La historiografía ha sido excesivamente simplista a la hora de explicar cómo se reunían los ejércitos europeos durante los siglos XVI y XVII, y no ha hecho especial hincapié en los métodos de reclutamiento empleados. En líneas generales, este periodo ha sido definido como una época en la que el reclutamiento voluntario fue el más importante, al proporcionar éste el mayor número de soldados, aunque fueran mercenarios. Dentro de esta fórmula voluntaria convivieron dos modelos de reclutamiento que en muchos casos eran complementarios: la comisión y el asiento. El primero era un sistema de reclutamiento directamente planificado por los gobiernos, que elegían a los capitanes y determinaban los lugares de recluta, pagándose todo a cargo de la Hacienda Real. En cambio, el asiento era un sistema de reclutamiento intermediario, en el que un particular se comprometía a reunir cierta cantidad de hombres a cambio de algo, generalmente dinero por hombre reclutado. A lo largo del siglo XVII la conscripción se extendió a la vez que los ejércitos europeos se fueron haciendo cada vez más nacionales, aumentando de tamaño y multiplicando vertiginosamente sus efectivos. La evolución en el tamaño de los ejércitos complicó notablemente la capacidad de los estados por hacerse con los servicios de soldados voluntarios, ya fuera en su propio territorio o en el extranjero, por lo que se debieron desarrollar nuevos sistemas de reclutamiento que por diferentes métodos incidían en el alistamiento forzoso.

La Monarquía Hispánica, como primera monarquía compuesta por múltiples territorios inconexos entre sí, adquiridos por herencia o conquista, fue la única potencia que el en siglo XVI se debió enfrentar a una particular problemática defensiva que otras no tenían, y la primera en tener que crear un ejército permanente y que debía actuar por largos periodos de tiempo fuera de su área principal de reclutamiento. Esta realidad hizo que en España se desarrollara un sistema diferente al resto de naciones europeas, que afectó especialmente a Andalucía. Muy rápido dejó atrás los métodos tradicionales -o privados- de reclutamiento, y concentró sus recursos en la captación de profesionales que sólo debían rendir cuentas ante el rey y el Consejo de Guerra. Factores que hicieron que la Corona creara una complicada técnica de reclutamiento directo, en un tiempo en el que el método más usado era el indirecto, mediante la acción de los particulares, ya fueran asentistas, condotieros o simples mercenarios.

Este sistema de reclutamiento, centralizado y controlado directamente por los Estados, era el más avanzado. Requería de una administración desarrollada y moderna, la posibilidad de tener importantes cantidades de dinero para hacer frente a los costes por adelantado, y fundamentalmente de una organización militar profesional que mantuviera y se ocupara todo el año de los soldados. Esto hizo que pocos gobiernos pudieran utilizar a gran escala esta fórmula, de ahí que este modelo fuera el más característico de la España de los Habsburgo. La elevada burocratización permitió que durante el siglo XVI el reclutamiento militar en España se basara -casi exclusivamente- en un complejo sistema administrativo fundamentado en la incorporación de voluntarios, que primero se extendió por los territorios de la Corona de Castilla, entre los que se encontraba Andalucía, y más tardíamente por Navarra y la Corona de Aragón. El proceso se mantuvo casi invariable desde mediados del reinado de Carlos V. El Consejo de Guerra era el encargado de determinar el número de soldados que se pretendían reunir por cada capitán, el área concreta donde se desarrollaría el alistamiento y se encargaba de gestionar, regular y pagar todo el proceso.

El reclutamiento en Andalucía era un monopolio real, y sin el expreso consentimiento del rey no se podía batir un tambor o arbolar una bandera para reunir soldados. Quizá esta cuestión pudiera parecer lógica y habitual, pero esto no era así en el contexto europeo. El reclutamiento de tropas en otros países no estaba tan sumamente controlado como en España, lo que hacía que muchos empresarios tuvieran como negocio el reclutamiento de contingentes de soldados, alquilando sus servicios mediante un contrato a los diferentes Estados según los conflictos o necesidades. Por eso destaca especialmente que el monarca español acaparara ya desde el siglo XVI la capacidad para reclutar españoles, los más valorados de entre todos sus soldados, imponiendo un férreo control administrativo.

El monopolio reclutador del monarca se extendía por todos los reinos peninsulares y abarcaba todo el territorio, ya fuera realengo o señorío. En Andalucía, como parte integrante de la Corona de Castilla, los distritos solían hacer referencia a un corregimiento o adelantamiento, o a veces a varios más pequeños. Generalmente el reclutamiento se centraba en corregimientos de realengo, pero también había distritos formados en parte o exclusivamente por territorios de la nobleza o del clero. Bajo el sistema administrativo los capitanes reclutadores se concentraban en los municipios más importantes y poblados -generalmente cabezas de un corregimiento de realengo-, pero el reclutamiento también podía extenderse por lugares de señorío o de las órdenes militares. Dentro del reclutamiento administrativo, entre los partidos habituales podemos encontrar partidos íntegramente formados por señoríos, que incluían incluso varios estados nobiliarios (Osuna, Morón de la Frontera y Estepa), o distritos mixtos de realengo y señorío (Écija y Pliego).

