La captura de cristianos en las costas peninsulares en el siglo XVI no siempre terminó con su cautiverio en tierras norteafricanas y en una larga espera hasta que se produjese el anhelado rescate. Dado que en las acciones corsarias y piráticas turco-berberiscas siempre prevalecía el interés económico de la operación, para los captores demorar la venta de sus presas suponía retrasar igualmente la percepción de los potenciales ingresos procedentes de los rescates. Por ello, a menudo, los cristianos apresados no eran conducidos hasta Berbería sino que eran liberados de inmediato por medio de una negociación que tenía por escenario las propias costas españolas, las mismas playas, o todo lo más unas millas mar adentro. Para los corsarios se trataba de obtener el beneficio inmediato por la captura, de abrir una negociación marcada por la presencia visual -ante los ojos de los rescatadores- del lugar de cautiverio, por lo general un barco claramente visible desde la costa. Los barcos, las calas más recónditas, e incluso la misma «tierra cristiana», servían así de escenario para una mediación que tradicionalmente se conocía como «alafía» y en la que los corsarios pactaban con los cristianos el rescate de los cautivos que acababan de capturar. Las alafías se hacían con enorme rapidez, casi siempre en un ambiente tenso y en un corto espacio de tiempo durante el cual los rescatadores tenían a la vista de sus ojos a los corsarios o piratas y el lugar -el barco- en el que se hallaban cautivos los que acababan de ser capturados. De la celeridad en la negociación, y sobre todo de la prontitud en reunir el dinero necesario para pagar el rescate, dependía el futuro del cristiano que había sido capturado. Eran operaciones de redención inmediata que tuvieron especial incidencia en las costas del reino de Granada, aunque se localizaron en buena parte de las costas del Mediterráneo español. Como testimonios de ellas han quedado en la toponimia de dichas zonas términos como “torre de la alafía” o “playa de la alafía”.

No todas las alafías tuvieron como objetivo a la población cristiana. En sus incursiones sobre las costas del sur peninsular, turcos y berberiscos no siempre diferenciaban entre sus presas a los distintos «cristianos» -viejos o nuevos- que en el siglo XVI moraban por esas tierras, es decir, no entendían de orígenes ni religiones. Tan solo hablaban el lenguaje del valor económico de las presas que capturaban en el mar o en las proximidades de las costas, aunque probablemente el trato que dispensaron a los cautivos debió ser bien distinto según su origen étnico. Ello explica que no solo los cristianos viejos sino también los moriscos fuesen objeto del corso norteafricano.

Tras la guerra de las Alpujarras y la expulsión de los moriscos en 1570 se recrudeció la actividad corsaria en las costas del sureste peninsular. El episodio de mayor calado fue el asalto y apresamiento de la población de Cuevas (Almería) en 1573. La intensificación del corso se manifestó en un claro aumento de las alafías, episodios con pocas capturas de cautivos cristianos pero más constantes y frecuentes en el tiempo. Dos factores explicarían este incremento del corso en las costas del reino granadino. Por un lado, el recién repoblado el reino de Granada por cristianos-viejos a partir de 1570 ofrecía un nuevo campo para las acciones corsarias, un tanto limitadas hasta esa fecha por la presencia de un mayoritario contingente de población morisca, de cristianos nuevos, aunque en la práctica hermanos de fe de los corsarios. Por otro lado, la guerra de las Alpujarras de 1568 había supuesto la emigración hacía el norte de África de un cuantioso número de moriscos, muchos de los cuales tornarían hasta las costas andaluzas enrolados ahora como expertos conocedores de los territorios en los que se iban a producir las razias en busca de cautivos cristianos.

En suma, las alafías simbolizan lo que fue una clara muestra de la debilidad del sistema defensivo granadino para hacer frente al problema del corso y la piratería. Los datos son reveladores: en 1579 el pueblo de Turrillas, enclavado en la Sierra de Alhamilla almeriense, debió sufrir una incursión pirática pues un acta notarial fechada el día 2 de octubre registró a dos vecinos de la ciudad de Almería obligándose a pagar a Juan del Castillo, vecino de Granada, la suma de dinero que les había prestado “en reales de contado para rescatar una cabalgada que los moros hicieron en el lugar de Turrillas, que al presente se está haziendo alafía en el Torrejón». Es decir, la captura de los cristianos se había producido a muchas leguas de distancia del Torrejón, un pequeño enclave de vigilancia costera construido unos años antes de la rebelión de los moriscos en las inmediaciones de la ciudad de Almería en dirección a poniente y, por ende, a la vista de las murallas de la ciudad. Tanto la guarnición militar de la ciudad como la red de guardas y vigías de la costa debían volver la vista atrás para ignorar un Mediterráneo en el que las naves corsarias y los cristianos viejos negociaban el rescate de unos cautivos que esperaban en el mar la conclusión del acuerdo. Una vez que había fallado el dispositivo defensivo costero, que tan elevados gastos suponía para las haciendas locales y para el Estado, lo mejor era seguir “haciendo aguas” y permitir la negociación de las familias de los cautivos con los propios corsarios que habían quebrantado ese sistema. Desde esta perspectiva, las alafías funcionaron como una práctica consentida por el débil dispositivo militar de esa enorme frontera marítima del sur peninsular.

Autor: Francisco Andújar Castillo

Bibliografía

Andújar Castillo, Francisco, “Los rescates de cautivos en las dos orillas del Mediterráneo y en el mar (alafías)”. En Kaiser, W. (ed.), Le commerce des captifs: les intermédiaires dans l’échange et le rachat des prisionniers en Mediterranée, XVe-XVIIe siècles, Roma, 2008. pp. 201-225.

Martínez Torres, J. A., Prisioneros de los infieles. Vida y rescate de los cautivos cristianos en el Mediterráneo musulmán (siglos XVI-XVII). Barcelona, 2004.