Una de las principales consecuencias del descubrimiento y la colonización de América fue la organización de un sistema de navegación y comercio en régimen de monopolio con vistas a optimizar las posibilidades que ofrecía el mercado americano. Este sistema se conoció con el nombre de Carrera de Indias y tuvo inicialmente como capital a Sevilla, que fue designada como puerto único para el comercio con América. En esta ciudad quedaron establecidos los principales organismos rectores de la Carrera: la Casa de la Contratación y el Consulado de Cargadores a Indias. En 1679, la cabecera de flotas a Indias basculó hacia Cádiz y en 1717 se trasladaron a esta última ciudad la Casa de la Contratación y el Consulado.

La capitalidad del comercio colonial español tuvo numerosas consecuencias a escala regional. Sin embargo, no alcanzaron por igual a toda Andalucía, ya que fueron más intensas y visibles en Sevilla, Cádiz y sus respectivas áreas de influencia. En términos generales, puede decirse que las consecuencias del fenómeno colonial alcanzaron con más intensidad a Andalucía Occidental, más favorecida por la oportunidad que representó América.

Para empezar, las consecuencias del hecho americano para Andalucía se miden en términos demográficos. Sevilla experimentó un acelerado crecimiento como resultado de ejercer la capitalidad de la Carrera de Indias. La ciudad pasó de unos cuarenta mil habitantes a comienzos del siglo XVI a casi ciento cincuenta mil a fines del mismo, como resultado no sólo de la dinámica natural de la población sino, sobre todo, de las nutridas corrientes de emigración que se dirigieron a ella atraídas por las posibilidades derivadas del comercio colonial o por las expectativas de emigrar a Indias. A. Molinié ha escrito que “fue el monopolio del comercio de Indias el que hace de Sevilla una capital internacional, la primera ciudad de España y una de las seis ciudades más pobladas de Europa”. Lo mismo pasó en Cádiz cuando el tráfico de Indias basculó hacia las aguas de su bahía. La ciudad, un núcleo de poco más de cinco mil habitantes a comienzos del siglo XVII, superó los setenta mil en los años ochenta del XVIII, sin contar la numerosa población flotante que el comercio atraía hacia ella. La espectacularidad de este crecimiento queda aún más de relieve si se tiene en cuenta que de Andalucía también partieron numerosos emigrantes hacia América: en el siglo XVI cerca del cuarenta por ciento de los emigrados a Indias fueron andaluces.

Entre los llegados a Sevilla, a Cádiz y a las ciudades de su entorno inmediato figuraron numerosos extranjeros. El comercio fue la causa del asentamiento de nutridas colonias extranjeras, que crecieron y se diversificaron a partir de comienzos del XVI y que alcanzaron una importante presencia e influencia en la sociedad andaluza. Entre dichas colonias extranjeras sobresalieron especialmente los genoveses, los flamencos y los franceses, pero también se cuentan ingleses, irlandeses, alemanes, portugueses y súbditos de otras muchas naciones.

El comercio americano, las riquezas de él derivadas y el crecimiento demográfico provocaron notables transformaciones urbanas en Andalucía. En Sevilla se construyeron importantes edificios directamente relacionados con la economía colonial, como la Lonja de Mercaderes, la Casa de la Moneda, la Aduana o, más tarde, la Real Fábrica de Tabacos. También proliferaron los imponentes palacios de cargadores a Indias ennoblecidos y las iglesias y conventos surgidos al calor de la próspera coyuntura americana. Cádiz asistió en el siglo XVII y, sobre todo, en el XVIII a un espectacular proceso de transformación urbana que también se hizo patente en las principales ciudades de su bahía.

El tráfico colonial indujo asimismo importantes cambios económicos en la región. Aunque con incertidumbres acerca de su alcance real, la demanda americana influyó en la producción agrícola. Las colonias solicitaban productos de transformación agraria, algunos de los cuales estaban sujetos a prohibiciones y limitaciones para su desarrollo autóctono en América, a fin de favorecer los intereses exportadores de la metrópoli. Los cosecheros de Sevilla, Jerez de la Frontera, Sanlúcar de Barrameda, El Puerto de Santa María y Cádiz gozaban del privilegio del tercio de frutos, a través del cual se reservaban la carga de una tercera parte de las flotas de la Carrera de Indias para remitir a las colonias su producción de aceite, vino, vinagre y aguardiente. En parte, la expansión del olivar y el viñedo en Andalucía occidental tuvo como origen las expectativas abiertas por el mercado americano. A América, por ejemplo, se exportaron los vinos de la Sierra Norte de Sevilla, el Condado de Huelva y el Marco del Jerez. Adicionalmente, hay que tener también en cuenta la introducción en Andalucía de especies vegetales procedentes del Nuevo Mundo, como el tomate, el maíz o la patata, que comenzaron a aclimatarse en el siglo XVI y se difundieron tiempo después, integrándose en la agricultura andaluza y en la dieta alimenticia de la población.

