Los primeros intentos de la Compañía de Jesús por establecerse en Andalucía se produjeron poco después de ser aprobada por Paulo III. Los jesuitas, por entonces, aspiraban a implantarse en las ciudades más importantes del sur peninsular. Núcleos urbanos enriquecidos por el comercio con las Indias; con una nobleza influyente, rica y poderosa; y percibidos, por todo ello, como una prometedora cantera a la hora de conseguir nuevas fundaciones. Francisco de Borja −duque de Gandía y futuro general de la Orden− intentó conseguir en 1546 que nobles andaluces tan destacados como los marqueses de Priego o los duques de Medinasidonia se implicasen económicamente en la fundación de un colegio jesuita en Sevilla. Sin embargo, durante la década de 1540, los jesuitas fracasaron en Andalucía. La ocasión propicia para la orden ignaciana no volvió a presentarse hasta 1552, cuando ingresó en la Compañía Antonio de Córdoba y Figueroa, hijo de los condes de Feria y marqueses de Priego. Su madre, la marquesa Catalina Fernández de Córdoba −la persona que trabajaba más que nadie por establecer a los jesuitas en Andalucía− pidió entonces permiso a Ignacio de Loyola para fundar un colegio en Córdoba. Este y otros avances posibilitaron que, el 7 de enero de 1554, el primer general de la Compañía dividiera España en tres provincias: Aragón, Toledo y Andalucía. Al frente de cada una de ellas −como en el resto de provincias jesuíticas del mundo− se situaba un provincial, un padre profeso de cuatro votos que regía a los jesuitas del territorio durante un periodo de tiempo que, normalmente, era de tres años.

La flamante provincia de Andalucía −también conocida como Bética, que incluía en su seno a parte de Extremadura y a las islas Canarias− fue siempre, merced a su extensión y número de operarios, una de las provincias más destacadas de la Compañía de Jesús en España. Los jesuitas pronto la articularán mediante una compleja red de casas, residencias y noviciados. Y, sobre todo, de colegios, considerados antes como centros de adoctrinamiento de la sociedad y de extensión de los postulados de la Contrarreforma que como meras entidades docentes. En ellos se trataba de garantizar la rectitud moral del alumnado; pero también de habilitar adecuadamente a las elites para el cumplimiento de su predeterminado rol social: el de futuros dirigentes. Gracias a la modernidad y gratuidad de la educación impartida por los jesuitas, sus colegios consiguieron un éxito inusitado, atrayendo a las élites sociales. Unas élites cuyo favor resultaba imprescindible, pues los colegios jesuitas debían encontrar unos fundadores que no sólo sufragaran la construcción material de sus edificios, sino que concedieran a los centros unas rentas anuales que aseguraran su futuro mantenimiento autónomo así como el sostén de un determinado número de padres y hermanos jesuitas. Cada colegio de la Compañía estaba dirigido por un rector −un padre profeso de cuatro votos nombrado por el general o por el provincial− que gobernaba el domicilio durante un período de tres años (que podían acortarse o prorrogarse).

El colegio de Santa Catalina de Córdoba fue fundado en 1554 por la marquesa de Priego con el beneplácito del ayuntamiento cordobés y contando con una sustanciosa donación de don Juan de Córdoba, tío del duque de Sesa, deán de la catedral y señor de las villas de Rute y Zambra. En este colegio, decano de Andalucía, se instaló el primer noviciado de la Provincia. Ese mismo año se produjo la fundación del colegio de Sanlúcar de Barrameda −por la que compitieron el duque de Medinasidonia y la condesa de Niebla−, establecimiento efímero que desapareció en 1556. También en 1554 se estableció el colegio de San Hermenegildo de Sevilla, fundado por Hernando Ponce de León, apoyado por Gaspar Cervantes Salazar −vicario general de la diócesis de Sevilla y futuro arzobispo de Tarragona y cardenal− y de la condesa de Olivares. En Sevilla se establecerán, igualmente, un Noviciado en 1564, una Casa Profesa en 1580 y un Colegio de Ingleses en 1592. En el verano de 1554 dio sus primeros pasos la residencia de los jesuitas en Granada, pronto convertida en colegio de San Pablo. El nuevo colegio contaba con el respaldo del arzobispo Pedro Guerrero −ferviente admirador de la Compañía desde que conoció a los padres Laínez y Salmerón durante el concilio de Trento− que pensaba emplear a los jesuitas tanto en la Universidad como en la evangelización de los moriscos del Albaicín. Sevilla, Córdoba y Granada serán, durante todo el Antiguo Régimen, los tres colegios más grandes, ricos y poblados de la Compañía de Jesús en su provincia de Andalucía. Durante el siglo XVI no dejaron de crecer. Prueba de ello es que el colegio de Sevilla tenía 800 estudiantes en 1572 y 900 en 1579; el de Córdoba, por su parte, pasó de contar con 600 estudiantes en 1572 a 800 en 1579.

