Diego Rodríguez de Silva y Velázquez nació en Sevilla en 1599, habiendo sido bautizado el 6 de junio de ese mismo año en la iglesia parroquial de San Pedro. Fue el primogénito de ocho hermanos, siendo su padre Juan Rodríguez de Silva, sevillano de origen portugués, y su madre Jerónima Velázquez, de la que tomaría su apellido para firmar la mayoría de sus cuadros.  Su formación se debe en primer momento al pintor Francisco de Herrera el Viejo, como indica el biógrafo y artista Antonio Palomino, quien además señala que el joven aprendiz tenía diez años cuando entró en su taller. Sin embargo, esta primera enseñanza, que aún no se ha podido constatar documentalmente, debió de durar tan sólo un año, pues en octubre de 1611 Juan Rodríguez firmó un contrato de aprendizaje, que permitió al joven Velázquez entrar en el taller de unos de los artistas más importante del momento en la capital hispalense, Francisco Pacheco.  Para entonces, este maestro llevaba a cabo uno de los encargos más significativos recibidos hasta la fecha, el Juicio Final para el convento hispalense de Santa Isabel, que concluiría cuatro años más tarde bajo la mirada de su joven discípulo. Para esta composición, tal y como menciona Pacheco en su tratado del Arte de la Pintura, tomaría como modelo un grabado del célebre Juicio Universal de la Capilla Sixtina realizado por Miguel Ángel, y es que la influencia del arte italiano, así como del flamenco, estaba muy presente en los círculos culturales sevillanos en la Edad Moderna. Se asentaban se esta manera las bases del estilo de Velázquez, imbuidos de diversas influencias extranjeras que seguiría asimilando posteriormente en la corte, gracias al estudio de las colecciones reales que albergaban obras de los maestros más célebres de Europa, así como en sus viajes a Italia donde pudo conocer en persona las características de las diferentes escuelas pictóricas de aquella tierra.

Volviendo al taller de Francisco Pacheco, en 1615 recibiría otro notable encargo para un lienzo con el tema de Cristo servido por los ángeles para decorar el refectorio del convento de San Clemente el Real de Sevilla. Esta pintura que actualmente se expone en el Museo Goya de Castres, supone para la crítica la obra maestra de este artista, pues se conserva incluso un dibujo preparativo que permite reconocer un profundo estudio para el equilibrado montaje de las figuras en una red geométrica. Además, se ha querido ver la participación de Diego Velázquez en los motivos de bodegón que adornan el centro de la mesa, que suponen una prefiguración de aquellos mismos elementos que se verán en sus posteriores composiciones centradas en este género.

Velázquez vivió con Francisco Pacheco durante los seis años que duró su etapa de aprendizaje, tal y como se estableció en el contrato mencionado anteriormente. En este periodo, no sólo pudo instruirse en todo lo relativo a la técnica pictórica, sino que además se relacionaría con los círculos intelectuales a los que pertenecía su maestro. Pacheco pudo disfrutar en vida de un reconocimiento en Sevilla como pintor culto, al haber sido protegido por su tío de quien tomaría su nombre. Éste religioso fue un animador de la cultura literaria de la ciudad gracias a la supuesta fundación de una academia que sería heredada por su sobrino, en donde escritores, artistas y nobles se reunirían para discutir asuntos de carácter erudito.

Al final de este periodo de formación, Diego Velázquez se examinó ante Juan de Uceda y Francisco Pacheco pasando una prueba que le permitía ejercer como maestro pintor, adquiriendo además con ello los derechos de poder tener su propio taller y contratar aprendices. A pesar de los pocos datos que se conservan de estos años, se conoce que vivió de manera holgada y que tuvo bajo su tutela a un joven aprendiz llamado Diego Melgar. Fue por entonces, en 1618, cuando contrajo matrimonio con la hija de su maestro, Juana Pacheco, con quien tuvo dos hijas, Francisca e Ignacia, entre 1619 y 1621.

Sería precisamente el rostro de su mujer quien le serviría de inspiración para pintar a la Inmaculada Concepción, que es hoy propiedad de la National Gallery de Londres. Se piensa que este lienzo fue realizado hacia 1618, destinándose a la sala capitular del convento de Nuestra Señora del Carmen Descalzo de Sevilla, y en él se ha querido vislumbrar cierta influencia de Luis Tristán, discípulo toledano de Doménikos Theotokópoulos, El Greco. Esta relación se basa en una similar interpretación del natural, que el mismo Velázquez pudo apreciar en algunos de los lienzos del pintor toledano que se encontraban en la capital hispalense. Haciendo pareja con esta composición se hallaba San Juan evangelista en la isla de Patmos, también propiedad del mismo museo londinense, que representa al santo en éxtasis escribiendo en el libro de las Revelaciones el pasaje de la mujer apocalíptica, es decir, justamente la Inmaculada Concepción, visión materialmente interpretada en la parte superior izquierda. Coetánea a estos dos cuadros se presenta también otra Inmaculada Concepción conservada en el Centro Velázquez de la Fundación Focus-Abengoa, que se venía atribuyendo tradicionalmente a Alonso Cano.

