Ayamonte fue una villa en la que la presencia de esclavos constituyó una realidad social habitual durante todo el Antiguo Régimen. Esta población esclava llegó a significar en algunos momentos de la Edad Moderna el 8% del total de los habitantes de Ayamonte. Estas personas mayoritariamente procedían de regiones del centro y occidente de África, fueron por tanto hombres y mujeres de raza negra, aunque tampoco faltaron algunos esclavos norteafricanos de religión musulmana. Sobre esta población hay abundantes pruebas documentales en los archivos locales y alguna en descripciones literarias, como la que realizó el alemán Diego Cuelvis en el viaje que hizo por España y Portugal entre 1599 y 1600. Cuelvis llegó hasta Ayamonte procedente de Lisboa y retrató a esta localidad onubense como un lugar en el que había “muchos esclavos, principalmente negras y morenas que vienen de las Indias e isla de Santo Tomás”. Las fuentes documentales locales, con sus abundantes documentos relativos a ventas de esclavos o a la concesión de libertades en escrituras llamadas “cartas de ahorría”, también dibujan una villa en la que la presencia de la esclavitud negra era muy notoria.

El período histórico de la unión ibérica entre España y Portugal, es decir desde 1580 hasta 1640, fue el de mayor presencia de esclavos en la villa y a partir de entonces su número descendió notablemente. Estos esclavos eran normalmente introducidos por mercaderes portugueses. A partir de 1650 las actividades mercantiles que tenían a estas personas como objeto de intercambio entraron en una clara recesión hasta su desaparición en las primeras décadas del siglo XVIII. Ahora bien, también es necesario destacar que desde 1640 se observa un crecimiento de la población mulata, tipología racial que nos indica indudablemente la existencia de un proceso de mestizaje entre las razas blanca y negra, entre libres y esclavos, que puede ser considerado como un indicador de una posible integración social de la población esclava de origen negro, pero tampoco puede descartarse que este mestizaje, incuantificable, fuera el fruto de relaciones personales forzadas y no deseadas, en definitiva del abuso sexual. Un recuento del vecindario de Ayamonte realizado por el cabildo municipal en octubre de 1749 reflejaba este claro descenso de la población de raza negra, ya que solo contabilizaba a 70 personas lo que suponía un escaso 2% del total de la población. Con estos datos se puede decir que en el siglo XVIII la presencia de la población negra era solo testimonial y que los mulatos y las mulatas que todavía había en Ayamonte eran el recuerdo genético de la importante impronta que la raza negra había dejado en la sociedad ayamontina en centurias anteriores.

Las mujeres solían trabajar en el servicio doméstico, aunque también acostumbraban a deambular por las calles ayamontinas vendiendo agua en cántaros o bien se concentraban en las plazas públicas para vender productos como pescado o fruta. Esta actividad de la venta ambulante les permitía obtener algunos modestos recursos con los que poder prosperar y en un futuro incluso lograr la libertad. Las autoridades se mostraban permisivas con estas prácticas de venta ambulante a cambio de algunas contrapartidas por parte de los amos de estas esclavas, como por ejemplo que les permitieran la participación bailando algunas danzas en la procesión del Corpus Christi. Los hombres trabajan en actividades relacionadas con la pesca, el campo o también con el servicio doméstico. Ahora bien, esta imagen de una ciudad que parecía relacionarse de manera amable con la población esclava no debe enturbiar la realidad, la población esclava fue una población explotada por el resto de la sociedad. Esclavos y esclavas fueron un lucrativo negocio no solo para los mercaderes de seres humanos que los vendían, sino también para las personas que los compraban e incluso para instituciones como el cabildo municipal de la ciudad que también obtuvo beneficios con la esclavitud. El cabildo municipal ayamontino estableció impuestos sobre las transacciones económicas en la que una persona aparecía como objeto del intercambio comercial. En junio de 1580 los regidores se reunían para regular las tasas que iban a recaer sobre un amplio conjunto de productos alimenticios, artesanales, de construcción, producciones textiles, y también sobre las operaciones comerciales con personas. Si los esclavos vendidos en Ayamonte tenían más de 15 años el cabildo recibía un ducado y si eran menores de la citada edad ocho reales. Observamos por tanto que particulares e instituciones intervenían, sin el menor pudor, en el negocio de la trata de personas.

Sin olvidar que estos seres humanos fueron explotados y reprimidos por la sociedad en la que vivieron, hay que señalar que también hubo procesos de integración social para la población esclava. Unas veces los mecanismos de integración se gestaban en el ámbito privado a través de iniciativas particulares de las que tenemos constancia por medio de algunos documentos notariales como las cartas de libertad o de ahorría, que se redactaban específicamente para otorgar la libertad a una persona, y los testamentos en los que en alguna de sus disposiciones se establecía el beneficio de la libertad para una esclava o un esclavo. También se pueden observar procedimientos integradores de los marginados que podemos calificar de públicos porque se desarrollaban en el seno de asociaciones ciudadanas, unas de carácter religioso, como las hermandades, y otras militares, como las milicias urbanas encargadas de la defensa de la villa en tiempos de guerra. De ambas vías hay datos para el Ayamonte de la Edad Moderna. Los esclavos intentaron, sobre todo la población negra, conseguir la integración social a través de la imitación cultural de la sociedad ayamontina y en este sentido debemos interpretar su participación en la cofradía de Nuestra Señora del Rosario al menos desde 1598. La documentación que se conserva de esta agrupación religiosa confirma, desde la primera junta de la que tenemos noticia en junio de 1598, que entre los hermanos cofrades había personas de raza negra. Otra fórmula de integración fue la de la participación en la defensa de la integridad territorial de la villa como miembros de las milicias urbanas que la defendían. Ayamonte llegó a contar en el siglo XVIII con siete compañías urbanas, una de ellas estuvo formada por mulatos y fue conocida como la compañía de los mulatos o de los pardos. Esta milicia participó en la defensa urbana de Ayamonte que, por su carácter de plaza fuerte fronteriza, estuvo en alerta militar en periodos prolongados de tiempo y en especial durante la Guerra de Sucesión y la Guerra de los Siete Años.

Autor: Antonio Manuel González Díaz

Bibliografía

GONZÁLEZ DÍAZ, Antonio Manuel. La esclavitud en Ayamonte durante la Edad Moderna (siglos XVI, XVII y XVIII), Huelva, Diputación Provincial, 1997.

SÁNCHEZ LORA, José Luis, Demografía y análisis histórico. Ayamonte 1600-1860. Huelva, Diputación Provincial, 1987.