La superficie forestal andaluza al comienzo de la edad Moderna debía ser espectacular, mucho más abundante en los reinos de Jaén, Córdoba y Sevilla que en el de Granada. Desde el siglo XVI, la presión de los nuevos pobladores generó en toda la región una fuerte corriente deforestadora. Por ello, muchos concejos desarrollaron una legislación proteccionista de su riqueza arbórea, al tiempo que procuraban obtener para sus arcas beneficios de su explotación. Pero, comenzado el siglo XVIII, el aumento de la población y de sus necesidades incrementó la presión sobre la foresta. El incremento de las talas vino de la mano de la expansión de los terrenos cultivados y del despegue de la construcción naval, con el creciente interés por la madera, necesaria para todo tipo de construcciones. Durante la primera mitad se hicieron cortas esporádicas para cubrir las necesidades de la población y de los astilleros que poco a poco fueron incrementándose.

La situación debió comenzar a ser preocupante, puesto que las ideas conservacionistas tomaron cuerpo por primera vez en la legislación emanada del poder central, sobre todo por entender que los bosques eran una fuente de riqueza de utilidad militar. En este sentido, Felipe V publicó las reales cédulas de 1708, 1716, 1717 y 1719; y, sobre todo, en el reinado de Fernando VI, Ensenada aprobó la Ordenanza para la conservación y aumento de los Montes de Marina, en 1748. Ésta, aparte de permitir únicamente a los vecinos el aprovechamiento de los productos de las podas, y prohibir la corta de árboles, mandaba a los intendentes la realización de un reconocimiento que permitiera conocer las especies arbóreas, su importancia numérica y el estado de las mismas. El informe que generó nos permite tener hoy una idea clara de su situación a mediados de la centuria (tabla 1).

El bosque de los reinos de Granada y Jaén estaba poblado por el pinar, el roble andaluz o quejigo, y, sobre todo, por el encinar. Por zonas geográficas, había importantes masas boscosas en La Alpujarra granadina, con predominio del roble y encinar; el sureste de Málaga, norte de Granada y comarca de Guadix, con una fuerte implantación del pino, sobre todo carrasco, y con gran importancia de la encina. En la sierra de Segura, en la parte oriental del reino giennense, había una ingente masa boscosa de pinos de todas clases, encinas y robles, con algunas dehesas entre ellos. En las comarcas más occidentales andaluzas predominaban también los pinares, encinares y robledales. En la provincia marítima de Ayamonte destacaban los pinos, seguidos de las encinas a gran distancia y con importante presencia de alcornoques, una especie que era fundamental en la de Sanlúcar (donde representaban más del 80% de los árboles), y con cifras elevadas de encinas y quejigos. En Sevilla el bosque era mucho menos destacado, sobresaliendo solo los 1,3 millones de encinas y de pinos. Por último, los alcornocales eran importantes en Tarifa, seguidos de los quejigos a gran distancia. A partir del informe generado por la Ordenanza de 1748 y los datos que nos proporciona el catastro de Ensenada, la distribución geográfica de las especies era a mediados del siglo la siguiente:

La encina era, sin lugar a dudas, el árbol más representativo. Predominaba de forma clara en la comarca de Guadix, donde superaba los cuatro millones de ejemplares y en el río Nacimiento (Almería) con 1,3 millones. Estaba fuertemente asentada en el noroeste del reino de Granada (Montefrío, Alganirejo y Moclín), Alhama, La Alpujarra y el marquesado del Cenete. Se deben destacar también las masas boscosas existentes en los municipios de Castril y Cúllar. Sorprende la presencia de medio millón de encinas en el término de Roquetas (Almería). Según la Ordenanza sobresalía la provincia marítima de Segura con más de 27 millones de ejemplares, seguida de las de Almería (6,3 millones), Sanlúcar (3,3), Ayamonte (algo más de dos), y Málaga, Motril y Sevilla con cifras menores.