Sin embargo, Francisco Pacheco señala en su tratado como Velázquez desarrolló rápidamente una verdadera imitación del natural, estilo que se alejaba del suyo, pero defendía con gran estima aquellos cuadros adscritos a los géneros del bodegón y del retrato realizados por su yerno. Así se puede observar una síntesis de estas consideraciones en Los músicos, distinguido como uno de los primeros cuadros realizados hacia 1617, estante en el Staatliche Museen de Berlín. En él, como en otros conservados en donde Velázquez interpreta escenas de tabernas o Almuerzos, se reconoce una gran inspiración en el estilo de Caravaggio al introducir personajes jocosos que miran fuera de la composición, introduciendo al espectador directamente en la escena que se desarrolla. En este caso, se trata de un concierto improvisado en un mesón por dos músicos que tocan y cantan, mientras un tercero más joven, con un mono en su espalda, dirige su mirada fuera del cuadro sonriendo.

El Museo del Hermitage de San Petersburgo conserva un Almuerzo que el pintor sevillano llevaría a cabo en estos mismos años, pues comparte con el anterior una construcción lumínica similar, así como el modelado de los personajes en el espacio. Cabe destacar la existencia de otro lienzo del mismo tema en el Szépmüvészeti Múzeum de Budapest, cuya autoría ha sido puesta en duda por la crítica debido a la mala conservación del mismo. En el museo ruso se conserva además una Cabeza de joven que se ha adscrito a la producción velazqueña de estos mismos años, por el gran parecido que comparte con el personaje de la derecha de la composición de Budapest.

Recientemente se ha discutido la atribución a Velázquez de un cuadro con el tema de La educación de la Virgen, propiedad de la Art Gallery de la Universidad de Yale, que pudo ejecutar en torno a 1617. No obstante, el lienzo más célebre de esta primera etapa en Sevilla es La vieja friendo huevos fechado en 1618. Aunque al presente es propiedad de la Galería Nacional de Escocia, en Edimburgo, la primera referencia que se tiene de él lo sitúa en 1698 en la colección del comerciante flamenco Nicolás de Omazur, que se estableció en Sevilla y llegó a ser uno de los mecenas más importantes de Bartolomé Esteban Murillo. En esta escena, los dos personajes están representados con gran dignidad, alejados de la ironía y ligereza de las composiciones anteriormente mencionadas, destacándose los elementos de bodegón por su preciosismo y realismo. En este mismo año se data Cristo en casa de Marta y María, inventariado en la residencia del duque de Alcalá en 1637, siendo propiedad actualmente de la National Gallery de Londres. En esta pintura vemos dos escenas, una en primer plano de una cocinera siendo regañada por una anciana que señala a un recuadro donde se sitúan a los personajes que dan nombre al cuadro. Esta manera de disponer la composición dividiéndola en dos planos volverá a aparecer en una obra de la National Gallery de Dublín llamada La cena de Emaús, más conocida como La Mulata por el personaje central, que está desarrollando su función de sirvienta en una cocina, mientras que en el fondo, en otro recuadro, se sitúa la escena religiosa extraída del evangelio de San Lucas.

En 1619, Diego Velázquez realizó La adoración de los Reyes Magos, perteneciente al Museo Nacional del Prado, que según la crítica procede del noviciado de San Luis de los Franceses de Sevilla, dato que no ha sido constatado documentalmente. Otros lienzos de carácter religioso fechados en este mismo año son un Santo Tomás y un San Pablo, los cuales supuestamente provienen de un apostolado que Velázquez debió de realizar antes de 1620. Se piensa que la Cabeza de apóstol, propiedad de la pinacoteca madrileña pero depositada en el Museo de Bellas Artes de Sevilla, pertenece a un lienzo de mayor tamaño que se recortó y que formaría parte del mismo conjunto.

En el mismo museo hispalense se expone también el retrato de Don Cristóbal Suárez de Ribera, firmado y fechado en 1620, del mismo modo que las dos versiones autógrafas de La venerable madre Jerónima de la Fuente (Museo Nacional del Prado y Colección Fernández Araos de Madrid). Uno de los últimos santos efigiados por Velázquez en su etapa sevillana fue San Ildefonso representado en el momento de la imposición de la casulla, depositado por el Ayuntamiento de Sevilla en el Centro Velázquez de la Fundación Focus-Abengoa.

En 1621, Diego Velázquez realizó un primer y breve viaje a la corte para retratar al monarca, y aunque le fue imposible, si pudo pintar por encargo de su suegro al poeta Luis de Góngora. A su vuelta, se data el Retrato de caballero, identificado como el propio Francisco Pacheco.

Antes de su establecimiento definitivo en Madrid, Diego Velázquez realizó una las composiciones más admiradas internacionalmente, El aguador de Sevilla, propiedad de la Apsley House de Londres. El cuadro perteneció a Juan de Fonseca, clérigo sevillano que desarrolló el cargo de sumiller de cortina al servicio de Felipe IV, y fue quien ejerció de intermediario entre el Conde-Duque de Olivares para que el joven pintor se asentara en la corte. En aquel entonces, Velázquez se movía de manera excepcional entre los límites del naturalismo, como demuestra el gran cántaro de cerámica donde el aguador apoya su mano, en cuya superficie brillan con extraordinario realismo las gotas de agua.

Autor: Rafael Japón Franco

Bibliografía

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