte y confirmaron su estatus de naturalizados). Estos cinco permanecieron en Sevilla y en 1640 figuraban todavía entre los más ricos hombres de negocios de la ciudad.

Por la prohibición de productos franceses y las confiscaciones a partir de 1635, los hombres de negocios -es decir, los ricos mercaderes naturalizados que se quedaron a pesar de la guerra-, se concentraron sobre todo en actividades financieros (créditos, bienes raíces, seguros). Una década antes, sin embargo, muchos franceses se habían dedicado al comercio, en el cual sobresalió la venta de mercadería para el mercado americano (a intermediarios españoles y a los peruleros). Trajeron productos de metal, textiles (melinges pacages, cotenses, vitree, ruanes, brines, donflon y bacimone), papel, libros y encaje de bolillos. Destacan entre los productos franceses los lienzos de la Britania y de la Normandía como productos dominantes. En cambio, compraron bienes para el mercado europeo, como la cochinilla, el jengibre o el índigo. A partir de 1659 y aún más en 1700, el comercio se recuperó. Cien años más tarde Cádiz había sustituido a Sevilla como centro comercial en Andalucía, pero los rasgos generales del comercio eran parecidos. En 1720, entre 40 y 50 porcientos de las mercancías francesas (sobre todo telas) estuvieron destinados al mercado americano (c. 9 millones de libras).

Solo súbditos de la Corona de Castilla tuvieron acceso directo al comercio con las Indias, sin embargo, incluso sin tal ventaja, los comerciantes franceses en Andalucía pudieron participar y sacar mucho provecho. Con una red estrecha de correspondientes europeos, con contactos locales fiables (garantizando acceso al mercado americano) y con una buena protección consular estuvieron en una posición muy ventajosa. Obtener una carta de naturaleza (o avecindarse) se les hubiera robado de su protección consular. Por tanto, la mayoría nunca aspiró naturaleza española y muchos permanecieron en Cádiz mucho tiempo manteniendo el estatus de “transeúntes” (en vez de “avecindados”).

Mientras que la mercadería que pudieron conseguir de Francia fue siempre muy deseada -sobre todo en las Indias- el puro hecho de que eran extranjeros era suficiente para excitar envidia. Para muchos andaluces los franceses formaron un elemento espantoso: entre 12 y 20 porcientos de los habitantes de Cádiz eran extranjeros y después de los italianos, los franceses obtuvieron el segundo rango, siempre por encima de 30 porcientos. A mediados del siglo, la burguesía gaditana notó que 46 porcientos de sus comerciantes al por mayor eran extranjeros, con un gran protagonismo francés respecto al número y al peso económico. Más de 82 porcientos de los beneficios económicos llegaron a los extranjeros -otra vez, la mayor parte era para los franceses. De ahí la animadversión de algunos hacía los franceses. Se les llamó malhechores y tramposos y se les acusó de ser codiciosos y que robaron las riquezas de la tierra, introduciendo nada más que desperdicios en detrimento de la economía y la sociedad. Dominando la mayar parte del comercio, no dejaron ganancias para los españoles. El sentimiento de xenofobia de los españoles parece haber sido reforzado por la imposibilidad estructural de sostener ellos mismos el suministro de los territorios en América, que causó la tolerancia de la burocracia hacia la participación de franceses en el comercio indiano a través de testaferros españoles. Otra acusación era que se les acusó de cambiar su “nacionalidad” según se les convendría, “español” en cuanto a las prerrogativas comerciales y francés cuando hacía falta la protección consular -asegurándose así ventajas frente a los locales. Además, algunos contemporáneos frecuentemente pusieron en duda la lealtad de los franceses avecindados e incluso naturalizados hacia la corona española. Se quejaron de la masa de franceses en Sevilla, de los mercaderes, pero también de la clase baja, como, por ejemplo, los aguadores. El descontento a veces aún llevó a persecuciones, que a su vez causaron prohibición de hacer mal a los franceses bajo “pena de azotes o vergüenza”.

