La Alameda de Hércules fue concebida entre 1573-1574 por Francisco Zapata de Cisneros, I Conde de Barajas, y asistente de Sevilla (1573-1579), como jardín manierista público. Ubicado en la zona norte del casco antiguo, fue la solución al terreno lacustre existente y la representación simbólica de una ciudad “restaurada” tras siglos de dominación musulmana.

La superficie destinada a su construcción sufría, ya desde época prerromana, inundaciones constantes debidas a la bifurcación de un brazo del río Guadalquivir que irrumpía a la altura de la calle Calatrava y desembocaba en el Arenal. A pesar de los numerosos intentos de desecación, ya desde época visigoda, la llamada “laguna de la peste” seguía anegándose todavía en el siglo XVI. Aquella insalubre situación fue parcialmente resuelta por iniciativa de Francisco Zapata: la laguna se rellenó con escombros y se crearon canales que dirigieron el agua hacia el río, regando, a la vez, las hileras de olmos y álamos plantados. Tal remedio no evitaría, sin embargo, posteriores inundaciones.  

La concepción del espacio aunaba los conceptos de arte, naturaleza y sociedad, con una clara exaltación a la monarquía y al concepto clásico de jardín italiano. Su disposición con forma de salón, incluía un paseo con árboles y fuentes dividido en tres calles, siendo mayor la principal, y dos columnas al sur para enmarcar el acceso. Aquella remodelación convirtió la zona en uno de los núcleos lúdicos más importantes de la ciudad, y a Francisco de Zapata en su hacedor. No obstante, el Conde de Barajas pudo encontrar algún plan previo de remodelación, ya que Francisco de Sigüenza nos informa que la Alameda sería proyectada tras la visita de Felipe II en Sevilla en 1570, quizás por Juan de Herrera, experto en proyectos de jardinería. Las fuentes no ofrecen una resolución clara al respecto, ni se sabe si el propio monarca pudo conocer in situ el terreno. Tradicionalmente, se han atribuido las trazas a Asensio de Maeda, futuro Maestro Mayor de la Ciudad.

La marcada perspectiva longitudinal de la Alameda, y la disposición de la naturaleza y el agua en pos del deleite del lugar, integra las ideas de tratadistas como Vitrubio, Alberti o Serlio. Lo clásico se combina con la vegetación gracias a las mencionadas dos columnas que se coronaron con las figuras de Carlos V y Felipe II, alegorizados como Hércules y Julio César de la mano de Diego de Pesquera. Las columnas extraídas de un templo romano de la antigua Híspalis aún presente en la calle Mármoles de Sevilla, fueron trasladas hasta la Alameda en 1574, suponiendo un acontecimiento social para la ciudad. En los pedestales, ejecutados gracias a la extracción de piedra de las canteras de Morón, se recogen inscripciones en latín casi perdidas, traducidas por Ortiz de Zúñiga. En ellas se subrayan los méritos del Conde de Barajas al promover la obra, la grandeza de los monarcas y su condición de héroes.

La representación de Carlos V y Felipe II se pone en relación con el pasado clásico de Híspalis, eludiendo los siglos de dominación musulmana. Luis de Peraza, entonces “en plena euforia de riquezas” como comenta Carriazo, eleva la ciudad a la calificación de Imperial y Cesárea. En General Estoria, Alfonso X el Sabio cita, basándose en la presencia de varios Hércules que recoge Cicerón en su De Natura Deorum de Cicerón, al Hércules sabio y astrólogo que fundó Sevilla. El futuro poblador sería Julio César, según consta en Estoria de España. La presencia de estas alegorías se halla, de esta manera, en una literatura eulogística que pretendía enlazar Sevilla a su antigua gloria. La simbología empleada pudo ser influenciada también por la entrada triunfal de Felipe II que organizaron Juan de Mal Lara y Benvenuto Tortello en 1570. Para la cita, se levantó en la Puerta Real un arco de triunfo enmarcado por dos torres: una aprovechó la muralla de la ciudad, la otra fue construida en tela y madera. Ambas fueron rematadas por las figuras de Hércules y Betis, esquema que posteriormente se seguiría en la Alameda.

El agua fue concepto clave en un terreno que seguía inundándose en invierno, aún con los sistemas de desecación efectuados. Las tres monumentales fuentes de mármol, cuya agua llegaba desde el manantial del Arzobispo, emanaban agua pura y refrescante que los viandantes gozaban en verano. Su artífice, Asensio de Maeda, contó con la intervención de Juan Bautista Vázquez y el citado Diego de Pesquera para la labra ornamental de las mismas: una dedicada a Baco y la otra a Neptuno y las Ninfas. De la tercera fuente no nos llegan noticias. Bartolomé Morel fue el encargado de los bronces y su fundición. A pesar del protagonismo que tuvieron, ennobleciendo el paseo, hoy no se conserva ninguna de ellas.

La Alameda de Hércules se establece así como un foco preeminente de esparcimiento y ocio tras su remodelación, espíritu que fue fortaleciéndose durante los siglos XVI y XVII con la celebración de números musicales, verbenas y espectáculos de diversa índole. La concurrencia fue haciéndose más selecta a partir del siglo XVII, donde la burguesía paseaba con sus carrozas en las noches de verano para disfrutar de un ambiente festivo. Como describió Ortiz de Zúñiga: “[…] innumerables coches, que lo hacen paseo memorable en todo el mundo, y que a veces se tienen otros públicos festejos, a veces alegría de músicas, y de ordinario en las fiestas, ministriles y chirimías, pagados de lo público”.

