La relación del teniente general Alejandro O’Reilly con Andalucía comenzó en 1775, cuando fue trasladado desde Madrid hasta la capitanía general de esta región tras el desastre de Argel, una operación militar que él mismo encabezó. Sus once años de permanencia en la provincia de Cádiz como máxima autoridad político-militar dejaron una profunda huella en el territorio. Ese tiempo lo dividió entre El Puerto de Santa María (1775–1780), sede de la capitanía general, y Cádiz (1780–1786), ciudad donde O’Reilly asumiría también el cargo de gobernador político-militar. La capitanía general de Andalucía cubría, aproximadamente, las actuales provincias de Sevilla, Cádiz, Huelva y Antequera; el gobierno político-militar de Cádiz era uno de los destinos más ambicionados del siglo XVIII, sólo por detrás de Madrid y Barcelona. Cádiz albergaba un importante número de cuarteles e instituciones de enseñanza militares, y servía como puerto de salida y llegada de las escuadras navales y de las tropas de América. La conexión atlántica convirtió a la bahía gaditana en una de las zonas más ricas y cosmopolitas de todo el Imperio español, gracias a la nutrida colonia de mercaderes nacionales y extranjeros. A esta importancia militar y comercial habría que añadir la dimensión cultural como foco de la Ilustración: sólo en la provincia de Cádiz se fundaron ocho Sociedades Económicas de Amigos del País en el último tercio del siglo XVIII.

Cuando O’Reilly llegó a Andalucía ocupaba el doble cargo de inspector general de infantería de España y de inspector general de los regimientos fijos y de las milicias de América. Esto añadía un poder militar muy relevante a la capitanía general: las inspecciones eran el núcleo operativo del ejército borbónico, y las ordenanzas de Carlos III reforzaron la posición del inspector general, quien supervisaba desde la organización administrativa de los regimientos hasta la militar, así como la disciplina de la tropa, la revista y la instrucción, el reclutamiento y los recursos disponibles. Una de las funciones más importantes de la Secretaría de la Inspección era trasladar las propuestas de ascenso de la oficialidad a la Secretaría de Guerra en Madrid. Las responsabilidades de la capitanía general también eran amplísimas: O’Reilly debía de informar puntualmente sobre la situación de los regimientos en Andalucía, de las naves que entraban y salían desde Gibraltar y de las noticias recibidas desde la frontera portuguesa. En tiempos de guerra, debía de facilitar el movimiento de las unidades militares en su jurisdicción, acuartelamiento y avituallamiento; en tiempos de paz, afrontaba la persecución de bandoleros y el contrabando. También debía de proteger la costa andaluza de los piratas norteafricanos, una pesadilla para los pueblos costeros del levante y del sureste peninsular.

La ciudad de El Puerto de Santa María que acogió a O’Reilly en 1775 era la sede de la capitanía general del Mar Océano y costas de Andalucía desde fines del siglo XVI. La capitanía estaba situada en un edificio de tres pisos (hoy desaparecido) de la plaza del Polvorista (también llamada de Armas), donde tenían sus palacios algunos cargadores de Indias. Además de sus responsabilidades militares, O’Reilly emprendió una amplia labor de mejora urbana de una ciudad que él mismo describió de «numeroso vecindario, grandes proporciones de aumento, y mucha pobreza». Tras conseguir la dirección de las obras y el apoyo del Consejo de Castilla, remodeló y enlosó la calle Larga, la arteria comercial más importante de El Puerto, donde también tuvieron algunas de sus residencias los altos cargos de la Armada y algunas casas-palacios los cargadores a Indias. Hizo construir un nuevo edificio para la subasta del pescado (El Resbaladero), concluyó la carretera hacia Jerez de la Frontera para conectar mejor con Madrid y proyectó un nuevo paseo público a orillas del río Guadalete, El Vergel del Conde. Con el doble objetivo de mejorar el comercio de la bahía gaditana y el transporte de efectivos militares, O’Reilly también construyó un puente de madera sobre este río. El Puente de San Alejandro –denominado así en su honor– se convirtió en la obra más amarga de su vida. El día de su inauguración, el 14 de febrero de 1779, un numeroso grupo de vecinos se concentró en la parte central de las dos compuertas levadizas, que cayeron al río. Más de un centenar de personas perdieron la vida, tal y como lo testimonia hoy día la lápida en el patio de la Iglesia Mayor Prior de El Puerto, lugar de la fosa común donde fueron enterradas las víctimas. El suceso provocó una auténtica conmoción en la ciudad, pero poco después el puente fue reparado y se mantuvo operativo hasta 1839.

A principios de 1780 O’Reilly recibió en El Puerto al fanático predicador capuchino fray Diego de Cádiz. El capitán general mostró durante esta visita una devoción religiosa nunca vista en él hasta entonces. Influyó el hecho de que la tragedia del puente estaba todavía muy presente, pero es más probable que esta visualización exterior de la religiosidad de O’Reilly fuese consecuencia de su adaptación al nuevo giro conservador de la política en el gobierno de Carlos III. Algunos meses después de que O’Reilly tomara posesión del cargo de capitán general, su amigo Pablo de Olavide era encarcelado por herejía. Su infame procesamiento por la resucitada Inquisición causó un gran escándalo en Europa, y sirvió de seria advertencia para todos los ilustrados españoles. O’Reilly se vio salpicado en este juicio, aunque sin consecuencias. Pocos meses después de la visita de fray Diego, y superada la prueba de la misión del beato, O’Reilly era trasladado a Cádiz.