Las diversas especies de pinos se encontraban en comarcas más delimitadas. Destacaban los pinares de la sierra de Segura en Jaén (con cerca de 83 millones según el recuento de la Ordenanza), Baza, Castril y Huéscar al norte de Granada (con más de 4 millones de ejemplares); la presencia en los términos de Guadix y Cómpeta de más de dos millones, y Gor que superaba el millón. El informe de marina nos apunta más de 8,8 millones en Motril y 4,8 en Almería, seguidas de Ayamonte con 3,5 millones y a mucha distancia Sevilla y Sanlúcar. Hay que subrayar que en el norte de la provincia de Almería, en el marquesado de Los Vélez se había conservado el importante pinar de La Alfaguara porque los marqueses habían procurado preservarlo para su disfrute personal desde siglos atrás.

Existían alcornocales importantes en Almuñécar (35.352 ejemplares), Alhama de Granada, así como en Tolox y Monda (donde se contaron más de cuarenta mil). Pero, sobre todo, era el árbol predominante en las comarcas costeras de la Andalucía occidental, especialmente en Sanlúcar, donde había más de 20,7 millones de pies, y Tarifa, con 4,3. En Ayamonte había un millón, y la mitad en Sevilla y la sierra de Segura.

El roble andaluz o quejigo necesitaba de unas mejores condiciones de humedad que la presente en la media de estas tierras, por lo que únicamente aparecía en las comarcas más lluviosas como la sierra de Segura con más de 11 millones, el lugar más destacado de toda Andalucía. En el reino de Granada el robledal más importante se encontraba en La Alpujarra granadina, y sobre todo, en Cáñar (más de 2 millones de ejemplares), Busquistar y Soportujar. La provincia marítima de Motril sumaba más de 8,8 millones de árboles. También era importante en la ladera noroccidental de Sierra Nevada (Güejar-Sierra con 696.470). En Sanlúcar y Tarifa seguía en importancia a los alcornocales, con cifras que se situaban en torno a los tres y dos millones, respectivamente. También eran significativas las masas arbóreas de Alhama de Granada, Moclín, Alganirejo y Montefrío, aunque con cifras alejadas de las anteriores.

Los álamos, ya fuesen de la subespecie blanco, negro o chopo, aparecían en las riberas más importantes. En los cauces de los ríos más orientales estaban plantados en los márgenes, sirviendo como parapeto de las frecuentes avenidas. En general, aunque presente en todo el territorio, no alcanzaba cifras significativas. Aparte de la cuenca del Guadalquivir tenemos datos de su importancia en comarcas como Los Vélez, Guadix, Las Alpujarras o el término de Dalías (donde sorprende la presencia de más de diez pies).

Del resto de especies hay que poner de relieve que la encuesta de la Ordenanza contabilizó más de dos millones de agracejos en la sierra de Segura y más de 700.000 en Tarifa. Otros árboles presentes eran los almeces, con unos pocos miles en Motril y Almería; fresnos, con cierta importancia en la sierra de Segura -68.000-, en Tarifa y en el noroeste de Granada; nogales y castaños en La Alpujarra, Guadix y Sevilla; madroños, en Roquetas, Dalías (cada uno con más de 6.000 en la solana de la sierra de Gádor), y en el cabo de Gata (sorprendente por las exigencias hídricas); acebuches, en Sanlúcar de forma especial, pero también en Tarifa y Ayamonte y con cierta presencia en Roquetas y Dalías; así como alisos, algarrobos, sauces y sabinas. Posiblemente todas estas especies no se tuvieran en cuenta de forma exhaustiva al realizar el informe, dado el escaso valor económico de su madera.

El bosque, como se ha apuntado en repetidas ocasiones en numerosos trabajos, era un elemento fundamental en las sociedades preindustriales. El aprovechamiento fundamental era la explotación de la madera. Si en todas las provincias marítimas las sacas fueron importantes, entre todas ellas destacó la de Segura. La explotación forestal en sus términos de la sierra de Segura fue creciendo a lo largo del siglo, desde los primeros lustros de forma tímida, aunque fue a partir del segundo cuarto, debido al empleo de importantes cantidades de madera en la nueva fábrica de tabacos de Sevilla. La primera pinada de 8.000 troncos llegó a Sevilla en 1734, por un importe superior a los 450.000 rs., pagados por la real hacienda. En la década siguiente se pusieron en venta a particulares y al arsenal de la Carraca más de 15.000 troncos. A partir de los años cincuenta las nuevas poblaciones de Sierra Morena fueron un destino especial. Otro destino fundamental de la madera fue la construcción naval, tanto para la fabricación de navíos, como para otros diversos usos como los diques o los edificios portuarios.