El paradigma sevillano sirvió de inspiración para otras alamedas a nivel internacional. El caso más reconocido es la Alameda de los Descalzos en Lima. La adaptación del modelo español en Perú pudo deberse a la figura de Juan de Mendoza, Marqués de Montesclaros y sucesor del Conde de Barajas, trasladado posteriormente a América donde llegó a ser Virrey del Perú. Su contacto con el ejemplo hispalense, hizo que el sitio se estructurara a partir de tres calles principales con ocho hileras de árboles, colocándose en la principal tres grandes fuentes. La empresa finalizaría en 1611.  Así lo constata, en 1639, el cronista Bernabé Cobo en su Historia de la fundación de la ciudad de Lima. El clérigo Fray Buenaventura de Salinas y Córdoba alabó la alameda, donde podían verse carrozas y paseantes repartidos por sus jardines. El paseo fue emplazado en un lugar que ya servía de recreo a los ciudadanos, próximo al barrio de San Lázaro y a los Amancaes, cuyo camino comenzaba al final de la misma alameda.

La morfología del espacio no sufrirá alteraciones hasta el siglo XVIII, cuando el asistente Larrumbe mandó erigir otras dos columnas en el extremo norte. El escultor Cayetano de Acosta realizó dos leones, los “Hércules nuevos”, que portarían los escudos de España y Sevilla. La Alameda se cerró así con esta segunda entrada, perdiéndose la perspectiva de su primera concepción. El mismo Larrumbe hizo añadir  en 1763 tres fuentes más, teniendo finalmente la Alameda un total de seis.

Durante los primeros años del siglo XIX se continuaron las intervenciones, no siendo ninguna de especial relevancia. En esta centuria, la Alameda comenzó a padecer un gran deterioro. La prostitución presente ya desde el siglo XVI, como señala la literatura coetánea y del siglo de Oro, fue aumentando paulatinamente a la par que la delincuencia. En acta capitular de 1777 ya se había decretado la iluminación de la zona, para que los carruajes y los transeúntes evitaran la oscuridad. Ello, sumado a las constantes riadas, hizo que la burguesía sevillana se trasladara al sector sur de la ciudad. La crisis se acrecentó en el último cuarto de siglo, ya que los duques de Montpensier potenciaron el área del Palacio de San Telmo, Real Fábrica de Tabacos y Paseo del Cristina.

La “Alameda Vieja”, llamada así por viajeros extranjeros como Richard Ford o Antoine de Latour, fue intervenida con poco éxito. El asistente Arjona, en 1827, ya había impulsado su saneamiento al lado este. En 1858, Balbino Marrón plantea un proyecto de alineación para trazar nuevas calles y casas. El arquitecto fracasa estrepitosamente, ya que los lotes vendidos no obtuvieron ni un tercio de las ganancias esperadas. La falta de interés por este terreno, aún afectado por las inundaciones, hizo que los solares se vendieran a precios mínimos, como aquel destinado a la mansión Ratazzi, palacio en estilo francés alzado por Joaquín Fernández Ayarragaray para el marqués de Esquivel.

En 1868, Eduardo García Pérez programa nuevas alineaciones en la Alameda para uniformar las edificaciones, creándose nuevas manzanas que cerraban el espacio y evitaban la irregularidad de las fachadas que se habían ido disponiendo. El Ayuntamiento procedió años después a su limpieza y repoblación vegetal, e incluso decidió colocar verjas para proteger las columnas. En 1870 se trasladó desde la plaza de San Francisco la fuente conocida como Pila del Pato, que estuvo hasta la primera mitad del siglo XX, hoy ubicada en la plaza de San Leandro.

A finales del ochocientos, la Alameda empieza a acoger un masivo éxodo de población rural, que incidirá en la proyección de casas de vecinos y corrales en sus límites colindantes. Se convierte así en un lugar donde proliferarán los quioscos al aire libre y las diversiones públicas, como las veladas de San Juan y San Pedro, que ya venían celebrándose desde el siglo XVIII.  

Durante el siglo XX, la degradación de la Alameda se fue agravando. Antes de la Guerra Civil, se mantuvo como una referencia para las clases más populares, asociándose a personajes del mundo del toreo y el flamenco. Tras la contienda, se incrementó la marginalidad, a pesar de su acondicionamiento durante la década de los 50, en el que se reordenó el espacio con estanques, bancos y el paso del tráfico rodado. Sin embargo, la situación se hizo insostenible en los años 80-90. El vecindario sufría de suministros anticuados, un alto índice de drogodependencia y prostitución y un deterioro grave de los inmuebles.

En 2004, el estudio de los arquitectos Elías Torres y Martínez Lapeña, remodelaron el conjunto con la renovación de los suministros, la pavimentación del suelo, la instalación de fuentes a ras de suelo, la plantación de nuevos árboles y la colocación de bancos y quioscos. En la actualidad es un importante núcleo de esparcimiento de Sevilla.

Autora: María Uriondo Lozano

Bibliografía

ALBARDONEDO FREIRE, Antonio José: “Las trazas y construcción de la Alameda de Hércules”, Laboratorio de Arte, 11, 1998, pp. 135-165.

DURÁN MONTERO, María Antonia: “La Alameda de los Descalzos de Lima y su relación con las de Hércules de Sevilla y la del Prado de Valladolid”, en Actas de las III Jornadas de Andalucía y América. Universidad Santa María de la Rábida, t. II, 1985, pp.171-182.

LEÓN VELA, José: La Alameda de Hércules y el Centro Urbano de Sevilla: hacia un reequilibrio del Casco Antiguo. Sevilla, Universidad de Sevilla Secretariado de Publicaciones, 2000.

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