Esta festividad tuvo una gran trascendencia en la ciudad del Darro, celebrándose con gran esplendor durante los siglos del Barroco. Un hecho que ilustra de forma clara la importancia de esta conmemoración son las considerables sumas que invertía el cabildo civil, institución que la organizaba y financiaba junto al cabildo catedralicio. En ocasiones también se les encomendaban tareas a gremios, órdenes religiosas, conventos, parroquias, vecinos y personas principales. Durante el siglo XVII y la primera mitad de la siguiente centuria es frecuente comprobar cómo los presupuestos para sufragar los gastos aumentaban progresivamente, estancándose a mediados del siglo XVIII y disminuyendo en años posteriores.

La salida a la calle de Cristo Sacramentado es la manifestación principal de esta conmemoración. Si bien se tienen referencias de que en algunas ciudades españolas se organizaban procesiones en la primera mitad del siglo XIV, las andaluzas se unieron a esta solemnidad a finales de la centuria, siendo Granada, por razones obvias, la última que la instituyó.

Durante estos siglos apenas hubo alteraciones en la carrera, que comprendía la Pescadería, plaza de Bibarrambla, Zacatín, Plaza Nueva, Pilar del Toro y calle de la Cárcel. Conventos, gremios y vecinos también engalanan las calles y puertas con pequeños altares decorados con objetos de plata, espejos, cornucopias, macetas, flores y velas. No obstante es la Plaza de Bibarrambla el principal escenario de esta festividad, función lúdica que se perpetúa en la actualidad. Descrita por Porcel como “la Plaza Maior de Granada, que tiene ciento y ochenta pies de ancho y seiscientos de largo, formando un quadrilongo”, en sus flancos se disponían los miradores del cabildo y los del palacio arzobispal, en los que las autoridades podrían disfrutar contemplando el paso de la procesión o las representaciones teatrales. En estos días sus fachadas se engalanaban con tapices, colgaduras y espejos; se rodeaba de una empalizada y los adornos simbólicos se hacían visibles en sus paredes. Se completaba la decoración en los arcos triunfales que se alzaban en las entradas de las calles y, especialmente en el altar que presidía la plaza, parada oficial del Santísimo en la procesión solemne. Alrededor del mismo se figuraba un jardín aderezado con fuentes, cuya principal función era resguardar la máquina de la avalancha del público. [Fig.1].

Los días previos a la fiesta estas calles y plazas se adecentaban y limpiaban. Asimismo, en las vísperas, sonaban las campanas de la catedral, iglesias y conventos, se disponían luminarias en las “cassas del cavildo y en los miradores y en las cassas por donde a de pasar la prozession”, se efectuaban salvas de artillería y se disponían luminarias y entretenimientos que se completaban con músicos que recorrían calles y plazas, según se acuerda en el cabildo celebrado el 9 de junio de 1637, como escribe Garrido Atienza.

Si bien es habitual que en todas las ciudades se desplegara un aparataje decorativo-simbólico, es Granada la que más se afanó en, no sólo realizar los más espectaculares decorados, sino en “describirlos” en las llamadas Relaciones, textos que presentan los elementos que caracterizan la celebración en cada momento, detallando pormenorizadamente no sólo el cortejo sino los montajes en calles y plazas -altares, empalizadas, fuentes y arcos de triunfo- y sus exornos y poesías. Éstos no sólo servían para dar a estos espacios festivos un mayor esplendor, ocultando rincones insalubres y edificios deteriorados o ruinosos, sino que instruían a la población recurriendo a historias bíblicas, alegorías históricas o mitológicas, vidas de santos, advocaciones de Vírgenes y a un sinfín de símbolos que exaltaban al Santísimo Sacramento. Asimismo, muchas de estas Relaciones también incluían la celebración de “Academias de ocasión” y los Autos sacramentales que se representaron. [Fig. 2].