Pero, además, el aprovechamiento de las superficies arbóreas era diverso y, dada su importancia para la colectividad, estaba controlado por el concejo, puesto que a todos los vecinos les interesaba su conservación. En el sentido opuesto presionaron decididamente las oligarquías locales, cuyos intereses roturadores tropezaban frecuentemente con los del común. Aunque el vecindario tenía derecho a recoger leña para cocinar y calentarse, así como a realizar pequeñas talas para reparar sus casas y aperos, el concejo veía el monte como una fuente donde obtener ingresos, ya fuese al vender cargas de madera a los fabricantes de carretas o a los vecinos de otros pueblos, para carboneo (como los 400 rs. anuales que cobraba a mediados de siglo el de Vera, por el arriendo del monte bajo para carboneo a un vecino de Cartagena), para aprovechar la corteza de alcornoque en la fabricación de corcho para diversos usos en las comarcas costeras occidentales o para los barcos de la playa de Garrucha (que generaban 60 rs. anuales).

El bosque proporcionaba también otros beneficios económicos como la recogida de cera y miel de las colmenas que se ubicaban en los terrenos comunales, la recolección de caracoles en el monte bajo, así como el aprovechamiento cinegético, fuese de caza mayor, generalmente reservado al uso del señor jurisdiccional; o la caza menor, permitida a los vecinos. Todas ellas suponían un complemento de la alimentación familiar que podía llegar a ser importante, pero que es difícil de cuantificar.

Autor: Julián Pablo Díaz López

Bibliografía

SÁNCHEZ PICÓN, Andrés (ed.), Historia y medio ambiente en el territorio almeriense, Almería, Universidad de Almería, 1996.

DÍAZ LÓPEZ, Julián Pablo (2000), “La economía (I): agricultura, ganadería y pesca”, en Andújar Castillo, Francisco (coord.), Historia del reino de Granada. Vol. 3: Del siglo de la crisis al fin del Antiguo Régimen (1630-1833), Granada, págs. 363-392.  

GARCÍA LATORRE, Juan, “El bosque y el agua en zonas áridas: los recursos naturales del sureste ibérico en la historia”, Paralelo 37º, 17, 1995-1996, pp. 92.

GÓMEZ CRUZ, Manuel, Atlas histórico – forestal de Andalucía (siglo XVIII), Granada, Universidad de Granada, 1991.

PEZZI CRISTÓBAL, Pilar, “Proteger para producir. La política forestal de los borbones españoles”, Baetica, 23, 2001, pp. 583-595.

Tabla 1: Principales especies forestales en el territorio andaluz a mediados del siglo XVIII

Especie
Ayamonte
Sanlúcar
Sevilla
Tarifa
Málaga
Motril
Almería
Segura
Encinas
2.084.584
3.395.208
1.301.036
1.949.079
1.863.148
6.358.659
27.115.519
Alcornoques
980.781
20.722.995
598.448
4.310.898
223.822
90.199
424.000
Pinos
3.512.571
1.129.894
1.334.990
900
231.986
8.812.768
4.859.356
*82.927.010
Álamos
53.907
26.444
64.816
2.587
81.187
278.427
51.477
135.073
Acebuches
48.986
1.426.714
147.883
200.348
1.800
2.500
Quejigos
2.903.486
329.930
2.030.116
3.843.210
1.015
11.137.410
Alisos
254
118.711
2.205
112.021
119
Algarrobos
26.751
36.581
Castaños
40.615
13.337
3.738
Fresnos
10.432
7.943
3.730
68.390
Agracejos
713.951
2.324.000
Almeces
12.761
4.473
Sauces
20.645
Sabinas
10.000

Especies con más de 10.000 ejemplares contabilizados en alguna provincia.

(*) Suma de los pinos carrascos, rodenos, blancos y donceles.

Fuente: GÓMEZ CRUZ, Manuel, Atlas histórico – forestal de Andalucía (siglo XVIII), Granada, Universidad de Granada, 1991.