La identidad de los franceses en Andalucía era compleja. Vivían en una cultura mercantil transnacional, que puede entenderse como una realidad con tres dimensiones complementarios: local (en relación con la gente de su alrededor), nacional (con gente en su patria) y cosmopolita (a través de una grande red de socios en el Mundo Atlántico y Mediterráneo). Se pueden además resaltar tres rasgos principales: una lealtad continua a su país de origen, un arraigo social a la cultura local y por fin una endogamia de los compatriotas en la ciudad. La forma de integración de los comerciantes franceses en Andalucía se puede concebir a través de su tiempo de estancia, sus prácticas sociales, su estado civil, el origen de su esposa y la composición de su entorno relacional.

Mientras que estudios más antiguos han argumentado que Andalucía era que un lugar de enseñanza para los jóvenes de casas de comerciantes de Francia, volviendo después de unos 12 años a casa (una vez ganados 350 pesos según las estimaciones del Padre Labat en 1706), trabajos más recientes les refutaron, haciendo hincapié en que 75 porcientos de los mercaderes franceses en Cádiz sobrepasaron 30 años, y aún 45 porcientos los 40. Además, un censo de 1794 indica que 71 porcientos de los 226 franceses avecindados en Cádiz estuvieron ya viviendo ahí por más de 20 años y 25 porcientos entre 10 y 20 años. Cádiz pues, no era cualquier escuela para jóvenes, sino una importante ciudad comercial, atrayendo muchos mercaderes, poco de los cuales pudieron realizar con éxito sus proyectos. A lo largo del siglo XVIII, al menos unos 30 comerciantes franceses lograron instalarse permanentemente con sus familias en la ciudad. Esto confirma, por un lado, que la inmigración francesa era más fluctuante que perenne, pero también subraya que cierto número sí se quedó. En Málaga, por ejemplo, el mercader Juan Bautista Maury del Bearn, llegó a ser uno de los extranjeros más ricos de la ciudad. Como muestra de su ascensión social y la integración de su familia en las élites de la ciudad, sus hijos empezaron una carrera militar, siendo además testimonio de su lealtad a la monarquía hispánica.

El apoyo mutuo entre personas originarios del mismo lugar es un fenómeno casi universal. Para los franceses en Andalucía en la edad moderna esto incluyó por ejemplo compartir un apartamiento común o emplear compatriotas para trabajos auxiliares. Además, los comerciantes se unieron en una corporación, la llamada nación. En 1578, la nación de los franceses en Sevilla fundó su consulado, cuyo cónsul fue nombrado por el rey de Francia, como representante y defensor de los miembros de su nación y como juez en litigios entre ellos. Ya en 1573, los franceses habían fundado la Hermandad de San Luis y en 1581 el convento de San Francisco les dio la capilla de San Luis como sede de la misma. Después del incendio de 1650, los comerciantes Salomón de Tamarino y Juan Dufau fundaron una capellanía para rehacer la capilla con sus fondos.

En general, estos colegios, hospitales, fundaciones, patronatos, capillas, iglesias, cofradías, hermandades y otras formas de asociación -aparte de su funcionalidad inmediata- cumplieron un par de funciones adicionales. Por un lado, estas asociaciones dieron la posibilidad de reforzar los vínculos con los vecinos españoles y la monarquía española, mostrando su arraigo local, su devoción católica (solo había pocos protestantes de Francia) y a veces su apoyo a la sociedad y al rey. Por el otro lado, permitieron una solidaridad interna y una sociabilidad entre los miembros que también reflejaron las jerarquías de la colonia y dieron espacio para la confirmación de su identidad (hispano-francesa) y su devoción de un santo patrón “nacional”. Así pues, reforzaron la cohesión interna y la endogamia y contribuyeron a una auto-imagen muy peculiar. Sin embargo, la cohesión social entre los franceses en Andalucía llegó aún más lejos.