En 1558 la marquesa de Priego fundó el colegio de la Anunciación de Montilla. En la década de 1560 se establecieron los colegios de Santa Catalina en Trigueros −fundado en 1562 por Francisco de la Palma− y de Santiago en Cádiz −fundado en 1564, con el respaldo del ayuntamiento, por Juan Juan de Arguijo, Petronila Manuel, Sebastiana Pérez de Guzmán y el canónigo Jerónimo Fernández de Villanueva−. Siendo general de la Compañía Francisco de Borja, los duques de Arcos fundaron el colegio de la Encarnación de Marchena (1567). El colegio de Santiago de Baeza fue fundado en 1571 por Diego Carrillo y Carvajal y Elvira de Ávila con la ayuda de Alonso de la Paz, Catalina de Navarrete y Juan de Messia, penitenciario de Jaén. Ese mismo año se fundó el Colegio de San Sebastián de Málaga, auspiciado por Francisco Blanco y Salcedo, obispo de Málaga, y Ana Pacheco. El colegio de Santa Ana de los Mártires de Jerez de la Frontera fue fundado en 1580 por Gómez Hurtado, Álvaro Rodríguez de Figueroa y Antonia de Bohorquez y Angulo. En 1584 se abrió la residencia de Écija, convertida en colegio de San Fulgencio en 1590, fundado por Beatriz Benegas de Córdoba y Monsalves y Francisca de Córdoba. En la década de 1590 destacó la labor de Ana Félix de Guzmán, marquesa de Camarasa, figura decisiva −aunque no única− en la fundación de los colegios de la Encarnación de Cazorla (1591), Santa Catalina de Ubeda (1592), San Torcuato de Guadix (1599) y San Ildefonso de Fregenal de la Sierra (1600). En 1593 Cristóbal Rodríguez de Moya y Francisca de Avilés y Moya fundaron el colegio de San Pablo de Segura de la Sierra. En 1596 los jesuitas fundaron, con la ayuda de Antonio de Raya y Narváez, obispo del Cuzco, el seminario de San Ignacio en Baeza.

Durante el Seiscientos aminoró el ritmo de creación de colegios jesuitas en Andalucía. Esta situación se debió, en primer lugar, a la saturación de fundaciones que se produjo en la segunda mitad de la centuria anterior; y, en segundo, a la severa crisis económica que se hacía cada vez más patente en la Monarquía Hispánica y en el mundo Mediterráneo en general. En 1602 Celedonio Arpea, canónigo de Sevilla y administrador del Hospital de la Sangre, fundó el colegio de San Arcadio de Osuna. En 1610 se estableció el colegio de la Anunciación de Antequera, fundado por Francisco de Padilla −tesorero de la catedral de Málaga− Luis Felipe Martín y Luisa de Medina. En Jaén el obispo Sancho Dávila, junto con otros personajes, fundó la residencia y colegio de San Eufrasio en 1615. Hacia 1617 Francisco Pérez de Vargas fundó el colegio de Andújar. El colegio de San Teodomiro de Carmona fue fundado en 1620 por Pedro de Hoyos. En 1625 Francisco de Palma y Cabeza de Vaca y sus cuatro hermanas fundaron el colegio de San José de Utrera; y, el año siguiente, el licenciado portugués Lorenzo Díaz fundó el colegio de San Ignacio de Morón de la Frontera. Durante la segunda mitad del siglo XVII se establecieron los colegios de San Bartolomé de Higuera la Real −fundado por Francisco Fernández Dávila hacia 1666−; el de San Luis Gonzaga en la Orotova (Tenerife), fundado por Juan de Llarena y Cabrera en 1690; la residencia de Santa Catalina en Arcos de la Frontera, fundación de Ana de Trujillo y Coronado en 1692; y la residencia y colegio de la Sagrada Familia en las Palmas de Gran Canaria, fundado en 1697 por Andrés Romero y Calderín, canónigo e inquisidor de las Palmas.

La llamada crisis del siglo XVII afectó igualmente a los efectivos de la Compañía de Jesús, que vio estancarse el número de sus operarios en Andalucía. Estos ascendían a 444 en 1599 (entre padres, escolares y hermanos), pasando a ser 456 en 1700. Un acontecimiento especialmente de importancia trascendental que afectó a la Provincia Bética durante el siglo XVII fue la quiebra del colegio de San Hermenegildo de Sevilla, uno de los más ricos de España pero que en 1655 había acumulado deudas superiores al medio millón de ducados. Tras declararse en bancarrota, sus rentas −que ascendían a cerca de 8.000 ducados anuales− descendieron a tan sólo 1.500, pasando los jesuitas que lo habitaban de ser entre 80 y 90 a sólo 14. Los problemas económicos del colegio sevillano repercutieron muy negativamente en el prestigio de la Compañía de Jesús, tanto en Andalucía como en la Corte.

En el siglo XVIII los efectivos de la Compañía de Jesús en Andalucía no dejaron de crecer, pasándose de 456 jesuitas en 1700 a algo más de 700 en 1766, si bien se produjeron aún menos fundaciones que durante el Seiscientos. En 1725 la Compañía de Jesús se hizo cargo del preexistente seminario de la Asunción de Córdoba, fundado en 1543 por Pedro López de Alva, médico de Carlos V. En 1727 Juan González Boza, canónigo de la catedral de Canarias, fundó la residencia de la Inmaculada de La Laguna (Tenerife). Hacia 1730 comenzó la andadura de la residencia de San Francisco Javier y del hospicio de Misiones del Puerto de Santa María. En 1738 el cardenal Belluga y el conde de Santa Gadea fundaron el colegio de San Luis Gonzaga de Motril. En 1763 se fundó el colegio de Baena, auspiciado por Martín Álvarez y Sotomayor, beneficiado de San Bartolomé. Por último, en 1765 se estableció la residencia y administración de San Francisco Javier de Loja. En 1767, en el momento en el que Carlos III dispuso la expulsión de los jesuitas, la Provincia de Andalucía contaba con 704 sujetos (332 padres, 103 escolares y 270 hermanos).

Autor: Julián José Lozano Navarro

Bibliografía

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