A lo largo del siglo XVI los partidos utilizados para el reclutamiento fueron evolucionando, haciéndose cada vez más fijos. Dentro de este proceso algunos permanecieron sin cambios, como los formados por ciudades grandes con voto en Cortes. Ya a finales del siglo XVI, los distritos eran fijos y casi inamovibles, repitiéndose las órdenes de reclutamiento año tras año, casi sin modificación. La elección de unos lugares u otros solía depender de diversos factores, siendo la demanda y la efectividad los más importantes. Cuando se intentaban reclutar menos compañías, el reclutamiento se concentraba en las zonas donde se esperaba tener más éxito, pero ante una mayor demanda de hombres, el reclutamiento se podía extender a partidos menos utilizados, pero en los que era más difícil encontrar voluntarios. A lo largo de las primeras dos décadas del siglo XVII, cada año se establecía el reclutamiento en España de entre 40 y 50 compañías. Del total de las compañías, más de 10 solían reclutarse en Andalucía, e incluso en ocasiones se llegaban a reclutar varias compañías en lugares que daban buenos resultados, como Sevilla o Córdoba.

El alistamiento en España era realizado por capitanes autorizados y elegidos por el gobierno que se desplazaban a los lugares indicados, siendo ellos los encargados del enganche. En este sistema el papel de las autoridades locales era mínimo. Los capitanes se dedicaban a captar voluntarios sin autoridad para obligar a nadie a alistarse. Para ello podían intentar captar a los jovenzuelos de la zona, hablándoles de las experiencias y oportunidades de la vida militar, o las posibilidades de enriquecimiento que generaba la guerra o las buenas condiciones del servicio en Italia. Todo valía para embaucar a cualquiera que quisiera ver mundo y salir de una vida rutinaria y servil. Pero parece que la mayoría de los soldados que sentaban plaza lo hacían por motivos económicos -simplemente para ganarse la vida-, o para escapar de un severo padre, de la servidumbre o de su destino como aprendiz en un taller. Incluso algunos escapaban de la justicia, teniendo que cambiar de nombre a la hora de alistarse. Otras veces se trataba de jóvenes con ganas de ver mundo o personas que soñaban con una vida mejor. Igualmente algunos se alistaban para progresar socialmente, y la baja nobleza con menos recursos era particularmente proclive a alistarse. En el ejército podía encontrar una forma digna de vida para el estamento privilegiado al que representaban, y también unas posibilidades de mejora social y ascensos.

Todo comenzaba con la emisión de las órdenes por parte del Consejo de Guerra, en las que se establecía el número de compañías que se pretendían reclutar, se nombraba a los capitanes, se determinaban los distritos y se daban precisas instrucciones tanto a los capitanes como a los comisarios que debían velar por la organización y el pago de los hombres. Estos papeles llegaban a ciudades como Sevilla, Córdoba, Jaén y, muy especialmente, Málaga y Cádiz por su cercanía a los puntos de embarque, en donde se debía realizar el reclutamiento de la mano del capitán designado, o en su ausencia de su alférez, que traían consigo las cartas y cédulas reales. Esto suponía una vía directa de reclutamiento, en la que el capitán sólo debía dar cuentas al rey y a los comisarios enviados por el Consejo de Guerra. Tras la reunión de los cabildos de las ciudades -que comprobaban la validez de los despachos y cartas que llevaban los capitanes, además de nombrar comisarios para velar por el buen orden de las tropas en los alojamientos-, se daba comienzo al alistamiento, ya que en pocas ocasiones las ciudades se negaban a ello. Éstas tenían pocos mecanismos de resistencia ante el reclutamiento, algo que en general no las perjudicaba al exigirse sólo voluntarios. Las ciudades debían encontrar un lugar apropiado para albergar el cuerpo de guardia de la compañía -habitación o espacio físico donde los militares se reunían, guardaban la bandera y hacían guardia-, arbolando la bandera en un paraje público, a poder ser en un lugar de paso importante y céntrico. A partir de ese momento empezaba oficialmente la captación de voluntarios. En un mundo tan simbólico como el del Antiguo Régimen, la presencia de una bandera en la ventana de alguna casa o ayuntamiento significaba claramente que en la ciudad se estaba reclutando una compañía, como nos lo demuestra la literatura de la época.