El estudio de estos textos –que a veces quedaron manuscritos- cobra un especial interés ya que las decoraciones simbólicas dispuestas en la carrera durante los siglos XVII y XVIII, incluso en las primeras décadas del XIX son diferentes todos los años, tratando los mentores con sus invenciones de crear una escenografía que fascinase e instruyese a la población, al mismo tiempo que debía dejar satisfechos tanto al poder civil como al religioso.

El cortejo de la procesión, que marchaba sobre calles cubiertas de plantas aromáticas y entoldadas, incluía una compleja escenografía aunque es la custodia, donde se exhibe el Cuerpo de Cristo, la pieza principal y la más esperada por los fieles. En la procesión era acompañada por órdenes religiosas, cofradías, gremios, parroquias, clero, autoridades locales y dignidades eclesiásticas, que contribuían al esplendor de la fiesta desfilando con sus insignias, estandartes y cruces.

La ordenación de dicha procesión estaba ritualizada, y cualquier cambio o variación era motivo de controversia. Las disputas más populares eran las que solían protagonizar las órdenes religiosas, las parroquias o las cofradías que estimaban esencial el orden que se les adjudicaba según su antigüedad. Entre las polémicas más conocidas y dilatadas -algo más de un siglo- destaca la que protagonizaron el arzobispado granadino y el Real Acuerdo. El motivo era la silla que el arzobispo utilizaba para descansar en las paradas de la procesión. Son muchos los documentos conservados que defienden su uso o lo reprueban, argumentando los representantes del rey que el prelado no sólo les daba la espalda cuando se sentaba, sino que la silla, porteada por dos servidores, les entorpecía la visión de la custodia durante la procesión. En el año 1695, en tiempos de Martín de Ascargorta, se escribió un Memorial para manifestar el cumplimiento de la Real Cédula del año anterior en la que se advertía que el sitial debía situarse “fuera del claro de la procesión, de que con ella no se embaraze la vista del Acuerdo, y de que quando os ubiéreis de sentar (el Arzobispo) sea sin volver las espaldas”. Este escrito, estudiado por Juan Jesús López-Guadalupe se acompaña de un interesante dibujo en el que se representa un tramo de la procesión, en la que aparece la custodia bajo palio seguida por el arzobispo –con báculo y sin mitra- acompañado de su séquito y a ambos lados la representación del cabildo civil y el Real Acuerdo. Delante de éstos aparece el sillón, protagonista de la polémica. [Fig. 3].

En esta celebración religiosa se mezclaban elementos profanos para el regocijo del público: bailes, música, gigantes, cabezudos y diablillos no podían faltar. Las danzas eran justificadas por los teólogos por el baile que realizó de David ante el Arca. Las más populares eran las de gitanos y gitanas, aunque también hubo de turcos, franceses, negros o moriscos.

No obstante, la figura que más anhelaba ver la población era la tarasca, que presidía el cortejo. Sebastián de Covarrubias la define, en el Tesoro de la lengua castellana como “una sierpe contrahecha, que suelen sacar en algunas fiestas de regozijo. Dixose assi porque espanta los muchachos […] Los labradores quando van a las ciudades, el dia del Señor; estan abovados de ver la Tarasca, y si se descuydan suelen los que la llevan alargar el pescueço, y quitarles las caperuças de la cabeça». Según la documentación conservada, se asemejaba a un dragón de una o siete cabezas y en su lomo solía ir una mujer, que en estos siglos del Barroco está muy lejos de tener un solo significado, ya que podía simbolizar la fe que explicaba el triunfo y el poder de Cristo sobre el pecado, o por el contrario, el mal que era preciso aniquilar o la herejía que había que abatir. No obstante en algunas ocasiones se erigía como defensora de la Eucaristía contra sus enemigos, como se puede comprobar en las Relaciones, en las que se explica que su fisonomía y simbología se adaptaba anualmente al programa iconográfico que ideaba el mentor.

