El origen del actual colegio de San Bartolomé y Santiago se remonta a la iniciativa de dos importantes personajes de la Granada del último tercio del siglo XVI como fueron Diego de Ribera, prestigioso abogado de la Real Chancillería y Bartolomé Veneroso, acaudalado comerciante genovés, afincado en la ciudad desde 1563.

Por el testamento otorgado el 18 de abril de 1611, el licenciado Ribera dispone la fundación de un Patronato de obras pías para que se pudieran mantener diez jóvenes, preferentemente parientes suyos, en una casa-colegio en Salamanca, nombrando como administrador de los bienes familiares a Juan de Frías y Mesía, oidor de la Chancillería (codicilo de 7 de marzo de 1614) y en su defecto al colegio de San Pablo de la Compañía de Jesús. En 1642, recayó la administración en el P. Pedro de Fonseca, rector de dicha institución, pues ya se habían cumplido las condiciones para fundar el Patronato. Después de concluir una serie de formalidades, entre las que contemplaba el establecimiento del nuevo colegio en Granada y no en Salamanca, redactó la escritura fundacional el 13 de febrero de 1643 destinando 600 ducados para dotar, al menos, 16 becas para el futuro colegio que habría de estar bajo la advocación del apóstol Santiago. Aunque no fue hasta 1649 cuando abrió por primera vez sus puertas en la misma vivienda del licenciado Ribera en la calle de San Jerónimo.

El gobierno del colegio estaba en manos del Patrono, cargo coincidente con el de rector del Colegio de San Pablo de la Compañía de Jesús, a quien correspondía velar por el buen funcionamiento de la institución. Entre sus atribuciones estaban la de cambiar las constituciones, elegir rector, recibir y despedir a los sirvientes y disponer de las penas o multas a los colegiales, entre otras. El número de colegiales no debía superar la treintena entre becados y porcionistas siendo la edad mínima requerida de catorce años y la máxima de veinticuatro. Cada dos años se ponían edictos en la ciudad para la provisión de becas teniendo que estar los aspirantes versados en Gramática y Latín, conocimientos que se completaban con un año preparatorio de Lógica que impartían los jesuitas en el colegio de San Pablo, en donde se cursaba también estudios de Teología, mientras que los que iban a estudiar leyes debían asistir a la Universidad, aunque su estancia en el colegio no debía superar más de ocho años en el caso de los teólogos  y de siete para los juristas, contando los dos años de pasantía en ambos casos.

A raíz del fallecimiento del P. Francisco de Ribera, uno de los patronos e hijo del fundador, las costumbres de los colegiales se fueron relajando paulatinamente. Hubo altercados provocados por la resistencia a dejar el colegio una vez cumplido el tiempo reglamentario, las becas fueron disminuyendo, se sucedieron los desórdenes lo que provocó que el cabildo granadino reclamara la administración del patronato en 1679; el colegio cerró sus puertas en 1687 y ya no las volvió abrir hasta septiembre de 1700, bajo la dirección de nuevo de la Compañía de Jesús.

De la preocupante situación económica por la que atravesaba el colegio de Santiago, vino a sacarle el importante patrimonio de Bartolomé Veneroso, un rico genovés que llegó a ocupar puestos de relevancia política en esta ciudad. Como hombre de su tiempo decidió contribuir a la reforma educativa que llevaban a cabo los jesuitas para lo cual dispuso en su testamento, dado el 21 de marzo de 1608 y posteriores codicilos, que una vez extinguida su línea sucesoria, correspondería al colegio de San Pablo administrar no solo los bienes adjudicados a los dos mayorazgos que había señalado sino también cumplir con sus disposiciones testamentarias entre las que se encontraba la fundación de un colegio para estudiantes pobres.  Tras los estudios pertinentes que reflejaron la falta de caudales para cumplir con tal cometido, se decidió unir el nuevo colegio al de Santiago, no sin antes contar con la autorización del arzobispo. El 1 de noviembre de 1702 se otorgaba la escritura fundacional por la que se instituía el Colegio de San Bartolomé y Santiago en las casas de Bartolomé Veneroso, en la calle de San Jerónimo, en cuya fachada se colocaron las esculturas de los santos patronos y al pie un escudo de armas de los fundadores. La máxima autoridad recaía tanto en el patrono como en el rector, responsabilidad esta que debía ser ejercida por un jesuita, a quien concernía el gobierno inmediato del colegio y su administración así como la observancia estricta del atuendo de los colegiales que consistía en manto pardo, beca, rosca y bonetes de color negro, al igual que las medias. La admisión de los colegiales era por oposición convocada un mes antes por edictos repartidos por toda la ciudad, debiendo los aspirantes demostrar sus conocimientos en Gramática, Humanidades y Latín, además de presentar una información de limpieza de sangre que realizaba el propio colegio.

