El alumbradismo es un movimiento religioso español, nacido en el siglo XVI, que tiene muchos de los rasgos propios de una secta ascética-mística, lo que hizo que fuera perseguido por la Inquisición. El antecedente más claro de las alumbradas del siglo XVI es el de las beguinas, del siglo XIII, mujeres de distintos estamentos sociales, que desearon vivir una vida espiritual inmersas en el ambiente de las urbes, y no aisladas en los conventos. En Andalucía el movimiento de las beguinas está documentado desde el siglo XIII en Úbeda, Granada, Córdoba, Sevilla, Andújar. La Iglesia católica persiguió, desde principios del siglo XIV, a estas mujeres —fuera cual fuera el nombre que adoptaran— porque eran libres, no estaban sometidas ni a una regla monástica ni a un marido, y porque expresaban su doctrina y sus experiencias místicas en lengua vulgar. El alumbrismo o alumbradismo asegura que la oración es el camino para alcanzar el estado de perfección, sin necesidad de los sacramentos. Se basa en la contemplación pura, buscando el alma la perfección absoluta, de tal modo que el pecado ya no es pecado. Los alumbrados consideraban innecesarios los ritos externos, la penitencia, el culto a las imágenes. Preferían leer la biblia antes que los tratados teológicos. Buscaban una experiencia personal, inmediata con Dios, sin intermediarios.

El vocablo gozó de prestigio hasta que, al crecer su número, se fue torciendo la conducta moral de algunos de ellos que, externamente, profesaban un comportamiento religioso perfecto; pronto causa extrañeza su modo místico y las actuaciones sospechosas. Ciertas formas de oración, arrobos y éxtasis alarman a la Inquisición, que no sólo vigila a las beatas sino también a Santa Teresa, a San Juan de la Cruz, a San Ignacio y a San Juan de Ávila como sus inspiradores y padres espirituales. Así, alumbrado adquirió significación peyorativa. Beatas, iluminadas, alumbradas, emparedadas, y demás, son laicas y religiosas, porque viven una vida religiosa sin atenerse a reglas canónicas, al margen de cualquier jerarquía eclesiástica. Buscan la santidad habitando solas o en comunidades abiertas, pero no viven encerradas, de espaldas al mundo, sino en los beaterios; visten sayas y tocas para distinguirse de las demás mujeres. Lo más destacado es que se rigen por sus propias normas y que viven por sí mismas. Las alumbradas eran consideradas por muchos mujeres virtuosas, recogidas y devotas. Algunas simularon tener poderes sobrenaturales concedidos por Dios, y fingían vivir éxtasis, estigmas, etc. A esto, en otros casos, se añadía una conducta sexual libertina. Por eso la Inquisición las persiguió. Según concluye Álvaro Huerga, bajo el nombre de alumbrados se encontraban místicos y reformistas, santos y herejes, espirituales puros y espirituales de tapujo. Para él, «Los Alumbrados de Baeza se mantuvieron, en líneas comprensivas, dentro del arco de la ortodoxia y, en general, a altos niveles de ascetismo». Aunque no puede dejar de admitir que se dieron frecuentemente éxtasis y visiones. Si bien lo usual era su bajo nivel cultural, fueron capaces de «adentrarse por caminos espirituales difíciles».

La crisis religiosa, la crisis económica y la influencia del humanismo a través de las universidades son el triángulo que configura el ambiente que acoge al movimiento de las alumbradas de Baeza en el siglo XVI. En esta ciudad, el ansia de conocimiento y de espiritualidad serán el punto de partida del movimiento de los alumbrados. El movimiento del alumbradismo adquiere importancia en Baeza gracias al extraordinario número de mujeres que siguen su doctrina. Su forma de vida seguía el espíritu de pobreza y recogimiento del Padre Ávila y sus discípulos. Su vida quedaba restringida a orar en el templo o a acudir a sus juntas. A veces negaban obediencia a sus padres y, las casadas, el débito al marido. Muchas de ellas se hicieron muy conocidas por sus arrebatos místicos. En los informes del inquisidor Alonso López se recogen los nombres de María de Robles, Catalina de Sena, Luisa Rodríguez y Teresa de Ibros.

Influencia, así mismo, de Juan de Ávila y sus discípulos es su gusto por la lectura —alguna beata hubo en Baeza que poseía más de cincuenta libros. Entre los doctores ligados a la Universidad de Baeza encontramos los nombres de los padres espirituales que rigen la vida de muchas de las beatas y alumbradas de la época (Bernardino de Carleval, Diego Pérez de Valdivia —quien previene en su Aviso de gente recogida, 1585, contra los arrobamientos y visiones porque considera que, en muchos casos, eran inventados—, Pedro de Ojeda —a él estuvieron ligadas, como hijas espirituales, las más conocidas alumbradas de Baeza; Juana de Cuadros y María Pantoja— y el Maestro Hernán Núñez).

Considerada «el núcleo de condensación y expansión, de germen y contagio» del alumbradismo, entre 1571-1575, Baeza sufrió tres visitas inquisitoriales, de cuatro meses de duración cada una. La Inquisición acabó procesando a los profesores más representativos de la institución académica, y también los más queridos del Padre Ávila.  En un ambiente en que se mezcla la religiosidad ortodoxa con lo esotérico no es de extrañar que se confundan beatas, alumbradas y brujas (Doña María de Flores, Ana de Herrera, hija espiritual del doctor Ojeda, y María Pantoja, todas sospechosas de estar endemoniadas).

La noción de abandono en el amor de Dios es una de las claves de lectura desde las que se ha interpretado la obra de las alumbradas. Las alumbradas sentían con Dios una unión especial y así lo reflejaron en sus escritos, aún a riesgo de ser condenadas por heterodoxia por la Inquisición, una institución que veía en la intimidad del sentimiento religioso un desafío a la ortodoxia establecida, sin olvidar que, en este caso, quienes osaban la interioridad lo hacían desde un sexo para el que no tenían cabida tales niveles de autonomía. Desde este punto de vista, no es de extrañar que la Inquisición no tardara en intervenir por medio de procesos dirigidos en contra de muchas de estas mujeres, que no solo osaron desafiar las formas de culto establecidas, sino que además lo hicieron desde su condición de mujeres, una doble culpa que el Santo Oficio castigó con toda la dureza de que la institución fue capaz. El papel de estas mujeres es considerado un desafío al patriarcado y sus normas. Especial interés merecen las andaluzas de Catalina de Jesús y María de Cazalla, Isabel de la Encarnación, María de la Cruz y Gabriela Gertrudis de San José.

Autoras: Adela Tarifa Fernández y Encarnación Medina Arjona

Bibliografía

BELTRÁN DE HEREDIA, Vicente, “Los alumbrados de la diócesis de Jaén. Un capítulo inédito de la historia de nuestra espiritualidad” en Miscelánea Beltrán de Heredia, t. III, Guadalajara, OPE, 1972.

HUERGA TERUELO, Álvaro, Los alumbrados de Baeza, Jaén, IEG, 1978.

LLORCA, Bernardino, La Inquisición Española y los alumbrados, 1509-1667, Salamanca, Universidad Pontificia, 1980.

MORALES BORRERO, Manuel, “Beguinos, alumbrados y angelistas. Gloria y tragedia de fray Francisco de la Cruz”, Boletín del Instituto de Estudios Giennenses, 145, 1992, pp. 319-345.

MEDINA ARJONA, Encarnación, y Paz GÓMEZ MORENO, (eds.), Escritura y vida cotidiana de las mujeres de los siglos XVI y XVII (contexto mediterráneo). Sevilla: Alfar, 2015.