En Cádiz al final del siglo XVIII, los comerciantes franceses -y la inmensa mayoría de estos inmigrantes era masculina- se casaron en 50 porcientos con mujeres francesas o hijas de franceses (jenízaras), lo que sin duda tuvo que ver muchas veces con estrategias de alianza comercial (esencial para jóvenes mercaderes para conectarse en la ciudad de acogida). En Sevilla al principio del siglo XVII, con una población francesa mucho más pequeña, la situación era algo diferente. Sólo 18 porcientos se casaron con francesas o jenízaras (ejemplos destacados son Pedro de la Farxa y Pedro de Alogue), mientras que 64 porcientos con españolas y otros 18 porcientos con flamencas (o jenízaras flamencas). Es de particular interés, que esta baja adhesión a compatriotas se ve también respecto a los testigos para el procedimiento de naturalización: los franceses no recurrieron en primer plazo a compatriotas, sino a flamencos. Lo mismo pasó en el comercio francés de Sevilla. En sus redes comerciales existían más conexiones con flamencos que con compatriotas. No obstante, cuando el número de los franceses aumentó suficientemente -como pasó en 1620- recurrieron más a socios franceses -con lo cual la teoría de la endogamia queda confirmada otra vez (el apego de los franceses a la colonia flamenca en otros años se explica también por la similitud de sus redes y por la posición dominante de los flamencos en la sociedad y comercio de esta época). La endogamia francesa se ve otra vez reflejada al fin del siglo XVIII en Cádiz, con una población francesa mucho más grande. Entonces, en los testamentos de los franceses figuraron 70 porcientos albaceas franceses; y casi siempre los franceses acudieron a corredores de su lengua. También respecto a las compañías de comercio, los franceses en Sevilla y Cádiz mostraron una tendencia de unirse con compatriotas, incluso algunos rasgos de compañías familiares. En 1770, existieron alrededor de 70 tales compañías francesas en Cádiz, con un poder económico muy fuerte, incluso más fuerte que los españoles. Pues, a pesar de una identidad marcadamente transnacional, los franceses en Andalucía mostraron una fuerte tendencia hacía la endogamia.

Desde Sevilla y Cádiz las redes comerciales de los franceses se extendieron por toda Europa y América. Si bien el contacto con su patria tuvo siempre el primer rango, mantuvieron también contactos con las Islas Británicas, tierras alemanas, la Península Italiana, Silesia, el Baltico y el mundo mediterráneo, igual que con las Indias. Algunos franceses tuvieron unas redes comerciales verdaderamente extensas, como por ejemplo en el siglo XVII Pedro de la Farxa, Guillermo Reynarte o Guillermo Guillu. En el último tercio del siglo XVIII, se puede mencionar la grande compañía Fournier que tuvo una amplia red de corresponsales y socios en la Europa atlántica entre Hamburgo y Bayonne, en Londres y Paris, pero también en la costa mediterránea de su país, sobre todo en Marsella.

En conclusión, los franceses en Andalucía dan una compleja imagen muy diversa y en parte contradictoria con algunas características marcadas. Así que los miembros de la nación francesa en Cádiz estuvieron fuertemente arraigados en la ciudad, participando en un proceso (más o menos fuerte) de integración en la sociedad local. Pero, por el otro lado, conservaron una viva cohesión interna, basada en una identidad común, la conciencia de compartir intereses parecidas y una intensa red de relaciones personales.

A finales del siglo XVIII, debido al arraigo en la sociedad local junto a su fuerte vinculación con su patria, los franceses en Cádiz introdujeron muy pronto ideas de la ilustración en el ámbito cultural de las élites de la ciudad. Así que había un teatro francés y se le distribuyeron mucho los libros de los autores ilustrados. Respecto a las ideas de secularización, fueron los mercaderes franceses que las promovieron más en Cádiz, contribuyendo a unas características abiertas de la ciudad. Sin embargo, esta época dorada de los franceses en Andalucía terminó con el desencadenamiento de la guerra y la expulsión de 1793, que dejó al grupo de los franceses muy reducido -en 1809 solo se encontraron en la ciudad unos 40 comerciantes franceses. Sin embargo, igual que en 1635, los franceses que habían logrado establecerse en la ciudad mostraron un fuerte sedentarismo y arraigo en la sociedad local. Permanecieron en Cádiz a pesar de la crisis del comercio colonial y del rompimiento con Francia. Las raíces sociales que habían echado en la ciudad, las redes locales de poder y comercio que habían tejido, las grandes inversiones que habían realizados en la región y los conocimientos de las practicas del lugar que habían adquirido junto con la esperanza para un mejor futuro contribuyeron a que muchos franceses y sus descendientes se quedaron e vieron en Cádiz su nuevo hogar permanente -a pesar de su decadencia en el siglo XIX.

Autor: Eberhard Crailsheim

Bibliografía

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