La expulsión de los jesuitas en 1767, afectó sobremanera al colegio ya que tuvo que cerrar sus puertas y aunque volvió de nuevo a abrirlas el 30 de noviembre de 1769, perdió mucha de la fuerza que la Compañía le había imprimido. La nueva etapa empezó con el rectorado de José Porcel Salablanca, canónigo de la colegial de El Salvador de Granada, en cuyo mandato se evidenció el desorden y desarreglo que imperaba en el estudio, salidas y trajes y, especialmente, el grave problema económico motivado por el aumento de becas y por la pérdida de parte de los bienes del colegio que habían sido incluidos entre los incautados a la Compañía, por lo que el nuevo rector Juan José Reberti (1773-1786), abogado de la Chancillería, determinó acudir al rey para que tomara al colegio bajo su protección. La aceptación, notificada por real cédula el 20 de diciembre de 1774, conllevaba una serie de importantes cambios en su funcionamiento. Como responsable se designa al presidente de la Chancillería y se ordena redactar nuevas constituciones que fueron aprobadas el 27 de junio de 1777, siendo de potestad real el nombramiento del rector. Al final de su mandato, por enfermedad, fue sustituido por el vicerrector Antonio de Porras, abogado, quien en una de sus primeras actuaciones fue pedir a Juan Marino de la Barrera, presidente de la Chancillería, que confirmara el cambio obrado en el color y tamaño de las becas que por coincidir con el azul del colegio de Santa Catalina, pasaban a ser azul turquesa con rosca y campana al lado izquierdo.

Como consecuencia del reformismo liberal imperante, habrá que esperar al 17 de septiembre de 1845 para que se apruebe un nuevo plan de estudios siguiendo las directrices de unidad y de centralización del proyecto del ministro de la Gobernación Pedro José Padial para la segunda enseñanza, universidades y colegios anexos. Por R.O del 16 de septiembre de 1846 se sientan las nuevas bases por las que el colegio pasaría a ser Colegio Real, dirigido exclusivamente por el Gobierno encargado de nombrar al rector, catedráticos y demás personal; las enseñanzas comprendían los cinco años de Filosofía Elemental y uno de ampliación o preparatorio según la carrera elegida por los alumnos, y de tres años para los juristas con obligación expresa de asistir a la universidad, mientras que la administración de las rentas quedaba bajo la inspección de la Junta de Centralización de Instrucción Pública. Siguiendo las directrices marcadas por este nuevo plan, se fundó en el colegio un Instituto de Enseñanza Media dependiente de la Universidad de Granada con un cuerpo de profesores especiales, de manera que eras dos establecimientos de enseñanza, uno sostenido con rentas propias y otro dependiente de la Universidad y financiado por la Provincia. Cuatro años después, por R.O de 22 de junio de 1849, el Gobierno decidió la unificación en uno solo, conciliando así el objeto de la institución y la voluntad de los fundadores, pasando a llamarse Colegio de San Bartolomé y Santiago e Instituto agregado a la Universidad. Asimismo, se aprobaron los reglamentos de régimen interno y de gobierno por R.O de 10 de enero de 1850 por el que se confiere la dirección de la nueva institución al rector de la universidad y como novedades más sobresalientes se contempla la creación de un cuerpo de repetidores o inspectores, bachilleres de Filosofía, que ayudaban a los alumnos a estudiar, teniendo un sueldo de 3.000 reales anuales, mientras que para los asuntos económicos se creaba una Junta de Hacienda compuesta por el rector de la universidad, un diputado provincial nombrado por el jefe político, el director del colegio-instituto y dos catedráticos  elegidos por el claustro de profesores.

Al poco tiempo, como consecuencia de la revolución de 1868, el Patronato del colegio fue adherido a la Diputación Provincial por decreto del 9 de febrero de 1869, aunque el Estado reclamó para sí su protectorado el 11 de febrero de 1876, procediendo por otra Real Orden del 14 de marzo de dicho año a la separación del Instituto-Colegio. Habrá que esperar a 1927 (Real Orden de 22 de diciembre) para que la cesión tanto de la dirección como de la administración pase a la Universidad de Granada. Por otra Real Orden de 20 de junio de 1986 de la Consejería de Educación de la Junta de Andalucía se nombra como miembros del Patronato a los integrantes del Consejo Social cuya responsabilidad ha sido asumida por el Consejo de Gobierno de la institución universitaria.

Autora: María José Osorio Pérez

Bibliografía

MARTÍNEZ LUMBRERAS, Francisco, Una fundación granadina: Historia del Real Colegio de San Bartolomé y Santiago, Granada, Guevara, 1915, (2ª ed.)

OSORIO PÉREZ, Mª José, Historia del Real Colegio de San Bartolomé y Santiago, Granada, Universidad de Granada, 1987.

OSORIO PÉREZ, M. José, El Colegio de San Bartolomé y Santiago, en Universidad y ciudad. La Universidad en la Historia de la Cultura de Granada. Granada, Editorial Universidad de Granada, 1997, pp. 61-74, (2ª ed.)

PALOMEQUE TORRES, Antonio, “Estampas del Colegio Mayor granadino de San Bartolomé y Santiago durante el curso 1771-1772”, Boletín de la Universidad de Granada, 1953, pp. 97-207.