La tarasca y las danzas, a pesar de la intención moralizante que les otorgaban mentores y eruditos, fueron elementos muy criticados por algunos sectores del clero, aunque muchos otros defendían su inclusión en el desfile procesional. No obstante Carlos III puso fin a esta controversia, siendo prohibidos los bailes por Real Cédula de 20 de febrero de 1777, en la que se lee “no toleren bayles en las iglesias, sus atrios y cimenterios, ni delante de las imágenes de los Santos”, ratificándose dicha prohibición y aumentándola en 1780 en que se manda “que en ninguna Iglesia de estos Reynos, sea Cathedral, Parroquial, ò Regular haya en adelante Danzas, ni Gigantones, sino que cese del todo esta práctica en las Procesiones, y demás funciones Eclesiásticas, como poco conveniente à la gravedad, y decoro que en ellas se requiere”.

Ha pasado el tiempo… y, sin embargo la fiesta del Corpus Christi sigue viva en Granada. Pero los cambios se han hecho notar. La carrera sigue discurriendo por los mismos lugares de antaño, conservando dichos espacios la atracción y fascinación de tiempos pretéritos. Así, la plaza de Bibarrambla granadina sigue siendo uno de los puntos centrales de esta festividad, distribuyéndose por su perímetro las “Carocas”, composiciones jocosas formadas por imágenes y quintillas con las que los granadinos muestran de forma satírica acontecimientos nacionales y locales al mismo tiempo que reivindican, denuncian o exhortan a sus gobernantes locales.

Y la tarasca sigue deambulando por las granadinas, aunque con un sentido absolutamente diferente a como se concebía en la Edad Moderna. Tras su prohibición por Carlos III la ciudad del Darro estuvo algo más de cien años sin contar con el popular “monstruo”, hasta que en 1882 vuelve a aparecer. Fueron los comerciantes quienes decidieron recuperar esta figura, que le fue encargada al escultor Francisco Morales González, según escribe Mª Gracia Ortega. Pero la tarasca ya no es ese dragón que amedrentaba a los niños o se “nutría de caperuzas”, sino la mujer que cabalga sobre su lomo, un maniquí que cambia de vestido anualmente y que desde 1889 comienza a considerarse como modelo que marca las pautas de la moda, característica que actualmente sigue vigente, aunque no sin cierta “chanza” del público, de ahí los dichos populares: “Vas vestida peor que la tarasca” o “Eres más fea que la tarasca”. Estrenando su traje, sale la víspera del Día del Señor para “publicar” la fiesta -de ahí la denominación popular de “La Pública”- acompañada de cuatro gigantes -los reyes católicos y los nazaríes-, cabezudos, charangas y bandas de música. El jueves principia la procesión, volviendo a deleitar a grandes y pequeños. Es la reina de las fiestas y todos esperan expectantes el vestido que se le ha confeccionado; éste es un secreto que no se puede desvelar. [Fig. 4].

Autora: Reyes Escalera Pérez

Bibliografía

CUESTA GARCÍA DE LEONARDO, Mª José, Fiesta y arquitectura efímera en la Granada del siglo XVIII, Granada, Diputación Provincial y Universidad, 1995.

ESCALERA PÉREZ, Reyes, La imagen de la sociedad barroca andaluza. Estudio simbólico de las decoraciones efímeras en la fiesta altoandaluza. Siglos XVII y XVIII, Málaga, Universidad y Junta de Andalucía, 1994.

GARRIDO ATIENZA, Miguel, Antiguallas granadinas. Las fiestas del Corpus. Granada, Imprenta de D. José López Guevara, 1889. Ed. facsímil a cargo de José Antonio González Alcantud, Granada, Universidad y Ayuntamiento, 1990.

LÓPEZ-GUADALUPE MUÑOZ, Juan Jesús, “Fiesta y litigio en la Granada barroca. A propósito de un dibujo de la procesión del Corpus de 1695”, Cuadernos de Arte, nº 39, 2008, pp. 49-64.

ORTEGA MARTÍN, Mª Gracia, “La Tarasca en Granada. Símbolo y regocijo (1883-1936)”, en ESCALERA PÉREZ, Reyes y RÍOS, Sonia (coords.), Cultura simbólica. Estudios, Universidad de Málaga y Eudmet.net, 2015, pp. 155 y 159.