Sin embargo, el mercado colonial no propició el desarrollo de la industria andaluza. En un principio se exportaron a América algunos paños y sedas andaluces, además de loza, ornamentos litúrgicos, obras de arte y libros producidos en Andalucía. Pero el grueso de las manufacturas que se llevaron a Indias procedió del extranjero. La mayor parte de ellas eran textiles que venían de Francia, Italia o los Países Bajos y que se reexportaban a América a través de Sevilla y Cádiz. El monopolio comercial español fue más nominal que real y los intereses extranjeros consiguieron infiltrarse eficazmente en los mecanismos de la Carrera. Por otra parte, la burguesía mercantil local se acostumbró a los beneficios fáciles del comercio comisionista y no invirtió sus capitales en el desarrollo industrial de la región. Sólo en la segunda mitad del siglo XVIII aparecieron algunas iniciativas industriales orientadas al mercado americano que acabaron en el fracaso.

El comercio americano precisó de instrumentos de crédito. Sin embargo, la financiación de la Carrera de Indias no impulsó la aparición de grandes bancos. Los escasos intentos de establecer una banca pública fracasaron. El crédito dependió, por tanto, de los propios comerciantes y hombres de negocio, que adelantaban cantidades para la carga de las flotas a través de diferentes modalidades de préstamo, entre las que destacó el préstamo a riesgo marítimo.

La consecuencia más visible de la Carrera de Indias fue quizás la abundancia del dinero. El modelo de explotación de las colonias españolas en América se basó en el comercio desigual y en la metalurgia de la plata en los virreinatos americanos. A Sevilla y luego a Cádiz llegó una auténtica riada de metales preciosos que en buena parte se derivó hacia el extranjero, pero que también tuvo un impacto en la economía regional, en la que provocó tensiones inflacionistas que tuvieron profundas consecuencias. Si la abundancia del dinero propició la existencia de un elevado tono de vida y atrajo a multitud de pobladores hacia Andalucía, el régimen de precios altos también desincentivó la producción y provocó agudos contrastes sociales. El desfase de los precios españoles respecto a los registrados en otros países extranjeros tuvo como una de sus causas el impacto del tesoro americano y fue más visible en Andalucía que en otras regiones.

Los efectos de la Carrera de Indias son también nítidamente perceptibles en el ámbito social. El comercio colonial estimuló el ascenso económico de una burguesía mercantil enriquecida por los negocios americanos que protagonizó un proceso de escalada social y produjo una profunda renovación de las élites tradicionales. Cargadores, cosecheros, mercaderes, financieros, generales de flotas y navegantes a Indias obtuvieron grandes beneficios de su actividad y pudieron proyectarse así hacia los escalones más altos de la nobleza, siguiendo un cursus honorum ascensional característico. En su modelo de conducta social destaca la facilidad con la que obtuvieron ejecutorias de hidalguía, puestos en los regimientos municipales, hábitos de órdenes militares y en ocasiones títulos de nobleza. Aprovecharon para ello las grietas de un orden estamental imperfecto y los mecanismos de venalidad y colaboración económica con la monarquía. Ventajosos matrimonios con la nobleza tradicional permitieron también una fusión de grupos sociales de origen diverso en nuevas élites de poder que desatacaron por su riqueza y su influencia social. Estas élites invirtieron en propiedades inmobiliarias rústicas y urbanas y aprovecharon los mecanismos de vinculación de bienes a través de la institución del mayorazgo para intentar perpetuar su estatus y su poder. De este modo, las familias de comerciantes fueron abandonando los negocios y dieron origen a generaciones de rentistas.

La riqueza se tradujo también en fundaciones religiosas y en el activo patronazgo de las élites andaluzas sobre instituciones eclesiásticas y obras pías, que les daban visibilidad y prestigio social. Andalucía se convirtió en una región con una fuerte presencia clerical, especialmente pronunciada en las ciudades, donde abundaban hospitales y conventos del clero regular patrocinados por una nobleza a menudo de origen mercantil.

La Carrera de Indias indujo un proceso de diversificación social, especialmente visible en el ámbito urbano. La actividad económica ligada a los negocios americanos o inducida por éstos amplió notablemente los horizontes de integración laboral y social. Las ciudades andaluzas registraron un dinamismo social muy superior al de otras urbes de la época, pero también fueron el escenario de agudos contrastes y conflictos. Las extremas diferencias económicas y sociales que introdujo el mundo de los negocios de Indias originaron también la presencia de capas sociales misérrimas que sobrevivían a duras penas en medio de precarias condiciones de existencia. No todo fueron, pues, brillos. Un balance de contrastes y claroscuros domina el análisis de las consecuencias del hecho americano para Andalucía.

El horizonte americano, por fin, tuvo importantes consecuencias en el ámbito cultural. El patrimonio artístico andaluz se enriqueció notablemente con las riquezas americanas. Andalucía, por su parte, dejó también una profunda impronta en la cultura de la América hispana. Incluso en el ámbito de la mentalidad colectiva puede rastrearse la huella americana en nuestra región. El legendario horizonte de las colonias alimentó el afán de riqueza rápida, de emulación y de grandeza de los andaluces. Con palabras de Antonio García-Baquero “niveles de mentalidad social, como el sentido del prestigio, la esperanza de la gloria y el enriquecimiento, la posibilidad de introducirse en las élites privilegiadas o simplemente la liberación del espíritu aventurero, la aparición de una noción del lujo, la creciente disolución de éticas tradicionales y una familiaridad notoria con la desmesura, la maravilla y la mitificación proceden en buena medida, en muy buena medida, cabría matizar, del impacto profundísimo que lo americano produjo en Andalucía”.

Autor: Juan José Iglesias Rodríguez

Bibliografía

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