Cuando en una circunscripción el reclutamiento terminaba, un comisario nombrado por el Consejo de Guerra era el encargado de recibir las compañías y transitarlas hasta su embarcadero, ejerciendo funciones de control, y cuidando que las tropas no cometieran excesos en los alojamientos. Cada tres o cuatro compañías de las levantadas en la misma zona eran conducidas por un mismo comisario, que se encargaba de marcar las rutas y ajustar el alojamiento con los pueblos por donde debían pasar. Para el pago de las tropas se nombraba un pagador, al que se le enviaban fondos desde la Corte. Pero una parte del problema era que no siempre se les daba a éstos el dinero suficiente, especialmente si la recluta se demoraba y los gastos aumentaban, ya que si bien se calculaba que una recluta podía durar entre 20 y 40 días, en ocasiones los capitanes podían estar meses alojados en una región. En esta época la paga de las tropas no era puntual, ya que generalmente se les daban socorros por unos 10 días, lo que generaba notables irregularidades en el cobro. Todo ello repercutía sobre la población local, que era la que sufría realmente las carencias de la administración, su falta de dinero o relajación de la disciplina.

Aunque las órdenes indicaban que el reclutamiento se debía desarrollar en una ciudad u otra, la búsqueda de soldados se solía extender por otros lugares cercanos. Normalmente el capitán centraba su actividad en una ciudad o villa, pero en ocasiones -especialmente cuando los distritos comprendían varias localidades importantes- alguno de sus oficiales permanecía durante algunos días en otros municipios más pequeños para intentar captar más voluntarios. Este método era común, especialmente en municipios pequeños, en donde las órdenes establecían que mientras el capitán arbolaba la bandera en un lugar, el alférez, o incluso el sargento, podían reclutar al mismo tiempo en otros municipios de los alrededores.

El número de soldados que los capitanes debían reunir bajo sus compañías fue evolucionando mucho con el paso del tiempo. En la década de 1520 algunas de las compañías enviadas a Italia sobrepasaban los 400 hombres, y los despachos entregados en 1537 expresaban el reclutamiento de hasta 400 hombres por capitán, aunque hay que tener en cuenta que en esa época se reclutaban pocas compañías y que el crecimiento demográfico y urbano facilitaba mucho la tarea. En las décadas centrales del siglo XVI el tamaño medio de las compañías descendió hasta los 300 reclutas, por lo que a lo largo del reinado de Felipe II el número comenzó a reducirse progresivamente, siendo habitual que a los capitanes se les encomendase el reclutamiento de hasta 250 soldados. A partir de 1580 los efectos de la crisis demográfica se hicieron cada vez más patentes, haciendo que las compañías estuvieran lejos de completarse, bajando bruscamente la eficacia del reclutamiento. A finales de siglo aunque se intentaban reunir entre 30 y 40 nuevas compañías todos los años, sólo se conseguían reunir de 4.000 a 6.000 hombres, dependiendo de las coyunturas y de la posibilidad de encontrar voluntarios.

Durante el siglo XVIII el reclutamiento de voluntarios mantuvo las mismas características que en la etapa anterior. Pero como ya había ocurrido, cada vez era más difícil el correcto reemplazo del ejército, especialmente en época de guerra. Los reclutadores encargados de los banderines de enganche tuvieron que seguir derrochando ingenio para atraer al ejército a los nuevos reclutas. A pesar de que Felipe V intentó la revalorización del voluntariado, no parece que a lo largo del siglo se consiguiera, y fue normal que a los que se alistaban se les concediera un indulto por sus delitos tras algunos años de servicio. Oya y Ozores afirmaba en 1754 que los reclutadores admitían a cualquiera, ya fuera un fugitivo, un delincuente o un facineroso, al estar más preocupados en alcanzar el número de reclutas exigido -y cobrar las primas por ello- que en cualquier otra cosa. A pesar de los continuos intentos por mejorar el sistema, y la imposición de algunos mínimos (como la altura de los nuevos reclutas), la abolición de algunas prohibiciones a final de siglo -que impedían el alistamiento de personas poco aptas y de mal vivir, o a los gitanos- demuestran los limitados avances y la falta de voluntarios.

Los cambios más importantes con respecto a la época de los Austrias estarían en la mayor profesionalización de los reclutadores, que en muchos casos repetían continuamente, lo que a su vez hará que el fraude aparezca, ya que muchos afirmaban haber reclutado más hombres de los que realmente habían reunido. Además, el reclutamiento se empezó a realizar exclusivamente por los propios regimientos en el ámbito cercano en el que estaban acantonados, ejecutándose por sus propios oficiales. Un alistamiento que también se extendió por las zonas rurales, buscando así a personas humildes para las que alistarse pudiera ser una vía para escapar del hambre y la miseria. Unos procesos de alistamiento que se alargaron en el tiempo, ya que empezó a ser habitual que los reclutadores tuvieran permiso para actuar en una zona durante largos periodos de tiempo -incluso seis meses-, cuando en el siglo XVII lo lógico era actuar durante no más de un mes. Eso hizo que Andalucía fuera una región en donde todos los años se intentaban reclutar gran número de voluntarios por parte de los banderines de enganche de los regimientos acantonados especialmente en las zonas más estratégicas de sus costas.

Autor: Antonio José Rodríguez Hernández

Bibliografía

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