Desde que llegó a El Puerto, el capitán general planteó el problema de la distancia entre la sede de la capitanía y la ciudad Cádiz, y el conflicto de competencias entre su cargo y el del gobernador de la plaza gaditana. En 1780 O’Reilly resolvió, de un solo golpe, los dos problemas. La capitanía general se trasladó con él a Cádiz y fue también nombrado gobernador militar y político de esta ciudad. A la gestión de las dos inspecciones de infantería (España y América) y de la capitanía general de Andalucía, se sumaban ahora las nuevas responsabilidades como máxima autoridad civil de Cádiz. Se alojó en la Casa de las Cuatro Torres, muy cerca de la antigua calle de San Alejandro (y que hoy lleva el nombre de Conde de O’Reilly en su honor). Sus primeras medidas tuvieron que ver con la salud y la higiene: en 1785 promovió ante el cabildo la fundación de la Real Sociedad Médica Gaditana de San Rafael. Pero como también le ocurriera en El Puerto, las mayores satisfacciones le vendrían de su programa de obras públicas y reordenación urbanística. El gobernador insistió en la limpieza de las calles y su pavimentación, cuidó los jardines y los paseos públicos, mejoró las carreteras, ganó terreno al mar y embelleció con árboles los accesos a la ciudad. Edificó el nuevo Teatro Principal, levantó todo un nuevo barrio –el de San Carlos– y redactó una normativa para regular el alquiler en una ciudad con serios problemas habitativos. Nada más llegar a Cádiz notó el contraste entre los beneficios del gran comercio –auténtico motor económico de la ciudad– y la gran cantidad de mendigos que vagaban por las calles, las plazas, las escalinatas de las iglesias y los conventos. Con este fin, reformó el Antiguo Hospicio, un impresionante edificio situado frente a la playa de La Caleta. En el retrato más famoso del gobernador, conservado hoy en el Museo de las Cortes de Cádiz (ver imagen), O’Reilly señala orgullosamente las Ordenanzas del Hospicio y Casa de Misericordia, que en 1787 –un año después de la salida del gobernador– acogía a más de 800 jóvenes y huérfanos.

En 1783 O’Reilly obtuvo una licencia de dos meses en la corte para convencer a Carlos III de la necesidad de fundar una academia militar. La Real Escuela y Colegio Militar de El Puerto de Santa María estuvo operativa desde el verano de 1784 hasta la retirada oficial de su financiación en 1786. La nueva academia seguía el modelo que el inspector había implementado anteriormente en Ávila, con dos excepciones: si en Ávila el director era el propio O’Reilly, en El Puerto fue nombrado comandante-director uno de sus «queridos cubanos», el habanero Gonzalo O’Farrill y Herrera. Amigo íntimo de familia, O’Farrill se convertiría, años más tarde, en secretario de Guerra de José I Bonaparte; la segunda diferencia fue la propuesta (sin éxito), de acoger en El Puerto no sólo a una selección de los mejores oficiales del ejército (como en Ávila), sino a todos los futuros cadetes de infantería, con el objetivo de hacer una pre-selección de los más aptos a continuar la carrera militar.

La continuidad de esta academia estuvo determinada por los movimientos de la corte y el futuro de su impulsor, quien dimitió de todos sus cargos en 1786. Aunque su salida se asoció a problemas de salud y a la falta de apoyos para la reconstrucción del acueducto romano del Tempul, en realidad tuvo mucho que ver con la llegada, en 1785, a la Secretaria de Hacienda y de Guerra de Pedro López de Lerena. Hechura del todopoderoso secretario de Estado Floridablanca, Lerena impulsó la ofensiva civilista de los togados y sometió a la academia de El Puerto a una fiscalización que determinó su cierre. Decepcionado ante esta pérdida de confianza, O’Reilly regresó a Madrid. Fallecería en 1794 en Bonete (Albacete), cuando se le encargó de sustituir al general Antonio Ricardos al mando del ejército del Rosellón, durante la guerra contra Francia (1793–1796).

Autor: Óscar Recio Morales

Bibliografía

MARTÍN-VALDEPEÑAS YAGÜE, Elisa, “La Real Academia Militar de El Puerto de Santa María: una institución educativa efímera (1783–1786)”, Revista de Historia de El Puerto, 58 (2017), pp. 29-59.

RECIO MORALES, Óscar, “Una aproximación al modelo del oficial extranjero en el ejército borbónico: la etapa de formación del teniente general Alejandro O’Reilly (1723–1794)”, Cuadernos Dieciochistas, 12, 2011, pp. 171-195.

RECIO MORALES, Ó., “Un intento de modernización del ejército borbónico del XVIII: la Real Escuela Militar de Ávila (1774)”, Investigaciones Históricas: Época Moderna y Contemporánea, 32, 2012, pp. 145-172.

RECIO MORALES, Óscar, “O’Reilly, Alejandro (conde de O’Reilly)”, en Historia Militar de España, vol. VI, Estudios historiográficos, glosario y cronología, Ministerio de Defensa, 2017, pp. 577-580.

TORRES RAMÍREZ, Bibiano, Alejandro O’Reilly en las Indias, Sevilla, Consejo Superior de Investigaciones Científicas y Escuela de Estudios Hispano-Americanos de Sevilla, 1969.